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En medio de la desolación del páramo infernal, Belzeba –la hija del Diablo–, condenada por el Señor del Averno, es sometida a las sexuales torturas de una pareja de sádicos demonios.
La incandescente atmósfera parece a punto de hervir en el árido paisaje de los niveles inferiores del Infierno. El aire irrespirable adquiere densidad tóxica cuando las llamaradas de los cráteres lanzan su rastro de niebla sulfúrica. En medio de aquella torturada orografía destaca, improbable, una figura de inusitada belleza. Completamente desnuda, una mujer rubia de angelical belleza y anatomía perfecta soporta impasible el áspero e incandescente tacto de la negra Roca de la Devastación a la que se halla encadenada. De espaldas a la cortante superficie, con piernas y brazos extendidos, el generoso volumen de sus senos, firmes y rotundos, se mueve al compás de una respiración controlada pero tensa.
–¡He aquí a la gran Belzeba!
La mujer busca el origen de la voz y ve aproximarse a una pareja de demonios.
–Qué honor hallarnos a los pies de la hija de Satanás. Los simples demonios no siempre tenemos la posibilidad de codearnos con una princesa infernal.
–Baalzephon, el Gran Sodomizador –le reconoce la prisionera–. ¿No es suficiente mi condena que debo soportar tu falta de ingenio?
–Vaya, vaya. Veo que aún no se te han bajado esos humos, ¿eh? Quizá debamos ayudar a corregir tus problemas de actitud.
El látigo de innumerables colas chasquea en su mano con eco metálico, dejando en la piel de Belzeba, blanca como el alabastro, un rastro de largas y finas huellas de sangre. El demonio repite sus golpes, castigando senos, abdomen, pubis, ingles y muslos. El cuerpo de la hija del Diablo se retuerce con cada sacudida, pero de su boca apenas escapa algún ahogado gemido.
–No hay duda de quién es hija –comenta Alouqua, fascinada por el espectáculo–. Antes se dejará arrancar la piel que darte el placer de mostrar sufrimiento.
–¿Sí? –Responde él– Pues quizá deba cambiar el dolor por la humillación. Eso me aportará doble placer.
El demonio aparta el látigo y se aproxima a Belzeba, quien le observa con mirada plena de furia contenida. Las manos de él, grandes y velludas, se posan sobre los pechos y comienzan a estrujarlos.
–Hace mucho que deseaba tocar tus perfectas tetas.
–No lo dudo.
Baalzephon no responde a la provocación, pero sus largas uñas se clavan en la jugosa carne de aquellos senos que parecen desafiar la ley de la gravedad. El rostro de ella se crispa y clava su mirada en la del demonio cuando éste aprieta con fuerza los pezones, retorciéndolos hasta casi arrancarlos. Después sus manos descienden por el cuerpo de Belzeba disfrutando de cada centímetro de piel, hasta alcanzar el sedoso y dorado pubis, cuyos rojizos destellos se asemejan a una llamarada que emergiera entre sus piernas. La garra se desliza a continuación sobre el pene flácido y sujeta los testículos, elevándolos para descubrir tras ellos la vagina que se abre en la zona del perineo.
–¡Ah! –Exclama lascivo el demonio– ¡El sexo bífido de la hija del Diablo! Un manjar que sólo los más privilegiados han podido disfrutar.
Abre los labios y su lengua explora el interior del coño. Con habilidad estimula el clítoris, lo que induce el inicio de una erección en la polla de Belzeba. Sin dejar de lamer la vulva, Baalzephon sujeta la verga y comienza a masturbarla hasta lograr dejarla dura como una barra de hierro, mientras la agitada respiración delata el grado de excitación alcanzado por la hija de Lucifer.
–¡Mira como le gusta a la zorra! –Alouqua se burla mientras ella misma se masturba con la punta de la larga y sinuosa cola que nace en su coxis.
–Sí –contesta Baalzephon–. Ahora sí reaccionas a mis caricias, ¿eh querida?
El demonio se yergue hasta situar su rostro, de color rojo incandescente y ojos amarillos como el oro, frente al de Belzeba. Posa su boca sobre los carnosos labios de ella y le besa con apasionada lascivia. Entonces, profiriendo un alarido de dolor, intenta apartarse, pero los dientes de ella clavados en su lengua se lo impiden.
–¡Eh, puta! ¡Suéltalo!
Obedeciendo la orden de Alouqua libera la lengua, que empapa de sangre la boca del demonio.
–¡Hija de puta! ¡Te voy a destrozar por…!
El cabezazo que Belzeba lanza contra su nariz le impide acabar la frase, cayendo al suelo casi inconsciente. Alouqua se lanza hacia la mujer encadenada y golpea su cara con fuerza, varias veces, alternando la palma y el dorso de la mano.
–¡Golpeas aún con menos fuerza que el marica de tu amigo! –Dice Belzeba lamiendo la sangre de la herida de su labio–. No sé qué utilidad encuentra mi padre en vosotros.
–¡Puta!
La enfurecida diablesa le inmoviliza agarrándola por el cuello, mientras su otra mano desciende hasta sus testículos, apretándolos con fuerza.
–¡Puerca! –El insulto de Belzeba es apenas un gemido de dolor–. ¡Haré que me la chupes antes de reventarte el culo, y después te arrancaré las tetas con mis propias manos!
–Cuando acabe contigo –responde la diablesa– no tendrás nada que se pueda chupar, “princesa”.
Al decir esto Alouqua aprieta aún con más fuerza los cojones, clavándole sus largas uñas, y sólo las cadenas que le sujetan impiden que Belzeba se doble sobre sí misma por el insoportable dolor.
–¡Basta! –Ordena Baalzephon incorporándose del suelo– ¡Es mía! ¡Voy a reventarle el culo a esta cabrona!
El demonio se acerca fijando en la prisionera una furiosa mirada y comienza a abrir sus argollas.
–Cuidado –advierte Alouqua–. Sabes lo peligrosa que es.
–No te preocupes, querida. Voy a domar a esta yegua salvaje. Cuando acabe será dócil como un corderito.
Tras liberar muñecas y tobillos Baalzephon lanza un fuerte puñetazo contra la boca del estómago de Belzeba, dejándola sin aliento y haciéndole caer al suelo.
–Muy bien, señora. Vas a tener el placer de comprobar porqué me he ganado un nombre en el ejército infernal.
Obligándola a colocarse a cuatro patas el demonio se sitúa detrás de ella, pone su larga y gruesa verga de color rojo contra el ano y empuja sin piedad. Belzeba no puede evitar lanzar un grito, lo que sobreexcita a Baalzephon.
–¡Sí, eso es! Duele ¿verdad? No te preocupes. A las putas como tú siempre les acaba gustando.
El hinchado y venoso miembro logra introducirse por completo en el esfínter, hasta que su base choca contra el anillo de carne, dilatado de forma sobrehumana. Belzeba intenta resistirse pero el Empalador la sujeta con fuerza y empuja su cabeza hasta pegarla contra el suelo. Entonces comienza a embestir con fuerza, disfrutando sádicamente de los gemidos de dolor de Belzeba, mezclados con el pegajoso sonido de los grandes y sudorosos cojones del demonio golpeando contra los huevos de ella.
Belzeba, excitada pese a todo, siente como su pene inicia una erección que no pasa desapercibida a Alouqua.
–¡Será guarra! La muy cerda se está poniendo cachonda.
–Te lo dije –contesta Baalzephon exultante.
La diablesa se sitúa entonces ante la hija de Lucifer, le agarra por la rubia cabellera que refulge revuelta como una llamarada, y le coloca el rostro en su entrepierna.
–¡Vamos! ¡Cómetelo!
Belzeba aproxima sus labios a la excitada abertura atravesada por numerosos piercings e introduce su lengua entre los húmedos pliegues. Busca el botón del clítoris y lo lame con maestría, logrando un ronroneante gemido de placer de Alouqua. Ambos demonios, arrastrados por el placer, aproximan sus rostros y comienzan a besarse libidinosamente, enroscando sus largas, finas y bífidas lenguas. Ensimismados en sus sensaciones no se percatan de cómo Belzeba se contorsiona sigilosamente hasta lograr alcanzar con su mano los testículos de Baalzephon, los cuales danzan como aldabas al son de las acometidas de su dueño. Con un gesto los aprieta con fuerza, provocando un gruñido de dolor en el demonio. Antes de que pueda reaccionar Belzeba clava sus dientes en los labios vaginales de Alouqua, y cuando ésta intenta apartarse golpea su coño con la frente haciéndole caer inconsciente.
–¡Sácamela! –Ordena a Baalzephon clavando sus dedos en la bolsa testicular.
Él obedece extrayendo su polla aún erecta del ano de Belzeba, manteniéndose a duras penas en pie por el dolor.
–¡Maldita cerda! –Protesta– ¡Te cortaré la polla por esto y te la haré tragar!
–No me digas. Pues por lo dura que la tienes yo diría que te está gustando. Quizás deba darte un poco más.
La mano de Belzeba se abre un instante antes de que su rodilla se estrelle con fuerza contra el paquete genital. Baalzephon se dobla sobre sí mismo, quedando de rodillas, con las manos sujetando sus pelotas. Sin darle tiempo a tomar resuello Belzeba da un paso atrás, calcula fuerza y distancia, bascula y lanza una patada aplastando la polla del demonio contra su propio abdomen. Sin aire para emitir siquiera un quejido cae despacio, como a cámara lenta, acabando en el suelo en posición fetal. Belzeba se arrodilla junto a él, aparta las manos del demonio y vuelve a agarrarle los testículos.
–Tenías razón. Has logrado ponerme cachonda.
Sus dedos estrujan de nuevo los huevos del demonio como si fueran dos frutas maduras, mientras con su otra mano comienza a masturbarse.
–Basta –balbucea él con un hilo de voz.
–Vamos, vamos –se burla ella–. Tú eres el gran Baalzephon, el capitán de los Centinelas del Infierno. No puedes lloriquear como una novicia desvirgada.
En un desesperado esfuerzo de rebelión el demonio intenta atrapar a Belzeba con sus manos, pero ésta se adelanta estrujándole los testículos.
–¡Ni se te ocurra, o te arranco tus ridículas pelotas! Ahora abre la boca.
Baalzephon, remiso, obedece finalmente ante el insoportable dolor. Belzeba aproxima entonces su polla y acelera la cadencia de su masaje hasta lograr eyacular, lanzando un abundante chorro de esperma a la cara del demonio, quien recibe con desagrado la leche que entra en su boca. Tras apurar el orgasmo suelta la presa de los testículos del demonio, que, aún crispado por el sufrimiento, se agarra el pene –que no había perdido la erección en ningún momento– y se masturba compulsivamente hasta lograr una vertiginosa y violenta eyaculación, antes de perder el conocimiento.
–No me des las gracias por la corrida –le dice sardónica Belzeba, antes de dirigirse hacia Alouqua, que permanece tendida e inconsciente.
Se arrodilla a sus espaldas y le abre las jugosas nalgas. Se moja el dedo en el semen que mana de su uretra y le acaricia el ano, lubricándolo. Acto seguido eleva los glúteosv agarrando a la diablesa por las caderas y le inserta la polla, aun enhiesta, de un solo golpe, sin contemplaciones. Alouqua despierta de súbito, con un grito de dolor.
–Bienvenida de nuevo, hermosa –dice Belzeba, sonriéndose–. No pensarías que me iba a olvidar de ti, ¿verdad?
Bombea con toda la fuerza de sus caderas, haciendo balancear sus imberbes testículos al tiempo que la excitación le empapa el coño que late tras la bolsa escrotal. El flujo vaginal se desliza hacia abajo por sus muslos.
–¡Puta, cerda de mierda! –Grita Alouqua– ¡Me estás destrozando!
–¡Oh, vamos! No me digas que no te gusta. Yo lo estoy disfrutando de veras.
Sumamente excitada, con sus pezones erectos como escarpias que apuntaran hacia el incandescente horizonte, la princesa del Infierno disfruta de la visión del largo tatuaje que recorre la columna vertebral de Alouqua, retorciéndose como una serpiente al ritmo de sus embestidas. Finalmente, el orgasmo vuelve a asaltarla.
–¡Ah, joder! ¡Mira esto! ¡Voy a correrme otra vez! ¡Tómalo todo, puta!
A la vez que descarga un nuevo chorro de abúndate leche dentro de la gruta de Alouqua, se lleva la mano al coño para masturbarse con pasión, logrando un orgasmo vaginal simultáneo al que hace vibrar su polla.
–Mmm… Os agradezco sinceramente este rato.
–¡Basta! –Oye la voz quebrada de Baalzephon a su espalda.
El demonio se yergue con dificultad, agarrándose con la mano los genitales. La sombra de su cornamenta le oscurece la mirada.
–Hemos de irnos –continúa, elevando la mano para mostrar el gran anillo que luce y que le identifica como uno de los lugartenientes del ejército de Satanás–: tu padre aguarda.
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