Ahora de vuelta otra vez te apropias de la casualidad para justificar los encuentros, en tal forma que puedas envolver su imagen y tallarla en la cavidad de la conciencia; cuando te alejas le sigues adorando con fervor desmesurado hasta que el sopor de la noche te vence.
Empiezas a creer que le mereces, nadie por legado sería tan capaz de poseerle como tú, si tú que has tropezado con lo común de aquella personalidad: recreandola en la sigularidad que solo se le otorga a los dioses.
Tantos son los que existirán a su alrededor sin la posibilidad de intuir que en la perfección de sus muslos separados se contruye la huida de los mortales hacia infinita colonia de las pasiones.
Nadie debe cuestionar tu derecho, o ultrajar por un capricho lo que es imprescindible para tu alma.
Eres un heróe, le has salvado de la precipitación hacia la indiferencia del pasado.
Los pliegues de sus labios arrebatando el pudor de tu carne, o las arrugas que delínean suavemente los ojos abiertos como nueces; la fisionomia que ha gestado su juventud;
¡Todo es tuyo!
Y ningún ser te robara lo que has ganado, lo que tú inventaste esa mañana...
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