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Hace dos años que Belén y yo vivimos en Mataderos, en una casa modesta pero bien apacible, confortable y femenina como nos gusta. Por eso no nos costó hacernos fanas de Chicago, y aunque solo fuimos dos veces a la cancha, se nos hizo un ritual juntarnos con un grupo de varones muy amigueros del barrio. Siempre venían a casa para la previa del partido y hacíamos unas pizzas, hamburguesas o panchos, pero todo con mucho alcohol y algo de marihuana, la que comenzamos a consumir cuando llegamos al barrio.
Yo nunca fui celosa de otros varones con ella porque me hacía sentir que soy única, y además en los 4 años que llevamos de novias jamás hubo un conflicto por algo semejante. Tal vez la celaba de otras chicas, porque Belu es 10 años menor que yo, y a veces la cabeza se enfrasca en pensamientos indeseados. Igual, siempre fue en silencio.
Pero, volviendo a la juntada del fútbol, ayer se me dio lo que tanto revolucionaba a mis fantasías.
Llegaron los 7 chicos habituales. Esta vuelta hicimos empanadas y comenzamos a delirar con la entrada de Atlanta y Chicago a la cancha. La tele ruidosa más el desfile de cervezas, el calor de un noviembre denso y la arenga de todos a los 25 minutos del primer tiempo implosionaban en mi piel como algo parecido a tener unas ganas incontrolables de garchar con Belén delante de esos hombres en cuero, sudando pasión y alegría, pues el torito ganaba 2 a 0.
Ella permaneció todo el pleito en el sillón a mi lado, sin parar de beber y saltar como nena en cada jugada peligrosa. Los chicos sabían de nuestra condición, por lo que ni se asombraban cuando Belu y yo nos comíamos a besos o nos enredábamos como babosas en un abrazo cargado de manoseos y cositas al oído. Pero yo tenía un plan para mi diosa.
Creo que al pasar alguna vez le conté que me encantaría verla tener sexo con varios pibes, bajo mi supervisión y mis reglas, claro. Esa noche, luego del tercer gol del torito y el descuento de los otros muertos, solo quedamos Mauro, José, Franc y nosotras. Seguimos preparando tragos, fumando, picando algo y riendo de cualquier gansada, ella cada vez más loquita con sus 22 aromando la casa, su remerita blanca, la que se mojaba de vez en cuando por los 30 grados y sus tetas sin corpiño danzantes al moverse intrépida. Aproveché cuando entre mareo y falso equilibrio se fue al baño y los encaré a los tres. Les dije que deseaba que se cojan a mi novia, hoy mismo, apenas vuelva al sillón. Les pedí que no se limiten por mi presencia y que la hagan gozar como a una putita. Los tres me miraron como con admiración aunque también sorprendidos.
Belu volvió y se desplomó en el sofá. Pero cuando José replicó: ¡hey Belu, me parece a mí o no tenés bombacha loca?, eso no se hace delante de tres tipos bebé, aunque seas lesbi, sabías?!
Enseguida me levanté para que ellos la rodearan, contemplando su figura borracha en silencio, con alguna caricia de Franc a sus piernitas. Me senté en la mesa ratona y me dediqué a mirar.
Antes que nada les cuento que José tiene 30 años radiantes en su cuerpo trabajado en el gimnasio, mide 1,95 y era el más sobrio de todos. Mauro es un peticito de ojos verdes que se derriten cuando habla de las tetas de mi chica, y eso me excita mucho. Franc tiene 35, una dotación peneana que haría caer de culo a cualquier pendeja y bastante experiencia en orgías. Mi chiquita es una morocha argenta de tetas perfectas, poca cola pero unas piernas de bailarina, pelito hasta los hombros, una boca carnosa, una sonrisa sugerente y unos ojos azules que esconden una obsesión fatal. ¡En la cama es una venus en llamas la hija de puta!
Pero ahora estaba despatarrada en el sillón, dejando que Mauro le amase las tetas intentando sacarle la remera, abriéndole aún más las piernas para que José le saque una foto visual a su conchita húmeda, ya que su faldita comenzaba a deslizarse hasta las rodillas. Franc enseguida sacó la pija de sus adentros y se la acercó a la boca. Ella puso carita de asco y me miraba buscando salvación tal vez.
Apenas le dije: ¡vos disfrutá chiquita, quiero ver cómo cogés mami!, ella desapareció el glande rojo de Franc en su boca y se lo mamó largo rato, sin respirar, mientras Mauro y José se pajeaban uno al otro.
Yo me quedé en corpiño, apagué la tele y volé a cualquier galaxia escuchando los chasquidos de la lengüita de mi nena en la pija de Franc, las gotas de saliva rodear sus huevos grandes y los atracones cuando alguna envestida desmesurada le rozaba la garganta.
Después se la manoteó a Mauro, se la fregó por toda la cara, se puso en cuatro en el suelo y se la devoró con los ojos cerrados, oliendo inmunda y atorranta esa pija hinchada, presta para entrar y salir del calor de sus labios. Luego se puso en 4 pero sobre el tapizado, y a la vez que José le pegaba terribles chirlos en la cola subiéndole la mini para que los ángeles nocturnos la violen con la mirada, la señorita alternaba la pija de Mauro y la de Franc, ¡y hasta logró acunar ambas mamaderitas en su boca!
Casi me levanto y la reviento a trompadas, pero preferí seguir mirando, fiel a mi rol, al que debía respetar. Cuando la oí gemir entre chupada y lamida a las bolas de los caballeritos empecé a incitarlos:
¡Dale Maurito, arrancale el pelo a esa puta, y dásela toda en la boquita, cógele esa garganta de lecherita que tiene, y vos Franc pegale con la verga bien fuerte en la cara, y vos Jose sacale la mini y abrile el culo!
Ella jadeaba algo más intensa, pero cuando José puso su pija en el medio de las nalgas de Belu, se escandalizó porque no quería saber nada con entregarla. José la aprisionó fuerte de la cintura y le refregó todo su termo en la rayita, le clavó un dedito en la concha, lo lamió y le embadurnó las nalgas de semen, justo cuando Mauro le pedía que abra la boquita para darle su merienda. Pero no sucedió, porque él y franc optaron por acostarla boca arriba, sacarle la remera, chuparle bien las gomas, la pancita y el cuello, olerle la boca después de la tremenda peteada que ella les obsequió y pajearse largo rato entre sus tetas, y José no paraba de tocarle la conchita empapada.
Me volvía loca oír tanto jugo en su flor, verla chupar pijas como una sedienta y pedirle a Mauro que se la coja bien cogidita. Yo me prendí un pucho, me quité el shortsito, me serví una copa de vino y gocé cuando Mauro le regaba las tetas de leche, después de rogarle que le cachetee fuerte la verga, le meta un dedo en el orto y se la pida como una bebota. Luego José se le subió encima, se acomodó en medio de sus caderas y la penetró haciendo rechinar el sillón, moviendo su pelvis para que su poronga irascible le sofoque las paredes vaginales a mi amor que gemía diciendo:
¡Mirá Paola, cómo me está cogiendo este cerdo. Hacé algo o me va a dejar re embarazada boluda, quiero mucha lecheeee!
Yo seguía inmóvil pero caliente, celosa, cada vez más mojada y perversa. Ahora mi bombona se la ordeñaba con las manitos a Franc mientras José no le daba tregua a su conchita, embravecido y apasionado. Hasta que se la sacó de golpe, le hizo lamer sus bolas y le encremó hasta las mejillas con un torbellino de lechita agitada. Pero Mauro ya la tenía parada de nuevo, y se la ponía en la boca a Belén para que ella haga su mejor arte. ¡No saben cómo usa su lengua esta zorrita!
Apenas dijo mientras se las mamaba a los dos y José se pajeaba: ¡hey, vos perra, sacate la bombachita y pajeate, no buscabas esto?!
Le hice caso y la asfixié un rato con mi calzón mientras ella por nada del mundo dejaba de petearlos, ni yo de darle unos golpecitos a mi argolla. Ya estaba en bolas a su lado y, acabé como una ingenua mientras Franc le abría la boca todo lo que pudo y tras gritarle que se la trague toda como una colegiala petera empezó a largar chorros de semen como espasmos de felicidad, los que Belu se tragó saboreándose toda, con sus tres deditos en la concha y pajeando desmesurada a Mauro.
El olor de su piel era el de una adolescente en celo, y más cuando Mauro se la sentó a upa haciendo que lo abrace con las piernas y se la enterró en la concha con el salvajismo de una fiera. Ella gritaba porque José le chupaba el culo y yo le daba cintazos en la espalda, y Mauro además de darle duro le pellizcaba los pezones.
La casa era un show de gemidos deliciosos, cuando pronto José se la sentó igual que antes Mauro, le fregó la cabecita del pito desde el culo a la concha, y ahí mismo se la metió para cogerla suavecito. Mauro aprovechaba la cola desprotegida de Belu para rozarle la puntita en el ano, pajeándose entre sus resbaladizas nalgas, y Franc le chupaba las tetas. La guacha se deleitaba golosa y fresca, hasta que Mauro logró encallar su pene tieso en el agujerito negro de mi hembra. Empujó sin prejuicios y le dio unos buenos estiletazos mientras José le llenaba la vagina de pija, y Franc se la daba de mamar parado en el sillón.
Sabía que todo debía tener un fin, y justo cuando mi histeria se devoraba a mi tranquilidad y mis nervios me nublaban las palabras, vi cómo Mauro le sacaba la pija del orto después de sostenerla de la cintura para llegar bien a fondo en sus estocadas, y cómo enseguida un hilo de semen caía a la alfombra desde su túnel abierto. En breve, y sin dejar de pajearme vi cómo Franc le cogía la garganta teniéndola del pelo y, hasta que no soltó su lechazo no paró de bombear. Fue inaudito para mí oírla eructar apenas él se apiadó de sus dificultades para respirar y se la sacó. ¡Obvio, ella se tragó todo su semen!
Luego José también se la dio para que le saque brillo con su lengua cansada, y se la derramó por toda la cara. Los chicos estaban escabios, jocosos, exhaustos y en el limbo. Mi nena estaba tirada en el sillón colmada de leche y sudor ajeno, con la cara desfigurada y con cierta vergüenza. Entonces, mientras los pibes se vestían para emprender la retirada, yo no lo soporté y me le trepé a su carita para que se coma todo mi orgasmo que no me permitía siquiera tenerle compasión.
¡Dame toda tu leche de perrita alzada!, dijo mientras su lengua se perdía en el hueco de mi sexo derrotado. Se la di sin inconveniente apenas le olí la mano con la que se frotaba la concha. Les abrí a los pibes con un saludo apurado, agarré a Belén de las mechas y me la llevé a la arrastra a la cama, donde me la cogí por adelante y por atrás con un consolador cuyo tamaño era similar al de la pija de José, el que cada vez que emergía de sus canales se lo hacía chupar ahogando sus pedidos de clemencia, su repentina disculpa o lo que fuese. ¡Cómo me la cogí esa noche, borrachita, oliendo a leche de machos al palo por esas lolas moreteadas por tantos pellizcos, bien culeadita por nuestros amigos!
No dudo de su amor, de su deseo carnal por mí ni de todo lo que nos profesamos mutuamente, pero aquella noche fue nuestra mejor cogida. ¡Nunca me había chupado la concha así, ni yo la había recorrido tanto con besos, lengüetazos moribundos y lamidas hasta por su ombligo!
Acabamos una y otra vez. Nos rozamos y penetramos con todo lo que encontrábamos, y nos fue imposible dormir porque queríamos cogernos a cada segundo. Nos despertamos a las 5 de la tarde, ella agotada y lista para ducharse, y yo dispuesta a cumplir su pedido por gratificarme viéndola coger con los chicos. Pronto debía dejarme garchar por sus primitas. Aún no sucede, pero estoy ansiosa por que mi nena me vea en acción.
Fin
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