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Desde siempre las mañanas del domingo fueron para dormir y eso fue lo hicieron durante buena parte de la mañana de aquel día de descanso. Cuando se despertó desnudo sobre la alfombra pudo sentir la piel cálida de su amante, la conciencia aún no se había apoderado de él cuando empezó a acariciar el cuerpo del que tanto había disfrutad la noche anterior; sus manos rozaban el suave vientre de la mujer, deteniéndose a jugar con el ombligo y subiendo hasta sus senos que movían al ritmo e su respiración; sus manos siguieron su recorrido hasta culminar en los labios a lo que Conchi respondió con un suave mordisco en uno de los dedos de Carlos. Se habían despertado los dos amantes, se miraron y se fundieron en un cálido beso, sus bocas se humedecían con la lengua del otro y sus manos recorrían los cuerpos ajenos intentando recordar los paraísos en los que se habían parado la noche anterior.
El falo de Carlos reacciona a la excitación y desafiante se abre paso entre los dos cuerpos. A Conchi no le pasó inadvertido y bajó su mano asiéndolo por la punta y descolgándose, dejando al descubierto la brillante cabeza que pronto volvió a estar oculta por sus caricias. La pasión inundaba la habitación, el calor abandonaba el cuerpo de uno para avivar el deseo del otro. Los movimientos eran cada vez más bruscos y compulsivos; los dos estaban perdiendo el control y dejándose llevar al profundo pozo del placer.
Una vez más volvió a resonar por la habitación, ahora en matinal figura, Carmen. Una gigantesca camiseta la cubría hasta los muslos, dejando al descubierto sus piernas tersas y prietas por la juventud. Bajo la tela se adivinaban sus senos, moldeados a la perfección a pesar de no llevar sujetador.
La llamada de atención por parte de la veinteañera hizo que los dos amantes atenuaran el juego. Conchi se levantó del suelo y desnuda como estaba se dirigió a la joven.
-Buenos días cariño.- Le dijo después de darle un fraternal beso en los labios.
-Te presento a mi hija.- Sus palabras retumbaron en cada rincón de Carlos dejándolo tan sorprendido que solo logró balbucear unos "Buenos días" a los que Carmen respondió con una sonrisa picara.
Las dos mujeres desaparecieron tras el marco de la puerta dejando a Carlos desnudo y tendido sobre la gran alfombra del salón. Desorientado y neófito en la casa se acercó a la puerta buscándole rastro de las mujeres. Sus voces le llevaron hasta el final del pasillo. Cuando el cuerpo desnudo de Carlos se asomó al baño donde se encontraban madre e hija, estas dos cesaron con sus risas manteniendo aún una sonrisa de complicidad entre las dos.
Carmen optó por dejarles solos y le pidió paso a Carlos que estaba atrancando la puerta, él se apartó pero no lo suficiente ya que el apetecible culo de la joven rozó suavemente el inerme falo de Carlos.
-Será mejor que te bañes tú primero.- Dijo Conchi acercándose a su amante para propinarle una sonora palmada en el atlético culo del joven.- Yo iré por el albornoz.
Carlos cerró la puerta después de que su amante abandonara el cuarto y se percató de que no tenía pestillo. La bañera estaba llena, cerró el grifo y se acomodó en el agua intentando reflexionar sobre todo lo que había pasado. Comenzó a acariciar su cuerpo con el agua caliente y la esponja cuando la anfitriona regresó con el albornoz. Se había puesto una fina bata estampada, llegaba solo hasta los muslos y dejando al descubierto sus largas piernas, estaba cerrado formando un generoso escote; Carlos no sabía donde acababa la piel y empezaban las transparencias de la ligera tela que la envolvía.
Conchi dejo el albornoz y se acercó a la tina, comenzó a jugar con el agua mientras comentaba con él lo lúdica que había sido la noche anterior. Ella fue abandonando las caricias al agua para depositarlas sobre la suave piel de su amante, ayudándole a enjabonar su cuerpo tierno y terso por la juventud, las caricias subieron por los pectorales rígidos por el deporte y bajaron por sus musculosos brazos. La atmósfera volvía a adquirir ese sabor lascivo y sexual que los había acompañado en la cópula. Las manos de ella recorrieron entonces el falo. Con suaves movimientos dejo al capullo libre del prepucio, con maestría enjabonó la prohibida arruga produciéndole desbordantes gemidos de placer a su propietario.
Mientras la madre se entretenía en tan impúdica parte la hija arrimó a la habitación para depositar un montón de ropa en una gran bolsa de tela que se escondía tras la puerta del baño. Como si no viese nadie más en los alrededores se despojo también de las braguitas que se escondían bajo la gigantesca camiseta. Carlos no pudo sacar los ojos de los movimientos de la muchacha y ya no sabía si su excitación se debía a las caricias de la madre o a la suave prenda de algodón que se deslizaba por las fornidas piernas de la hija.
Carme arrojó la última prenda a la bolsa y se dirigió a los amantes anunciándole que el desayuno ya estaba y volvió a irse tan ausente como había entrado.
Conchi le acercó la toalla a Carlos y se dispuso a secarlo, primero el cabello, el torso, los brazos, puso especial esmero en el pene que aún se encontraba rígido. Le puso la bata y le invitó a desayunar mientras ella se terminaba de bañar. Carlos deambuló por la casa hasta encontrar la cocina y en ella a Carmen, radiante, fresca, joven y sin ropa interior, solo con una gigantesca camiseta. Se sentó en la mesa y siguió con la mirada los movimientos de la muchacha disfrutando sus encantos cuando esta se agachaba o estiraba. Su pene se había vuelto a poner como un mástil y sin que él se diera cuenta se asomo entre los cierres de la bata. Carmen lo vio y deslizó su lengua sobre los labios, relamiéndose, golosa del megalito que asomaba entre el nudo americano.
-Pareces madrugador.- Dijo la joven mientras señalaba la rigidez de su invitado, éste enrojeció al darse cuenta de su exhibición y se tapó tan rápido como pudo.
-Tranquilo, en esta casa no nos escandalizamos.- Dijo mientras ponía los últimos platos de desayuno en la mesa.
Carlos no le sacaba ojo, su mente traviesa imaginaba el cuerpo de la veiteañera desnudo y recibiendo a sus caricias. En esto Carmen se agachó para coger alguna cosa y ofreció panorámico su culo para el disfrute del muchacho. Sofocado por la visión se le nubló la mente y abrió inconsciente las piernas volviendo a ver la luz el icono de su sed de sexo.
Carmen, sabiéndose escaparate de la lujuria de Carlos se giró y miró a los ojos nublados e idos. Pareció descubrir lo que pasaba por su cabeza, se acercó a él, lo abrazó y se sentó en sus piernas, rozando sus nalgas contra el miembro. Le propinó un morreo como queriéndole devorar la lengua.
Cuando sus bocas se separaron le preguntó "¿Puedo jugar con el caramelo de mamá?". Carlos no respondió, no hizo falta, la chica se deslizó hasta arrodillarse en frente al palo de Carlos.
Comenzó a lamerlo, desde la base de los testículos hasta el glande, mientras le abría más la bata. Jugó con sus testículos, lamiéndolos, chupándolos, mordiéndolos, Carlos enloquecía del placer y se agarraba a la silla, sumiso ante tanto éxtasis. Había sido alineado por los labios de Carmen.
El ritmo aumento, ella se ayudaba de las manos para conseguir un movimiento frenético, manos y cabeza se movían a gran velocidad para no dejar de rozar el glande, incluso cuando éste salía de la boca por la violencia de los movimientos.
Carlos no pudo aguantar más y le avisó de su próxima eyaculación. Carmen no hizo caso de sus avisos y siguió mamando el dulce manjar del deseo.
Como violento Vesubio, Carlos erupcionó ardientes borbotones de lava en la boca de Carmen, ella tragaba todo lo que podía pero la lefa rebosaba y caía sobre su camiseta.
Cuando Carlos se desentumeció del orgasmo y se relajó pudo oír la voz de Canchi, la madre lo había visto todo y un gélido escalofrío recorrió la espalda del exhausto muchacho.
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