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Aventuras de un bartender (2)

AVENTURAS DE UN BARTENDER



II. Reencuentro.



Como recordarán, tengo 19 años y trabajo como bartender en El Danubio, uno de los bares más famosos y de ambiente en mi ciudad. Aún hoy, cuando recuerdo a aquella dama que se acercó a mi en estado de ebriedad y finalmente se fue conmigo a mi departamento, me produce una erección.



Después de esa aventura, pasó una semana. Era martes otra vez, como a las doce de la noche, y la clientela era escasa. Estaba sirviendo unas copas a una pareja que parecía muy amartelada, cuando la ví entrar y acercarse a la barra. Era la dama de la aventura anterior.



Se sentó y me miró con una sonrisa en los labios y se veía en su sano juicio, no ebria como la vez anterior. Esperó a que yo me acercara.



- Buenas noches. ¿Qué le puedo servir? - le dije con seriedad.



- ¡Caramba, qué formalidad! -me dijo riendo-. ¿Ya no me recuerdas?



Hace tiempo había leído en un libro, una frase que me gustó mucho y pensé que era el momento de usarla:



- Recordar, es privilegio de una dama; olvidar, el deber de un caballero.



Me miró unos momentos con aire divertido, y luego me dijo:



- Pero yo no quiero olvidar. ¡Quiero recordar!



Inmediatamente sentí un corrientazo de deseo recorrer mi cuerpo. Continuamos conversando durante un rato, con pequeñas interrupciones para servir a los parroquianos, hasta que llegó la hora de cerrar.



Ella esperó y cuando yo salí, ella me acompañó. Llegamos al estacionamiento, donde estaba su fabuloso Mercedes. Esta vez, ella condujo y partimos.



- Te llevaré a mi casa -acotó.



- ¿Y tu marido? -pregunté.



- No vendrá hasta mañana.



Tranquilo por su respuesta, me acerqué a ella y, suavemente, comencé a lamerle y mordisquearle el lóbulo de la oreja. La sentí ponerse nerviosa, pero no me detuve. La besé en la mejilla y luego fui bajando al cuello y sus hombros desnudos, al tiempo que con mi mano comencé a acariciarle el muslo.



Cuando mi mano desapareció debajo de su falda y comenzó a explorar su entrepierna, ella pegó un respingo, al tiempo que me decía:



- Si no te tranquilizas, voy a tener un accidente.



Reí con suavidad y comencé a lamerle el cuello. Ella se detuvo ante un semáforo, ocasión que aproveché para besarla en los labios. Nuestras lenguas entablaron un duelo y, aunque cambió la luz del semáforo, dándonos vía, continuamos allí parados, mientras mi mano derecha le acariciaba los senos.



Un bocinazo, nos hizo volver a la realidad. Seguimos hasta llegar a su casa, una elegante residencia con un gran portón de metal que impedía la entrada. Ella accionó un control remoto que tenía en la viscera del coche, y la puerta comenzó a abrirse. Entramos y, siguiendo una vereda, llegamos hasta la casa. Bajamos del auto y entramos a aquella masión, de estilo colonial.



En la sala, la dama se acercó a un barcito y preparó dos bebidas. Se aproximó y me dio un vaso. Bebimos, sin quitarnos la mirada de encima. Aproveché entonces para preguntarle:



- ¿Cómo te llamas?



- Delia -respondió con una leve sonrisa.



Dejé el vaso sobre una mesita y, tomándola en mis brazos, la besé. Mientras mi lengua penetraba en su boca, sentí que su cuerpo se estremecía de deseo. Le acaricié los senos con deleite y poco a poco le fui bajando el cierre de su vestido, el cual le fui quitando, hasta dejarla desnuda de la cintura para arriba, ya que no llevaba sujetador.



Me lancé a besarle y lamerle sus senos, metiéndome completamente los pezones en la boca. Ella gemía de pasión, al tiempo que empezaba a acariciarme el pene por encima de los pantalones.



Dejando el vestido tirado en el piso, me tomó de la mano y me llevó escaleras arriba, sólo vestida con un misúsculo bikini, zapatos, medias negras y un pequeño liguero del mismo color. Entramos en una habitación del segundo piso y mientras Delia se acercaba a la cama, yo aproveché a desvestirme, con la mayor velocidad de que era capaz.



- Ven -me dijo con voz sensual, sin quitar la vista de mi verga completamente erecta.



Ella se dio vuelta en la cama, poniéndose en cuatro patas, al tiampo que decía:



- Quiero que me la metas por detrás.



Me acerqué a Delia, sintiendo que mi polla reventaba de deseo. Me subí a la cama, tras de ella, y puesto de rodillas coloqué mi verga en medio de los hermosos "cachetes" de sus nalgas, rozando la entrada de su culo. Comprobé que mi rabo no entraba, de primera intención, en ese hermoso agujero. Lo saqué, dedicándome a estimularla con mis manos y mis labios.



Con saliva traté de lubricar su culo, mientras con mis dedos estimulaba su ano, tratando de relajarlo. Yo tenía alguna experiencia en este sentido, porque una antigua novia mía era fanática de ser cogida por el culo y me había enseñado los pormenores de la estimulación.



Poco a poco, le fui introduciendo un dedo, dándole masaje al esfínter. Después de unos momentos, conseguí introducirle un segunto dedo y más tarde, un tercero.



Cuando consideré que ya estaba listo para poder entrar en ese volcán de mujer, agarré de nuevo mi pene y lo volví a introducir en todo su culo. Mi verga se perdía entre sus enormes nalgas. Notaba como la punta de mi pene se iba abriendo paso entre su deseado culo.



Delia gemía de placer, al tiempo que mi verga sentía cómo el esfínter se iba distendiendo poco a poco, permitiendo que la punta de mi polla comenzara a penetrar. Sus nalgas oprimían la punta de mi polla, excitándome más de lo que ya estaba.



Cuando tenía la mitad de mi polla dentro de su hermoso culo, la agarré por sus apetitosas caderas y clavé de un golpe mi verga en todo su culo.



- ¡Ahhhhhhhhhhhh...! ¡Qué rico! -gritó-. Me estás rompiendo el culo... ¡Qué rico!



Agarrándola de sus caderas, comencé a bombear. Mi pene entraba hasta el fondo y salía hasta la punta, para volver a hundirse hasta que mis bolas toparan con sus nalgas. La mujer gritaba de placer. Con ambos a punto de reventar, la agarré desde atrás sus enormes pechos, oprimiéndolos hacia mi.



- ¡Ahhhhhhhh...! -grito Delia.



La dama comenzó a temblar como un volcán y las contracciones de su recto, me indicaron que se estaba corriendo como una auténtica cerda.



Dí unas cuantas acometidas más, en forma bestial. Mis huevos hicieron tope en su culo. Antes de correrme, quería disfrutar otro poco más. Pero, para mi sorpresa, tan pronto acabó ella, se desensartó, dio la vuelta y se apoderó de mi verga con sus labios, comenzando una mamada realmente bestial.



En esos instantes, por causa de la sorpresa y de su fantástica acometida, perdí el control y al momento me corrí, inundando su boca con mi leche.



El semen corría por las comisuras de sus labios, mientras ella me limpiaba el glande con su lengua.



Con un par de mamadas, volví a tener mi polla preparada para otro polvazo. Me lancé sobre Delia, la tumbé y la besé largamente en los labios, introduciendo mi lengua casi hasta su garganta, al tiempo que saboreaba mis propios líquidos.



Poco a poco, fui descendiendo, besándole el cuello, el pecho, los senos, donde me detuve durante largo rato, chupándole los pezones. Después continué descendiendo por su vientre, hasta llegar a su monte de venus.



Largamente acaricié su clítoris y lo chupé con ganas, haciéndola gemir de placer y excitación.



- No puedo más -suplicó-. ¡Métemela ya!



Con rapidez me incorporé y no habían transcurrido ni tres segundos, cuando mi erecto y deseoso miembro viril penetró en su vagina. Ella coloco sus níveas piernas sobre mis hombros, permitiéndome penetrarla hasta lo más profundo. El bombeo fue rápido y fuerte, haciendo que el ritmo se fuera acelerando por momentos, mientras yo me dedicaba a lamer y chupar sus gloriosas tetas.



De pronto, no pude más. Di otro par de golpes y tuve que eyacular, entre jadeos y gemidos. Pero seguí bombeando sin detenerme. Dos... cuatro... diez... doce veces. Delia gritaba, gemía, suspiraba y, sin poder contenerse, su cuerpo explotó en un orgasmo bestial.



Agotados, nos derrumbamos en la cama besándonos y acariciándonos.



- Quédate conmigo toda la noche -suplicó.



Poco después, nos quedamos dormidos.



El ruido del agua en la ducha, me despertó. Ya era de día. Delia no estaba en la cama junto a mí y el ruido de agua venía del cuarto contiguo. Me levanté y fui hacia la puerta interior, que estaba entreabierta.



La dama se estaba bañando. La silueta de su cuerpo se apreciaba perfectamente a través de la cortina del baño.



Me acerqué y, con decisión, descorrí la cortina. Delia se sobresaltó en un principio y luego me sonrió. Sin decir palabra, entré al baño junto a ella. Bajo el agua tibia, la tomé entre mis brazos.



Nos besamos largamente y, el roce de nuestros cuerpos fue haciendo que mi pene recobrara el vigor. De repente, ella se puso de rodillas y antes de que yo pudiera reaccionar, me agarró la verga y empezó a mamar.



- Transportado por aquella sensación gloriosa, la agarré de la cabeza, acariciándola, al tiempo que apoyaba la espalda en la pared, para no caerme.



Tremendamente excitado, comencé un rápido movimiento de vaivén, entrando y saliendo de su boca. Cuando me sentí cerca del clímax, la obligué a suspender su trabajo y ponerse de pie. Fui yo entonces quien se arrodilló frente a ella, como adorando a aquella hermosa mujer, sin vacilación comencé a lamerle la concha y chuparle el clítoris, mientras con una mano me masturbaba suavemente. Después de un rato, me puse de pie y comencé a frotar mi pene contra su conchita. !Aahhhhhhhhhhhhhhh! ¡Qué sensación!



Fue algo realmente estupendo, único. Nuestra mutua caricia, cada vez se ejecutaba con más ardor, mientras nuestras bocas se devoraban. Entonces, Delia no pudo continuar de pie y se derrumbó hasta el piso, arrastrándome encima de su cuerpo.



Allí, bajo el agua de la ducha, la penetré. Nuestros movimientos eran fuertes, desaforados y, pocos momentos después, pude sentir las contracciones de su vagina en un exquisito orgasmo. Esto fue demasiado para mí y eyaculé. Mi esperma caliente inundó sus entrañas.



Tras recuperar las fuerzas, terminamos de bañarnos, me vestí y, después de tomar un rápido desayuno servido por ella, salí a la calle, buscando la manera de llegar a mi departamento.



- ¡Te veré el próximo martes! -me gritó desde la puerta.



Autor: Amadeo


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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