Solía tomar todas las noches un café en el bar Isolde. Lo atendía Rubén, un joven de veinte años, pequeño, delgado, pero con bellísimos y gruesos labios. Sabía la edad exacta. Una noche encontré atendiendo a su patrón, que por la noche no estaba nunca. Me dijo que le había dado el día libre, por su cumpleaños. Conforme me fui convirtiendo en un cliente habitual, creí percibir que su atención rebasaba lo habitual con otros parroquianos. La forma en que fijaba sus ojos al atenderme, cierta formalidad no habitual en los jóvenes, cierto miedo y deseo. Pero rapidamente me decía que eran fantasías. Mi separación era reciente, en más de una ocasión había venido aquí con Manuel, con quien jugábamos con la idea de si los demás notarían nuestro verdadero vínvulo. me había dejado por un chico......de la edad de Rubén. Otras veces, pensaba que podía haber cierta intecionalidad en los gestos del mozo......pero con la diferencia de edad, el problema podía ser que sólo le interesara ganarse unos pesos extra. No creía que le pagaran demasiado en aquel bar. Solía ser, por las noches, el últimos de los clientes en irse. ya sabía yo que cosas quería alentar. Una de las tantas noches, en que me había abstraído en las imágenes del otro lado de la vidriera, y que en realidad no veía, sino que eran meras proyecciones de mi interior, tuve la vaga sensación de que otros clientes entraban al bar. Eso me amargó, porque me gustaba ser el único. más profundamente me abstraje. Sentí que me tocaban. ¿Me había quedado demasiado?¿Era hora de cerrar? pero eso era imposible. Me volví para encontrarme con un tipo encapuchado, que me apuntaba con un arma. -Pasá para el fondo. Junto a Rubén, que demudado abría la caja, había otros tres ladrones. Nos miramos, abrí la boca, no dije nada. Me pareció mejor obedecer, quizás al no ofrecer resistencia, la cosa no pasara a mayores. Casi al momento, Rubén seguido de los otros tres encapuchados, estuvo a mi lado. -Desnúdense- dijo uno de ellos. No quise entender. -¿Escucharon? En pelotas, vamos. Rubén miró con odio al que había hablado, mientras los otros se reían. Y comenzó. No quedaba más remedio....al parecer. Primero pensé: cuando nos hayan sacado todo nos matan. Después me preocupó otra cosa. Con los años había perdido la línea, cosa que lograba ocultar con ropa holgada. Rubén dejó a la vista un cuerpo magro pero formado, un culito hermoso. Pensé con pudor en mi abdomen algo abultado, en mi piel muy blanca. Los ladrones abrieron una puerta baja, una suerte de bajo escalera. Sacaron unas escobas, otros artículos de limpieza y nos hicieron entrar. Cerraron con llave. los oímos deambular un rato más. Luego, la luz que se filtraba por debajo de la puerta, se apagó. -Me imagino que es inútil llamar a nadie. -Mi patrón viene todas las noches por la recaudación. Usted nunca lo ve, porque se va antes de que el llegue.....pero para eso faltan, fácil, dos horas. Practicamente en ese recoveco no había lugar más que para nosotros. Nos habíamos quedado frente a frente, cuidando no tocarnos, cosa más o menos posible mientras estabmos paralizados por el miedo. Por un momento pensé que iba a hacer frío en aquel recoveco. -Pensé que ibamos a tener frío. -Esto siempre se recalienta. la cocina está al otro lado, siempre encendida. Si la situación me había producido una morbosa inquietud, esto terminó por excitarme. Al elevarse mi pìja, había rozado a Rubén. ¿Se había dado cuenta de lo que sucedía o no? Escuché una exhalación. Y creí sentir algo que también me rozaba. Busqué moverme para que, pareciendo algo casual, se tocaran nuestros rostros. Adelanté la cara y me encontré con su boca. retrocedí, pero fue el quien avanzó. Nos besamos. Lenta, calientemente. El tenía una erección prodigiosa. Comenzamos a tocarnos y frotarnos. tomé su miembro entre mis manos, el hizo los propio con el mío, y nos masturbamos desesperadamente. Acabamos al unísono, a los gritos. Nos abrazamos e intentamos calmarnos. Nos quedamos así, por un tiempo incontable. Hasta que notamos que la luz volvía a aparecer por debajo de la puerta. Y oímos al patrón llamar a Rubén. Contestamos, dando nuestra ubicación. El patrón abrió, quedó perplejo al encontrarnos. Pero enseguida reaccionó. Nos preparó un par de coñacs para darnos ánimo, consiguió ropa de cocinero que guardaba siempre para empleados ocasionales. A rubén le dió dinero para que pudiera volver en colectivo a su casa. me ofreció para un taxi. -No hace falta. Vivo cerca. -Bueno, vayan tranquilos. Yo me voy a hacer la denuncia. Salimos. -¿De veras vive cerca? -Si. Podés quedarte en casa, si querés. Comenzamos a caminar, miraba de reojo los labios maravillosos de Rubén. Pensaba en sus múltiples posibilidades. -Haceme un favor. Tuteame. Rubén me miró y sonrió.