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Categoría: Incestos

AYUDANDO A MAMÁ (05).

"Cuando la nueva relación con mi madre se afianzó comenzamos a vivir unas semanas maravillosas. Cargadas de sexo y amor. "

 

Capítulo 5.
 
 
Cuando la nueva relación con mi madre se afianzó comenzamos a vivir unas semanas maravillosas. Cargadas de sexo y amor. Era común encontrarnos en el comedor, practicando distintas posturas sobre una silla. También frecuentábamos el sofá o mi propia cama, en la que sólo cabía una persona. Resultaba estimulante hacerlo en esos sitios tan apretados, además aportaba variantes a nuestra relación. Cada día nos entendíamos mejor, uno ya conocía los tiempos sexuales del otro e intentábamos usarlos de la mejor manera.
 
Una tarde nos encontrábamos en su cuarto, ella estaba en cuatro sobre la cama con la cara apoyada en una almohada y yo prácticamente parado sobre ella, con las rodillas levemente flexionadas, perforando su culito a vergazos. Muchos creerán que desde el día en que mi madre me entregó su cola, yo no iba a hacer otra cosa que metérsela por atrás todo el tiempo y en cualquier lugar, pero lo cierto es que no era así. Consideraba el culito de mi madre el mayor de mis placeres, ella también lo vio de esa forma, si bien al principio lo practicamos con cierta regularidad, ahora ya no lo hacíamos así. Su agujerito trasero se transformó en un trofeo para ambos. Un trofeo que sólo podía reclamarse en momentos de grandes calenturas. De esta forma lo manteníamos como algo especial y además su ano se mantenía con cierta estrechez. Me encantaba volver a penetrarla por ahí luego de haber pasado varios días. Tenía que usar abundante lubricante porque era casi como desvirgarla otra vez.
 
Los días en los que ella tenía el período femenino (porque aún lo tenía, motivo por el cual debía tomar anticonceptivos) no se transformaban en excusa para partirle la cola. Nos manteníamos activos sexualmente, aunque yo me mantenía alejado de su vagina, porque así me lo pedía ella. Mi madre me hacía los mejores petes en esos días. Se esmeraba muchísimo y podía estar mucho tiempo chupando sin parar. Lo que sí ocurría con frecuencia es que se tragaba el semen, ese fetiche se lo permitía casi siempre que podía. A veces su calentura la superaba y la escuchaba decir “Traé la botellita de aceite”. Era una forma indirecta de decirme “Quiero que me des por el culo”.
 
Así es como habíamos llegado esta tarde al sexo anal. Su apretado culito se negaba a ceder ante mi palo viril, pero a pesar de eso yo no me rendía, seguía penetrándola mientras ella gemía intentando no gritar, porque a veces gozaba al retener el aliento. Por los vecinos nos preocupábamos poco. Que la escucharan cogiendo de vez en cuando a nadie le resultaría raro, pero si la oían con frecuencia algún metiche comenzaría a notar que no veía entrar ni salir ningún amante a la casa, así que ese era otro motivo para no gritar todo el tiempo.
 
Me encantaba verla con el culito levantado mientras yo la taladraba. Habían pasado casi tres semanas desde la última vez que lo hicimos por ese agujerito, pero hoy me pidió… mejor dicho, me rogó “por favor” que le partiera la cola. Con esas mismas palabras, ella se estaba acostumbrando a usar lenguaje vulgar y explícito en momentos de calentura extrema. A mí me volaba la cabeza oírla hablar de esa forma. Llevaba largo rato disfrutando de su agujerito trasero hasta que sentí que llegaba al momento culminante.
 
En cuanto terminé de inundar sus tripas con leche tibia y fresca me tendí a su lado. Ella se quedó en la misma posición un par de minutos intentando recuperar el aliento, jadeaba enormemente y sus ojos estaban desorbitados.
 
- Qué carita tenés – le comenté – cualquiera diría que te rompieron el culo.
 
La hice tentar, aún estaba agitada e intentaba controlar la risa, pero no lo consiguió. Verla feliz me alegraba el día. Aparté el cabello sudado de su cara y la besé.
 
- Se me está saliendo toda – anunció.
 
Me levanté con un fuerte impulso, me encantaba ver cómo la lechita chorreaba de a poco por su culito, y allí estaba, era un manantial de líquido blanco que rodaba suavemente impulsado por la gravedad, recorriendo todo el largo de la división vaginal. Ella comenzó a frotarse el clítoris, ya la tenía muy mojada, pero esos toqueteos estaban empeorando las cosas. De pronto ella recordó que llevaba puesto un tampón.
 
- Mejor termino en el baño, no quiero que ocurra un accidente – diciendo esto se fue del cuarto.
 
Volvió casi media hora después vistiendo solamente una bombachita negra. Me encontraba entre el sueño y la vigilia, aún desnudo. Estaba agotado pero sabía que si me dormía a esta hora de la tarde, luego me desvelaría en la noche. Ella se acostó a mi lado y acarició mi pecho. Me preguntó qué tal la había pasado y obviamente le respondí que de maravilla.
 
- No te noto convencido – señaló.
- Lo digo en serio – ya me estaba despabilando – de verdad me gustó mucho, hacía rato que no te daba por atrás.
- Si puede ser. Pero te conozco como si fuera tu madre – me señaló con su índice como si se tratara de un arma de fuego – yo te voy a ser sincera, la verdad me encanta hacerlo con vos, pero siento que nos está faltando algo, como que la lujuria se va desvaneciendo de a poco – me limité a asentir con la cabeza – y por nada del mundo quisiera que nos pase lo que me pasó a mí con tu padre.
- ¿Y vos qué proponés? – pregunté intentando aparentar ser maduro y comprensivo, pero a mí la verdad me bastaba con coger como perros en celo y llenar con leche alguno de sus agujeritos.
- No sé. No se me ocurre nada. Tendría que ser algo que los dos disfrutemos mucho.
- ¿Por qué no te acostás con otros hombres? Como hacías antes – no había ni pizca de malicia en mi comentario, se lo dije con sinceridad, aunque me preocupaba un poco lo que podría responderme.
- Lo de antes fue porque estaba tremendamente insatisfecha sexualmente, fueron años de reprimirme. No me arrepiento de nada de lo que hice, disfruté mucho cada vez que me acosté con alguien, pero tal vez te falta comprender un poquito mejor a las mujeres. Mientras yo me sienta satisfecha sexualmente, no voy a recurrir a otros hombres… o mujeres, por el simple gusto de coger – volví a asentir con la cabeza, cada vez entendía menos a las mujeres – te puedo asegurar que si no hiciéramos esto ahora estaría dejando que cualquier desconocido me abriera las piernas, y lo haría sin remordimientos, pero las cosas cambiaron. No es que ahora esté insatisfecha, pero siento que podríamos hacerlo mejor. Me gustaría que probáramos algo diferente.
- ¿Un trío? Ahora que ya no sos virgen de la colita podrías probar la doble penetración – abrió los ojos bien grande y me quedó mirando.
- No Nico, ponete a pensar un poquito en lo que decís. Un trío requiere de otro hombre, u otra mujer, ya sabés que no me molesta acostarme con mujeres, y por vos lo haría con todo gusto, pero la realidad es que no podemos confiar en una tercer persona, imaginate que empiece a divulgar lo que hacemos entre nosotros, se nos armaría un quilombo inmenso. Además, siendo sincera, por ahora no me llama tanto la atención eso de la doble penetración, con tener una que me satisfaga me alcanza – opción dos descartada. Ya no contaba con una tercera.
- Entonces no sé qué decirte – guardé silencio hasta que se me ocurrió preguntarle una cosa - ¿hay algo que hayamos hecho alguna vez que te haya gustado más de lo normal? – ella se tomó la pregunta en serio y pensó en la respuesta durante unos segundos.
- ¿Te acordás de la vez que decimos empezar oficialmente con todo esto? – no necesitaba responder a eso, ambos nos acordábamos muy bien – esa noche vos me diste por atrás, pero me diste muy fuerte, yo no lo tenía ni dilatado, me dolió un montón.
- Te pregunté por algo que te gustara, no por algo que te haya molestado, ya te pedí perdón por eso.
- Y ya te dije que no tenía nada que perdonarte, yo te pedí que lo hicieras y la verdad es que me encantó. Ese dolor me hizo estremecer, sentía que me iba a morir de placer, pero morir en serio. Era como si mi alma estuviera abandonando el cuerpo – en ese momento recordé algo.
- Yo creí que te ibas a desmayar, estabas como borracha, la cabeza se te caía y los ojos se te iban para atrás – ella se rio un poco avergonzada.
- Es que así me sentía. Como si me hubiera tomado todo el vodka de Rusia. Creo que se me bajó la presión y por eso me sentía así. Tenés razón con eso de desmayarse, a mí también me dio la impresión de que estaba por pasar, y la verdad es que me dio un poquito de miedo, pensé que habías roto algo adentro mío, por suerte eso no ocurrió. Yo misma me controlé bien al otro día y parecía estar todo en perfectas condiciones, solamente me dolía un poco.
- ¿Entonces te gustaría que hiciéramos eso?
- Sí, sería una buena idea – se quedó callada unos segundos – Nico, también te quiero confesar otra cosa, ya que estamos en este tema – tragué saliva, no sabía con qué me saldría ahora – cuando yo tenía relaciones sexuales con nuestro vecino Luis, me calentaba que me tratara de forma brusca y me dijera barbaridades, cuanto más fuerte eran sus palabras, más cachonda me ponía. Esa noche que me rompiste toda la colita – dijo esto acariciándose una nalga y sonriendo – vos hiciste algo parecido, me dijiste muchas guarangadas mientras me dabas duro, no te imaginás cómo me puso eso. La verdad es que vos siempre sos muy cariñoso conmigo, y me encanta, pero también me gusta que me tomen por sorpresa, se me moja toda cuando hacés algo que yo no me lo esperaba.
- ¿Básicamente con esto querés decir que…? – tenía un malambo tremendo en la cabeza.
- Quiero que me maltrates sexualmente – me quedé como piedra al escuchar esas palabras – quiero probarlo, de verdad. Si no me gusta te lo digo y no lo hacemos más, pero al menos quisiera probarlo. ¿Harías eso por mí? – me miró con una cara de gatito mojado que me derritió hasta los huevos – y quiero que hagamos una cosa – se sentó en la cama, estaba entusiasmada – vos tenés que hacerme lo que quieras, aunque yo te diga que no, sin importar cómo lo diga, vos tenés que seguir.
- ¿Pero y si te duele o te lastimo? ¿Cómo lo voy a saber?
- Fácil, tenemos que usar alguna palabra clave, algo que nos haga detenernos al instante. Que indique que algo está mal y hay que correr a llamar a un médico – se rio – no, de verdad espero que no lleguemos a eso, pero sí necesitamos esa palabra.
- Es buena idea, ¿Cuál puede ser?
- Tiene que ser algo que jamás digamos en el acto sexual, algo que sea totalmente opuesto a la lujuria, al sexo desenfrenado, algo que quite las ganas de coger con sólo oírlo – meditó unos segundos - ¡ya sé! !Arturo! – estallamos en risas al unísono, Arturo era el nombre de mi padre.
 
Acordamos que esa sería nuestra palabra clave, si alguno de los dos la mencionaba durante el acto sexual, era señal de que estábamos jodidos. Ambos quedamos entusiasmados con la idea, además acordamos que yo debería tomarla por sorpresa y actuar como un verdadero hijo de puta.
 
- ¿Te puedo pedir una cosa? – pregunté mientras me acariciaba el pene que ya se estaba despertando otra vez - ¿Me la chupás?
- ¡Ah no! ¡Que te la chupe tu madre! – me dio un empujoncito – además ya tengo que empezar a cocinar.
 
Me dejó sólo en el cuarto con el amigo mirando al techo con un solo ojo, como si allí se encontrara la fuente de la lujuria y el placer.
 
Actuar de forma inmediata hubiera sido una jugada pésima de mi parte. Debía esperar a que el tema charlado quedara un poco olvidado en el tiempo. Por eso en los siguientes días mantuvimos nuestra relación de forma normal. Bueno, tan normal como puede ser una relación incestuosa entre madre e hijo. Pasó una semana y media. Yo no pensaba mucho en el tema porque la verdad es que me acobardaba un poco. No sabía si podría hacerlo bien, debía hacer y decir cosas a mi madre que jamás me plantearía hacerlas en serio.
 
Cuando me levanté esa mañana caminé por el pasillo hasta la sala, ella se había levantado antes que yo. Estaba dando vueltas de acá para allá acomodando y limpiando un poco. Su atuendo era de lo más casual, unas chancletas que le quedaban algo grandes, un camisón verde limón tan erótico como un libro de física cuántica y cuando se agachó un poco pude ver un calzón blanco bastante grande que ni siquiera marcaba su cola. Cuando nuestra relación comenzó de forma abierta ella siempre se preocupaba por usar tangas sexys o ir sin nada abajo, para que yo la encontrara radiante todo el tiempo, pero con el paso de los días la confianza fue aumentando y ya podía verla con los atuendos más sencillos que poseía, a veces hasta olvidaba depilar su entrepierna, dejando crecer su incipiente mata de pelitos negros. A mí no me molestaron estos cambios, no los tomé como si ella ya no intentara seducirme, porque siempre lo hacía y muy bien. Al contrario, me alegró ver que confiaba tanto en mí como para andar desalineada.
 
Aproveché que ella aún no se había percatado de mi presencia. Me puse de espaldas contra la pared del pasillo y la espié. Debía ser ahora, este era el momento justo, al ser tan temprano por la mañana y al estar vestida así me daban el escenario perfecto, ella ni siquiera estaría pensando en sexo. Podría sorprenderla tanto como me lo había pedido. Lo cierto es que en ese momento la mariconada se hizo presente, no me animaba a encarar, ni que fuera una chica en un boliche que me hacía ojitos. Supe que yo tampoco estaba en clima sexual. Me quité la poca ropa que traía puesta y comencé a masturbarme pensando en su rico culito. Mojé un poco la punta de mi verga con saliva para lubricarla y seguí dándome. Tenía que personificarme, debía pensar como un actor de teatro antes de entrar en escena, dejar de lado mi personalidad por un segundo e inventarme una nueva. Una mucho más agresiva. Me estaba calentando mucho y la espiaba por el rabillo del ojo. Vi que se agachó dejando su cola levantada, estaba buscando unos libros en la parte inferior de un mueble, supe que el momento había llegado. Me mandé como se manda un indio a la guerra. En bolas y a los gritos.
 
Graciela no consiguió reaccionar en absoluto, me moví muy rápido. Clavé mi dura y erecta lanza contra sus nalgas al mismo tiempo que la sujetaba cruzando fuertemente el brazo izquierdo sobre su abdomen. Soltó un grito, el efecto sorpresa había sido todo un éxito. De inmediato utilicé mi otra mano para arrancarle la bombacha, pensé que ésta se resistiría pero mi fuerza fue tal que quedó hecha girones al instante. Apunté mi arma punzante hacia la entrada de su colita, la única lubricación con la que contaba era la que había aplicado con mi saliva. Otra vez los cálculos me fallaron, supuse que mi pene ni siquiera entraría a la primera, pero por el contrario, se clavó hasta la mitad en su culito, sentí cómo se abría rápida y forzosamente, estaba casi seco y caliente por dentro. Ella dio un fuerte grito que tuve que ahogar tapándole la boca con una mano. Pensé que mi madre invocaría el nombre de mi padre en ese mismo instante.
 
- ¡Aaaaaay! ¡No, no, no! ¡Pará! – dijo espantada.
 
Me pegué un julepe tremendo. Casi suspendo todo, pero recordé lo que ella me había dicho, que sólo debía detenerme si escuchaba el nombre de mi padre.
 
- Callate puta – le dije con furia actuada, pero convincente.
 
Le di una nueva estocada y ella volvió a gritar, su culito debía estar sufriendo mucho. La verga se le estaba clavando sin lubricación. Ella gemía “Ohhhhhhh, ahhhhhhhh” e intentaba apartarse de mí pero yo era más fuerte. Me clavó las uñas en el brazo, intenté enterrar más mi miembro pero se me hacía muy difícil, su culito aún no dilataba bien, retrocedí un poco como para que el esfínter se relajara y volví al ataque, esta vez conseguí meterla toda, hasta el fondo. Ella se retorcía de dolor y luchaba frenéticamente con la clara intención de escapar. Subí mi brazo izquierdo, con el cual aún la sujetaba firmemente, llegué a agarrar su quijada y la apreté entre mis dedos obligándola a tirar la cabeza hacia atrás.
 
- Quedate quieta, puta de mierda – le dije al oído.
 
Si bien me dolía tener que decirle esas cosas a mi madre, no podía evitar calentarme, me estaba poniendo a tono con la situación. Caminé empujándola conmigo, a cada paso que dábamos mi pene se movía bruscamente en su orificio. Llegamos hasta la parte posterior del sofá, la tiré sobre el respaldar, dejándola con el cuerpo a noventa grados y la cara contra la parte superior del sillón. Le apreté fuerte una teta sin dejar de arremeter contra su culo. Pude ver por su expresión que aún le dolía mucho, pero sabía que en el fondo lo estaba disfrutando. Tiré con fuerza de su cabello para verle la cara mientras comenzaba un “mete y saca” a buen ritmo.
 
- Tenés el culito seco, pero cómo se te abre – le dije – pero tenés cara de putita, te debés estar mojando toda.
- No, basta. Por favor, me duele mucho – decía con los dientes apretados mientras gotitas de sudor caían por su roja cara.
 
Hice caso omiso a sus palabras y busqué su otro agujerito. Llevé mi verga hasta él y la clavé sin asco. Me sorprendió mucho lo dilatado y mojado que estaba, era como si ella me sorprendiera con el pene completamente duro, hasta el punto en que dolía. Debía admitir que ella lubricaba rápido, por lo general bastaban con unas caricias en su zona sensible para que el líquido sexual comenzara a bajar. Apenas la enterré completa ella gritó, pero fue más una exclamación de placer que de dolor. Era un gemido intenso y grave, lo conocía muy bien, cuando emitía ese sonido era lo mismo que decirme “Eso no me lo esperaba y me encantó, cogeme más fuerte”, lo sabía porque ella misma me lo había explicado. Y como buen indio guerrero enfrentando a un digno rival, le di pelea.
 
Utilicé mi pie para separar sus piernas y le di frenéticamente. Ella opuso mucha resistencia, intentaba pararse derecha y me vi obligado a apoyar una mano contra su espalda y así poder retenerla en su lugar. Sentía mis huevos bambolearse con mis rápidos movimientos, su conchita estaba más rica que nunca y sumisa me invitaba a pasar, aunque esta era la única parte de su cuerpo que mostraba cierta sumisión. Al volver a su ano tuve mayor facilidad para penetrarla debido a la lubricación que amablemente me otorgó su vagina, pero aun así era obvio que a ella le dolía mucho. Sus manos estaba comenzando a ser una gran molestia, me golpeaba a cada rato en cualquier parte de mi cuerpo que tuviera al alcance, intentaba arañarme, cualquier cosa que dificultara mi tarea. Miré al piso y vi que su bombachita rota estaba a pocos metros de mi pie derecho. La arrastré conmigo, no fue una tarea fácil, tuve que sacar mi miembro de su colita, pero logré agarrar los jirones de su bombacha con un rápido movimiento.
 
Atar sus manos fue una tarea aún más difícil, no paraba de chillar, sacudirse y luchar. Me sorprendía su fuerza física, pero a pesar de esto, la mía era muy superior. Tuve que llevarla a empujones hasta el frente del sofá, tirarla boca abajo sobre él y sentarme en sus piernas. La despojé de su camisón verde, el cual se rasgó bastante y luego de tres intentos conseguí sujetarla de las muñecas y anudar la bombacha alrededor de ellas. Esto no la sostendría por mucho tiempo así que, empleando la tela del camisón, realicé una segunda atadura sobre la anterior. Tuve que apretar bastante los nudos, pero siempre teniendo cuidado de no cortar demasiado su circulación. Sus manos quedaron contra la parte baja de su espalda y la cara contra un almohadón del sofá.
 
Procedí a penetrarla analmente reclinándome sobre su cuerpo. Si bien lo hacía con fuerza, nunca forzaba la entrada más de lo que su esfínter me lo permitía, me movía hasta donde sentía presión y allí aguardaba hasta que la dilatación natural me permitía ir más adentro. Además la sensación que mi pene recibía al atravesar esas barreras, era hermosa. La sujeté con fuerza del cabello.
 
- ¡Ay no, por la cola no! ¡Me duele mucho! – se quejó, podía ver lágrimas rodando por sus mejillas.
- ¿Estás segura de que no la querés? Si te duele la saco, pero vas a tener que cooperar – la embestí con fuerza llegando hasta lo más hondo de su culito.
- Sacala, por favor, sacala. Me duele – se sacudía en el sofá pero sólo hacía que mi placer aumentara.
- ¿Estás dispuesta a cooperar como buena putita? – como no obtuve respuesta le di con fuerza para causarle dolor.
- ¡Ay! Si voy a cooperar, pero sacala.
 
No le creía, pero de todas formas la saqué mientras pensaba qué haría a continuación. Opté por sentarme en el sofá para que ella pusiera su cara sobre mi verga. Quedó arrodillada sobre el mismo sofá, a la derecha de mis piernas.
 
- Chupala – le dije con tono amenazante - ¡Chupala te digo! – tuve que forzarla empujando su cabeza hacia abajo.
 
Abrió la boca de mala gana y se tragó sólo una cuarta parte del pene, no chupaba, sólo lo dejaba dentro de su boca y me miraba con cara de animalito asustado. Pasé mis dedos bruscamente por la línea divisora de su vagina, estaba completamente lubricada, por dentro y fuera. Le metí el dedo mayor y el anular juntos, sus gemidos sonaban apagados al tener mi pene en su boca y podía ver cómo la saliva le chorreaba por la comisura de sus labios.
 
- Empezá a chupar puta – dije hundiendo más mis dedos y presionando su cabeza hacia abajo.
 
Solamente conseguí que la tragara más, podía sentir su lengua moviéndose alrededor de mi pene, pero era como si lo esquivara, de todas formas me producía placer. Supe que ella seguiría luchando y no chuparía a menos que yo la obligara a hacerlo. La ataqué con tres dedos a la vez, metiéndolos y sacándolos con fuerza de su sexo, el efecto fue inmediato, abrió grande los ojos, pero aún no era suficiente. Metí un cuarto dedo, podía sentir su vagina abriéndose como si estuviera hecha de goma, su interior estaba completamente mojado y era muy suave al tacto. Noté una expresión de dolor en su cara.
 
- ¿Te duele putita? – con un quejido me hizo saber que era así, no le di tregua.
 
Moví mi brazo con fuerza generando profundas penetraciones, podía ver sus labios vaginales bien separados, ella se puso de lado y flexionó una de sus rodillas, eso la dejaba en una postura un poco más cómoda y a la vez me facilitaba la tarea. Con la siguiente sacudida de mi mano la hice gritar de dolor, aunque el grito se ahogó contra mi verga. Nuevamente me miró espantada, su vagina parecía estar llegando al límite de dilatación.
 
- Más te vale que chupes bien, sino te parto al medio – moví los dedos en el interior de su canal tocando todas las suaves paredes.
 
Al principio no hizo más que gemir pero yo ya estaba comenzando a cumplir mi amenaza, ya hasta me ayudaba con el pulgar, le estaba metiendo los cinco dedos hasta los nudillos. Empezó a mamar casi con miedo, como si fuera la primera vez que chupaba una verga, su saliva chorreaba en abundancia. Subió y bajó la cabeza lentamente sin dejar de mirarme con esos ojos de prisionera de guerra.
 
- Más te vale que chupes bien y que me guste, de lo contrario te vas a enterar – pellizqué uno de sus pezones con bastante fuerza, intentó chillar y vi una mueca de dolor en su rostro.
 
Sus chupadas fueron mejorando. No eran las expertas mamadas que mi madre solía darme pero si lo estaba haciendo mejor. Se preocupaba por lamer bien mi glande y tragársela toda, siempre sin dejar de mirarme como preguntando “¿Lo hago bien?” yo estaba como una moto. Tuve que contenerme para no acabar en ese preciso momento. Ella lo supo y comenzó a hacerme un pete increíble. Me lamió los huevos llenándolos con su saliva y se comió toda mi verga con ganas, movió frenéticamente su lengua alrededor, como si la verga fuera un tornillo y su lengua una tuerca.
 
- Me querés hacer acabar putita, ¿Ya te cansaste? – así comenzó una guerra entre madre e hijo, ella intentando que yo explorara y yo intentando resistir lo más posible, su cabeza se sacudía de arriba abajo haciendo saltar sus cabellos para todos lados – no sé por qué tanta urgencia por terminar, yo pienso que te está gustando – saqué los dedos de su concha y los pasé por fuera, era increíble la cantidad de jugo viscoso que la cubría – mirá como estás de mojada putita, te lo estás pasando de maravilla – seguía peteando como una profesional – busqué el agujerito de su culo a tientas y le inserté un par de dedos muy bien lubricados. Su dilatación anal era considerable – este culito pide verga – devoró mis huevos con entusiasmo, vi como un chorrito salía despedido de su vagina - ¡Upa! Te está gustando putita.
 
Aceleró aún más el ritmo de su mamada cuando yo moví rápidamente los dedos en su ano, luego regresé a su conchita, me encantaba verla así de mojada y abierta. Metí directamente los cinco dedos y forcé la entrada sólo un poco, ella gemía sin dejar de comer verga. Hasta que pasó algo asombroso.
 
Lo cierto es que yo quería que pasara pero no creí que fuera posible, a pesar de haber leído sobre el tema o haber visto videos en internet. Mi mano se introdujo completa en su concha y ella no tuvo más remedio que sacarse la verga de la boca, echar la cabeza para atrás y gritar.
 
- ¡Oooooohhhhhhhhhhhh! – fue un sonido hermoso, como si hubiera rebasado el límite de su excitación.
 
Fue una suerte que soltara mi miembro, ya que si hubiera seguido chupando un segundo más, hubiera acabado. Esto me brindaba un leve respiro. Como no gritó nuestra palabra clave en ningún momento, moví los dedos dentro de esa cueva gelatinosa, ese cosquilleo interno la volvió loca, comenzó a jadear con fuerza. Con cortos movimientos del brazo fui bombeándola. Sus elásticos labios vaginales parecían estar envolviendo mi mano como un guante. Tuve que sujetar a mi madre por el cabello para que no cayera al suelo ya que estaba arqueada hacia atrás con medio cuerpo fuera del sofá. De pronto se lanzó de boca contra mi recta y dura lanza. Se la tragó completa hasta que mi vello púbico le tocó los labios. Esta vez sí que mamaba con verdadero entusiasmo, mirándome a los ojos de forma intermitente. Era una escena verdaderamente pornográfica.
 
- ¡Pero que puta que sos, cómo te gusta comer pijas! – mi respiración se estaba volviendo entrecortada. Su lengua estaba realizando un trabajo impecable – vos querés que te la metan – me sorprendió verla asentir, aunque tuviera medio pene en la boca – Uhh, que puta, yo sabía que ibas a terminar rogando porque te la metan, ¿por dónde la querés?
- Por el culo – dijo haciendo saltar saliva de su boca, luego volvió a chupar.
 
Saqué la mano de su vagina, el agujero le quedó bien abierto, pero de a poco se fue cerrando mientras dejaba salir grandes cantidades de flujo. Clavé dos dedos en su cola y los moví enérgicamente.
 
- Te vas a tener que quedar con las ganas putita, seguí chupando.
- No, metemela, por favor – a pesar de su negativa continuó dándole buenas lamidas al palo – quiero verga.
 
No sabría cómo explicar la calentura que me provocaba verla así, primero luchando ferozmente, luego resignada y sumisa y ahora rogando porque la cogieran.
 
- Te la voy a dar entonces, ponete en cuatro trolita.
 
Obedeció de inmediato, a pesar de no poder usar sus manos, se las arregló muy bien para ponerse de rodillas y apoyar su cabeza contra el respaldo del sofá, su culito dilatado me invitaba a pasar. Arremetí contra ella hincando media verga.
 
- ¿Así te gusta puta de mierda? – esperaba que mi madre entendiera que todo era una actuación y que luego no se enojara conmigo por excederme con el lenguaje.
- ¡Ay siiiiiiii! La quiero toda, metela más adentro.
 
Indio querer sexo. Ya no razonaba. Le daba duro por la cola y no importaba nada más. Me monté sobre ella como un perro en celo y le di sin parar sosteniéndola por la frente con una mano. Mi ritmo de bombeo era salvaje y cada uno de sus gemidos era ahogado por el siguiente. Tuve la corrida más fuerte que recordaba en mi vida, mi verga disparaba chorros de leche con gran fuerza y sentía que me estaba muriendo. No podía dejar de moverme. Pero poco a poco mi orgasmo se fue calmando, aunque mi madre aún seguía en clímax. La verga salió de su culito con un ruido similar al de un corcho saliendo de una botella y sin esperar un segundo, metí mi mano completa en su concha. Posiblemente ésta tremenda penetración la obligó a hacer fuerza con su esfínter y un chorro de semen salió despedido del agujero de su culo y fue a dar contra mi estómago, de ahí mismo siguió saliendo más leche, aunque ya no con tanta potencia. Gimió, jadeo, pataleo, mordió y gritó cuando un intenso orgasmo la invadió. Saqué la mano y dejé que su conchita expulsara todo el líquido que quisiera mientras yo masajeaba y pellizcaba su clítoris.
 
Así quedamos los dos, bañados de semen, flujos vaginales, saliva, sudor y lágrimas. Desaté sus manos y éstas cayeron inertes a los lados de su cuerpo. Estaba fulminada, una victoria para el indio sexual, que no estaba en mejores condiciones. Me senté pesadamente en el sofá y ella se colocó en posición fetal sobre mis piernas. La envolví con mis brazos y apoyé el mentón sobre su cabeza. Fue un momento mágico. Nos quedamos sin hablar ni movernos durante un largo rato. De pronto ella miró hacia arriba y me besó en la boca. Fue un beso suave y cariñoso, ambos estábamos agotados, era como si nos encontráramos flotando en el espacio, no había nada a nuestro alrededor.
 
- ¿Qué te pareció? – pregunté por fin.
- Increíble, maravilloso… superó totalmente mis expectativas.
- Las mías también, espero que no te hayas enojado por la forma en que te traté y las cosas que te dije.
- Hay una cosa que sí me molestó, y mucho – al escuchar eso mi corazón se detuvo.
- ¿Qué cosa? – pregunté con la garganta seca.
- Que hayas roto mi bombachita más sexy – levantó con la punta de sus dedos los jirones de lo que en un momento fue su gran bombacha blanca.
 
No pude evitar reírme a carcajadas aunque me doliera todo el cuerpo.
 
Ese acto sexual fue tan intenso que nos dejó totalmente satisfechos. No tuvimos sexo por cuatro días, pero ninguno de los dos sentía la necesidad de hacerlo. Aprovechamos esa pausa en nuestra vida sexual para volver a nuestra vida social. Visitamos a nuestros amigos y familiares, cada uno salía por su cuenta y sólo en pocas ocasiones lo hicimos acompañados.
 
La quinta noche de abstinencia fuimos al cumpleaños de mi tía Elvira, la frígida hermana de mi madre. Ella era una mujer rubia, aunque no de forma natural, y algo entrada en carnes. En una época fue una mujer muy hermosa y ahora no era fea, para nada. Es más, sus kilitos de más le daban cierto atractivo especial y sus tetas eran aún más grandes que las de mi madre, pero nunca usaba escote. La reunión fue divertida, tomamos mucho y nos reímos más.
 
A eso de las tres de la madrugada, mi madre y yo, volvimos a nuestro humilde hogar, totalmente borrachos. No alcanzamos a cerrar bien la puerta que ella ya se estaba quitando los zapatos y comiéndome la boca. Me desprendí rápido el pantalón y fuimos a trompicones hasta nuestro cuarto mientras nos besábamos y nos quitábamos toda la ropa.
 
A pesar de la gran cantidad de alcohol en mis venas, se me paró de inmediato al verle la conchita abierta y mojada. Intenté penetrarla pero no podía saber cuál de las tres vaginas que veía en ese momento era la indicada, daba embestidas contra los muslos de mi madre y ella se mataba de risa, hasta que por fin, con su ayuda, logré meterla. Nos movíamos torpemente, nos incomodábamos con nuestros propios brazos y a mi pene se salía todo el tiempo. Para colmo nos reíamos de cualquier idiotez. En uno de los tantos intentos por volver a entrar en su almejita, pifié muy feo y mi verga fue a meterse en el agujero de su culo, ella soltó un fuerte grito y una expresión muy cómica apareció en su cara, me tenté y comencé a reírme sin dejar de bombear. Al final terminé dándole sólo por la cola mientras ella se masturbaba y a pesar de nuestro patético estado, ambos llegamos al orgasmo. No hubo ni siquiera un besito de las buenas noches, caímos rendidos y nos dormimos casi al instante.
 
Nuestra vida retomó el ritmo habitual, a veces teníamos relaciones de forma intensa, pero casi siempre lo hacíamos suavemente o directamente no lo hacíamos. Unas cuatro semanas después del cumpleaños de mi tía Elvira decidí esperar a mi madre con una sorpresa. Ella llegó de trabajar como a las 16:30 horas, enfundada en su bello uniforme de oficina color azul marino que se le pegaba al cuerpo y la hacía lucir como una secretaria porno. Entró a la casa sin sospechar nada y cerró la puerta tras de sí, antes de que gire para echarle llave, la ataqué.
 
Yo ya estaba completamente desnudo y me había tocado un poco cuando escuché que estacionaba el auto, por eso la tenía completamente erecta. Apreté una mano contra su boca para impedirle gritar.
 
- Te estaba esperando putita – le dije con voz de indio renegado, salvaje y degenerado.
 
Al oír mi voz ella supo de inmediato de qué se trataba todo. Recibí un fuerte codazo en las costillas que me dolió durante cuatro días seguidos. Tuve que hacer uso de toda mi fuerza para poder desvestirla, tuve la precaución de no romper la falda y el saco azul marino, pero su camisa blanca no tuvo tanta suerte, entre gritos, empujones y patadas, ésta terminó toda rasgada y con varios botones menos. Quedó en bombacha y corpiño. Esta vez estaba mejor preparado, arriba de la mesa del comedor había dejado un par de esposas envueltas en una suave y acolchonada tela de terciopelo negro. No me costó tanto sujetarla con ese artilugio que había adquirido apenas un día antes en un sex shop local. Y ese no era mi único juguetito nuevo.
 
No importaba cuánto luchara, no podría quitarse las esposas por nada del mundo, a no ser que yo utilizara la llave. Dando una gran demostración de mi fuerza física, la cargué sobre mi hombro como si fuera un indio llevando a una virgen secuestrada luego de un malón. La arrojé sobre la cama. Me dolía todo el cuerpo. Nota mental: no volver a alzar a mi madre de esa forma.
 
La despojé de su ropa interior, ya sin necesidad de romper nada, pero mientras lo hacía recibí una dura patada en el hombro derecho que casi me tira al suelo. Tuve que sujetarla con fuerzas mientras la ponía en cuatro sobre la cama.
 
- Te voy a dar para que tengas, puta.
- ¡No, no, no! – gritaba intentando apartarse.
 
Le puse una mano sobre la espalda y busqué su vagina. La clavé hasta el fondo sin escala. Comencé a embestirla de forma despiadada, ella gritaba que por favor parara, pero su conchita me decía todo lo contrario, se estaba mojando mucho y se abrazaba a mi verga con amor.
 
- Mmmm, este agujerito está bien abierto – dije pasando un dedo por su ano – seguro que te encanta entregar la colita.
- ¡Aaaahhhhh! ¡Ahhhhhhh! ¡Salí!
- Contestame putita – apreté su pezón izquierdo como si mis dedos fueran una tenaza - ¿Te gusta que te den por la colita?
- ¡Pará, hijo de puta! – ese comentario me causo gracia porque tenía toda la razón.
- Dale, respóndeme o te arranco las tetas de un tirón – ejercí la misma presión sobre su pezón derecho, dio un grito de dolor - ¿Te gusta que te den por el culo?
- ¡Ahhhhhaaa! – apreté fuerte para que sufriera – si… si me gusta. Ahora soltame.
- No me estás convenciendo – la penetré con fuerza y magullé sus pechos – la cosa se va a poner fea para vos.
- ¡Auch! Me gusta… me gusta mucho que me den por el culo. Me vuelve loca – lo dijo como si se odiara a sí misma, escucharla casi me hace acabar.
- ¿La querés por el culo putita? – aflojé un poco la presión en sus tetas como para que entendiera el mensaje.
- Siii, la quiero por atrás – no lo pidió con verdadero entusiasmo sino que lo hizo con un poco de miedo, como si le diera la razón a los locos.
 
No me hice rogar más. La ensarté por la cola dándole apenas tiempo de dilatar. Al principio me moví lento pero cuando escuché sus apasionados gemidos, aceleré el ritmo.
 
- Ves cómo te gusta trolita – le decía sin dejar de metérsela, no respondió nada y me vi obligado a pellizcarle otra vez el pezón – ¿Te gusta? – pregunté amenazante.
- Si, siiii. Me gusta mucho. Seguí, seguí… - no puedo asegurar si lo dijo con verdadero gusto o sólo me decía lo que yo quería escuchar.
 
Le di más y más rápido, haciendo que su colita se sacudiera con cada golpe de mi cuerpo. Me excité tanto que tuve que aminorar la marcha o le llenaría el culo de leche antes de tiempo.
 
- Te tengo una sorpresita que te va a encantar – le dije.
 
Caminé hasta el ropero y de allí saqué un enorme dildo de plástico negro. No era muy largo, pero si ancho, casi tanto como mi puño. Lo había cubierto con aceite para lubricarlo.
 
- Esto te lo vas a comer todo por la conchita – lo acerqué a sus ojos para que pudiera verlo bien.
- ¡No, no! ¡Es muy grande, me vas a partir al medio!
 
Esas palabras no significaron nada para mí. Me paré detrás de ella y dilaté más su vagina con ayuda de cuatro dedos mientras ella continuaba rogando que no le metiera nada. Apunté y entré de a poco. La punta era un poco más angosta que el resto, lo que facilitaba la penetración, pero lentamente su vagina se lo fue tragando todo hasta que sólo pude ver un círculo negro que mantenía sus labios bien dilatados. Ella gemía y decía que no todo el tiempo, pero poco caso le hice. Volví a clavarla en su culito y cada vez que chocaba contra sus muslos, el dildo se movía en su interior.
 
- ¡Noooo paraaaaaa! – me gritaba desesperada.
- ¡Callate puta! – yo ya estaba por acabar, pero pretendía que ella me la chupara después, así que no me importó.
- ¿Pero qué es esto? – dijo una voz femenina a mi espalda.
 
Me quedé congelado por un segundo, mi pene escupió todo el semen que llevaba dentro, como si se tratara de una incontinencia producida por el terror. Giré la cabeza y vi a dos personas de pie, fuera del cuarto. Saqué la verga del culo de mi madre e inconscientemente la apunté a los recién llegados. Mi tía Elvira tenía los ojos abiertos como platos y no paraba de mirar mi miembro que aún chorreaba semen y el abierto culo de mi mamá.
 
Cuando Graciela giró su cabeza para ver qué pasaba fijó su mirada en la persona que acompañaba a mi tía. Se trataba de un hombre al cual conocíamos muy bien.

- Arturo – dijo mi madre en voz baja. Estábamos jodidos.

Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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