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Se trata del mismo internado en que estudiaron Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique, ilustres novelistas peruanos. Sí, me refiero al Colegio Militar Leoncio Prado (C.M.L.P.). Mis recuerdos del CMLP son siempre gratos, especialmente cuando recreo en mi mente las aventuras nocturnas, aquellas que eran mi especialidad. Pues, además de decirme "culebrón" tal vez por lo largo y flaco que era, también me apodaban "fantasmita" debido mis frecuentes correrías nocturnas.
Mi gran amigo Beto, del mismo año y sección que yo, me dice un día:
Oye Flaco, el "perro" grandazo, ese que lo tienes de adjunto, está agarrando a una hembrita que anda con un par de amigas de "tapudrema". Por que no lo cuadras y haces que nos las presente.
¡Ha!………….., te refieres al loco Adrián, claro hermano no hay ningún problema, él es mi "pata" del barrio y como tiene carro, ya sabe que tiene que ponerlo a disposición todos los fines de semana. Tú dime y vamos cuando quieras para que nos centre a las amiguitas. – Le contesté.
Sí flaco, procura que sea cuanto antes, están buenísimas y son hermanitas. Trata de arreglarlo para este sábado. Y ojalá que no nos consignen este fin de semana para poder ir.
El asunto se coordinó como si de una campaña final se tratase y el sábado a las 17.00 horas del meridiano de Greenwich, estábamos tomando control del territorio. Al "perro" le hice comprar medio kilo de "turrón de doña pepa" para que su hembrita nos invite lonche.
Al negro Beto le pedí que no se le ocurriera maltratar a mi "perro", por que al ser mi adjunto merecía respeto, que el único que le podía sacar la mierda era yo y nadie más que yo; claro solo cuando se hacía acreedor a una dosis de rigor. Como íbamos a tener juntos la siguiente aventura, había que poner las cosas claras y en su sitio.
Así conocimos a las hermanitas Olga y Rosita, también a Amanda que era la "gila" de Adrián. Vivían en una transversal de la Av. La Paz, no muy lejos del colegio. El lonche lo tomamos en la casa de las hermanitas, debido a que los padres de Amanda no pasaban al loco Adrián, por que ya había mandado a la mierda al viejo, cuando este quiso cuadrarlo para que no se propase con su nena.
Los viejos de las hermanitas eran "misios" pero muy alegres y acogedores, nos sirvieron tesito y juntos nos despachamos el turrón. Nos hicimos "patas" de don Natale y de doña Fabiola. Natale era un inmigrante italiano acriollado, muy sencillo y amigable, le gustaban sus aguas y no perdía oportunidad para chupar como despedido. Fabiola, su mujer de modales menos demostrativos, tenía un culo de campeonato y era relativamente joven, no llegaría ni a los cuarenta y la verdad es que del saque me movió las endorfinas; más que sus hijitas que estaban muy ricas, pero demasiado delicaditas para mi gusto. Yo estaba acostumbrado a la colombiana Leticia, ampliamente conocida por todos los cadetes asiduos "putañeros".
Lo destacable de la reunión fue que después de varias rondas, cuando las "botánicas" estaban en concho y la velada casi por terminar, la doña me dijo que yo le hacía recordar a su primer amor, que además de la semejanza física, nuestros nombres eran muy parecidos y que teníamos la misma mirada desafiante con las mujeres. (Efectivamente, sin proponérmelo, todo el tiempo estuve comiéndomela con los ojos). Yo no desperdicié oportunidad para halagarla y transmitirle mi debilidad hacia ella, claro que indirectamente. Floreaba a las hijas incidiendo que tenían a quien salir y deslizaba sutilmente mi predilección por las mujeres mayores.
Esa noche ahí terminó la cosa, pero al despedirnos quedó abierta la posibilidad de una nueva reunión, para jugarnos un cachito, A Natale le gustaba la "timba" tanto como el trago y en son de broma nos dijo:
Adiós muchachos, ha sido un gusto y si se animan a venir para jugarnos un dudo, no dejen de traer el trago y por lo menos un "chifita". Que pena que no puedan venir el miércoles que es el cumpleaños de mi mujer.
En el camino de regreso, Adrián nos contó que Olga, la mayor de las hermanitas, "chapaba" con un "chivo" que resultó ser mi vecino Polón. Yo lo conocía desde chico, tenía su pinta y era más corpulento que Adrián. Habían voladas que el susodicho tenía problemas de erección. Lo "batíamos" con un problema que tuvo con la Manón, una famosa meca gringa, medio loca del burdel que frecuentaba la mayoría de los cadetes. Decían que ella le hizo fama de que había que trabajar mucho para lograr que se le pare.
Adrián nos contó que un sábado fue con el "chivo" a buscar a las hembritas, pero que al no encontrarse Olga en su casa, Polón tuvo que acompañarlo donde Amanda. Para buena suerte, los padres de la chica no se encontraban en casa, pero el "chivo" se quedó con ellos hasta que la temperatura del "chape" subió lo suficiente como para que tuviera que esfumarse. Polón en lugar de irse, se las ingenió para subir a la azotea donde la "servilleta" se encontraba lavando ropa. Se trataba de una "charapita" calentona llamada Belén. Con anterioridad, la selvática ya le había dado algunas muestras de su candor.
El asunto es que sorpresivamente, la parejita de la sala ve interrumpida su grata faena por gemidos provenientes de la lavandería. Los exagerados jadeos se escuchaban algo fingidos. La curiosidad pudo más que la arrechura. Se acercaron a la escalera de servicio y reconocieron que Polón era el que daba los alaridos. Cual sería la sorpresa y el carcajeo de la intrigada parejita, al escuchar a la "servilleta" increpando a Polón, con su marcado acento silvícola:
Oe gordo…., mas’s lo que pujas que lo que metes…… ¡maldito!
Esa aventura terminó con un cague de risa generalizado.
De todas formas solo quedaba libre una de las hermanitas, ella era Rosita, pero la chica ya tenía embobado a mi gran amigo Beto. Con el desprendimiento que me caracteriza, me sacrifiqué y le di pase al negro para que se hiciera cargo de ese bocadito. Yo lo que mas deseaba era tirarme a la mamá. Esa idea me tenía obsesionado y si bien consideraba que mis posibilidades eran muy remotas, el optimismo de adolescente no me dejaba renunciar a mi candente fantasía. Por último, en caso de quedar descalificado, tenía la alternativa de "atrasar" al "chivo" con Olguita.
Todo el domingo tuve a la doña metida en el cerebro, haciendo de las suyas con mis morbosas neuronas. Debido a la diferencia de edades, ya no podía negar mi condición de Edipo obsesivo compulsivo. El lunes en la mañana hice teatro en el cuartel, para que corra la bola de que me sentía mal. Fui a la enfermería, me dieron mi antigripal de reglamento y desaparecí con dirección a las duchas, me descolgué por el muro conocido por todos los "contreros" y no paré hasta materializarme en el lugar ansiado. El tiempo disponible era muy apretado, pero quería darme el gusto de sentir el aroma de mi dama.
La encontré saliendo de su casa con dirección al mercado, iba con su canasta para las compras del día. Después de la sorpresa, la barajé preguntándole si el sábado había dejado olvidada una chompa en su casa, claro que eso era cuento pero algo había que decir. La acompañé algunas cuadras, empecé haciéndola reír con una que otra anécdota del colegio y después le declaré mi amor a boca de jarro. Le dije que ella era la mujer mas encantadora que había visto en mi vida, que ya no podía dejar de pensar en ella y que me hervía la sangre cuando la tenía cerca.
Ella me interrumpió varias veces, primero tratando de desanimarme, luego sugiriéndome que me fijara en alguna de sus hijas. En conclusión, la pude notar muy alagada en su vanidad femenina, pero igual me mandó a la mierda. Me retiré asegurándole que volvería al día siguiente aunque me voten del colegio. Me enrumbé de regreso al cuartel, feliz saltando en una pata, como si ya me la hubiese comido.
Mi retorno estuvo algo complicado, no tenía quién me hiciera "banquito" y me vi precisado a recurrir a un taxista para que me ayudara a escalar el alto muro. Igualmente, una vez dentro, casi me "pescan" por que en el trámite había empleado más de una hora. Para poder pasar "piola" tuve que inventar una colitis incontrolable.
Todo el martes, tuve el culo de la doña dibujándome círculos y circulitos en sendas cabezas. Solo pensaba en fugarme para ir a verla, pero me resultó imposible. Ese día estaba de servicio el teniente Sandoval que era un cancerbero y con él de guardia, "tirar contra" resultaba demasiado riesgoso.
El miércoles, ya no pude más; era el cumpleaños de mi amada. Imposible dejar de ir a saludarla. Pero me intrigaba saber si le habría contado a su marido a cerca de mi sorpresiva visita del lunes.
Antes del "rancho" vespertino terminé de convencer al negro Beto para "tirar contra" esa misma noche e ir a festejar el santo de la doña. Justo a tiempo para ponerle un poco de somnífero en la sopa a cierto cadete que debía dormirse tempranito para bien de nuestros planes.
El negro y yo colaboramos con las provisiones, tomando prestado del nutrido ropero de nuestro querido cadete "chaccha", que nunca nos dejaba sin nuestra cuota de nicotina, ni tampoco permitía que pasáramos hambre o sed. Felizmente siempre llevaba la llave de su candado al cuello, colgando de un cordelito. Se la cortamos apenas se durmió y se la volvimos a amarrar en el mismo sitio, después de aligerar la pesada carga de su ropero. (Espero que a estas alturas de la vida nuestro amigo sepa perdonarnos, de lo contrario que mierda pues, total ese expediente ya prescribió hace buen rato). También le tiramos letra al perro para que nos acompañe, pues además de ser mi adjunto, disponía de un holgado presupuesto proveniente del rubro propinas y sus recursos podían sacarnos de cualquier apuro.
Esa noche salimos los tres, de uno en uno, "tiramos contra" por detrás de las duchas. Nuestras provisiones eran de primera, teníamos un molde de queso, un king kong de membrillo y dulce de leche, una lata de natillas, otra de manjarblanco, como cinco cajetillas de cigarrillos rubios y todo el billete del perro para comprar trago. En pocos minutos llegamos a la zona en colectivo y nos detuvimos en la bodega de la esquina donde compramos un Ron, varias colas y una caja grande de cerveza.
Caímos a la casa un poco antes de la media noche, con nuestro gran aprovisionamiento. La familia ya estaba a punto de acostarse, recién se había retirado la última prima que pasó a saludar en compañía de unas pocas personas. Nada formal, pero se notaba que habían circulado variadas "botánicas" y la gente ya estaba contenta y algo movida.
Don Natale nos quiso mandar de regreso al colegio, pero lo persuadimos mostrándole las provisiones y sobre todo el trago. Adrián le pidió a Rosita que lo acompañe a casa de Amanda para convencerla a venir la reunión. Luego de unas coordinaciones ya estábamos todos contentos celebrando y cantando el "Happy birthday" con una velita que flameaba sobre el king kong. Para mi tranquilidad, no noté señal de hostilidad alguna, lo que indicaba que mi visita del lunes había quedado en secreto, entre ella y yo.
A mi reina, que estaba hermosa, la saludé con un caluroso abrazo y un tierno besito en la mejilla. Se puso chaposita y me agradeció por el despliegue realizado para agasajarla. Después de unos brindis, comenzó el "tono" al compás de la Sonora Matancera y sacamos a bailar a las chicas. En un momento quise aventarme y sacar al ruedo a la homenajeada, pero me "chupé", al dudarlo Natale me adelantó y bailó con su mujer.
Mi gran oportunidad llegó cuando empezó a sonar un bolerazo aparrador, cantado por Bienvenido Granda: "En un manto azul, con canto de sirenas. Se asoma la luna, las palmeras susurran, se perdió en la noche, se perdió en el mar" (o algo por el estilo) y el viejo que ya estaba bien picado, se manda y saca a bailar a la hembrita del "perro". Antes que alguien me adelante, me aventé y ya tenía a la dueña del santo entre mis brazos, moviéndonos cadenciosamente al ritmo del bolero burdelero.
El "perro" sacó a Olga que estaba sin pareja y el negro mientras bailaba con Rosita, apretaba el culo hacia adelante procurando llegar a su destino. Don Natale le quería demostrar a la vecinita sus habilidades de "puntero mentiroso" y yo trataba de ubicar a la señora en posición, para que no se perdiera la faena de su marido. A ver si a mi me ligaba de todo esto, aun que sea una "alita" vengadora.
Apenas la doña me sintió el izamiento de la "pegada", paró el culo para alejar la papa del asador, pero como era bien quebrada, tuvo que tirar el torso para adelante y aplastó mi pechito con su generosa pechuga. Yo intentaba recobrar la posición, jalándola de la cintura, pero con discreción, como para que nadie notase el forcejeo. Ella también trataba de encubrir la intención, por temor a que su marido pudiese notar algo raro.
Crecieron mis expectativas al comprobar que debido a su espíritu pacifista, estaba dispuesta a ceder, con tal de no alterar la tranquilidad del viejo. Eso me alentó a jugar con mayor audacia. Hasta el borde del límite, como para avanzar lo suficiente, pero sin arriesgar demasiado.
Don Natale se rompía en mimos con Amandita y solo tenía ojos para ella. Cuando tenía a Fabiola de espaldas a su marido, le hacía creer que él nos estaba observando y aprovechaba para ajustarla hacia mí. Por no forcejear, ella cedía mansita y ya estaba comenzando a asimilar la "pegada". Luego le decía que don Natale se estaba propasando con la amiguita de su hija y la colocaba de cara hacia él. Claro la idea era irritarla, con la intención de beneficiarme de un posible desquite, después de todo yo estaba en el lugar indicado y en el momento preciso.
Antes que finalice la canción, la doña ya había aflojado y la tenía pegadita, sin necesidad de forzarla. Seguimos bailando y empalmamos con el siguiente bolerazo. Se lo había pedido al oído y aceptó. Todavía no estaba seguro, si siguió bailando por temor a que al separarnos se me pudiese notar el bulto que traía en el pantalón o por que le estaba gustando bailar pegadito. Eso si, con seguridad hacía mucho tiempo que Fabiolita no sentía una tan dura entre los muslos.
Como la encantadora señora no era de piedra, sino todo lo contrario, se le subió la temperatura, se empezó a sofocar y los colores se le subieron al rostro. Yo sentía que estaba tomando control de la "situasao" y le ponía la boca muy cerca de la orejita para hablarle. Con inmensa satisfacción, comprobaba como se le iba poniendo la pielcita de gallina con el tenue roce de mis labios.
La doña ya estaba con la maquinita a cien, se le notaba bien agitada y ya le saltaba el pecho al respirar. Pensé que era el momento para definir condiciones y muy quedito al oído le pedí que separe un poco más las piernas para sentirla mejor. Y………… ¡número premiado! Me contestó que no sea tan descarado y que ese no era el lugar ni el momento para hacerlo. Que yo recuerde, nunca antes me había sentido tan satisfecho con una negativa. Sin duda, esta llevaba consigo un mensaje muy alentador. A mí me sonó a promesa de catre.
Como comprobé que se estaba agotando el "combustible", le pedimos al "perro" que nos preste dinero poder comprar más trago entre todos, no sin antes jurarle por nuestra sagrada madrecita que le pagaríamos. Claro que tomamos la precaución de no decirle cuando. Mandé al "perro" a comprar mas ron a una cantina conocida ubicada a unas cuantas cuadras. Y con la nueva dotación en mano, le pedí al negro Beto que al viejo le meta trago sin asco. Don Natale no se hizo de rogar, mas aún se moría de ganas de chupar como consecuencia de su fracaso con Amandita. Entre el negro y el "perro", le dieron tupido al viejo, casi a punto de ahogarlo. Hasta que por fin cayó K.O. y se estaba durmiendo sobre la mesa.
Amandita quería que la acompañemos a su casa y decidimos que ya era hora de terminar la reunión. Todos nos despedimos de Fabiola, no lo pudimos hacer de don Natale que estaba semi inconciente. Salimos los seis rumbo a casa de Amanda, ubicada muy cerca. Sirvió el pretexto por que habían varios interesados en darse un "chape". El "perro" con su hembrita, el negro con Rosita y Olga se me estaba resbalando a falta de su "chivo".
Cuando habíamos avanzado media cuadra, les dije que yo les daría el alcance, que me dieran unos minutos para ayudar a acostar a don Natale por que la señora no iba a poder hacerlo sola. Antes de escuchar respuesta les apliqué el "hecho consumado" y ya me encontraba a toda prisa camino de regreso, para tirarme en brazos de mi deseada Fabiola.
Entré a la casa y Fabiola ya había logrado tender al viejo sobre la cama, vestido y con zapatos. Él estaba en el mas allá. Quise llevármela al dormitorio de sus hijas, pero ella no aceptó, tenía temor que los demás regresaran de un momento a otro. La tomé en mis brazos y la besé con lengua. Ella respondió deseosa y nos mordimos los labios con gran pasión. De rato en rato don Natale balbuceaba incoherencias. Yo estaba desesperado por poseerla, pero sabía que no disponíamos de tiempo suficiente. Ambos estábamos con ganas, sumamente excitados y dispuestos.
Ante los inconvenientes que nos impedían copular como dios manda, solo pude bajarle el calzón y conducirla al éxtasis puesto de rodillas a sus plantas. Ella me dio las facilidades y oralmente pude arrancarle un clímax que ya tenía en caminado y que la desbordó irrefrenable. Yo no quise guardarme para luego y manualmente precipité mi propio placer. Bien gozada pero aún no satisfecha, se dejó caer en la cama sobre el cuerpo desmadejado del viejo que ya roncaba placidamente. Quisimos reanudar la acción pero sentimos que la gente ya se aproximaba de regreso al hogar.
Ahí quedó la cosa en esa ocasión, nos acomodamos la ropa rápidamente y salimos comentando lo difícil que había sido trasladar a don Natale hasta su cama. Nos despedimos como si nada hubiese pasado y los tres fugitivos nos enrumbamos de regreso al plantel, alrededor de las tres de la madrugada. De regreso me hicieron muchas preguntas morbosas que me negué a contestar, dándoles evasivas que ninguno de los dos me creyó.
Claro que después Fabiola fue mía, nuestro romance duró como seis meses. Ella era muy ardiente e incansable haciendo el amor. Yo con la gran potencia de la adolescencia era precisamente el servidor indicado. Nos veíamos a escondidas y lo hacíamos en su casa por las mañanas. Varias veces me salvé por un pelo de ser sorprendido "tirando contra". Estuve a punto de la expulsión, pero igualito nomás seguí yendo a verla. Ese semestre mis notas fueron un asco, pero mi gula era insaciable, me sentía incapaz de gobernarme juiciosamente. Mis amigos me ayudaron a recapacitar. Pude dejarla cuando quedé con los porongos vacíos. Creo que la siempre bien ponderada Fabiolita necesitaba una media docena de servidores como yo, para quedar contenta.
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