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"Si creyera en algún dios rezaría para darle las gracias, pero prefiero ocuparme de Marga y su empapado coño"
Llevo casi un año follándome a Margarita, y desde hace dos meses me estoy tirando a Blanca, su única hija. Las cosas me han venido rodadas, me estoy poniendo ciego con dos tías buenas, calientes, a las que les gusta satisfacerse conmigo y darme placer. No puedo pedir más; bueno, sí, que la madre no se enfade demasiado cuando se entere de lo mío con Blanca —es muy capaz de cortar conmigo o de cortarme las pelotas— y que la hija sea discreta, tal y como es Marga respecto de nuestra amistad, fundamentalmente sexual.
Conozco a Margarita hará unos tres años, aunque apenas habíamos tenido trato. Trabajamos en la misma empresa y el último año y medio estamos juntos en la sección de Compras, desde el momento en que la trasladaron —su anterior jefe intentó tirársela, y como ella no quiso, estuvo un tiempo puteándola y acosándole más de la cuenta. A la empresa le vino de perlas, echó a un directivo que ganaba un pastón y además se pudo colgar la medallita de la lucha contra el mobbing— y pasó a ser una de las secretarias de esta unidad. Cuarenta y seis años bien llevados, mujer educada, quizás algo antipática en el trato hasta que tiene confianza, pero buena compañera muy eficiente en su trabajo.
No es guapa, frente despejada, nariz grande y la necesidad de utilizar gafas en todo momento no le permiten tener un rostro muy agraciado. Otra cosa es su cuerpo. Es una tía buena, follable al mil por cien, de estatura mediana, curvilínea, buenas piernas, muslos anchos, culazo estupendo, y, destacando sobre todo lo demás, sus grandes fabulosas tetas, que lejos de esconder, las muestra vistiéndose con vestidos ajustados, camisas desabrochadas o semitransparentes, escotes de todo tipo, en ocasiones verdaderamente atrevidos, yendo casi siempre sin sujetador en cuanto llega el calor veraniego. Un escándalo desde el hipócrita e interesado punto de vista masculino y de algunas mujeres, que la conceptúan como descarada, calientapollas y puta, aunque esto último nadie lo dice abiertamente. Es consciente de cómo los tíos hacemos lo imposible por asomarnos a sus escotes para ver sus excitantes pechos, pero ella siempre como si tal cosa, con la mayor naturalidad posible, cumpliendo en su trabajo y sin molestarse en darle importancia a posibles comentarios. Y contenta, mucho, le encanta ser centro de atención y de conversaciones de tipo sexual.
A mí me ha puesto dura la polla innumerables veces, y lo sigue haciendo ahora que somos amantes. La verdad es que Marga —así le llamamos todos— es exhibicionista, le excita saberse centro de las miradas, comentarios y deseos sexuales, al mismo tiempo que se permite despreciar en lo más íntimo de su ser a todos aquellos —en especial a las mujeres— que le critican por su forma de lucir su cuerpo, y, por supuesto, a aquellas que le envidian ese par de tetas cojonudas, que me atrevo a decir que son casi todas.
Me costó varios meses lograr tener la suficiente amistad, intimidad y familiaridad con ella como para poder tratar cualquier tema, en especial el sexo, aunque como ella dice: lo que más nos gusta a casi todos es el sexo oral, es decir, hablar de sexo. Nos llevamos bien, hablamos mucho, tomamos juntos café casi todos días a media mañana, comemos con un grupo de compañeros en un cercano mesón o en la cafetería de la empresa, y dado que vivimos por la misma zona, mutuamente nos acercamos en coche a nuestros respectivos domicilios. Nos hicimos amigos, y pasados unos meses en los que tonteamos bastante mientras ganábamos mutua confianza —tengo buena labia, tal y como ella me dice, así que intenté hacer realidad eso que algunos piensan: el punto G empieza en el oído de las mujeres— Marga me dijo que ya me consideraba como amigo con derecho a roce, lo que se tradujo en la posibilidad de, fuera del alcance de la vista de aquellos que nos conocen, besarnos y acariciarnos con bastante intensidad, aunque sin llegar a nada de nada en lo que se refiere a follar. Su coño es de su marido y el resto de sus agujeros, también. Nos dábamos el lote en el coche de camino a casa todos los días, pero pocas veces me enseñaba las tetas completamente desnudas, ni me permitía mamárselas como debe hacerse, ni me daba oportunidad de meterle la polla en el chocho o al menos masturbarle el clítoris, así que ¡la de pajas que me pude hacer en ese tiempo! Ella se iba a casa excitada, lista para follar con su marido y a mí se me estaba poniendo complejo de capullo salido, bueno, y también de gilipollas encoñado con una calientapollas.
Por suerte, la situación ha cambiado, de repente me dijo que se daba cuenta que no podía seguir comportándose de esa manera y tenerme así de salido. Dado que físicamente le gusto y nos tenemos cariño, pues ya ha llegado el momento de darnos placer los dos. Ha merecido la pena esperar a pesar de tener durante meses la polla como el mando de un Scalextric. Tiene un polvo cojonudo, acorde con su cuerpazo.
Margarita lleva casada con Alfonso cerca de treinta años. Según cuenta, fue su primer novio y es el único hombre con quien ha follado —hasta ahora— desde que se casaron siendo ella muy joven. Practicando y probando juntos aprendieron a disfrutar con el sexo, y descubrieron que el exhibicionismo descarado de la esposa les pone a ambos muy cachondos, así que Marga le cuenta a Alfonso cómo le ha ido el día, cómo se ha lucido ante otros hombres y cómo se ha excitado notándoles las ganas de follársela que les provoca, para terminar ambos echando un polvo o dándose gusto de manera tal que el marido suele llevar la iniciativa, dictando lo que hacen para excitarse y gozar.
Follan bastante —Marga me cuenta dónde y cuándo lo hacen, pero sin entrar casi nunca en detalles, algo que a mí sí me gustaría saber— y, a lo que parece, Alfonso tiene una polla no especialmente larga, sí muy gruesa, y verdaderamente resistente. Con su edad —cincuenta y cinco años va a cumplir el próximo mes— tiene mérito follar tres o cuatro veces por semana y echarle cada vez dos o tres polvos a la parienta, provocándole orgasmos largos y bien sentidos, tal y como habitualmente a ella le sucede.
Yo me llamo Román, tengo cuarenta y dos años —divorciado hace ya cuatro, sin hijos— alto, delgado y grande, musculado sin exagerar —visito un par de veces por semana el gimnasio y me machaco bastante, sudo a mares, y después los conocidos nos vamos de cañas— moreno de pelo y piel, ojos marrones, dicen que soy bien parecido, resulto simpático y, la verdad, siempre se me han dado bien las mujeres, demasiado según Luisa, mi exesposa. Quizás tenga que ver con el hecho de que me encanta que las hembras disfruten y gocen conmigo, además de que sepan valorar mi polla de veintidos centímetros y medio de largo, gruesa, con un diámetro medio de cinco centímetros, con un abultamiento de un centímetro más como a la mitad del tronco, de color tostado, recta, con un ancho capullo algo puntiagudo, testículos grandes y una poblada densa mata de negro, largo y ensortijado vello púbico, que durante años llevaba completamente rasurado porque a mi ex le encantaba hacerme mamadas y jugar con mis huevos. Eso sí que lo he echado de menos, no es fácil encontrar mujeres a las que guste practicar el sexo oral más que otra cosa. Bueno, ahora con Blanca quizás vaya a poder resarcirme, es una chupapollas vocacional cojonuda; la madre, algo menos, aunque reconoce que en ocasiones le pone tener la boca llena de mi polla —cuando se pone a la faena con ganas me corro cojonudamente, se lo sabe hacer— pero lo que prefiere sentir lleno es su coño. A sus órdenes, por supuesto.
Ahora mismo estoy muy cachondo. A la hora del café Marga me ha estado vacilando —tiene esa costumbre, es un componente más de su sexualidad, de su manera de excitarse— contándome que ayer a media tarde su marido le echó dos polvos casi seguidos y sin sacarla, pero ella, aunque tuvo una gratificante corrida, se quedó con ganas de juguetear algo más, no sólo de sentir la polla dentro, sino de guarrear un poco, de echarle algo de imaginación al asunto. Habían quedado para cenar con un grupo de amigos, así que no hubo tiempo para nada más, y a la hora de dormir, el exceso de copas ahogó cualquier posible iniciativa sexual.
Son poco más de las cinco de la tarde, Marga va conduciendo camino de mi casa, y yo no paro de acariciar suave pero intensamente sus fuertes muslos, casi totalmente al descubierto gracias a la minifalda vaquera que hoy lleva. La primavera ya está avanzada, y aunque no hace demasiado calor, las mujeres decretaron la caída del abrigo hace como una semana y, cada día un poco más, van luciendo sus apetecibles carnes. Intento subir la mano hacia su sexo mientras vamos hablando como si nada pasara. Juguetea conmigo cerrando los anchos y musculados muslos con fuerza para pillarme la mano y sujetarla durante unos instantes.
—Llevo o no llevo bragas, ¿tú qué crees?
Sé que las lleva de color negro, se las he visto —es una apasionada de la lencería, tiene una excitante gran colección que me va enseñando poco a poco— pero forma parte del juego impedirme tocar su coño durante un rato para cerciorarme si las lleva o no.
—A juego con el sujetador no van a ser, porque sé que te lo has quitado antes de ir al parking a por el coche. Por cierto, desabróchate la camisa, anda, quiero ver ya tus maravillas
Le gusta, joder si le gusta. Y se excita, como siempre que le demuestro lo mucho que ella me pone. Desabrocha todos los botones de la camisa azul Oxford que hoy lleva —durante todo el día ha estado con dos botones desabrochados, y al ser la camisa entallada, todos hemos podido ver el sujetador negro transparente con copas de balconette que llevaba puesto y el comienzo y algo más de su espectacular apretado y profundo canalillo. Tiene una expresión típica en su cara —los pequeños ojos marrones muy abiertos, brillantes, al igual que la recta boca de labios también amarronados, como si necesitara ver y respirar mucho más, prestando más atención, y sonriendo levemente, con un rictus cachondón— que sólo pone cuando ya está muy mojada.
El proceso de calentamiento de Marga puede parecer largo, pero siempre es más o menos el mismo. Antes de salir de casa y acercar a su marido hasta la estación de metro, Alfonso examina cómo va vestida y le hace comentarios que ya anticipan que van a follar cuando se vean por la noche.
—Vaya pinta de guarra que llevas. En tu oficina los tíos deben ser todos maricones, porque si no te violarían seis veces todos los días con lo buena que estás y lo calientapollas que eres. Te vas a enterar luego, so zorrón
Ella calla, sonríe y pasa la mañana en la oficina trabajando como si tal cosa, con expresión afable, supuestamente ajena a las interesadas miradas de muchos hombres y mujeres si ese día su atuendo es especialmente sexy o descarado, y esperando a la hora del café, que es el momento en el que podemos hablar con cierta confianza y tranquilidad.
—¿Has quedado con alguna mujer esta tarde?
Me hago el tonto, es lo que le gusta.
—No, ¿por qué lo dices?
—A lo mejor te apetece que estemos juntos un ratito en tu casa, pero si hay otra, yo me aparto, por supuesto, no quiero molestar
—Eres la que más me gusta, sabes que prefiero follar contigo antes que con cualquier otra
—Eso se lo dirás a todas. ¿Hace mucho que no quedas con tu ex?
Marga sabe que Luisa y yo alguna vez nos vemos, muy de vez en cuando, porque no le cuento ni la mitad de la mitad de las veces. Me lleva la cuenta rigurosamente.
—No. Ya hace semanas que no sé nada de ella
—Exactamente cinco semanas. Qué tonta, lo que se pierde, debe ser bastante fría para el sexo
—Como tú no es, desde luego
—Es lo que pasa con las rubias naturales que son muy guapas, que les falta calor en las venas. Te recojo nada más salir en la puerta norte del aparcamiento
Durante todo el rato me deja que me acerque a ella para, de manera muy disimulada —poniendo ambos cara de estar contándonos confidencias o teniendo una charla graciosa más que íntima— rozar con el dorso de la mano con la que sujeto la taza de café sus increíbles tetas, o pasar los dedos de la otra mano por el lateral de su cadera, intentando acercarme al culo, o poniendo ella su mano en mi pecho durante unos instantes, e incluso rozando accidentalmente mi paquete con uno de sus brazos o manos. Es bastante más baja que yo, así que tengo una perspectiva estupenda y me pongo ciego mirando sus escotes y, en ocasiones, bajo la cabeza y puedo posar los labios un instante en su cabello castaño oscuro, que casi siempre lleva al estilo pelo frito, medianamente largo, teñido en distintos tonos de rubio, con hebras rojizas, cobre, caoba.
—¿Me darás un capricho?
—No sé si te lo has ganado
—Antes de subir al coche quítate el sujetador, ¿vale?
Sonríe de manera beatífica, damos por terminado el café y esta fase de calentamiento, que me tiene ya con la polla algo más que morcillona, lo que permite a Marga gastarme, al oído, una de sus bromas habituales.
—Vaya, parece que te estás poniendo palote. Queda mucho para esta tarde, igual tienes que telefonear a tu ex a ver si viene a aliviarte con una de sus mamadas especiales
Desde que le conté a Marga las preferencias de Luisa y su habilidad en el sexo oral, no deja de lanzarme alguna que otra pullita al respecto. Si supiera que su hija Blanca también me come la polla de una manera excepcional… No quiero ni pensar lo que pueda pasar el día que se entere.
A la hora de comer hemos salido del edificio de la empresa con un grupo de compañeros y compañeras para comer en un mesón cercano en donde cocinan bien y a buen precio. Somos muchos, así que tenemos que cortarnos de hacer demostraciones de cariño o de deseo por mínimas que sean, aunque Marga está en su salsa sabiendo que todos los tíos del local están pendientes de los botones desabrochados de su camisa y de la minifalda vaquera. A mí me excita desde siempre que las mujeres lleven ropa vaquera, y Marga me da el capricho a menudo. Me sonríe discretamente, sabe que yo no pierdo detalle de ella.
Unos minutos antes de la hora de salida se detiene un momento en la puerta siempre abierta de mi despacho y me hace ver que va al aseo con su bolso, señal que se va a quitar el sujetador. Vuelve sonriente hablando con otra de las secretarias y ni me mira, pero veo que hace un gesto como para levantar las tetas, de manera que sé que ya va sin sostén, lo que es muy evidente. Yo me apresuro para estar rápidamente en la puerta norte del aparcamiento de la empresa. Tengo ganas de hembra, tengo ganas de Marga.
Ya no cierra los muslos con fuerza cuando intento tocarle el sexo. Se ha reído ante mi insinuación de que quizás debería quitarse las bragas antes de salir de la oficina cuando quedemos —sí, hombre, con lo que yo me mojo y lo cachonda que me pones con tus jueguecitos, voy a poner el asiento del coche asqueroso, y si siempre pongo una toalla, Alfonso va a darse cuenta— y sólo cuando se detiene en un semáforo esconde las desnudas tetas, más o menos, con la abierta camisa. Si me parece que desde otro coche han visto que luce sus grandes pechos, se lo tengo que decir, porque eso le encanta, da igual que sea o no verdad —a veces me invento que la han estado mirando— es otro elemento más que le pone todavía más cachonda, lo que provoca que de manera más o menos inconsciente dé suaves grititos, leves jadeos de excitación y ruiditos que parecen ronquidos. Se pone a mil.
En el garaje de mi casa estamos varios minutos besándonos guarramente, con mucha lengua y mucha saliva, recorriéndonos las encías y los dientes, chupando nuestras respectivas lenguas, apretando con los labios. Llega ya el momento de sus tetas, que no he dejado de acariciar suavemente en todo este rato, mientras sus manos se han entretenido en acariciar mi paquete por encima del pantalón. Apenas me deja mamarlas un minuto, la tentación de quedarnos dentro del coche es muy grande por su parte, dado que puede vernos cualquier vecino y eso le encanta, pero esta vez quiere que me la folle en la comodidad de mi cama.
Dentro del ascensor se muestra como una dócil muchachita a la que mamo sus pezones y acaricio el coño con intensidad, sin parar ni un momento, recreándome escuchando sus jadeos y grititos, oyendo como me empieza a insultar de manera casi callada, todavía en voz muy baja:
—Lo que me haces, cabrón, qué malo eres, cómo te aprovechas; me pones perra, muy perra
Palabra mágica, cuando Marga empieza a llamarse perra a sí misma es que está muy cachonda, mucho, mucho.
Nada más cerrar la puerta de mi casa me pide que me desnude por completo mientras ella hace lo mismo en apenas dos segundos.
—Te pasas de listo y aprovechado, te pones ciego con mis tetas, pero a mí no me dejas que te coma los pezones, con lo que me gustan
Es habitual que cuando ya está tremendamente cachonda, Marga tome una actitud más bien sumisa, en la manera de hablar —a pesar de los insultos y palabras malsonantes que pueda utilizar— en algunos gestos y en cederme la iniciativa prácticamente por completo. Sus quejas y lamentos no son más que una manera de pedir todo aquello que le pone, incluyendo el hecho de ser manejada con cierta dureza verbal.
—Ven mi perra, juega con mis pezones, vamos, como a ti y a mí nos gusta
Sube las manos hasta mis hombros y se agarra a ellos con fuerza, acerca la cabeza a mi pecho —siempre con los ojos cerrados, porque desde el momento que se quita las gafas apenas ve— y rápidamente comienza a lamer mis pezones, suavemente, con mucha saliva, pasando de uno a otro según le apetece, y dándome suaves golpecitos con su pubis a la altura de mí ya crecida polla. Yo suelo poner ambas manos en los carrillos de su culo, apretando lo suficiente como para que los dos seamos conscientes de nuestros sexos. Después de un minuto empieza a marcar levemente la mordida en los pezones, sin apretar demasiado, simplemente, haciéndome notar que los mordisquea.
—¿Eres mi perra?
—Sí, soy tu perra
Nada más hay que hablar. La llevo de la mano hasta la cama, se pone a cuatro patas con las rodillas juntas, muy cerca del borde del colchón, la cabeza doblada apoyando la mejilla sobre las sábanas y los brazos y manos también extendidos sobre la cama, en una posición de entrega total, destacando su culazo en forma de pera, grande, fuerte, deseable y los brillantes empapados gruesos labios del sexo, del mismo color marrón que los pezones, siempre rasurados, sin vello púbico.
Con la mano derecha dirijo la polla hacia la mojada entrada de su coño. Apenas un par de restregones por el exterior y empiezo a empujar, sin prisa, de manera constante, entrando sin dificultad alguna, escuchando los jadeos de la hembra, notando el chocho caliente, empapado, palpitante.
Un par de azotes sonoros en los duros glúteos la preparan para una follada de verdad.
—¿Quién eres?, eh, dímelo
—Soy tu perra, soy tu perra
—¿Nada más?
—Soy tu perra, soy tu puta
Llevo varios minutos dándole una follada rápida, constante, fuerte, profunda. Bien agarrado a sus caderas, por momentos mis dedos parecen garras que pellizcan el duro culo. El sonido de mi pubis al entrechocar con sus glúteos queda anulado por los jadeos y gritos que constantemente emite Marga en tono muy alto. Es una escandalosa que ni deja de hablar durante la follada ni permite que yo me esté callado.
—Cómo me gusta tu polla, sigue, sigue; no pares
—Zorra, esta noche vas a follar con el chocho resentido por mis pollazos
Eso le encanta. Que yo haga referencia a que después de estar conmigo su marido se la va a tirar, le pone en el disparadero de lograr su corrida.
Se coge las tetas con sus manos, se estira y aprieta los pezones con fuerza unas cuantas veces antes de llevar la mano derecha hasta el clítoris, acariciándolo arriba y abajo con dos dedos, en un recorrido muy corto, sin prisa, pero sin parar ni un momento.
Un grito largo, ronco, en voz muy alta, que dura muchos segundos, es la culminación de la follada cuando le llega el orgasmo. Me detengo —así me lo pide ella— pero no saco la polla del coño, y las paredes de la vagina me aprietan la tranca con sus espasmos, dándome pellizcos, la mayoría suaves y algunos más fuertes, que me llevan a correrme de manera larga y sentida. No me da tiempo a sacar la polla ni me apetece, así que le dejo la lechada dentro.
Marga sigue respirando con fuerza intentando recuperar el resuello cuando me tumbo a su lado, nos damos un suave beso en los labios y, es una costumbre que he cogido, bajo la cabeza hasta poder besar sus tetas —aún se mueven agitadas por la respiración— un par de veces.
No he hecho más que hablar todo el rato de las tetas de Marga, pero todavía no las he descrito. Es una cuarentona que ha sido madre una vez y le dio de mamar a su hija bastante tiempo, y según ella, eso fue lo que le hizo desarrollar esos pechos increíbles:
—Cuando me casé con dieciocho años apenas tenía pecho, usaba una talla pequeña de sujetador que realmente me sobraba, fue quedarme embarazada con veintidós años y empezaron a crecerme, mucho, de manera continua, sin dolores ni molestias de ningún tipo. Tras el parto y el periodo de lactancia, mis tetas eran ya como las ves. Un milagro, según el ateo de mi marido, pocas explicaciones por parte de los médicos, y una gran alegría para mí. Me encanta tener estas tetas, bueno, y a ti que yo las tenga, listillo
Sus pechos, mejor dicho, sus tetas —así suena mejor desde el punto de vista puramente sexual o así me lo parece— se puede decir, gráficamente, son como dos perfectos grandes flanes terminados en punta, o como dos anchos gruesos pitones que parecen estar sostenidos por hilos invisibles, desafiando las leyes de la Física, muy juntos, conformando un canalillo apretado, estrecho y profundo. Con la piel de un suave tono amarronado, sin marcas ni señales, turgentes, no demasiado altas, sin haber perdido la lozanía que sería propia de una mujer más joven —dice a menudo que sus pechos tienen veinticuatro años, la edad de su hija— con pezones largos y finos, de un marrón algo más oscuro, sin apenas areolas, que son como dos manchas difuminadas sin forma definida, levemente granuladas. Desnudas, las tetas se mueven ambas a la vez con un lento suave movimiento elástico apenas perceptible: adelante-atrás, arriba-abajo, derecha-izquierda. Ufff, verdaderamente hipnotico, impresionante y excitante, más todavía sabiendo que son muy sensibles y estimulan a Margarita sus ganas de follar.
Yo soy de la opinión de que cada mujer tiene sus propias tetas y hay que conformarse con ellas, es decir, me vale el tipo, la forma, el tamaño… de cada mujer que me follo, pero ante estas maravillas de la naturaleza sólo hay una manera de responder: la polla tiesa y dura, y a follar con la hembra.
Se podría decir que he hecho trampa. Apenas he contado nada acerca de que, a pesar de estar divorciados, mi ex y yo nos vemos de vez en cuando para follar, siempre a iniciativa suya, porque si de mí dependiera, sería más a menudo, la verdad sea dicha. No quedamos como enemigos tras el divorcio —nos quisimos mucho, pero nuestros caracteres eran como agua y aceite, excepto para el sexo— y pasado más de un año sin vernos y sin apenas hablar por teléfono, coincidimos en la boda de su hermana pequeña, y esa noche, de madrugada, follamos como locos. No paramos en todo el fin de semana en una habitación del mismo hotel en donde se celebró la boda. Por supuesto, nos seguimos teniendo confianza y aprecio —seis años de matrimonio dan para mucho a pesar de que no nos lleváramos bien— aunque yo no diría que ahora mismo seamos amigos del alma. Por suerte para mí —qué coño, también para ella— somos follamigos que se conocen bien y se dan mutuamente placer.
Luisa es una mujer guapa y llamativa. Muy alta, delgada, rubia de un espectacular tono dorado brillante en su abundante lisa melena, larga hasta media espalda y casi siempre sujeta en cola de caballo. Tiene unos bonitos finísimos rasgos en su rostro, de cutis siempre sutilmente moreno por el sol o los rayos UVA, con unos preciosos ojazos verde-amarillentos, resaltados por cejas y pestañas también doradas, labios rojizos, rectos y levemente gruesos, que sólo con verlos sabes que están hechos para comerse una polla. De cuello largo y elegante, sus pechos no son grandes, pero sí anchos, de forma casi triangular, aplastados, muy musculados, con cortos y gruesos pezones rosados situados dentro de una pequeña areola de forma desigual del mismo tono. La de horas y horas que pude pasar durante nuestro matrimonio mamando esos pezones. Qué gustazo sentirlos ponerse duros como cristal, lamerlos con la punta de la lengua, mordisquearlos suavemente… Los pezones de una mujer siempre han sido para mí especiales, fuente de excitación y placer.
Sin gota de grasa en su cuerpo —es su naturaleza, pero también es adicta al gimnasio, de hecho tiene junto con su hermana dos modernos locales de una conocida franquicia en zonas residenciales pijas de Madrid y otro recién inaugurado en un centro comercial de Tres Cantos— su sinuosa espalda termina en unas altas anchas caderas que engloban lo mejor de su cuerpo: un culo precioso, alto, grande, como una manzana de piel tersa, perfecta, dividida en dos por una estrechísima raja rosada, con el añadido erótico de mostrar dos bonitos hoyuelos de Venus. En su día me costó que me dejara penetrar su culo porque le daba miedo sentir dolor, pero verla en la cama puesta a cuatro patas, la cabeza humillada, apoyada sobre el colchón, separando sus musculados duros glúteos con las manos, enseñando el rosado, pequeño y apretado ano, es una imagen que hasta el día que me muera asociaré a tener mi polla más tiesa y dura que el mango de una pala.
Largas torneadas piernas y muslos estilizados, musculados, parecen dar protección a un pubis que tiene una abundante cantidad de vello púbico dorado, del mismo color que su cabello, que últimamente casi siempre lleva arreglado a la brasileña, con un cordoncillo de un par de dedos de ancho que le llega muy arriba, cerca del achinado ombligo. Los labios de su sexo resultan llamativos por el color tan rosado que tienen, son casi obscenos de lo descarados que se muestran. Es una mujer que acaba de entrar en la cuarentena, guapa, elegante como un cisne, con el cuerpo de una diosa moderna. No la supe conservar sentimentalmente, pero seguimos teniendo sexo siempre que ella lo solicita. Espero que dure.
Luisa no se corta un pelo en decirme que queda conmigo por mi polla. No ha encontrado otra que le guste comerse tanto como la mía, y a ello se pone con ganas cuando quedamos en su casa, siempre en fin de semana, lo que por otra parte me evita el problema de tener que elegir, dado que Margarita pasa los fines de semana con su marido.
Me conoce bien, así que cuando el sábado a la hora de la siesta me abre la puerta del gran piso que ha comprado al lado de uno de sus gimnasios, está completamente desnuda, salvo por unos zapatos negros de larguísimo afilado tacón y una ancha cinta de seda negra ajustada a su cuello.
—Pasa, semental. Te has retrasado, estoy cachonda, he estado a punto de telefonear a otro tío que te sustituya
—No te lo crees ni tú, cariño, esta polla es la que de verdad te gusta
Nada más cerrar la puerta me coge de la mano para que me acerque a ella —intento besar su boca, pero me rechaza; desde que volvimos a vernos nunca me ha vuelto a besar en la boca, como mucho en las mejillas a modo de saludo— y empieza a desnudarme con prisas, desperdigando la ropa por el suelo. Cuando estoy tal y como llegué al mundo, me coge de los huevos con su mano izquierda —es ambidiestra, mayoritariamente zurda— se gira, y me dirige dando leves tirones hacia uno de los dormitorios, en donde tiene encendida una televisión con pantalla gigante, con una película porno que acaba de comenzar. Su comportamiento hacia mí durante el sexo se ha hecho con el paso del tiempo más agresivo, no sólo verbalmente, reconociendo que le gusta culparme de nuestra separación y se pone cachonda demostrándomelo.
—Seguro que le has dado tu polla a muchas guarras estas últimas semanas
—Qué más quisiera yo, follo mucho menos de lo que me gustaría
—Cerdo, es lo único que quieres de las tías, que te den gusto
—Joder, tú también te lo montas con quien te da la gana
—Por supuesto, me tiro a algunos yogurines con un cuerpazo que alucino. A ti sólo te llamo cuando quiero mamar tu pollón o cuando me das pena porque estoy segura que metes demasiado poco por ahí; que soy buena persona, aunque no lo merezcas
Durante toda la conversación —siempre que nos vemos los prolegómenos son parecidos— ha estado acariciando mis testículos con intensidad, dándome algún que otro apretón algo fuerte y dirigiendo mi cabeza hacia sus tetas para que me ocupe de sus ya tiesos pezones. Para mí siguen siendo un manjar único.
La película porno, hasta ahora, muestra dos parejas que se lo montan de manera que son los hombres quienes llevan toda la iniciativa. Ellas y ellos son cuerpos de gimnasio perfectos, rubias oxigenadas y cabezas rapadas, los tíos lucen pollas tremendas que las hembras se complacen en lamer, chupar y mamar hasta la saciedad. A Luisa, de casados, no le gustaba especialmente el porno, pero de un tiempo a esta parte siempre pone películas mientras está conmigo.
—Ven, cabronazo, dame lo que me gusta
Se arrodilla en el suelo ante mí, sujeta con su mano izquierda mis bolas, que en ningún momento ha dejado de tocar, acariciar y apretar, con la derecha coge la tranca, que inmediatamente dirige hacia su boca abierta. Se la mete mirándome a los ojos, respirando fuerte por la nariz, haciendo ruiditos chascando con la lengua, como si estuviera tomando su bebida preferida, y rápidamente, tras darle al capullo media docena de lametones bien ensalivados, comienza un lento y corto sube-baja de la cabeza metiéndose tres cuartas partes de la polla, sobrepasando bastante la zona en la que tengo el engrosamiento del tronco y llegando muy profundamente en el interior de la boca, hacia su garganta. No deja de echar miradas hacia la televisión y parece apretar un poco más mis huevos, al mismo tiempo que comienza a deslizar un par de dedos de la mano derecha adelante y atrás del perineo, acercándose al ano por momentos, más aún después de meter sus dedos en mi boca, con cierta dureza, como si fuera un gesto de desprecio, para que los llene de saliva.
—Te voy a castigar, me excita hacerte maricón, que es lo que tú eres
Me obliga a abrir más las piernas, sigue arrodillada en el suelo sin dejar salir mi polla ni un momento de su boca ni soltar los huevos, a los que de vez en cuando aprieta con fuerza. Se sitúa de manera que tiene mejor acceso al culo, y tras pasar los dedos media docena de veces arriba y abajo de la raja, se las apaña para coger un frasco que contiene lubricante sexual que echa en buena cantidad sobre mi ano y en sus dedos. Con facilidad, apretando sin pausa y de manera continuada, mete primero uno de sus dedos, lo saca rápidamente y vuelve a meter juntos dos dedos —anular e índice— hasta el fondo, entrando y saliendo varias veces seguidas.
—Se te pone la polla más dura todavía, está claro que eres maricón
No sé si es de la película porno de dónde saca sus ideas, pero una de las rubias le está sodomizando a uno de los tíos con una polla negra de silicona de buen tamaño, sujeta en un arnés de cuero también negro, mientras la otra le come la polla al mismo tiempo que tiene el culo lleno por el pollón del otro tío.
—Te voy a comprar un consolador para darte por el culo, así disfrutarás como más te gusta
Lleva varios minutos comiéndome el capullo de esa manera maravillosa que sólo ella sabe, sigue penetrando mi culo adelante y atrás con dos o tres dedos, no sé, en un movimiento rápido y constante, acompasado con la mamada que me hace, no deja de acariciar y apretar mis huevos ni un momento. Estoy muy excitado, noto como me viene una especie de tsunami desde lo más profundo de mi columna vertebral, pasa por la próstata, llega a los testículos y desemboca en la polla, de manera que sin decirle nada a Luisa —me limito a sujetar su cabeza con mi mano para que no se pierda ni una gota— me corro de puta madre, lanzando muchos chorreones de semen que la mujer deja entrar en su boca, y cuando saco la polla totalmente impregnada de mi semen y su saliva, me enseña el denso líquido blanco, dándole vueltas con la lengua antes de tragarlo, con expresión de contento y alegría en sus preciosos ojos verdosos.
—Límpiame; despacito, suave
Lame el capullo y el tronco de mi rabo como una docena de veces, pasa la punta de la lengua por todo el glande, y tras sonreír, se levanta, apaga la televisión, se tumba boca arriba en la cama, cierra los ojos y comienza a acariciar su clítoris lentamente. Como siempre hago, me tumbo a su lado y en voz baja, tranquila, le hablo al oído:
—Mira que eres guarra, no hay ninguna tía en el mundo que sepa comer una polla tan bien como tú. Nunca he conocido a otra que trague tanto semen y tan a gusto. Eres una puta viciosa de la leche de hombre
Se corre en apenas dos minutos, en silencio, respirando fuerte, durante muchos segundos, sin abrir los ojos. Al acabar se da media vuelta en la cama y rápidamente queda dormida. Yo hago lo mismo, sabiendo que tras una breve siesta me ducharé y marcharé a casa hasta la siguiente vez que a Luisa le apetezca tragar semen. Rara vez me pide que la penetre, y hace mucho tiempo que no me da su culo.
En los próximos días se cumplirá un año desde que Marga y yo estamos follando. Le he comprado un conjunto venezolano de sujetador y braga de tamaño mínimo, simulando cuero negro, que no tapa nada de nada y todo lo deja al descubierto. También una pulsera de cuero, sencilla, con su nombre grabado en caracteres árabes. Nunca utiliza joyas, sólo el anillo de casada y a veces unos pendientes de oro que eran de su madre. Se lo doy en mi casa después de una buena follada. Se emociona, sonríe, me besa en los labios cariñosamente y acaricia mis mejillas.
—Eres un sentimental, cariño, y también un cabronazo ¿No había otra para tirarte que no fuera mi hija?
Lo sabe. Socorro.
—Somos buenas amigas, no sólo madre e hija, ¿te crees que no me lo iba a contar? ¿No pensabas decirme nada? ¿Quién crees que le contó que tienes un pollón de los que le gusta chupar?
—No sabía qué hacer, me daban miedo tus posibles reacciones
—Me debes conocer muy poco. Eres como todos los tíos, sólo piensas en tu polla. Lo sé hace muchas semanas y también conozco los fines de semana que habéis quedado en tu casa para follar
—Veras, Marga, es que...
—Calla no vayas a joder más el asunto. Le he dado muchas vueltas a la cabeza, conozco a mi hija, se cómo es y lo que le gusta ¿Por qué te crees que con catorce años la llevé al ginecólogo para que le recetaran pastillas anti-baby? Pero es mucho más lista que yo y no se implica sentimentalmente, simplemente tiene sexo, disfruta y no le da mayor importancia. No eres nada para ella salvo una polla que utilizar para lograr placer. Lo hemos hablado las dos varias veces, en un primer momento íbamos a dejarte, pero a nuestros coños nos gusta tu rabo, así que vamos a castigarte durante dos meses. No vamos a acostarnos contigo, y si después todavía nos gustas y tú nos deseas, ya veremos qué pasa. Gracias por el regalo, a mi marido le va a encantar cuando me lo ponga esta noche para él y le dé la mejor de las folladas
Lo del castigo ha sido cierto. Hace tres días se cumplieron dos meses desde que Marga me lo anunció, y durante estas ocho semanas ni ella ni su hija han querido saber nada de mí, ni cogerme el teléfono. A diario, en la oficina, la situación no ha sido demasiado incómoda, hemos guardado las apariencias tal y como habitualmente hacíamos, pero sin compartir ningún momento de especial intimidad o familiaridad, simplemente haciendo gala de un trato correcto, amistoso, pero no cariñoso. No me ha llevado en su coche a casa ni una sola vez.
Blanca, su hija, me telefoneó ayer para agradecerme la felicitación que le hice por e-mail en su veinticinco cumpleaños y preguntarme que tal me iba, y, cuanto lo siento, para pedirme que no la llame más. Se ha echado novio y parece que quieren ir en serio. Al despedirse me deseó mucha suerte con Margarita.
Mientras, Luisa tampoco me ha telefoneado más que en tres ocasiones, así que estoy verdaderamente salido y necesitado de sexo, por lo que a nadie le extrañará que haya intentado ligar con Yerri, la treintañera camarera paraguaya del mesón en donde comemos. Mujer simpática, guapetona, rubia, no muy alta y con un cuerpazo de pequeñas curvas muy bien puestas. Me llevo un corte de época:
—Román, soy amiga de Marga y se de vuestra situación. Mejor que te hagas unas cuantas pajas y cuando ella decida qué va a hacer, pues ya verás si lo retomáis o no
El viernes casi a la hora de salir Marga entra en el despacho, sonriente, melosa, con la cara de vacile que habitualmente me ponía cuando estábamos bien.
—¿Has traído coche?, el mío se lo lleva Alfonso porque se va el fin de semana de pesca con un par de clientes de su empresa ¿Me acercas a casa?
Por supuesto. Poco después de las cinco la recojo a la salida del parking. No voy a negar que un poco esperanzado por mi parte, por lo que pueda pasar.
—Tu intento con Yerri ha estado bien, está muy buena, pero no te enteras de nada, tío, es lesbiana. Su novia es Nines, la de Marketing ¿Cuándo fue la última vez que follaste?
—Desde que me castigaste, tres veces me ha llamado Luisa. Eso es todo.
—Pobrecito. Seguro que te estás matando a pajas. Vamos a tu casa. Trae la mano, hoy sí me he quitado las bragas antes de salir del trabajo, si se mancha el asiento, es tu coche
Si creyera en algún dios rezaría para darle las gracias, pero prefiero ocuparme de Marga y su empapado coño. ¡Por fin! Benditas sean las tetas.
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