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Categoría: Primera Vez

Bego

Siento que ahora que he cruzado el equinoccio de mi vida e intuyo algo así como un frío invierno que se aproxima es el momento de hablar. Es quizás por ello que me haya animado a tomar papel y pluma para dejar constancia de una mujer extraordinaria que dejó patas arriba toda mi vida.
De las mujeres que conocí antes y después de Begoña podría hablar maravillas, y de no haberla conocido a ella, seguramente yo me sentiría un hombre satisfecho de su suerte. Pero Bego se cruzó en mi camino y el mundo cambió.
Era una chica alta, delgada, con pechos de chiquilla, un culo proporcionado, apetecible, y una personalidad rebosante de vitalidad. La verdad es que era preciosa, os hablaría sobre todo de sus labios, que podía estar besando durante horas y hora y de una singularidad de su cuerpo, tenía unos pezones enormes, desarrolladísimos, apetitosos ( acariciables durante horas, días o semanas enteras).
Para mi desgracia, tenía veintidós añitos y una educación católica bien aprendida, grabada al fuego. Empezamos a salir y por Dios que lo intenté todo para llevármela a la cama, pero siempre se me escurría entre los dedos, no conseguía pasar de unos besos en el portal de su casa. Fue una época dura porque ella jamás llevaba sujetador y poner la mano en la cintura de semejante potencial sin poder hacer nada me consumía por dentro.
Cuando hablábamos Begoña me decía que entendía mi necesidad, pero que la habían educado para llegar virgen al altar y aquel principio era innegociable en su vida. Luego me sonreía y me regalaba un beso con aquellos labios perfectos.
Decidí que si las técnicas clásicas no funcionaban, dedicaría todo mi tiempo a minar aquellos cimientos con el arma que yo mejor dominaba, la paciencia.
Las noches se empezaron a alargar en el portal de su casa, besos, caricias.. Poco a poco mis manos fueron encontrando caminos por debajo de su ropa. Dos años tardé en poder acariciar aquellos lindos pechos, otro año más en saborearlos. Recuerdo que al hacerlo se enfado y se escapó a su casa, pero no os confundáis, una vez acariciados era terreno conquistado y cuando conseguías llegar una vez, tenías la puerta abierta para siempre.
Mi siguiente reto fue su entrepierna, una noche, después de un calentón de mil demonios: caricias de dos o tres horas, noté que era todo gemidos entre mis brazos, entonces me cargué de valor, deslicé una mano hacía abajo y cogí su precioso coño virgen.
Se separó de mi como por un resorte, la noté confundida, muy nerviosa, indignada, pero demasiado excitada como para negar que le hubiese gustado. Me dijo que no podía hablar y se fue corriendo. Fue una gran noche de verano.
Estuvo sin hablarme varios días, cuando lo hizo me obligó a jurar que jamás volvería a acariciarla allí. Pero ya sabéis, de los juramentos de los amantes se ríe la luna llena (a carcajadas). Poco a poco comencé a explorar aquel trocito de paraíso. Al principio, con mil dificultades, después como amo de aquella entrepierna.
He de confesaros que aquella chica me tenía loco, por un lado su educación, sus creencias, la obligaban a mantenerme a raya. Era como su parte racional intentando dominar su cuerpo. Por otro lado, sus labios, sus espigados pezones y aquel coño que se humedecía con mis caricias como nunca jamás he visto otro igual, me permitían contemplar una increíble lucha entre su moral y su deseo del que yo era culpable, orgullosamente culpable. Tendríais que haber visto lo que vieron mis ojos aquella noches. Sus profundos gemidos, mientras quería retirar mi mano. Mi lengua recorriendo mi cuello, al tiempo que intentaba detener su propia boca. Fue mi cielo en la tierra.
Perdió su virginidad una noche de primavera. Estábamos en un piso alquilado en la playa. Se escuchaba el Mediterráneo. La había desnudado en el sofá cuando me susurró que le hiciese el amor. Me dijo “hazme el amor” y fui testigo de como caía su última defensa.
La lleve en brazos a la cama y la penetré con las ganas acumuladas de tantos años. Me hundí en ella con el placer de derrotar a toda aquella mojigatería mental que tanto me había fastidiado. Fue un gran polvo, el más luchado de toda mi vida y he de confesaros que con cada empujón disfruté de su cuerpo, de su boca, de sus lagrimas y sobre todo, cuando me corrí, disfrute eyaculando cada gota de semen mientras sentía como caía la torre más alta.
Begoña, nunca he vuelto a experimentar algo así.
Datos del Relato
  • Autor: Camaleón
  • Código: 3859
  • Fecha: 08-08-2003
  • Categoría: Primera Vez
  • Media: 5.94
  • Votos: 85
  • Envios: 2
  • Lecturas: 1542
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Joker
invitado-Joker 08-08-2003 00:00:00

muy sincero, veo que es una historia real. Espero que no te quedars muy tocado. En fin, que me ha gustado.

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