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AVENTURAS DE UN BARTENDER
I. La dama de una noche.
El Danubio era uno de los bares de moda en la ciudad. Su dueño, don Everardo, era muy amigo de mi padrino y, así fue como conseguí entrar de aprendiz de bartender. Yo sabía muy poco de preparar bebidas a mis 18 años, pero pronto hube de aprender. Tenía 19, cuando ya era experto, al grado de ser nombrado ayudante del bartender principal.
El Danubio. como ya dije, era uno de los lugares de moda. La gente iba a tomar sus copas, escuchando buena música, presenciando la presentación de algún artista, etc., todo en un ambiente muy "in". Pero había algo más. El Danubio era un bar donde el ligue de parejas era habitual y las edades oscilaban entre 20 y 60 años.
Los fines de semana (viernes y sábado), la concurrencia abarrotaba el local pero, los otros días de la semana (excepto el domingo, que permanecía cerrado), el ambiente era menos concurrido y más tranquilo.
Un martes, estaba yo atendiendo a unos parroquianos, cuando vi entrar a una mujer de entre 45 y 50 años, sola, que se sentó a la barra. Sus ojos estaban llorosos, se encontraba un poquitín ebria y no se la veía bien. Con ropa un tanto suelta, la blusa dejaba ver sus pechos, que eran grandes y tostados por el sol. Su pelo era dorado y tenía una boca muy sensual. Ordenó un martini y luego otro y otro más, que vinieron a sumarse a los que segutramente ya llevaba entre pecho y espalda.
Al rato de estar tomando, me acerqué a ella y le pregunté si se sentía bien, a lo que contestó que estaba aburrida y harta de estar sola. Su confesión no era nada nuevo para mí, que había escuchado argumentos similares en otras ocasiones. Como un cantinero es como el confesor, con quien la gente desahoga sus penas, le pregunté si me quería contar lo que le sucedía y así, tal vez, podría ayudarla. Me dijo:
- Mi marido se fue de viaje, acompañado de otra y me dejó, como un trapo viejo. Por eso estoy tratando de ahogar mis penas. Creo que estoy bastante bien como para que me hayan cambiado por una mujer más joven que no sabe nada de la vida.
Le dije que era una mujer muy hermosa y que no merecía eso, asegurándole que cualquier hombre debería de sentirse honrado y satisfecho de hacer el amor con una mujer como ella. Me miró fijamente y guardó silencio durante un rato.
Seguí atendiendo a otros clientes, dándome siempre cuenta de que ella continuaba tomando. Cada vez que podía, regresaba a conversar con ella, quien me abrió su alma y desahogó su dolor.
Como al siguiente era día de trabajo, la gente se retiraba relativamente temprano y el local fue quedando vacío poco a poco. A la hora de cerrar, era ella el último cliente que quedaba.
Me acerqué y con amabilidad le dije que ya era hora de cerrar y que era mejor que se retirara. Pagó su consumo y después sacó un billete grande de su bolso y me lo pasó.
- Es para ti, por tener la paciencia de escucharme.
Se quiso poner de pie y no pudo. Entonces me di cuenta de que, dado su estado etílico, no estaba en condiciones para conducir. Me ofrecí a llevarla y ella accedió. Abrazándola, la ayudé a caminar para llegar al estacionamiento. Cuando llegamos hasta su auto, un Mercedes de miedo, me dio las llaves y me dijo:
- Conduce, yo te guiaré.
En el camino podía ver sus piernas perfectas a través de una falda muy corta, que dejaba ver el final de unas medias caladas de color negro que solo se sostenían por un portaligas. Trataba de concentrarme en el camino, pero su prominente escote me hacía difícil la tarea. Ella lo notó. Me miró con una sonrisa y comenzó a acariciarme la cabeza con sus finas manos, que terminaban en unas uñas de color violeta, y en un momento se acercó a mi oreja y la comenzó a lamer con una pasión descontrolada. Eso me provocó una inevitable erección. Con la otra mano comenzó a tocarme el bulto que se formaba en mi entrepierna, masajeándolo con la palma de arriba hacia abajo. Yo ya estaba enloquecido y trataba de manejar, sin salirme del camino. Suevemente, me dijo:
- Si él me está poniendo los cuernos, yo también se los pondré.
Cuando trabajas en un bar, te acostumbras a ver muchas escenas lujuriosas entre los parroquianos pero, al menos en mi caso, no era común que me sucediera algo como esto. Así que decidí aprovechar la oportunidad que el destino me presentaba en bandeja de plata.
Mi mano llegó hasta su falda y comencé a acariciar su pierna. Metiendo mis dedos por la cara interna de su muslo, fui subiendo y a poco hasta la concha, que estaba jugosa y caliente. Mientras me lamía la oreja con su lengua, su mano abrió el cierre de mi pantalón y extrajo mi verga, acariciándola con una suavidad que a punto estuvo de hacerme eyacular. De repente bajó su cabeza y comenzó a chuparme lentamente, acariciándola con su lengua, hasta que sentí que no podía más y me vi obligado a retirarla, para no terminar en ese momento y llenarle la boca de leche. Ella, comprendiendo la situación, se recompuso sin decir nada y, al incorporarse, pude ver sus ojos nublados por el deseo.
Seguí acariciando su concha con mi mano y ella se fue recostando en el respaldo, al tiempo que comenzaba a jadear y, de pronto, emitió un bestial gemido, anunciando que un orgasmo la había invadido.
Apretó mi mano entre sus piernas, se acercó más a mi y me besó. En ese momento me susurró al oído:
- Llévame a algún lugar donde podamos estar solos... ¡Pronto!
No sabiendo a donde dirigirme, decidí tomar rumbo a mi departamento, que no estaba demasiado lejos. Me apresuré a llegar hasta mi casa, porque para entonces tenía ganas de cogérmela toda la noche y ya no aguantaba más.
Mi departamento estaba en un pequeño edificio, con un estacionamiento interior. Con rapidez, me bajé a abrir el portón y entré, dejando el carro en un lugar vacío.
Ya adentro, la ayudé a llegar hasta mi casa y sentarse en un sillón. Por petición de ella, que quería seguir bebiendo, preparé dos vasos de vodka con hielo, para entonar aún más la noche. Luego, me dirigí al baño. Cuando regresé, se había quitado la blusa y se confirmaba lo que antes había visto: dos pechos enormes que rebasaban el corpiño de lo apretado que estaba. Se acercó y me besó, metiendo su lengua hasta mi garganta. Tomamos la bebida de un trago y la llevé de la mano a la alcoba, llevando conmigo, en la otra mano, la botella de vodka.
Una vez adentro de la habitación, comenzámos a manosearnos con deseperación, sin dejar ni un lugar por explorar. Comenzamos a desvestirnos y fui besando cada porción de carne que quedaba al descubierto. Tenía amplias caderas y muslos firmes y poderosos.
La tendí en la cama y mi lengua fue haciendo el trabajo, desde el cuello, deteniéndome largamente en los senos, finalmente llegué hasta su vientre. La chupé por todos lados. Ella gemía y se estremecía mostrando lo excitada que estaba. El espasmo mayor llegó cuando bajé su diminuta brasilera de encaje y le comencé a chupar el clítoris, alternando con mordiscones y lamidas, tratando de penetrar con mi lengua al interior de su vagina.
Me detuve un momento para quitarme la última prenda que me quedaba, momento aprovechado por ella para lanzarse sobre mí y comenzar a chuparme la pija, enloquecida, apretando mis nalgas y gimiendo hasta que se detuvo y me pidió que la cogiera porque no aguantaba más.
En ese momento, me tendí sobre ella y, sin misericordia, la penetré con toda mi fuerza, comenzando a cabalgarla descontroladamente. Ella me pedía más y más, y en cada embestida le metía mi verga hasta el fondo, chocando contra el final de la vagina, a lo cual ella respondió con gritos y gemidos de placer, que evidenciaron la llegada de su orgasmo.
Cuando estaba a punto de llenarla de leche, me detuve. Retiré mi verga hasta casi sacarla y la miré directamente a los ojos. Con fuerza, la penetré. Vi su cara de placer, al tiempo que su boca exclamaba casi a gritos:
- ¡Más... más!.
La impresión de ver su cara congestionada por el deseo y la proximidad de otro orgasmo, me llevó a lo máximo y le llené la vagina de leche, al mismo tiempo que un grito gutural salió de mi garganta. Seguí bombeando con fuerza y, unos momentos después, ella tuvo otro orgasmo.
Me derrumbé sobre sus tetas, mientras nos manoseábamos mutuamente. Sus pechos eran perfectos. Sus pezones eran enormes y duros.
Continuamos bebiendo vodka y hablando. Yo no podía dejar de repetirle lo mucho que me encantaba estar con ella. Por el cuarto vodka, ella ya estaba bastante mareada otra vez y comenzamos el acto sexual nuevamente. Mi boca estaba activa sobre sus senos, chupando sus pezones y mis manos recorrían toda su anatomía.
Besé su boca, que se abrió para dejar entrar mi lengua. Entonces, me incorporé y me coloqué frente a ella en posición de 69. Ella comprendió mis intenciones y tomó activamente mi verga entre sus labios, besándome, chupándome y mamándome, hasta llegar hasta su garganta. Sentí que le provocaba una arcada, pero la superó y se concentró en su deliciosa tarea, que me estaba produciendo tanto placer y me trasportaba rápidamente hasta las estrellas.
Por mi parte, mi boca y mi lengua no tenían reposo. Besaba una y mil veces sus grandes labios, lamía su vulva y chupaba con delirio su clítoris, erecto como un diminuto pene. Con mi lengua penetraba al interior de su vagina y sentía el sabor de mi propia leche.
A cada momento me lamía y me chupaba el pene con más fuerza, lo que me hacía sentir más y más excitado. Muy pronto estaba al borde de la eyeculación y quise retirar mi verga de su boca, pero ella en un gesto enérgico, me retuvo.
Continuó ciegamente y no atendió a mis súplicas de una tregua. De pronto, no pude más. Un geiser de esperma brotó que mi pene e inundó su boca. Ella tragó hasta la última gota y no dejó de mamar, impidiendo así que se bajara mi erección y propiciando que mi verga deseara casi de inmediato más acción.
- Ponte cómodo, que me quiero subir -indicó.
Me acosté boca arriba y ella, rápidamente, se montó en mí. Colocó su vulva directamente encima de mi pene erecto y descendió. Su vagina lubricada no opuso resistencia alguna. El pene entró con facilidad y me sentí en la gloria.
Iniciamos un rítmico movimiento de vaivén y, ella, unos minutos más tarde, prorrumpió en un grito bestial, evidenciando que un orgasmo igualmente poderoso la había acometido.
Yo, seguí bombeando unos diez minutos más, sintiendo como, lentamente, me iba acercando a un nuevo clímax. Pero el tiempo trascurrido y la actividad que yo desplegaba, también la excitaron nuevamente y la fueron conduciendo hacia otra feroz culminación.
Estábamos como locos. Ella gritaba y yo también, hasta el punto de que nos descontrolamos y ella pedía más y más fuerte. Yo tenía mi verga metida hasta el fondo y no se la sacaba. Comencé a chuparle las tetas y a morderle los pezones, al tiempo que acelerábamos el movimiento, hasta que, entre gritos y espasmos, acabamos casi juntos llenándola de leche nuevamente.
Exhaustos y tirados en la cama, nos quedamos quietos hasta que el sueño nos invadió y finalmente, nos quedamos dormidos. Cuando desperté, ya era de día. Miré a mi lado y ella ya no estaba. En la almohada, había un trozo de papel con sus labios impresos, en un beso de agradecimiento. Entonces, me levanté y fui al sanitario. Abrí la llave del agua y me metí bajo el chorro, para tomar un baño. No pude evitar tocar mi pene y comenzar a masturbarme con el recuerdo de lo acontecido. Entonces, caí en la cuenta de que no conocía ni su nombre.
Autor: Amadeo
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