"Por culpa de mis estúpidos celos había arruinado una vez más mi relación con mamá."
Capítulo 4
Por culpa de mis estúpidos celos había arruinado una vez más mi relación con mamá. Ella pasó dos días casi sin dirigirme la palabra. Aún estaba dolida y enojada por mi reclamo. Al fin y al cabo ella tenía derecho de acostarse con quien quisiera sin que ni yo ni nadie le reprocháramos nada. Sabía que debía darle tiempo y espacio y que cuando ella lo creyera oportuno, me hablaría.
Fue una suerte el no tener que esperar mucho para que esto ocurra. Al tercer día ella se me acercó. Estaba vestida con una linda pollera de jean azul y una remera negra que marcaba muy bien sus pechos. Me interceptó cuando yo cruzaba desde la cocina al comedor. Ni siquiera me pidió que me sentara.
- Tengo que hablar con vos y no te va a gustar lo que te voy a decir – sus palabras me dejaron helado.
- Te escucho – tragué saliva.
- Como quiero que sigamos viviendo juntos… y bien, te voy a pedir que terminemos con toda esta locura. No quiero que nos peleemos a cada rato, por eso tenemos que cortar el problema de raíz. Tenemos que volver a nuestra relación normal como madre e hijo.
- ¿Qué tan normal? – pregunté con el corazón hecho añicos.
- Normal como lo fue hasta el divorcio con tu padre. Nada de andar con poca ropa por la casa, nada de toqueteos y dentro de lo posible, no hablamos más de sexo. Vos ya sos grande y creo que ya no tengo más nada para enseñarte al respecto – estuve a punto de decir algo pero ella levantó una mano indicando que aún no había terminado de hablar – lo que pasó tomalo como una linda experiencia, sé que nunca te la vas a olvidar… yo tampoco. Pero ya se terminó Nicolás. Mi mayor miedo es que la gente se entere… eso arruinaría nuestras vidas.
- Está bien mamá – me quedé cabizbajo pensando unos instantes - ¿Podemos hacerlo por última vez?
- No, no sería apropiado. Como te dije, hay que cortar el problema de raíz y hay que hacerlo lo antes posible.
- ¿Y un último beso al menos? – ella me quedó mirando a los ojos mordiéndose el labio inferior – por favor – le supliqué – sólo un beso. Ni dos ni tres, uno.
- Está bien – accedió.
Al principio fue un poco incómodo, nunca había besado a mi madre en frío y mucho menos anunciándolo antes. Hubo un par de intentos por parte de ambos pero sin llegar a concretar el beso. Era bastante difícil aliviar la tensión, pero nuestras caras se iban acercando de a poco. Por fin tomé coraje y me lancé. Su boca se humedeció con nuestra saliva. Me abrazó con fuerza y yo la sujeté por la cabeza. El beso fue ganando pasión gradualmente. Podía sentir su cuerpo pegado al mío y su respiración agitándose. No quería soltarla, sabía que ese sería nuestro último beso. La fui llevando hacia atrás hasta que se apoyó contra la mesa del comedor. Sus manos acariciaban mi espalda, ella también sabía que en cuanto nuestras bocas se separaran, todo terminaría para siempre.
Acaricié una de sus piernas sin dejar de besarla, fui subiendo un poco su pollera pensando que me detendría pero no lo hizo. Ella separó un poco las piernas y yo fui acercándole mi pelvis. Subí con mi mano hasta tocar su bombachita. Sentí sus manos apretando mi cola mientras se sentaba un poco sobre la mesa. Llegué a tocar su conchita y me di cuenta de que se estaba mojando mucho. Separó más las piernas y pude introducirle dos dedos. En ese instante ella empezó a desprenderme el pantalón, yo también tenía un jean y era bastante nuevo, por lo que el desprender el botón resultaba una tarea complicada, más si no se veía lo que se hacía. Creo que ninguno de los dos abrió los ojos en ningún momento, seguíamos tocándonos con nuestras lenguas, recorriendo cara rincón de nuestras bocas.
Por fin pudo liberar mi miembro, el cual ya se estaba poniendo duro. Comenzó a acariciarlo mientras yo la masturbaba. Su olor a sexo me embriagaba. Sabía que estábamos haciendo trampa, el concepto del último beso nos estaba sirviendo de excusa. Fui quitándole la bombacha de a poco y ella me ayudó hasta que ésta cayó al suelo. Mi verga ya estaba bien dura y su vagina bien lubricada. Comencé a frotarme por fuera mientras daba leve mordiscos en su labio inferior. Después de unos segundos me agarró el pene y lo apuntó hacia su agujerito. Le di el gusto y la penetré hasta el fondo. Su gemido se perdió dentro de mi boca. Al principio me moví despacio porque aún sentía su concha un poco cerrada y no quería lastimarla, pero en cuanto se dilató bien, aceleré el ritmo. Me dio mucho gusto que estuviéramos cogiendo otra vez, si ésta iba a ser nuestra despedida quería disfrutarla a pleno. A veces nuestras bocas se quedan quietas pero juntas, intentábamos recuperar el aliento respirando por la nariz y luego regresábamos a la exploración bucal.
En estos días había aprendido que si mi madre disfrutaba a pleno del sexo le gustaba cambiar de posición, pero esta vez no podía decírmelo. La levanté haciendo mucha fuerza, por suerte ella no pesaba mucho y se sujetó de mí con sus piernas. A tientas buqué una silla y en cuanto la encontré la acomodé para poder sentarme en ella. Lo más extraordinario fue que conseguimos sentarnos sin desprendernos en ningún momento. Para demostrarme que el cambio le había gustado mucho, se levantó y volvió a sentarse, pero esta vez la verga se metió en su apretado culito. Ella misma intentaba forzar la penetración a pesar de que no había mucha dilatación y si bien la lubricación que me había dado su vagina era buena, no parecía ser la ideal. A pesar de esto ella siguió presionando y la verga fue entrando por partes. Supe que quería gritar, de dolor o placer. Tal vez ambas. Pero a pesar de eso siguió besándome.
Cuando su culito se amoldó a mi pene me agarró una mano y la dirigió hacia su conchita. Me estaba pidiendo más, quería que la masturbara y así lo hice mientras ella subía y bajaba. El juguito comenzó a salir de su vagina, estaba teniendo un orgasmo a pesar de que llevábamos cogiendo relativamente poco tiempo. Tengo que admitir que yo también estaba más excitado de lo habitual, su culo estaba más que rico y apretadito y ella se movía mucho. Le agarré las nalgas y se las abrí mientras ella saltaba.
Después de unos minutos volvió a acomodarse para que penetrara su vagina. Me gustó mucho que hiciera eso ya que la sentí muy diferente, en contraste con el culito ésta estaba toda mojada y abierta, era suave y cálida. No pasó mucho tiempo hasta que un torrente de leche acumulada por tres días le llenó las entrañas. Sentía que los chorros eran fuertes, seguramente estaban llegando hasta lo más profundo de su ser. Ella se movió energéticamente hasta que largué la última gota.
Su boca se desprendió de la mía, estaba llena de saliva, seguramente yo la tendría igual. Me miró a los ojos sin apartarse, aún podía sentir la calidez de su sexo.
- No tendríamos que haber hecho eso – me dijo preocupada.
- Fue algo que pasó solo – le dije para que no se sintiera mal.
- Si, lo sé – sus ojos soltaron algunas lágrimas – es que nunca un hombre me había tratado tan bien como vos lo hacés. Con tanta ternura y amor.
Intentó limpiarse la mejilla con el dorso de su mano pero las lágrimas seguían brotando. No llegué a llorar pero me conmovieron mucho sus palabras. La abrecé fuerte y ella hizo lo mismo. Apoyó su cabeza contra uno de mis hombros y yo hice lo mismo sobre uno suyo. Mi pene se estaba poniendo flácido aún dentro de su vagina y pude sentir cómo el semen iba brotando hacia afuera, cayendo sobre mis huevos y manchando la silla. Ninguno de los dos demostraba la intención de levantarse. Escuchaba su llanto en mi oreja y me apenaba mucho. Pasaron unos diez minutos y ninguno se movía. Por primera vez en mi vida decidí que debía ser yo quien tomara una decisión madura y responsable. Froté su espalda amistosamente.
- Está bien mamá, ya terminó todo – dije con voz suave – te quiero mucho.
- Yo también te quiero mucho – me contestó poniéndose de pie lentamente. Su vagina estaba llena de líquidos. Me dio un beso corto en la boca y se fue caminando hacia el baño.
Desde ese día nuestra relación cambió radicalmente. Ya ninguno andaba con poca ropa por la casa, ella hasta había dejado de usar atuendos sexys. Vestía siempre con pantalones holgados o remeras que le quedaban demasiado grandes. Siempre llevaba puesta su ropa interior. Evitábamos permanecer demasiado tiempo juntos, yo salía más con mis amigos e intentaba no volver a casa hasta ya muy tarde. A ella no le molestaba ya que aún cumplía su deber de madre y me preguntaba dónde había estado. Le contestaba con la verdad ya que no hacía nada malo. Hubo un par de veces que volví borracho y se enojó conmigo, en parte me alegró que lo hiciera, eso me recordaba que era mi madre.
Las semanas pasaban, dos, tres, cuatro. Ya íbamos por la quinta semana y la convivencia se había tornado un poco forzada. Éramos como una pareja de ex novios intentando vivir juntos. No discutíamos pero sí teníamos situaciones tensas, especialmente si estábamos solos en la misma habitación. Un día ella me preguntó si yo tenía alguna noviecita por ahí y le tuve que decir que no, pero que al menos había intentado levantarme a una chica del barrio, pero ésta se alejó de mí al notar mis tremendas ganas de coger. No se lo dije de esa forma a mi madre, sólo le expliqué que no hubo química. Si mi madre mantenía relaciones sexuales con alguien, yo no lo sabía. Salía con sus amigas de vez en cuando, y me contaba cómo habían sido estas salidas, siempre eran sanas y sin situaciones lésbicas ni nada por el estilo. Hasta me contó que ese día que yo le recriminé si se iba a coger con alguien, en realidad sólo fue al cine con sus amigas y su apuro era porque la película ya estaba por comenzar. No era necesario que me lo cuente pero fue un alivio saberlo.
Una noche me encontraba en mi cuarto jugando con la PC, eran alrededor de las 10 de la noche. Tuve ganas de hacer pis y fui hasta el baño, cuando salí noté que la pieza de mi madre tenía la puerta abierta y se escuchaba la televisión encendida. Decidí saludarla al menos. Me asomé y la vi sentada en su cama, llevaba puesto un pijama rosado que había comprado hacía un par de semanas, este atuendo constaba de un pantalón y una remera suelta, además se podía incorporar un buzo mangas largas, pero eso no lo tenía puesto. En definitiva se trataba de un conjunto que no me permitía apreciar mucho su cuerpo.
Me saludó con una sonrisa y me dijo que estaba por comenzar una buena película de humor y me preguntó si quería verla con ella.
- Bueno dale – accedí – esperá que me voy a poner un pantalón – yo llevaba puesto un bóxer color azul, no era como llevar un slip pero aun así era mi ropa interior.
- No pasa nada – aseguró y dio unos golpecitos sobre la cama a su lado, invitándome a sentarme.
Al parecer ya confiaba en mí porque en todo este tiempo no le había hecho ni el más mínimo comentario respecto a nuestra experiencia sexual. Aunque no había sido tarea fácil, la tentación siempre estaba presente. Nos pusimos a mirar la peli tranquilos, de verdad era buena y muy graciosa, eso ayudó mucho a aliviar la tensión, hacía tiempo que no teníamos alguna actividad juntos. Cuando la película ya iba bien avanzada me pareció sorprender a mi madre mirándome el bulto, que se marcaba un poco debajo de la tela del bóxer. De inmediato aparté esa idea de mi cabeza, seguramente era mi morbosa imaginación y mi deseo porque eso ocurriera.
Nuevamente la misma sensación de estar siendo observado, pero cada vez que la miraba de reojo ella volvía a estar con la mirada fija en la pantalla. Estaba distraído, la escuché reír por un chiste que ni siquiera capté. Pero mis sospechas se iban haciendo más fuertes. Esta vez si la pesqué mirándome, al verse sorprendida en pleno acto levantó la vista, me miró a los ojos y media sonrisa se dibujó en su rostro como diciéndome “No tiene nada de malo que mire un poco”, o al menos así la interpreté yo. Cuando volvió a mirar ya no reaccioné, seguí mirando la pantalla. De pronto ocurrió algo totalmente inesperado. Noté el movimiento de su mano y ésta se metió dentro de mi bóxer, en un segundo estaba agarrando mi pene. La miré sorprendido pero simulaba estar concentrada en la película. Intenté hacer lo mismo mientras disfrutaba de sus suaves dedos que iban poniendo dura mi hombría de a poco. Me lo masajeaba suavemente sin mirarme siquiera.
- ¿Mamá…? – pregunté cuando lo tenía bien duro.
- No me preguntes nada… - me miró a los ojos – y nunca le cuentes de esto a nadie. Va a ser nuestro secreto.
Mi corazón dio un salto mortal. Ella apagó el televisor usando el control remoto y sin decir más nada liberó mi verga y bajó la cabeza. Gemí impulsivamente en cuanto sentí su cálida boca humedeciendo mi glande. Con la lengua lo fue masajeando en círculos y de a poco se lo tragó más y más, hasta que empezó a mamarla con ímpetu. Sólo se la sacaba de la boca para chuparme los huevos. Me las arreglé para quedarme totalmente desnudo sin estorbarla en su tarea. Acaricié su cola por arriba del pantalón mientras ella seguía concentrada en dar lengüetazos.
- Sacate esta mierda, que la odio – dije refiriéndome a su sobrio pijama.
- Te prometo que no lo voy a usar nunca más – me dijo riéndose.
Se quitó la remera y la ayudé a desprenderse el corpiño. ¡Qué bueno fue ver sus grandes tetas otra vez! Le hice ver mi alegría al chuparle un rato cada pezón mientras ella se despojaba de la parte baja del pijama. En cuanto le quité la bombacha me sorprendí al ver que tenía la entrepierna llena de pelitos, no había ni rastros de esa fina línea vertical de vello que tan bien lucía en ella. Ella siempre fue cuidadosa con su cuerpo, siempre andaba prolija y arreglada, pero haciendo un poco de retrospectiva me di cuenta de que últimamente andaba desalineada por la casa. Llegué a la conclusión de que estaba deprimida.
Quise atenderla como se debe. Hice que se acostara boca arriba y le besé el estómago. De a poco fui bajando hasta sentir su vello púbico en mis labios. Ella abrió las piernas tanto como pudo, enseñándome su tan añorada conchita. Ese olor a sexo femenino me volvió loco. Comencé a lamérsela con ganas, concentrándome más que nada en su clítoris. Nunca había tenido la oportunidad de hacerle sexo oral como se debe. Recorrí cada rincón, cada pliegue, metí mi lengua y bebí sus jugos. Chupé suavemente y luego lo hice con mayor intensidad, ella no dejaba de gemir y sacudirse en la cama. Apretaba sus dedos contra las sábanas y disfrutaba a pleno del momento.
Pasados unos minutos me coloqué sobre ella y levanté un poco sus piernas. Encajé mi miembro en la división de su vagina y lo deslicé de atrás para adelante mientras ella me acariciaba el glande.
- No te imaginás la cantidad de veces que me masturbé pensando en esto – me confesó.
- Yo también mamá.
Me calentó mucho saber que ella había estado pensando en mí a pesar de todo. Me moría por clavarla pero quería disfrutar bien cada momento. Me incliné sobre su cuerpo y la besé con la misma pasión que siempre había formado parte de nuestros besos. Ella fue cerrando sus piernas lentamente, me aparté un poco para ver qué tramaba. Juntó las piernas y apoyó sus tobillos sobre mis hombros, su colita quedó levantada y sus agujeritos expuestos. Fui hacia su vagina y clavé mi glande. Me sorprendió que estuviera más cerrada de lo habitual.
- Despacito – me pidió.
Al parecer llevaba mucho tiempo sin practicar sexo. La fui metiendo y sacando por partes, siempre moviéndome suavemente esperando a que su agujerito se dilate. Cuando logré meterla entera apoyé mi cuerpo sobre el de ella y la escuché exhalar un profundo gemido. Yo ya me había resignado ante la idea de no disfrutar nunca más de esta preciosa vagina y me alegró enormemente poder estar otra vez en su interior. Gradualmente fui aumentando el ritmo, haciéndola gozar. Dio rienda suelta a sus gemidos que fueron más sinceros y sensuales que nunca. Esta posición me encantaba, me permitía penetrarla profundamente sin hacer demasiado esfuerzo y a la vez sentir su cálida piel contra la mía. Estuve dándole varios minutos hasta que se transformó en una cogida salvaje, terminé abriendo sus piernas y embistiéndola con potencia, haciendo que todo su cuerpo se sacuda. Luego giramos en la cama, quedando yo boca arriba y ella me montó como una yegua en celo. Por sus apasionados movimientos me di cuenta de que intentaba recuperar el tiempo perdido, quería que esta cogida contara por todas las que no habíamos tenido en estas últimas semanas. Su vagina desprendía grandes cantidades de jugos que llenaban mi verga, yo la acompañaba con el movimiento haciendo que las penetraciones fueran mucho más rápidas y continuas.
- ¡Así mi amor, así! – me dijo apretando sus tetas sin dejar de saltar.
No sabía si lo de “mi amor” era la típica expresión de una madre a un hijo o si lo decía por amor verdadero entre un hombre y una mujer, de todas formas me entusiasmó tanto escucharlo que la apreté contra mi cuerpo y la besé locamente. Seguimos cogiendo en esa posición por un tiempo y luego ella me preguntó:
- ¿Me vas a hacer la colita?
- Obvio – le contesté sin dudarlo.
Bajó de la cama y abrió la puerta de su ropero, sacó la botellita de aceite para masajes que a mi tanto me gustaba. Me paré detrás de ella y la apoyé contra la pared. Ella puso aceite en mi mano derecha y paró la colita. Comencé a acariciarle entre las nalgas lubricando muy bien su trasero mientras ella hacía lo mismo con mi verga. Le di besos en el cuello para relajarla y metí un dedo lentamente. Estaba muy apretadito, casi como si nunca lo hubiera hecho por atrás. Moví el dedo rápidamente preparándola para el sexo anal.
- Metemela ahora – me pidió justo cuando estaba por introducir un segundo dedo.
- Te va a doler – le advertí.
- No me importa.
Se puso en cuatro sobre la cama ofreciéndome toda su cola. Me daba un poco de miedo lastimarla pero confiaba en ella, sin mucho preámbulo clavé mi glande en su culito que se abrió al instante pero luego se cerró como un anillo alrededor de mi pene. Ella grito fuerte, fue de puro dolor, instintivamente me sujetó una mano, quedando apoyada sobre su codo izquierdo y las rodillas.
- Metela… metela toda… sin miedo – hice mucha fuerza y mi verga se clavó hasta más de la mitad, su culito estaba poco lubricado pero el aceite facilitó la tarea - ¡Ooooooohhhhhhhhhhhhh! – gritó clavando sus uñas en mi mano, parecía que sus ojos se iban a salir - ¡dame fuerte, partime al medio!
A pesar de mi temor por lastimarla, obedecí. Introduje mi pene bruscamente hasta el fondo y sin esperar a que reaccione, comencé a bombear con fuerza haciendo que mi pene dilate su ano de forma imprevista. Sus gritos de dolor se mezclaban con los de placer. El sentir su culito resistiéndose a mis penetraciones me ponía aún más cachondo. Mi madre ya no pudo sostenerse más y cayó de cara sobre la cama dejándome su colita bien levantada. Sus gemidos cambiaron radicalmente, ahora parecían un murmullo agónico. Parecía una persona a punto de desmayarse, ya estaba por detenerme pero escuché que dijo suavemente “Seguí, seguí” y así lo hice. Hasta fui más duro con ella. Sacaba la verga hasta que parte del glande podía verse y volvía a clavarla sin escalas hasta el fondo. Le di con toda mi energía haciendo que su culito se estremezca hasta que ya no lo soporté más. Llevaba casi una semana sin masturbarme siquiera, un record en mí, pero de verdad no me sentía animado para hacerlo. Dejé salir días de acumulación seminal. Creí que me iba a morir de placer, hasta sonreía cada vez que un chorro de leche abandonaba mi pene con fuerza. En mi interior me decía “Que me importa que sea el culito de mi madre” y la penetraba como si se tratase de una puta callejera. Ella también tuvo un orgasmo lleno de juguito.
- Ay siiii, llename toda – decía agónicamente y eso hacía yo, daba rienda suelta a mi acabada sin sacarla – bautizame el culito mi amor, llenamelo de lechita. ¡Aaaaaahhhhhhh!
Cuando mi orgasmo llegó a su fin saqué bruscamente el pene de esa cuevita. Lo que vi me impactó y me excitó muchísimo. El culo de mi madre estalló en leche. Comenzó a manar abundantes chorros de líquido blanco que caía sobre su conchita hasta la cama, comenzó a pajearse energéticamente, los dedos se le llenaban de semen y los introducía en su vagina. La visión era demasiado buena, no pude resistirlo, en cuanto sacó los dedos de su sexo, la penetré hasta el fondo. Soltó un fuerte grito pero pareció gustarle mucho. Me la cogí mientras mi propio semen fluía cayendo sobre el pene y con éste lo metía de nuevo en el interior de mi madre. Vi que se chupaba los dedos manchados de líquido blanco. Quería reventarle la concha, pero a pesar de mi tremenda calentura mi pene comenzó a decaer y ella lo notó.
- Vení que te la chupo – me dijo.
Me arrodillé frente a ella y comenzó a mamar de inmediato limpiando aún restos de semen, era increíble verla en ese estado, la mujer dulce y alegre que conocía como mi madre parecía haberse perdido, ahora mismo tenía delante a una candente mujer que irradiaba lujuria.
- Nunca nadie me había cogido de esa forma – me dijo sacando el pene de la boca por pocos segundos – me encanta coger con vos – pasó la lengua alrededor de mi glande – me importa un carajo que seas mi hijo – volvió a chupar decidida – te prometo que ya no voy a dar más vueltas – metió la verga hasta el fondo de su garganta y la sacó dejándola llena de saliva – desde ahora vas a poder cogerme todos los días que quieras.
Esa fue la alegría más grande de mi vida hasta el momento. Amaba a esa mujer y ya me había resignado a la triste idea de no poder hacerle el amor. Esta vez quería ser más cariñoso con ella, le acaricié el cabello con delicadeza, de a poco ella también se fue amansando y su fuertes chupadas se convirtieron en cariñosas lamidas. Recorría mi miembro partiendo desde la base de los huevos hasta la punta del glande. De más está decir que ya la tenía tan tiesa como antes. Se tiró boca arriba en la cama y abrió su conchita para mí. Aún podía ver la mezcla de fluidos que abarcaban toda su parte baja, hasta chorreaban por sus piernas.
- Te voy a coger todos los días – le dije reclinándome sobre ella y metiendo suavemente la verga en su vagina.
Nos besamos mientras lo hacíamos con calma, con movimientos lentos pero extremadamente sensuales, el contraste era enorme, hacía un rato nomás estuvimos matándonos como animales y ahora nos demostrábamos nuestro amor como si fuéramos novios de toda la vida.
- No sabés lo difíciles que fueron estos días para mí – me susurró al oído mientras yo bombeaba lentamente.
- Lo sé muy bien, para mí también fueron un infierno.
- En este momento ya no me importan los prejuicios sociales… y si tengo que ser mujer de un solo hombre, prefiero que ese hombre seas vos – volvimos a besarnos apasionadamente.
Nuestra vida dio un salto radical a partir de esa noche. Pasamos casi una semana sin ver a nadie, ni siquiera a nuestros mejores amigos, queríamos recuperar el tiempo perdido. Hacíamos el amor a cada rato, en cualquier lugar de la casa, manteníamos siempre las puertas y ventanas bien cerradas, nuestro hogar se transformó en un búnker sexual. Dimos rienda suelta a nuestros más profundos sentimientos. Para muchos podrá parecer una completa locura que una madre y su hijo hicieran esas cosas, pero era lo que más nos hacía felices en el mundo y sólo eso nos importaba.
Teníamos cenas románticas, con música suave y todo. Ella usaba sus vestidos más hermosos para mí, se maquillaba sutilmente, era una mujer realmente preciosa y cada vez que la veía me preguntaba cómo una mujer así podría estar tan interesada en mí. Yo que siempre había odiado la vestimenta elegante, ahora usaba hasta corbata para cenar con ella, parecía un juego estúpido y a veces nos reíamos, pero era nuestro juego. Enfermizo sí, pero alimentaba nuestro corazón con hermosos sentimientos.
Una noche ella llevaba puesto un hermoso vestido azul eléctrico que se le ceñía al cuerpo y los tacos altos estilizaban mucho su figura. Era la mujer que acapararía todas las miradas en una fiesta y era mí mujer. Estábamos bailando cuando la situación comenzó a ponerse candente, nuestros besos y toqueteos eran cada vez más frecuentes, yo ya no podía disimular mi erección.
- Vamos a nuestro cuarto – dijo tomándome de la mano.
- ¿Nuestro? – pregunté intrigado.
- Ah sí. De ahora en más vamos a dormir juntos… como una pareja debe hacer.
Se me puso la piel de gallina de alegría, sabía que todo esto era una locura, pero qué feliz me hacía.