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Pongamos de entrada las cosas en claro, tal vez a mi padrino nunca se le hubiera ocurrido una cosa así, pero al origen fue su culpa. Yo tenía 14 años y vivía en un pueblo de Buenos Aires con mis padres. Un día mi padrino tuvo que venir por cuestión de tramites y como es natural se quedó a dormir en casa. Según la costumbre, para que yo misma eligiera un regalo, fuimos al día siguiente a una galería comercial que se venia de inaugurar. Mientras subíamos por la escalera mecánica él posó su manos en mis cintura y más tarde cuando regresábamos en el ómnibus lleno de gente, nos apretábamos unos contra los otros. Mi padrino estaba detrás mío y sentí sobre mi cola como su sexo se iba estirando lentamente. Al principio me incomodé pero era una sensación tan agradable que yo misma terminé por apoyarme con más fuerza contra su cuerpo.
Tal vez eso para cualquier mujer no hubiera sido nada, pero para mí que ya tenía el cerebro fértil de ideas eróticas esas dos cosas alimentaban mi fantasía y mis deseos. Desde entonces, cada vez que pensaba en eso, me excitaba enormemente hasta terminar masturbándome en mi cuarto o en el baño para calmar la calentura de mi cuerpo. Con los años mi pobre padrino se volvió una obsesión y más de una vez, luego cuando adolescente, yo hacia el amor con mi novio imaginándome que estaba haciéndolo con mi padrino para poder lograr orgasmos más eléctricos.
A los 18 años terminé el secundario con excelente notas y me había ganado unas buenas vacaciones a donde yo eligiera. Pero justo en esa época mis padres venían de abrir otro comercio y no podían acompañarme, tampoco les atraía dejarme ir sola a Brasil donde hubiera querido hacerlo; entonces llegamos a un acuerdo de principio, ese verano yo iría a un lugar que ellos me indicaran y en el momento que ellos dos se liberaran un poco me llevarían a Brasil.
Mis padres hicieron una lista de lugares a donde podía pasar mis vacaciones, la mayoría eran familiares donde estaría acompañada. Y de pronto dije "Visitar a mi padrino en Córdoba" a pesar que no estaba en la lista. Eso los sorprendió y no porque mi padrino viviera solo en el medio del campo sino porque él tenia fama de ser un solitario, hosco y poco sociable, a pesar que conmigo siempre había sido atento y cariñoso.
Mi padrino me esperó en la estación de ómnibus y en su camioneta fuimos hasta su casa en el medio de las sierras cordobesas. Mi padrino no era joven ni Apolo, era un hombre de 50 años, medio petiso y gordito pero tenia un carisma enorme, su sonrisa y sus ojos atraían como si fueran imanes y su voz sonaba cálida y calma cuando hablaba. Yo iba a quedarme todo el mes de enero en su campo, después tenía que retornar a Buenos Aires y prepararme para la universidad.
La primera semana pasó normalmente. El dejó desplazarme a mi antojo por el campo, tomar sol y bañarme en el río que serpenteaba sus tierras. Por las tardes nos sentábamos a tomar mates y hablábamos de todo y de nada, él me iba haciendo descubrir su amistad con mis padres que venia de la escuela secundaria. Me gustaba escuchar su voz cálida y sin prejuicios que me introducían en un universo mágico. Contrario a mis padres, con mi padrino podía hablar de todo hasta de mis abates amorosos. Entonces, sin darme cuenta de ellos, yo comencé a esperar las caídas del día para sentarnos a tomar mates y fue en una de esas tardes que le confesé las sensaciones que él me había producido sexualmente en mi pubertad. El respondió con una carcajada porque nunca había pensado en eso. Sin embargo, su mirada cambió desde allí, pienso que me descubrió como mujer y empecé a sentir que me observaba discretamente las piernas puesto que yo andaba todo el tiempo en short y con una simple remera sin corpiño que marcaban bien mis pechos, otras veces contemplaba mi cuerpo cuando tomaba sol cerca de la casa.
Una madrugada me desperté muy excitada, había soñado con él. Había soñado que me poseía salvajemente en pleno campo, que me ataba las manos y los pies y me penetraba sin miramiento ni consideración por todas mis cavidades intimas. Ofrecer en mi sueño el gozo a mi padrino, según sus propios deseos, fue tremendamente excitante, de un intenso placer que me había hecho transpirar toda. Entonces me masturbé con fuerza el clítoris hasta que quedó rojo de tanto frotarlo, y mi ano me ardía por la vela que me había introducido desesperadamente imaginando que era su falo. Cuando me levanté mi padrino estaba en la cocina preparando el desayuno y trataba de ocultar una erección; tal vez me había visto o escuchado cuando yo me masturbaba, pero no dijo nada, se sentó detrás de la mesa y hablamos de cosas sin importancias.
Esa noche le comenté que me había arañado todo el cuerpo mientras recogía frutas sobre los arboles y él me respondió que debería ponerme una pomada para que no se infestaran las heridas. "¡No puedo es en la espalda!" me salió de adentro. Entonces me propuso pasarme una crema antiséptica, y nos fuimos a su habitación donde él tenía un pote con crema. Mientras caminábamos hacia su cuarto empecé a experimentar una sensación extraña en mi cuerpo y rápidamente me recordé de mis sueños y la excitación subió por mi piel como si fuera un escalofrío que me estaba dando.
El me hizo sentar en un pequeño banco y mientras buscaba la crema me pidió de levantar mi remera, pero me la saqué directamente y quedé con mis tetas al aire. Con mis 18 años tengo un cuerpo común, una cola redondilla y parada, y mis senos son pequeños, pero firmes, que solían perderse en las manos de mi novio cuando los acariciaba. Nunca fui lo que se podría decir una "bomba", más bien parecía una ratita de biblioteca con mis ojos maliciosos detrás de mis lentes. Mi padrino observó mis senos, los vio un instante como memorizándolos y, sin decir nada, se puso a estirar la crema por mi espalda. El contacto de sus manos sobre mi piel me produjo un choque de gozo, fue como una descarga eléctrica y temblé de forma convulsiva que tuve que hacer un esfuerzo para no dejar escapar un orgasmo intempestivo porque ya estaba totalmente excitada.
Parado, detrás mío, él fue masajeando lentamente mi espalda y, poco a poco, sus manos fueron subiendo hasta los hombros para continuar descendiendo hacia adelante en busca de mis senos. Era un sensación agradable que se revolvía entre mis piernas y cuando cerró sus manos sobre mis pechos, apoyando su cuerpo en mi espalda, disfruté del momento e instintivamente me puse de pie, fue allí que sentí sobre mi cola su miembro en plena erección. Entonces cerré los ojos porque el placer me cacheteaba todo el cuerpo con secos chasquidos que llegaban hasta mis entrañas; y llevé mi mano entre las piernas para acariciarme sobre el short delicadamente. Estaba por gritar que en ese momento yo era una mujer en celos, desesperada por sentir adentro mío el sexo de mi padrino; sin embargo no tuve que decir nada, mi cuerpo hablaba por si mismo y él parecía comprender bien ese lenguaje, porque me tomó de las manos y me hizo acostar sobre su cama boca abajo y luego puso crema en mis piernas y empezó a diluirla desde las pantorrillas hacia arriba.
Boca abajo y con la cara apoyada sobre la cama fui sintiendo sus manos sobre mis muslos, por instantes me acariciaban y por instantes se cerraban como tenazas muy cerca de mis nalgas lo que me producía una sensación de sumisión que aumentaba mis deseos, y cuando él fue a quitarme el short, yo levanté un poco mi cola para facilitarle el trabajo. Quedé totalmente desnuda en esa posición sintiendo los masajes que repercutían en el fondo de mi vientre, con la mano izquierda pellizcaba mi espalda mientras su mano derecha se desplazaba en idas y venidas por mis piernas y mis nalgas hasta sentir su mano sobre mi vagina. El remontaba su mano desde abajo hacia arriba pero sin entrar en mi vulva y cuando sus dedos llegaban hasta mi ano, él dibujaba los contornos, repitiendo el mismo movimiento varias veces.
¡Que sensación fuerte se estaba produciendo en mi cuerpo!... Ya no era una simple excitación ni las ganas de ser penetrada lo que me estaban produciendo sus manos, era una especie de mezcla extraña que me invadían enteramente desde la cabeza a los pies, desde el cerebro al corazón que parecía reventar por sus latidos, desde la epidermis de mi piel al fondo de mis tripas. Era la impotencia de se poseída, una especie de excitación, frustración y deseos locos que aumentaban la eternidad del tiempo porque el tiempo parecía haberse detenido. Cuando él sintió que yo estaba por llegar a mi orgasmo se detuvo y me pidió que me pusiera en cuatro patas.
El se desvistió sin subirse a la cama y apoyo su sexo entre la línea de mi cola, esa era mi debilidad. Entonces, no pudiendo aguantar más, le grité: "¡Métemela por favor!...". Pero él no lo hizo, se retiró un paso atrás y apoyando su mano sobre mi cola, sus dedos penetraron lentamente en mi vagina mientras el pulgar hacia el mismo camino, pero abriéndose paso a través de mi ano. Entonces ya no pude contenerme y mi cuerpo se sacudió en una serie de espasmos mientras un orgasmo reventaba con fuerza tanto en mi cerebro como en mi vientre. Yo sentía mi vagina toda mojada por el flujo que emanaba como salivazos, hasta sentía la sensación que mi ano se había lubricado en espera de una penetración profunda.
Sin embargo me hizo sentar de nuevo. El estaba parado en el piso y apoyó una pierna sobre la cama a mi costado dejando su pene erguido a escasos centímetros de mi cara. ¡Tenía un sexo enorme! Su miembro era violáceo y largo con venas rosadas que recorrían a lo largo, y su glande parecía una flor abierta. Era un sexo grueso que estaba frente mío como nunca lo hubiera imaginado en él; entonces abrí la boca y lo engullí alocadamente. Yo mamaba como desposeída, mis labios hacían presión y con la lengua le cacheteaba su glande. El me sostenía la cabeza con una mano para que su miembro entrara hasta el fondo de mi garganta, y con la otra mano iba apretando mis senos, uno al otro, sintiendo su contextura, su firmeza y sus tamaños. Por momentos yo hacía arcadas porque me costaba respirar con todo ese pedazo de carne que pegaba en el fondo de mi garganta. Pero era tan delicioso sentir ese gusto de sexo en mi boca que me hubiera quedado toda la noche chupándole.
Luego me volvió a poner en cuatro patas y con su verga comenzó a jugar en la puerta de mi vulva, acariciaba mis labios, frotándola contra mi clítoris. Yo sentía punzadas de deleites hasta en mi pecho, sobre mis pezones que parecían reventar de deseos incontrolados y abrí más las piernas sedienta de posesión y sin ninguna vergüenza por liberar mis ganas de ser penetrada, fue hasta que sentí su glande detenerse justo en la puerta de mi vagina. Luego comenzó a penetrarme poco a poco. Su sexo era como una víbora que buscaba dubitativamente un abrigo lenitivo dentro de mi caverna. Yo tenia la concha toda mojada y bien dilatada que presentaba resistencia a esa enorme verga, pero él la iba venciendo con pequeños bombeos, con una presión siempre hacia el fondo que destrozaba mi vagina produciéndome dolor, ese dolor que simultáneamente se transformaba en placer; ese dolor que estimulaba mi sensaciones más primitivas.
Mi padrino me acuñaba a fuego con su enorme miembro y yo me entregaba totalmente desbordada de lujuria y gozo porque sentía bien adentro de mi vientre ese falo ardiente y delicioso que me iba comiendo centímetro a centímetro y que me lastimaba toda. De pronto se puso a bombear, primero lentamente y luego con mas ritmo. El me copulaba como los perros y me taladraba dando golpes secos que repercutían en mi estomago. Yo estaba empalada con su carne y podía sentir como me encajaba sus testículos junto a los labios de mi vagina, como queriéndolos hacer entrar también al interior de mi concha. No tardaron muchos minutos hasta que de pronto sentí un cosquilleo en el cuerpo y las paredes de mi vulva se cerraron alrededor de su sexo con fuerza para reventar con un grito de triunfo en otro orgasmo. El también eyaculó, pero no lo hizo con mucha cantidad de semen; sin embargo fue un líquido caliente que sentí desparramarse en el interior de mi vientre.
Su pene estaba todavía adentro mío cuando sentí que se contraía sobre si mismo queriendo escaparse sin que mi padrino se moviera. Y cuando separó su cuerpo del mío su sexo parecía otro, era medianamente chico, oscuro y arrugado como el cogote de una tortuga, se había retraído plegándose en pocos centímetros; pero yo lo veía como un pene tierno y cariñoso. Entonces lo volví a meter en mi boca para limpiarle con mi lengua los restos de esperma, de flujo y de sangre que habían quedado adheridos alrededor de su glande hasta que separó mi cabeza de su verga y me miro fijo. Yo le sonreí complacida, satisfecha y agradecida; entonces él dijo "¡Estamos locos!..." y sin darse cuenta que estabamos en su propio cuarto salió perdido para irse a dormir a otro lado. Yo me tenté de la risa y me introduje adentro de su cama para dormir tranquila hasta el día siguiente, con la seguridad que esta vez me llevaría el desayuno a la cama.
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