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Categoría: Incestos

Bailando con mi Madre

Mi madre y yo siempre hemos sido muy unidos. Pero una cosa es ser muy unidos y otra muy diferente terminar teniendo relaciones sexuales. Primero que nada les cuento que ella es una mujer muy hermosa que está en sus cincuenta y tantos años. Por favor no le digan que les comenté sobre su edad, porque ella siempre anda diciendo que tiene menos de 50. Y es que de verdad se ve como de 45.

Tan solo verla caminando es todo un espectáculo. Antes de convertirla en mi amante me incomodaba mucho cuando íbamos caminando juntos y pasábamos por una obra o por algún mercado y todos los barbajanes comenzaban a decirle las cosas más obscenas que se puedan imaginar. Ahora las cosas son diferentes, ya no me molesta que le griten esas cosas, hasta me siento orgulloso porque sé que la hembra que esos hombres desean, es para mí solito.

Sus caderas son espectaculares por decir lo menos; sus nalgas son perfectas, redondas, firmes y enormes. Pero nada se compara a sus hermosas y gigantescas tetas. Y no crean que por ser una mujer madura la fuerza de gravedad las ha hecho caer. No señor, mi madre cuida tanto su cuerpo que uno no imagina los años que llevan esas enormes tetas sosteniéndose de forma perfecta.

Así es más o menos físicamente mi madre, para que se la vayan imaginando y me empiecen a envidiar. Una mujer de piel clara y cabello negro, ojos cafés y siempre con una hermosa sonrisa en los labios. Porque además de su cuerpo soñado tiene un carácter simplemente encantador, ella es siempre amable y juguetona.

Yo soy su hijo mayor, aparte tengo una odiosa hermana que se fue a vivir con mi papá cuando nuestros padres se divorciaron. Así que mi mamá y yo vivimos solitos en una casa en las afueras de la ciudad, muy tranquilos y siempre muy unidos. Desde que mi estúpido padre la dejó, mi madre ha salido adelante y nunca se ha deprimido. Al contrario, el día que se separó de él se fue de fiesta, y se la terminó follando el primero de muchos hombres que mi madre usaría para consolarse en su soledad. Ella decidió vivir la vida alocadamente durante algunos años, y yo lo tomaba como algo normal. Después de todo, me decía a mí mismo, es una hembra igual que todas y necesita exactamente lo mismo que las otras. Una buena verga. Más cuando su inútil esposo le tenía tan descuidada por tantos años. Y pensar que en aquel entonces yo no creí poder ser la persona que llenara sus necesidades, así que no me oponía a que otros hombres la usaran y la complacieran. Hoy ni de broma dejo que otro hombre se le acerque a ese culo de madre que tengo.

Con el paso de los años me acostumbré a verla salir de noche con sus tacones altos, su liguero y sus vestidos muy cortos; bien maquillada y perfumada, consciente de que dejaría a muchos tipos babeando por ahí y que alguno terminaría metiéndole la verga esa noche. Yo no me acomplejaba con eso, al contrario siempre la felicitaba por lo bien que se veía y lo único que le pedía era que se cuidara. También me hice a la idea de que no se volvería a casar con otro hombre, pues a partir de su divorcio todo hombre que se cruzaba en su camino no era más que un objeto sexual que ella usaba hasta aburrirse. Al menos eso me platica ella, pues afortunadamente nunca llevó un hombre a la casa.

Mi confianza con ella era a prueba de todo, y ella confiaba en mi de la misma forma, con decirles que le contaba todas mis aventuras amorosas con las chicas de la escuela y ella encantada me daba consejos de como enamorarlas y hasta de como complacerlas en la cama. Para mi ese tipo de pláticas se volvieron de lo más normal con mi mamá. Llegó a pasar que cuando no tenía condones ella me prestaba los que siempre llevaba consigo en su bolso de mano.

Así pasaron los años. Mi madre con sus aventuras y yo con las mías. Siempre muy unidos y con entera confianza uno en el otro. Hasta que algo pasó que mi mamá cambio sus costumbres de un día para otro. Así sin avisar mi mamá dejó de salir con tanta frecuencia. Cada día pasaba menos tiempo con sus amantes hasta que de plano dejó de verlos por completo. Antes era imposible sentarse a cenar con ella porque su teléfono sonaba una y otra vez. Todos sus amantes y pretendientes solicitaban su compañía para la noche y ella rara vez se hacía del rogar.

Poco a poco todo eso terminó, no quise hacer preguntas incomodas así que cuando por fin caí en la cuenta de lo mucho que habían cambiado los hábitos de mi madre me quedé callado. Al principio quise averiguar por mi cuenta que se traía entre manos. Así que un día que estaba yo solo en la casa me metí a hurgar entre sus cosas con la esperanza de encontrar alguna pista. Descubrí muchas cosas interesantes, cosas increíbles como su lencería y sus juguetes sexuales. Pero lo que más llamó mi atención fueron la gran cantidad de revistas y películas pornográficas que había en una caja al fondo de su ropero.

Todas las revistas trataban del mismo tema. Mujeres maduras teniendo sexo con hombres mucho más jóvenes que ellas. La mayoría tenía como tema el incesto entre madre e hijo. Sabía que mi madre tardaría un par de horas más en llegar a la casa así que me di a la tarea de averiguar más sobre esas revistas. Las empecé a hojear una tras otra con mucho cuidado; todas tenían bellas mujeres de entre 40 y 60 años teniendo sexo con uno o varios jóvenes. De repente noté que tenía una erección, de esas que uno siente que el pantalón va a reventar en cualquier momento. Pero mi erección no era por las mujeres que veía en las revistas, sino que por primera vez en mi vida pensar conscientemente en mi madre me producía una erección así. En mi mente me imaginaba a mi madre hojeando las mismas revistas que tenía yo en mis manos ahora y soñando como se la cogían tipos de la misma edad que yo. Quería que ella ocupara el lugar de esas mujeres en la revista y ver como la follaban otros hombres, o mejor aún, ser yo el que la penetraba. El pensamiento me causo mucho conflicto, creía que estaba mal pensar siquiera en una relación sexual con mi madre. Pero a mi libido poco le importaba eso, mi verga estaba tiesa y mis testículos ardían de ganas de liberarse de la leche que producían a mil por hora en honor a la mujer que me vio nacer. Las películas rondaban el mismo tema, el incesto entre madre e hijo. Ahí estaban las legendarias películas de Kay Parker y muchas más del mismo estilo.

Al fondo de la caja debajo de las revistas y las películas había un pequeño libro de bolsillo viejo y amarillento y un sobre de manila. Saqué el libro y leí el título en voz alta: “Mom’s in the Mood”. Algo así como “Mamá está de humor”. El autor era un tal Kevin Sellers y el libro venía en inglés. La portada mostraba a una mujer casi completamente desnuda acostada sobre su cama con las piernas hacia arriba y una expresión lujuriosa. Al fondo en la puerta de la recamara se veía un hombre joven con intención de quitarse el pantalón de la pijama.

Sabía que no me daría tiempo de leerlo todo así que decidí simplemente hojearlo y dejar la lectura para otro día. Al momento de pasar las páginas noté que había algo entre algunas de ellas. Mi sorpresa fue mayor cuando vi que lo que había entre las páginas eran fotos de mi madre. Eran por lo menos una docena de ellas, en casi todas aparecía completamente desnuda, en otras llevaba un poco de lencería. Solamente pensaba en lo afortunado que debía de ser el tipo que le tomó las fotografías a mí madre. Las vi con calma una por una, la última de ellas, una foto donde mi madre estaba casi en la misma posición que la portada del libro tenía una dedicatoria en la parte de atrás que decía solamente: “Para mi hijo”.

Cuando leí eso sentí que a mi espina dorsal la recorría una corriente eléctrica, mis manos hormigueaban y me faltaba el aire ¿Esa foto me la dedicaba a mí? No lo podía creer, debía de estar soñando pero era verdad, ahí estaba la fotografía en mis manos, con las palabras escritas con su propia letra. Vi la esquina de la foto, ahí estaba la fecha de cuando la tomaron, no tenía más que unos meses de antigüedad, justo el tiempo que llevaba mi madre alejada de sus novios y amantes.

Todo me daba vueltas. Las sorpresas no terminaban en ningún momento y aún faltaba más por descubrir. Aún faltaba revisar el sobre que estaba al fondo de la caja, no lo pensé más y me decidí a descubrir que otra sorpresa mi madre me tenía preparada. El remitente era una tal Dolores Álvarez y estaba dirigida a mi mamá. La dirección de Dolores estaba cerca de nuestra casa, cosa que anoté junto con todos sus datos personales. El sobre tenía solamente una carta que le escribió Dolores a mi mamá. Decía lo siguiente:

“Querida amiga.

Te envío el libro que te prometí regalarte la última vez, espero te guste y lo encuentres interesante. Es uno de mis favoritos así que te lo recomiendo mucho.

También incluyo copia de las fotos que te tomé esa noche. Salieron hermosas. Te felicito pues eres una hermosa mujer.

Piensa mucho en todo lo que platicamos y en lo afortunada que eres al tener un hijo así. No lo dejes pasar o te arrepentirás toda tu vida. Él entenderá tus deseos, así que no te quedes callada.

Te lo dice tu verdadera amiga.

Dolores”

Al terminar de leer la carta me zumbaban los oídos, la cabeza me daba vueltas y un sudor frío recorría todo mi cuerpo. Devolví todo a su lugar con sumo cuidado sin dejar rastro de mi intrusión.

Busqué la libreta de direcciones de mi madre y en la “D” no encontré el nombre de Dolores, pero sí encontré en la letra “A” el teléfono de la “Señorita Álvarez” junto con la dirección, que resultó ser la misma que la de la carta.

Salí al teléfono público y marqué el número. Contesto una mujer, su voz se oía como la de una mujer bastante mayor, yo le calculé unos 60 años o más. Pregunte por la señorita Dolores Álvarez a lo que ella me contesto que efectivamente era ella y pregunto quién llamaba. Yo colgué, ya tendría ocasión de saber quién era yo.

Una fiebre se apoderó de mí, regresé a casa y me metí en mi recamara. Lo primero que hice fue masturbarme en honor a mi madre, con la imagen de esa foto dedicada a mí en la cabeza fue como eyaculé como pocas veces lo había hecho en mi vida. Para aumentar la tensión justo cuando me terminaba de limpiar mi madre iba entrando a la casa. Solamente me preguntaba una cosa ¿Cómo podría mirarla a los ojos ahora que sabía lo que sabía? Ya no volvería a ver a mi madre de la misma forma. Me acababa de masturbar en su honor, y la deseaba, pero quería saber de qué se trataba todo esto. No quería cometer un error. Mi madre me llamó y me saludó con un beso en la mejilla, su piel se sentía tan tibia, tan suave. Mi cuerpo tan cerca al suyo, el mismo que había tenido junto al mío por tantos años y nunca me había sentido así. Mi pene aun escurría leche en su honor y ella a centímetros. Yo temblaba pero afortunadamente ella no lo notó. Definitivamente ya no era la misma mujer, ahora era mucho más que mi madre, ahora la veía como una presa.

Pasaron pocos días y decidí ir a hablar con la señorita Álvarez. Tomé un taxi hasta su casa y fui directo a su puerta. La casa era bastante grande, y estaba en la calle más lujosa de la zona. Esperaba que alguna empleada doméstica abriera la puerta, pero no, una mujer demasiado elegante para ser la ama de llaves fue la que abrió la puerta. Ella era muy delgada y muy alta. Rubia, de piel blanca y ojos claros. Vestía un vestido primaveral color blanco con flores rojas y zapatos blancos de tacón. A leguas se veía que era una mujer refinada y de buen gusto. Me presenté sin dar rodeos, le dije mi nombre y de quien era hijo y que venía con ella por consejo y ayuda.

Su cara pasó de la elegancia a la sorpresa en un segundo, sus ojos se abrieron como platos y su boca se abrió casi hasta el suelo mientras me miraban de arriba abajo. Después de ese descuido Dolores recuperó la compostura y me dijo que ahora entendía porque mi madre tenía los problemas que tenía. Ella me hizo pasar a su casa, había otra mujer en la casa, que resultó ser algo así como su asistente y Dolores le pidió que cancelara todas sus citas y que nadie la molestara, pues estaríamos muy ocupados por un buen rato.

Nos sentamos en su sala y le conté todos lo que había descubierto, ella no me quitaba los ojos de encima ni un momento y tenía toda su atención puesta en mí, así como yo en ella. Para la sorpresa que le había dado hace unos momentos ella se comportaba sumamente amable conmigo. Se podría decir que incluso cariñosa. Me escuchó hasta que termine sin interrumpirme ni un momento. Cuando por fin me quedé callado ella me contó la historia de mi madre que yo desconocía.

Mi madre efectivamente llevaba una vida disoluta. Sin exagerar, cada año se acostaba con cerca de cien hombres diferentes, cosa que no me sorprendía. Pero hace poco más de un año las cosas empezaron a cambiar.

Dolores conoció a mi mamá ya que compartían el mismo amante y él las convenció de dejarse coger juntas. Con lo que terminaron por convertirse en intimas amigas y después en amantes. Si la vida de mi madre era desenfrenada, la de Dolores lo era mil veces más. Dolores resultó ser una terrible influencia para mi madre que lo único que hacía era cambiar amantes uno tras otro. Con su nueva amiga ahora participaría en todo tipo de perversiones. Desde intercambio de parejas, dominación, baños dorados, y sobre todo muchas orgías y “gangbands”. Dolores le abriría los ojos a mi madre a muchas formas nuevas de placer. Pero había algo que a mi madre le costaba más trabajo aceptar y es que Dolores le presentó a su hermano a mi madre, y quedó pasmada cuando terminaron teniendo sexo los tres. Mi madre nunca había considerado el incesto como una posibilidad y ver a su amiga siendo penetrada por su propio hermano cambiaría por completo los paradigmas que ella misma se había formado desde su divorcio.

Dolores me contó como mi madre se transformó desde ese día. Ya no iba a las fiestas orgiásticas a las que acostumbraba ir, y de plano se alejó de los hombres. La causa, fui yo. Me enteré que mi madre empezó a considerar el incesto como algo normal, después de todo su mejor amiga lo hacía con su hermano y según Dolores, lo hacían desde que eran adolescentes. Mi madre sin embargo aún estaba atada a las formas y las costumbres que le hacían ver el incesto como un tabú. Dolores decidió ayudarla a enfrentar sus miedos haciendo crecer en ella el deseo e incluso planeando con ella alguna forma de seducirme sin correr el riesgo de que la mandara al manicomio o algo peor.

Pero ningún plan parecía servir ni convencerlas, así que mi madre llevaba meses insatisfecha sexualmente, alejada de todos los otros hombres ya que el único al que deseaba desenfrenadamente estaba prohibido para ella. Ambas mujeres estaban algo desesperadas por una solución y Dolores jamás imagino que una feliz coincidencia fuera la respuesta. La amiga de mi mamá estaba feliz, porque se daba cuenta de que para mí mi madre también era objeto de mis deseos sexuales, por lo que nuestra unión como amantes no sería algo imposible.

Dolores me habló por horas de las cosas que tendría que hacer para satisfacer a mi madre en la cama y como convencerla. No llegaría simplemente a decir que me la quería follar. Tendríamos una cita romántica primero y después las cosas pasarían naturalmente. Pero Dolores no nos estaba ayudando solo por amistad. Al final de nuestros planes se levantó y se quitó el vestido en un segundo. Sin decir nada se quedó de pie frente a mí, solo con sus bragas y sus zapatos de tacón. Ella era increíblemente esbelta, sus tetas eran pequeñas pero muy hermosas y en ese momento su mirada solo expresaba lujuria. “Déjame sentir un poco de lo que vas a darle a tu mamita” me dijo. No hubo más palabras, esa tarde me la pasé follando a la mejor amiga de mi mamá. Sería un bello preludio de lo que pasaría el fin de semana.

Llegue de noche a la casa. Mi mamá me recibió como siempre con un beso en la mejilla. Esta vez la recibí con más entusiasmo y la tomé de la cintura mientras le pegaba mi miembro, el mismo que hacía menos de una hora había penetrado a su mejor amiga. A pesar de haberme venido como 6 veces en casa de Dolores mi verga se puso dura al instante cuando sentí a mi madre pegada a mi cuerpo. Pero tendría que resistir. El gran día llegaría después, muy pronto.

Nos sentamos a cenar y le comenté a mi madre lo extraño que se me hacía que ya no saliera como antes. Por lo que le propuse ir a un nuevo salón de baile que estrenarían el fin de semana en la zona más “in” de la ciudad. Le dije que me preocupaba que estuviera encerrada todo el día y que no iba a permitir que se quedara sin hacer nada el próximo viernes, las reservaciones ya estaban hechas. La cara de mi mamá se iluminó de alegría y aceptó sin más preámbulos. Le dije que se vistiera lo más sexy que pudiera ese día porque no sabíamos si algún súper galán se le aparecería esa noche y lo tendría que aprovechar. Mi mamá casi muere de la risa con mi comentario pero me dijo que no me preocupara. Que su atuendo me dejaría sorprendido.

Los días más largos de mi vida pasaron hasta que llegó el viernes. Pero por fin el gran día había llegado. Mi madre se encerró en su recamara y no la vi en horas hasta que por fin salió ya lista para salir a bailar. Ella no se equivocó con su pronóstico, al ver como se había vestido quedé más que sorprendido. Gratamente sorprendido.

Solo imagínensela y entenderán porque casi se me cae la baba al piso cuando la vi. Tenía puesto un minivestido de una sola pieza color negro semitransparente. Completamente entallado y con un escote sumamente revelador al frente y atrás. Debajo del vestido traía una pequeña tanga de hilo dental y un liguero sujetando sus media negras, además de sus zapatos de tacón alto. La vi y le pedí que se diera una vuelta lo cual hizo completamente feliz de complacerme. Al darse la vuelta pude oler su perfume y me sentí transportado al cielo. Me imaginaba que en un par de horas tendría ese cuerpo y sus olores pegados al mío completamente desnudos y unidos.

Llegamos al salón de baile y nos dispusimos a pasarla lo mejor posible. Nos dieron una mesa cerca de la pista de baile y no tardamos mucho en levantarnos a bailar un poco de salsa y cumbia. Ya había visto a mi madre bailar un par de veces, pero nunca había bailado con ella. Se notaba lo mucho que ardía en deseos de mover su cuerpo y yo estaba hipnotizado con el movimiento de sus caderas. Si bailaba era más como un reflejo que algo que hacía conscientemente.

Así pasamos horas bailando, muchos hombres llegaron a la mesa con intenciones de sacar a mi madre a bailar, cosa que ella rechazó una y otra vez con la misma frialdad. Diciendo solo una frase a cada pretendiente. “Lo siento, esta noche tengo pareja y soy solo para él”. Me entraba un orgullo enorme cada que ella decía eso y no podía ocultar mi satisfacción.

Pasaron casi cuatro horas, ya era de madrugada y ya habíamos bailado como para todo el año. Mi madre no se cansaba nunca. Pero ya era hora de irnos, así que le pregunté si ya había tenido suficiente. En ese momento comenzó a sonar una balada muy romántica, por lo que ella de inmediato me dijo que no, que aun quería bailar una última pieza. Nos levantamos y nos dispusimos a bailar al ritmo de esa lenta balada. Abrazados y sudorosos, con su cara en mi pecho, sus manos sobre mis hombros y mis manos alrededor de su cintura. Poco a poco fui bajando mis manos hasta tomar por completo su trasero. Ella no protestó ni un poco, solo la sentía suspirar sobre mi pecho mientras nos movíamos lentamente. Deseaba que la canción durara toda la vida para poder sentirme así al lado de mi madre por siempre y al mismo tiempo quería que terminara para poder llevar a mi madre a casa y meterla a la cama. Así que ni un segundo después de que terminó la canción pedí la cuenta y salimos como rayo de regreso al hogar.

Todo el camino mi mamá me iba agradeciendo que le hubiera hecho pasar una noche tan formidable. Yo solamente deseaba que la noche mejorara mucho más en cuento llegáramos a la casa. Me detuvo el alto un semáforo antes de llegar a casa cuando sonó su celular. Era un mensaje que ella leyó y soltó una pequeña risa. Le pedí que me lo dejara ver y me dijo que no entendería, aun así me lo enseño. Era de Dolores y decía: “Esta es tu noche!!!!”. Claro que lo entendía, pero de todos modos me hice el desentendido.

Llegamos a casa casi a las 2 de la madrugada en punto. Mi madre entró primero y yo detrás de ella después de estacionar el coche. Cuando entré la vi parada en la puerta de su recamara dándome la espalda. Ya lo había decidido, nada me iba a detener. Me abalancé sobre ella y la abracé por la cintura. Mi mano izquierda se metió debajo de su vestido entre sus piernas mientras la otra la apoyaba sobre su vientre pegándola a mi cuerpo. Me sentía tan extraño pensando que en ese vientre ella me había gestado y que entre esas piernas yo había salido al mundo.

Mi verga estaba dura como el acero y caliente como la lava. Ella jadeaba y suspiraba mientras yo la tocaba y la besaba en el cuello y la cara. No se dijo una sola palabra, todo lo decían nuestros cuerpos. Ella entonces se dio la vuelta y me dio un beso en la boca tan intenso que aun hoy en día me quema los labios. Nuestras lenguas se unían y jugueteaban mientras nuestras manos exploraban todo nuestro cuerpo. Yo le dejé al descubierto las tetas, las apretujaba y las chupaba como si fuera ambrosia. Después ella me despojó de mi saco y camisa, mientras yo le bajaba la tanga al piso y me sacaba la verga del pantalón para restregarla al cuerpo de mi mamá.

Después de unos segundos así, ella se puso de rodillas frente a mí y empezó a comerme la verga. Yo estaba en la gloria mientras mi madre comenzaba a besarme mi miembro lentamente para luego irlo lamiendo completamente desde la punta hasta los testículos. Después ella me desabrochó el pantalón y me ayudó a despojarme completamente de toda mi ropa mientras seguía chupándome la verga. Una vez que me quedé desnudo ella se metió mi verga completa en su boca y me la chupo así un buen rato mientras yo acariciaba su cabello y la dejaba tomar el control.

Cuando sentí que me vendría la detuve, no quería darle mi leche todavía. La levante y la llevé a su recamara. Sin quitarle el vestido la recargué contra la cómoda y me hinqué detrás de ella y le empecé a lamer su vagina. Seguía pensando en lo maravilloso que era lamer el lugar por donde yo salí al mundo y dentro de poco iba a penetrar con mi verga y llenar con mi leche. También pasaba mis dedos sobre su ano y cada cierto tiempo le daba besos negros que la hacía gemir con fuerza. Ella no paraba de suspirar, gemir y hasta gritar a ratos. Por fin después de varios minutos comiéndome a mi madre sentí que ya estaba lista para penetrarla.

Le quité por completo el vestido dejándola solamente con el liguero y los zapatos. La tome entre mis brazos y le dije “Mamita, hoy te vas a convertir en mi mujer”. A lo que ella contestó “Sí bebé. Hazme tuya hijito hermoso”. Obedecí sin titubear, la puse boca arriba en su propia cama, esa cama en la que nunca se había acostado ningún hombre y me coloque encima de ella, entre sus piernas. Nos besamos con pasión y ternura mientras acomodaba la punta de mi miembro para penetrarla. Ella repetía entre susurros y suspiros una sola palabra “Sí”.

La penetré lo más despacio posible, quería disfrutar de ese momento y hacerlo durar toda la vida. La hice mía así, lentamente, conteniendo mis deseos de follarla salvajemente. Ella lo disfrutaba también, sabía que los consejos de Dolores que había puesto en práctica pocos días antes surtirían frutos. La empecé a coger así, con mucha suavidad, con mucho amor, repitiéndole palabras cariñosas, siempre diciéndole que era mi madre amada, mi mamita querida.

Entonces cambiamos de posición, la puse en cuatro patas para cogérmela de a perrito. Pero ya no podía seguir conteniéndome. Ahora subí la intensidad al máximo y me la empecé a coger con todas mis fuerzas. Sus suspiros se convirtieron en gemidos y alaridos. Pero pedía más y más. Dejo de ser mi mamita linda, mi madre adorada. Ahora le decía que era mi puta, mi madre la zorra, mi mamita la puerca. Y mi verga la penetraba con frenesí, cada vez más rápido. Sentí que me vendría en cualquier momento y le dije que me vendría adentro de ella en cualquier momento.

Mi madre me detuvo un segundo, me dijo al oído que sí quería mi leche adentro de ella. Pero quería cambiar de posición. Me recostó sobre su cama y se sentó encima de mí. Así empezó a cabalgarme, y la tomaba de la cintura y las nalgas y la ayudaba a subir y bajar. Por fin sentí que no resistiría ni un segundo más y me vine. Sentí como salían chorros y chorros de semen para depositarse dentro de la vagina de mi madre. Sentí que la vida se me iba por un momento, mi madre disfrutaba como loca mientras sentía mi leche tibia, cálida y pegajosa inundándole las entrañas. Fueron unos segundos que se sintieron como horas. Miré a mi madre a los ojos, ella sonreía complacida y me dijo: “Gracias hijo adorado, llevaba meses sin hacer el amor con otro hombre. Desde ahora soy solamente tuya. Te amo” Yo apenas si pude juntar aliento suficiente para decirle que la amaba también.

Así fue nuestro primer encuentro sexual. Esa madrugada no dormimos, yo perdí la cuenta de las veces que me vine, adentro de su culo y su vagina, en sus tetas, en su espalda y en su cara. Quedé completamente secó por dentro, pero ella también quedo harta de verga pues al final apenas si le respondían las piernas, le temblaban como si fueran de hilo y yo tenía que sostenerla para que no se desplomara en el piso.

A los pocos meses nos mudamos lejos, sin avisarle a mi padre ni a mi hermana. Mucho menos a sus viejos amantes de mi madre. Solamente Dolores siguió en contacto con nosotros, alternando como amante de los dos. De día somos madre e hijo, tan normales que nadie se imagina como nos transformamos en la noche. Todas las noches sin falta ella se convierte en todo a la vez, mi amante, mi puta, mi esclava, mi reina, mi esposa y sobre todo mi madre.

Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 8.33
  • Votos: 3
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