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Se había quedado tirada con el coche en medio de la provincia de Teruel, en medio de la nada, en una zona de poco movimiento y en una carretera apenas transitada.
¡¡¡Menudo fastidio!!! Oh, mierda. No puede ser, ¿y ahora qué voy a hacer? –pensó para sí misma sintiéndose sola y con pocas posibilidades de que alguien pasara por allí a aquellas horas de la mañana.
Camino de Valencia, necesitaba llegar urgentemente a su destino y aquello le suponía un grave inconveniente. De 41 años, divorciada con tres hijos y empresaria agresiva y de talento, Piluca había quedado al mediodía con Mario a fin de cerrar aquel negocio que debía reportarle pingües beneficios además de una posible futura cartera de clientes a lo largo y ancho de todo el Levante español. Llevaba trabajando con Mario y su socia Yolanda desde hacía más o menos año y medio, proporcionándoles todo tipo de lencería, complementos y moda íntima para mujer. Material que le llegaba a través de sus contactos en Siria y Jordania y que Piluca distribuía por la zona de Cataluña, Aragón y Valencia.
Había salido de Zaragoza sobre las once pensando llegar a Valencia alrededor de la una y media, pero el inesperado problema del coche había trastocado todos sus planes de poder llegar a la hora prevista. Mujer de rápidas soluciones a los problemas, Piluca no solía amedrentarse ante las dificultades sino no hubiera llegado donde había llegado y no hubiera sacado adelante a sus hijos cuando el cabrón de su marido la dejó en la estacada con tres niños a los que alimentar y hacer crecer. Así que buscando el móvil en el interior del bolso llamó en primer lugar a Mario para avisarle de su retraso.
¿Mario? Hola, soy Piluca.
Hola Piluca, ¿Qué tal el viaje? ¿Dónde estás?
Tirada en medio de la provincia de Teruel, en medio de la nada. No sé qué demonios le pasa al coche pero se quedó parado y no arranca. Llamo para decirte que no me esperes a comer.
¿Pero estás muy lejos de Valencia? Puedo ir a buscarte si lo deseas –se ofreció galante mostrándose realmente preocupado.
Oh, no te preocupes. No creo que sea algo importante. Llamaré a asistencia en carretera para que vengan a rescatarme.
Piluca, nada de eso. Insisto… dime dónde estás y voy a buscarte –volvió a ofrecerse esta vez de forma más vehemente.
Que no Mario, que no. Te lo agradezco pero no quiero suponerte ninguna molestia. En cuanto te deje llamo al taller más cercano para que vengan a ver qué ocurre. Supongo que en un rato estaré nuevamente en marcha y si es algo más grave ya te llamo para decirte algo. No te preocupes –respondió al ofrecimiento de manera igualmente vehemente y sin dar lugar a la réplica.
Como quieras. Tú siempre con tu maldita cabezonería –escuchó al hombre sonreír tímidamente al otro lado del teléfono.
Tras colgar, volvió a meterse en el coche buscando en la guantera del mismo la guía de asistencia en carretera para llamar con prontitud a uno de los talleres de la zona. Enseguida escuchó una voz masculina de unos treinta años al otro lado de la línea.
¿Talleres Mínguez? ¿en qué puedo ayudarle?
Hola buenas, tengo el coche estropeado y necesito que vengan a arreglarlo.
Está bien. Dígame qué le ocurre al coche.
El coche no arranca. Me dejó tirada en medio del campo donde no pasa un alma y no sé qué demonios puede pasarle. Se supone que el profesional es usted –acabó sin poder dejar de mostrar su evidente malestar.
Bien señora, no se altere. Dígame exactamente la carretera y kilómetro en el que se encuentra y en breve me acerco a mirar cual es el problema.
De acuerdo pero no tarde, necesito continuar viaje a Valencia lo antes posible. El coche es un BMW blanco, estaré fuera del mismo esperándole. ¿Cuánto puede tardar en llegar? –preguntó una vez le hubo indicado el lugar donde se encontraba.
Supongo que un cuarto de hora o veinte minutos como mucho. No se impaciente, por favor –respondió con voz tranquilizadora para finalmente colgar acabando la conversación.
Allí se quedó Piluca intranquila y poco convencida de las palabras de aquel hombre. Con la gabardina puesta para resguardarse del horrible viento que hacía en aquel inhóspito lugar donde el maldito coche había fenecido, se dispuso a esperar la llegada de aquel mecánico salvador. Desde por la mañana en Zaragoza se había levantado un día lluvioso y desagradable, de poca lluvia pero continua que en la última hora había dado paso a fuertes vientos que azotaban las ramas de los árboles y los campos de rastrojos que envolvían la soledad de aquel paraje.
Volviendo a dejar la guía en la guantera, encendió la radio buscando luego en el bolso el paquete de tabaco y el mechero. Aspiró con fuerza la primera bocanada logrando con ello tranquilizarse un tanto. Con la segunda bocanada respiró profundamente por la nariz hasta sentir el humo raspándole la garganta. Piluca miró el bonito reloj Swatch que reposaba en su muñeca el cual marcaba las doce y media pasadas. Apenas habían pasado algo más de cinco minutos desde que había hablado por teléfono.
Espero que no tarde mucho en llegar –se dijo saliendo del coche y cubriéndose con la gabardina por encima del socorrido traje chaqueta azul marino que había elegido por la mañana para la entrevista con Mario.
El viento, ahora más suave, la golpeaba mientras esperaba haciendo caer sobre el rostro de la mujer uno de los mechones de su recogido cabello. Piluca era aún hermosa y a sus 41 años se encontraba en uno de los mejores momentos de su vida. Triunfadora en los negocios, se sentía orgullosa de haber salido adelante sin ayuda de nadie. Divorciada desde hacía seis años, era algo bajita y regordeta lo cual no era un gran problema para tener éxito entre los hombres pues cuidaba su cuerpo con todo tipo de cremas al tiempo que su carácter alegre y abierto la ayudaba a entablar amistades con facilidad.
De melena castaña y sedosa y ojos negros y profundos escondidos tras unas pequeñas gafas sin montura, Piluca poseía una boca de labios frescos y sensuales que a muchos apetecía besar y devorar. Tenía un par de pechos aún firmes y de buen tamaño, las caderas anchas, unos poderosos muslos de mujer recién traspasada la frontera de los cuarenta así como un prominente y redondo trasero.
Las molestas corrientes de aire habían amainado y un sol brillante golpeaba ahora sobre su cabeza. Al parecer el día empezaba a arreglarse así que quitándose la gabardina la llevó a la parte trasera del coche dejándola estirada sobre el asiento. Luego, apoyándose en la parte lateral del coche, estuvo entretenida un rato revisando los últimos mensajes del móvil.
No tardó en ver aparecer al fondo de la larga recta la grúa del servicio de asistencia.
Bueno, al menos ha sido puntual –pensó mientras lanzaba un leve suspiro de alivio.
El vehículo se desvió de la carretera, disminuyendo la velocidad al llegar a su altura para finalmente acabar estacionando delante de su coche. De la camioneta vio bajar un hombre de unos 28 ó 30 años al que rápidamente Piluca relacionó con el tipo con el que había hablado minutos antes.
Hola buenos días –la saludó mientras se acercaba a ella.
Buenos días. ¿hablé antes con usted? –respondió al saludo manteniéndose apoyada y mostrando la mejor de sus sonrisas.
Sí conmigo mismo, señora. Soy Roberto Mínguez-dijo ofreciéndole la mano de manera amistosa.
Yo soy Pilar Gargallo, encantada. Gracias a dios que llegó pronto. Tengo una prisa horrible pues he quedado en Valencia en unas dos horas.
Como ve llegué puntual tal como le dije. Ciertamente tuvo suerte de que el móvil tuviera cobertura. Por aquí no pasa nadie durante horas y horas.
No hace falta que lo jure –exclamó Piluca incorporándose hasta quedar enfrentada al hombre.
Era un hombre algo más alto que ella, no más de metro setenta le echó a simple vista. Moreno y con barba de dos días, rala e hirsuta que encajaba perfectamente en aquel rostro ovalado y de rasgos finos y armoniosos. Vestido con un mono verde oscuro y unas botas marrones, tenía unas manos grandes y de gruesos dedos.
Y dígame… ¿qué le ocurre al vehículo? Es un buen coche y por la matrícula veo que no tiene mucho tiempo.
Pues exactamente no sé decirle. Es la primera vez que me falla. Iba conduciendo tan tranquila y de pronto se paró sin decir más.
Umm, ¿y dice que se paró de repente?
Pues sí. Simplemente eso ocurrió. ¿Puedes mirármelo, por favor? –preguntó tomándose por primera vez la libertad de tutearlo.
Mira… no tengo dinero ahora a mano pero en cuanto encontremos un cajero o un banco te lo pago. Tengo una reunión importante y necesito tener el coche arreglado lo antes posible –continuó hablando de un tirón tratando de convencer a aquel hombre.
Pues lo veo francamente mal, señora. El problema que hay es que en el pueblo no tenemos ningún cajero a mano y a menos de cincuenta kilómetros no encontrará nada. Verá si no hay pasta en efectivo, no trabajo y si no trabajo el coche se le quedará ahí –zanjó dándole la espalda y mostrándose completamente indiferente al problema que la mujer tenía.
No podía creerlo. Viéndole dirigirse a la camioneta con intención clara de marchar, una loca idea pasó por la cabeza de Piluca. Una idea descabellada y atroz que igual podía salirle bien como mal pero al menos pensó que podía echar mano de la misma. Ciertamente no sabía cómo podía llegar a responder aquel tipo. Lo que sí tenía claro es que no podía quedarse allí teniendo que llamar a otro taller.
¡Espera, por favor! Los dos sabemos que no puedes dejarme aquí tirada. Tienes que darme una solución y no irte sin más –exclamó yendo tras el hombre hasta darle alcance junto a la parte trasera de la grúa.
Si quieres puedo pagarte de otro modo –continuó acercándose al muchacho hasta hacer mínimo el contacto.
¿Qué quiere decir?
Bueno estoy pensando en algo mucho más agradable para ti –comentó en voz baja.
Está bien señora pero el arreglo le va a salir bastante caro –le escuchó decir mientras sonreía cambiando de gesto.
No te preocupes por eso, lo que necesito es que me arregles el coche rápido –respondió ella acercando su boca y sacándole la lengua de manera provocativa al tiempo que apoyaba la mano por encima del mono de trabajo buscando la joven entrepierna.
Bajo la tela encontró algo duro aunque todavía no en su máximo esplendor. No tardaría en estarlo. Mirándolo de cerca aquel tío no estaba nada mal pese a no ser excesivamente alto ni ser tampoco un adonis. Sin embargo, mostraba en sus actitudes y gestos un aplomo que gustó a Piluca.
¿Qué pretende señora? ¿qué ideas tiene al respecto? –preguntó de forma entrecortada, estremeciéndose y sin poder evitar mostrar lo mucho que aquello empezaba a gustarle.
¡Oh, cállate y no digas nada! Sólo déjame hacer a mí –dijo ella apretando aquel bulto con fuerza al notar cómo iba creciendo por momentos.
Umm… ¿qué guardas aquí muchacho? –exclamó mientras su mano masajeaba el prometedor miembro que ahora sí aparecía bien duro y excitado.
El joven mecánico nada dijo, dejándose hacer por aquella mujer que tan bella y sensual se mostraba. Por suerte la frondosidad de los árboles y unos altos matorrales ocultaban la presencia de ambos a cualquiera que pudiera pasar por la carretera. Llevando la mano a la cremallera, Piluca la bajó con urgencia para rápidamente introducirla en busca de la ansiada presa que en breve disfrutaría entre sus dedos.
Señora, por favor –exclamó el joven muchacho sintiéndose atacado de aquel modo.
Oh, calla de una buena vez y disfruta de lo que voy a hacerte.
Ella era una mujer a la que le gustaba tomar las riendas cuando estaba con un hombre. No era para nada partidaria de mostrarse pasiva y sí de participar activamente del juego amoroso gozando y haciendo gozar a su compañero. Así pues y tras unos segundos consiguió alcanzar el miembro masculino el cual extrajo apareciendo ante ella firme y robusto. La mujer lanzó un suspiro al ver aquel pene curvado y de venas bien marcadas y cogiéndolo con la mano lo fue acariciando lentamente llevando la piel arriba y abajo.
¡Buena polla, sí señor. Me gusta lo que tienes aquí! –afirmó masturbándolo con toda la mano alrededor del grueso mango.
Agachando la cabeza entre las piernas del hombre, acercó la boca y sacando la experta lengüecilla golpeó repetidamente el hinchado glande provocando un estremecimiento de placer a su excitado compañero. El tenso animal cabeceaba ansioso y alterado en busca de las caricias linguales de la mujer. Teniéndolo agarrado y con la otra mano apoyada en el pecho masculino, Piluca se entretuvo chupando y lamiéndole los huevos los cuales se notaban duros y llenos del líquido tan deseado. Sin embargo, pronto ascendió la lengua a lo largo del tronco lamiéndolo de abajo arriba hasta alcanzar el rosado champiñón al que hizo cabecear una vez más. La hermosa hembra sonrió de forma traviesa viendo la positiva respuesta que daba el grueso músculo a cada golpeo que le propinaba.
Observando el miembro unos segundos lo contempló soberbio y apuntando hacia arriba. Lanzada como ya estaba, iba a gozarlo hasta el final entregándose a aquel joven macho al que pensaba disfrutar por entero. Una vez más pasó la lengua por encima del palpitante tronco, humedeciéndolo abajo y arriba para seguidamente tomar el sentido contrario hasta llegar a los cargados testículos. Lo lamía sin prisa alguna, notándolo palpitar, escuchando gemir débilmente a su compañero cada vez que su lengua tocaba la sensible y fina piel. Piluca jugueteó algo más con el rosado glande hasta que finalmente acabó introduciendo el grueso animal dentro de su boca. Ahora sí el afortunado mecánico gimió de manera mucho más notoria al sentirse engullido por la encantadora boca de la cuarentona.
Ella empezó a devorar aquella polla de forma rápida y agresiva, metiéndola y sacándola una y otra vez sin dejar un momento de envolverla con su hambrienta lengua. Elevando la vista al encuentro de la del hombre lo descubrió con los ojos casi en blanco, la mirada perdida y sin parar de gemir y jadear pidiéndole más y más. Así pues continuó saboreando el miembro masculino haciéndolo desaparecer entre sus labios. Tanto se animó que, en una de esas, terminó por llevar la polla hasta el fondo de su boca notando cómo le alcanzaba el paladar. Sacándola para recuperar mínimamente el aliento, se dio un pequeño respiro para enseguida volver a meterla en el interior de su boquita.
Poco a poco fue acentuando los lametones y la cadencia de su lengua, estimulando el sexo brillante por sus babas el cual palpitaba entre las bien cuidadas manos de la mujer. Él, abandonado a sus caricias, apoyó las manos en la cabeza de Piluca revolviéndole los cabellos al tiempo que la ayudaba en el ritmo de la mamada.
¡Oh sí, cómasela… cómasela señora… me gusta como lo hace! –exclamó entrecortadamente.
¿Sí, te gusta? ¿Te gusta cómo te lo hago? –le preguntó para al instante pasarle la lengua, por enésima vez, por encima del largo pene.
¡Oh sí, chúpela entera… qué gusto me da, dios!
Piluca era una buena mamona. Sabía perfectamente que una buena mamada era el mejor preludio a un buen polvo. Conocedora del poder de sus labios y su boca se entregaba a ello con energía y denuedo, sabiendo cuando acelerar sus movimientos y cuando pararlos para hacer que su hombre no se corriera y disfrutara aún más su placer. El fornido muchacho gemía de forma cada vez más estentórea ante los tímidos mordiscos con los que la hembra le obsequiaba. Ella estuvo un rato más succionando y lamiendo la punta para seguidamente iniciar un enérgico mete y saca de la polla envuelta entre sus labios. Chupó el tronco una y otra vez hasta dejarlo bien húmedo y preparado para lo que no tardaría en venir, la tan esperada follada.
Llevando la mano hacia arriba mientras se acuclillaba, alcanzó la cremallera central la cual logró bajar quedando pronto el torso masculino al aire. La boca de la mujer cayó sobre la barriguilla masculina, entreteniéndose besándola y lamiéndola hasta llegar al vientre que acarició con ternura infinita. Así continuó saboreando aquel hermoso tesoro de manera mucho más cómoda, masajeando y sobando los testículos con sus dedos. Él jadeó levemente echando la cabeza hacia atrás con los ojos completamente cerrados. Al abrirlos y bajar la mirada pudo contemplar el delicado trabajo que la hembra dedicaba a su sexo. Las miradas entornadas de ambos se cruzaron y el muchacho no pudo más que agradecer lo que Piluca le hacía, llevando una de sus manos sobre el rostro femenino el cual acarició pasándole levemente los dedos por encima de la mejilla. Ninguno de los dos quería dejar lo empezado, seguramente el morbo de estar en medio del campo les animaba aún más a seguir con todo aquello.
¡Señora, no aguanto más… quiero follarla! –afirmó con la mirada descompuesta y su voz grave y rotunda.
¿Eso quieres? ¿ya no aguantas más, cariño? Y por favor, tutéame… me haces sentir mayor con el usted y no creo que te lleve tantos años –dijo ella sonriéndole ladinamente mientras se dejaba levantar por las manos del hombre.
Sin responder nada y tumbándola boca arriba sobre la parte trasera del vehículo, le agarró y subió con ambas manos la falda hasta la cintura, dejando al descubierto los rollizos muslos así como las pequeñas bragas color malva y de delicado encaje transparente que permitieron vislumbrar al hombre su rizado y oscuro vello púbico.
Pilar, tratando de hacer la situación aún más morbosa, llevó uno de sus dedos a la boca lamiéndolo y encerrándolo entre sus dientes hasta mordisquearlo débilmente. Luego se lo dio a probar al hombre el cual empezó a jugar con el mismo chupándolo y rozándolo con ansia y de manera obscena. Al mismo tiempo, la mujer pasó la otra mano por encima de su muslo recorriéndolo lentamente hasta llegar a la rodilla donde cambió de sentido volviendo a subirla hacia arriba.
Dime… ¿te gusta lo que ves? –le provocó una vez más con sus palabras mientras echaba el cuerpo hacia atrás quedando apoyada sobre los codos.
Me gusta sí… me estás poniendo loco querida –contestó él con su voz cada vez más ahogada.
Bien, eso me gusta a mí también –exclamó ella quedamente.
Doblando las piernas empezó a acariciarse por encima de las braguitas, jugando con los dedos y clavando su pícara mirada en los ojos de su joven compañero. No tardó la mujer en introducir los vivarachos dedos bajo la fina tela buscando su sexo el cual notaba ya encendido y necesitado de caricias que lo calmaran. Nada más alcanzar la húmeda raja cerró los ojos disfrutando lo caliente que estaba. Por su parte él aprovechaba la dejadez de su amiga para acariciar y llenar de besos la pierna femenina cuya piel sintió estremecerse bajo el contacto de sus labios. Al tiempo subía la mano para rápidamente bajarla al ver lo deseosa que ella estaba de mayores atenciones. El cálido roce de la lengua masculina hizo que Piluca se sintiera enloquecer; aquel muchacho sabía lo que se hacía y, pese al lugar donde se hallaban, no mostraba urgencias ni prisas en sus movimientos.
Lenta, muy lentamente se fue quitando las braguitas consiguiéndolas hacer desaparecer entre sus dedos y dejándolas reposar junto a ella. De ese modo quedó, frente al hombre de moreno cabello, el coño sonrosado de la cachonda madura y en el que destacaba la oscura y tupida mata de vello que cubría el pubis.
¡Yo también me estoy poniendo loca… qué cachonda me tienes! –confesó sin poder mantener el control de sus palabras.
Echando la cabeza hacia atrás, pasó dos de sus dedos entre los labios empezándolos a chupar de manera provocativa para hacer aún mayor el deseo del hombre. Una vez los tuvo bien húmedos, los bajó entre las piernas buscando el empapado coño. Abriéndose los labios, acarició la rajilla arriba y abajo hasta meterse los dedos lo cual ocasionó en Piluca un gemido satisfecho. Al fin encontró el clítoris, frotándolo con extrema suavidad y dándose el placer que tanto necesitaba. Rápidamente y gracias al roce de las yemas de los dedos, el tímido botoncillo empezó a endurecerse hinchándose sin remedio. Paso a paso, la almeja femenina se fue llenando de jugos ante el ritmo creciente de las caricias. Los dedos se movían ahora ya de forma acelerada haciendo que la cuarentona se removiese inquieta notándose temblar toda ella. Metiendo un dedo y luego otro más, se fue follando con rapidez moviéndolos en busca del mejor de los clímax. Mordiéndose el labio inferior logró de ese modo acallar un tanto los gritos y lamentos que ella misma se provocaba. Finalmente y sin poder aguantar más alcanzó su placer sintiéndose muerta y cansada pero terriblemente dichosa.
Dios mío, qué orgasmo más rico –dijo abriendo tímidamente los ojos mientras lanzaba un fuerte suspiro de satisfacción.
El apuesto muchacho la miraba viéndola relajarse poco a poco hasta llegar a un punto de sopor que la hizo sonreír sabiéndose deseada y admirada. La erección que él mostraba entre sus piernas así lo revelaba.
Quiero comerte el coño… me muero de ganas de hacerlo –exclamó al tiempo que con la mano se masturbaba tratando de llevar algo de alivio a su sexo.
Tirándose sobre ella la despojó de la chaqueta para, seguidamente, abrirle la blusa desabotonando uno a uno los botones hasta dejar al aire el sujetador que conjuntaba perfectamente con las braguitas que había visto momentos antes. Cogiéndolos con ambas manos, el hombre sacó los pechos de las cazoletas encontrándolos duros y de grandes pezones. Pilar respiraba con dificultad notándose nuevamente crecerle el deseo. La boca del hombre se apoderó de uno de sus pechos besándolo y mordisqueando levemente el pezón hasta ponerlo bien tieso. De un pecho pasó al otro haciendo que la mujer se estremeciera de puro gozo. De ahí subió a su boca besándola por primera vez, obligándola a abrir la boca hasta acabar mezclando ambas lenguas en un combate feroz. Así se besaron furiosamente, buscándose las lenguas y mordiéndose los labios con toda la fuerza de la pasión. La mujer creyó morir de placer ante el ataque desaforado de aquel hombre al que apenas había conocido unos minutos antes. Sonrió pensando para sí misma que aquellos eran los mejores polvos, los que surgían espontáneamente y de la forma más natural. El cuello femenino también recibió la visita de aquellos cálidos labios que pronto alcanzaron la pequeña orejilla envolviendo el lóbulo con su saliva.
¡Oh, por favor cariño cómemelo… no lo soporto más, me tienes loca! –le espetó con la voz más dulce que pudo encontrar.
Él, abandonando lo que hacía, se agachó obediente enterrando la cabeza entre las piernas de la mujer que, ante el ataque de su amigo, no pudo más que jadear agradecida. De ese modo, la voraz boca ávida de jugos, inició un tranquilo balanceo enredando la lengua entre los labios húmedos de Piluca, pasándola arriba y abajo y de la forma más lenta que pudo. Ella se sentía enloquecer bajo las caricias que el hombre le ofrecía. Leves gemidos empezaron a aflorar a los labios de ella mientras movía la pelvis buscando aquella agradable sensación.
Así cariño, así… cómetelo entero, vamos…
Introduciendo la experta lengua tan lejos como pudo, el muchacho degustó la empapada, descubierta y ardiente hendidura saboreándola por completo tal como la mujer le pedía. El roce de la barba y del bigote del hombre sobre la tierna piel de su sexo provocaba en ella un ligero escozor. Paso a paso el ritmo de la lengua fue haciéndose más rápido desencadenando en ella continuos lamentos placenteros. Metiéndole dos dedos en la vagina, su hábil acompañante ayudó dicha caricia con el movimiento circular de las yemas de los dedos sobre el diminuto botón que enseguida respondió endureciéndose bajo el lento pero intenso contacto. Luego los labios se adueñaron del erecto clítoris envolviéndolo entre ellos y sorbiéndolo de manera frenética para así disfrutar todo el caudal de jugos que escapaban de entre las piernas de la cachonda cuarentona. Ciertamente parecía estarse meando de gusto con la mirada completamente perdida y sin parar de gemir ahora de forma mucho más escandalosa. Para silenciar mínimamente sus chillidos y quejas, él llevó uno de sus dedos a la boca femenina la cual lo empezó a chupar con auténtica devoción.
Voy a correrme, mi amor… qué bien lo haces, es fan… tástico… oh, dios me co… rro –exclamó gozosa cayendo en un segundo orgasmo mientras todo su cuerpo se contraía inquieto, temblando y curvándose presa de espasmos.
El perverso joven, pleno de maldad, bebió y se empapó con los flujos que aquella almeja tan amablemente le entregaba. Fue una buena corrida la que Piluca tuvo. Una corrida que la hizo derrumbarse desfallecida y gozosa entre débiles sollozos que delataban el profundo placer que la había hecho sentir. Aún sin recuperarse, escuchó la voz ronca de él diciéndole mientras se incorporaba:
Ahora sí voy a follarte, nena… voy a metértela hasta el final –dijo estimulando con la mano su pene a medio endurecer.
¿Tienes goma? –le preguntó la mujer en un momento de mínima lucidez.
No –respondió él con los ojos brillantes de deseo.
Espera un momento… voy al coche a por uno –comentó ella levantándose presurosa y dirigiéndose al vehículo tal como iba.
Ya dentro del mismo buscó en el bolso encontrando la bolsa de preservativos de la que solía echar mano en ocasiones como aquella. Cogiendo dos de ellos salió cerrando la puerta.
Ya estoy aquí… deja que te lo ponga –exclamó antes de rasgar con los dientes la funda que contenía uno de los condones.
Masturbándolo lentamente con los dedos lo fue acariciando adecuadamente hasta poner de nuevo el sexo del hombre bien duro y erecto. Tomando el preservativo en la mano lo llevó a la boca presionando con firmeza el receptáculo entre sus labios. Mirándole directamente a los ojos y acercando el pene a su boca fue desenrollándolo suavemente con los labios sobre el grueso capullo hasta cubrirlo por completo. Forzándolo un tanto, consiguió ajustarlo al glande al tiempo que lo bajaba con la mano hasta la base del pene.
Piluca tenía gran experiencia en jugar con preservativos. La mayoría de sus amantes flipaban cuando lo hacía y con la técnica exquisita que desplegaba para ello. De hecho, muchos de ellos acababan dándose cuenta cuando ya lo tenían puesto. Aquella vez no fue diferente y el guapo muchacho no dejaba de gemir con cada roce de su boca.
Bien muchachito, ya estás listo –comentó viendo aquel hermoso instrumento apuntarle al rostro.
Era su turno. Llevaba rato esperando que aquel joven macho la hiciera suya, gozando de sus caricias hasta volverla loca. Era un gran amante, delicado y tierno en sus movimientos así que la excitada hembra deseaba entregarse hasta el final sintiéndolo por entero dentro de ella.
Tomándola de los brazos la puso en pie dejando reposar las manos en el coche, de espaldas a él y con las piernas abiertas, de forma que al inclinarse mostraba sus partes íntimas con total descaro. Abriéndole las nalgas con la mano, el hombre llevó la otra al oscuro agujero presionando ligeramente el anillo con uno de los dedos hasta lograr meterlo. Aquella dulce e inesperada irrupción tomó distraída a Piluca que no pudo más que responder respingando, gratamente sorprendida por la mucha audacia de aquel chico al que no conocía de nada.
¿Qué me haces bribón? Dime, ¿qué pretendes? –preguntó echando la cabeza hacia atrás y sin dejar de sonreír como una bendita.
¿Acaso no te gusta esto, cariño? –inquirió él apretando aún más el dedo en el interior de su culo.
¡Oh sí, me gusta… claro que me gusta! –declaró removiendo las nalgas para disfrutar aún más aquel contacto.
Fóllame… vamos fóllame… métemela toda y hazme gozar –exclamó al notar cómo el dedo salía dejándola altamente inquieta.
Relajándose con cierta dificultad, y con la cabeza apoyada en el frío piso, toleró que él siguiera con lo suyo. El apuesto joven apuntó el endurecido y brillante miembro masculino pasándolo por encima de su sexo pero sin llegar a meterlo, haciéndola de esa manera rabiar aún más. No deseaba otra cosa más que lo hiciera, sentirse llena de él y que se moviera sin darle respiro. Perseguía el contacto moviendo el cuerpo hacia atrás tratando de encontrar el acoplamiento entre ambos. Al fin lo sintió penetrarla pero no del modo que ella esperaba. Tras embadurnar la polla con la saliva que había echado sobre su mano y llevando la gruesa cabeza a la entrada del ano, el hombre fue presionando poco a poco pero con decisión hasta conseguir que el estrecho anillo se fuera dilatando permitiendo el avance del glande.
¿Pero qué haces? –gritó tratando de escapar y con los ojos abiertos como platos.
Tranquila… no me digas que no te gusta esto… al final a todas os acaba gustando –dijo él agarrándola con fuerza y quedándose unos instantes quieto tras ella para que la mujer fuera aceptando tan incómoda presencia.
Ciertamente Piluca no esperaba aquello. Por supuesto que no era la primera vez que lo hacía pero tampoco entraba en sus planes el verse forzada a entregar su oscuro agujero a un desconocido como aquel. Al parecer las cosas habían ido más lejos de lo que ella pensaba y ahora, envuelto en la vorágine del deseo, él pretendía sodomizarla a su antojo. Tras unos segundos de quietud, el poderoso macho empezó a empujar lentamente haciendo que el grueso tronco fuera ingresando dentro de ella. La madura hembra abrió aún más los ojos, notándose morir al tiempo que intentaba contener la respiración con gemidos ahogados. Los dedos del hombre se adueñaron de su empapada concha, ayudando así a que la mujer se fuera relajando y accediendo a que aquel semental la poseyera. Piluca gimió como un animal herido, el culo le quemaba horrores aunque en su coño notaba el agradable cosquilleo que los dedos de él empezaban a procurarle.
¡Me quema… dios, me quema!… Hazlo con cuidado… tienes la polla demasiado grande y puedes lastimarme –le dijo con voz entrecortada.
Relájate cariño… iré con cuidado para no hacerte ningún daño… verás que pronto te gustará –exclamó él una vez quedó dentro haciéndole sentir los huevos pegados a ella.
Así, tomándola de la cintura, la hizo levantar hasta quedar apoyada la espalda sobre el sudoroso pecho. Enseguida pudo sentir la respiración alterada del joven junto a su oído y cómo la boca se apoderaba de su oreja chupándola y lamiéndola de forma enloquecida. Las manos del chico recorrían su cuerpo subiendo por los costados hasta acabar en sus pechos, acariciándolos entre los quejidos de placer que la mujer daba. Luego volvió a bajar una de ellas a la entrepierna jugando ligeramente con las yemas de los dedos por encima de su clítoris. Cogiéndole la cabeza la hizo volver besándose ahora sí de forma pausada y delicada, saboreándose por entero, disfrutando del calor de sus bocas.
¡Me tienes loco, nena!... me tienes loco y ya no puedo parar hasta follarte entera…
¡Oh sí, cariño!... Fóllame toda… me muero de ganas por que lo hagas…
Doblándola nuevamente hacia delante, la enganchó del brazo mientras iniciaba los primeros vaivenes en el interior de aquel angosto canal. Paso a paso y gracias a los lentos movimientos del hombre, el dolor de la mujer fue dando paso a un tímido placer. La poderosa mano no se apartó un segundo de su sexo, sabedora que con ello contribuiría a que Piluca se fuese relajando. Con cada golpe que él daba, la bella cuarentona gemía débilmente ante la avasalladora presencia de aquel enorme pene. Las caderas femeninas empezaron a moverse adelante y atrás, acompasadas al movimiento de los empujones del macho.
Me gusta sí… vamos fóllame mi niño… fóllame el culo, no te pares.
El joven mecánico así lo hizo sodomizándola a cada instante con mayor agilidad, perfecto conocedor de que al fin había logrado vencer las tímidas protestas de su menuda compañera. Con las manos apretaba las redondas nalgas de la mujer, masajeándolas a su antojo con los dedos. Haciéndola doblar una de las piernas dejó descansar una de sus manos sobre el mocasín de tacón medio que la mujer calzaba, notando al mismo tiempo una mayor facilidad en sus movimientos y cómo la cópula resultaba mucho más sencilla para ambos. La polla ingresaba ahora hasta el fondo, golpeándola con las cargadas bolas haciéndole sentir toda la fuerza de su juventud. Ella no hacía más que jadear pidiéndole más y más, vuelta hacia él y con los ojos completamente en blanco. En una de esas el muchacho salió del redondo culo de la mujer y de forma perentoria la obligó a tumbarse boca arriba de cara a él.
¿Así mejor? –preguntó mirándola a los ojos al tiempo que con las manos la hacía abrir las piernas.
Cualquier posición es buena –contestó ella dejándose llevar por su hombre.
En eso tienes razón -escuchó que le decía mientras con la mano llevaba el miembro frente a su humedecido coñito.
Pronto logró enchufársela entrando más de la mitad de su sexo debido a lo muy mojada que la mujer estaba. Piluca lanzó un nuevo lamento satisfecho cayendo derrumbada hacia atrás envuelta en la locura del momento. El joven empezó a moverse adelante y atrás, deslizándose con facilidad dentro de ella y resbalando el tronco entre las lubricadas paredes de la vagina como antes había hecho en su culo. Teniéndola bien cogida de las caderas se movía follándola a buen ritmo, sacudiendo con fuerza su concha pero sabiendo cuando parar para retrasar al máximo su eyaculación. Eso a la afortunada cuarentona la volvía loca, tenerlo dentro de ella dándole una y otra vez sin descanso. En ocasiones la vida te daba ese tipo de sorpresas inesperadas –pensó para sí misma mientras se retorcía como una perra.
Tras un mínimo reposo, el hombre dejó descansar una de las piernas de ella sobre su hombro y así continuó embistiendo con el mismo ardor de segundos antes. La mujer, incorporándose levemente, consiguió dejar apoyadas las manos en el bonito trasero del chico empujándole contra ella para así ayudarle en la follada.
Sí, sí… sí, sí, sí dame más… más fuerte, mi vida… qué rico… no pares… más, más quiero más…
Un nuevo orgasmo seguido de otro le sobrevino al notar cómo dos de los dedos de su amigo se introducían en su ano.
¡Me corro sí… dios mío, me corro… qué gusto me das… eres fantástico muchacho, me tienes loca!
¡Sí córrete, nena… así córrete… me gusta ver cómo te retuerces como una puta!
Eres un maldito cabrón… ¿te gusta jugar con mi culo y hacerme sufrir, eh? –le interrogó recuperando el resuello de los últimos orgasmos alcanzados.
Pues sí… tienes un culillo bien apetecible… un culo redondo y muy tentador que me hace perder el sentido.
Ella sonrió ante la confesión del chaval. A su edad que le dijeran esas cosas la hacía sentir feliz y dichosa. Un suspiro escapó de entre sus labios cuando él movió suavemente los dedos haciéndole abrir el apretado esfínter anal.
¡Oh, eres malo y perverso… estate quieto ya con eso! Ahora déjame poner encima, cielo… déjame que te monte –pidió ella con voz temblorosa mientras con sus manos le empujaba hacia atrás hasta hacer que saliese de ella.
El joven mecánico se recostó bien estirado y la acomodó sobre él pero aún sin penetrarla. Así a horcajadas, tocaba el clítoris con su dardo y le comía las tetas chupándole los pezones y llenándoselas de besos. Piluca jadeaba como una zorra abrazada a él para acabar besándose ambos, mordiéndose los labios y enredando las lenguas en el interior de la boca del chico. Besándole frenéticamente lo tenía cogido entre sus manos mientras las de su compañero caían sobre las nalgas estrujándolas con fuerza para enseguida apretar su agujero posterior metiendo uno de los dedos en el mismo. Al parecer lo de aquel muchacho con su culo se había convertido en toda una fijación, acariciándoselo a la menor oportunidad que tenía.
Ella entonces decidió tomar la iniciativa y cogiéndole la polla entre los dedos, se la hundió de una sola vez hasta sentirse bien ensartada y llena de él. Arqueándose entera, la feliz cuarentona cerró los ojos con fuerza al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás gozando la nueva penetración. Le encantaba aquel rabo, tan grueso y erecto pero delicado y que tan bien sabía sacarle sus orgasmos.
Sí, sí… la siento entera dentro de mí… tienes una polla maravillosa, mi vida…
Ya bien montada, empezó a cabalgarlo adoptando un ritmo suave y progresivo, moviéndose en ocasiones de forma circular y otras veces de adelante hacia atrás. La mujer se desplazaba como una auténtica amazona, follándose ella misma y dejando que su amigo le acariciara los pechos masajeándolos con suavidad. Agarrándola de las caderas, el atractivo mecánico la penetraba pero dejando que fuera ella quien llevara las riendas de la follada. Piluca se relamía de gusto entre los movimientos mucho más profundos y secos que ambos daban.
Gritaba y gemía sin contenerse, gruñendo y brotándole palabras inconexas mientras luchaba por un placer aún mayor. Echándose más hacia atrás se hizo con las bolas de él, jugando y retorciéndolas hasta causarle un leve quejido. Lo montaba subiendo y bajando cada vez más rápido, moviendo las caderas como poseída mientras con las uñas le arañaba el pecho hasta hacerle sangrar. Toda una serie de ahogados suspiros brotaron de su pecho, en el cual notó una opresión creciente. Con la vista nublada, escalofríos de puro placer corrían por todo el cuerpo de la mujer.
¡Así, así… sigue muchacho… dámela… clávamela toda hasta el fondo!
Sí, muévete muñeca… mueve ese coñito hambriento que tienes.
A lo lejos, Piluca escuchó el móvil sonar desde el coche. Seguramente sería Mario preocupado por ella. Pese a los sonidos insistentes se olvidó de ello, disfrutando al máximo la follada con la que el joven la obsequiaba. Ya habría tiempo para Mario y su reunión más tarde. Aquello no podía dejarlo pasar tan fácilmente… dios, era realmente fantástico para ella el tener a un chico como aquel tan delicado en sus movimientos y caricias y que tan bien sabía hacerla gozar.
El chaval seguía jugando con sus pezones hasta hacerla rabiar de gusto. Luego juntaron sus manos enredando los dedos, para seguidamente bajarlos él hacia las anchas caderas de su compañera. De ese modo la tenía bien agarrada y podía acompañarla en los movimientos lentos que ella hacía. Arriba y abajo, adelante y atrás y así una y otra vez. La polla henchida e incansable entraba y salía arrancándole tímidos ayes placenteros cada vez que ingresaba en ella. Piluca no podía hacer otra cosa que morderse los labios para así acallar el mucho placer que sentía. Notaba cómo aquella barra de carne resbalaba entre sus paredes, llegándole hasta lo más hondo y entonces volvieron a adoptar el ritmo rápido de antes.
Sí cariño, sí… creo que voy a correrme otra vez… córrete conmigo, mi amor –pidió implorante mientras abría los ojos.
¿Vas a correrte? –preguntó él juntándola más a su cuerpo.
Sí, no creo que pueda aguantar mucho más tanto placer…
El poderoso macho empujó con fuerza buscando su orgasmo y el de su compañera. Una unión perfecta que les hiciera alcanzar la gloria. No podía más… él aún no se había ido, aguantando todo lo que pudo su placer y necesitaba ya sí dejar ir toda la tensión acumulada en aquellos estupendos minutos.
Con espasmos incontrolados, explotó al fin soltando lefa furiosamente por la boca de aquel animal enloquecido, llenando la goma que lo cubría. Tremenda corrida se pegó eyaculando sin dejar un instante de sacudir las cansadas entrañas de la madurita. Al mismo tiempo, Piluca le acompañó cayendo en un clímax interminable envuelta en toda una serie de placeres encadenados que, desde el clítoris, le subieron por todo el espinazo como hacía mucho no le pasaba. Temblaba, y siguió temblando sin poder dejar de hacerlo y sin parar de correrse al sentir cómo el miembro palpitaba dentro de ella dándole los últimos envites de aquel polvo que ninguno de los dos olvidaría en mucho tiempo.
Exhausta como estaba, quedó derrumbada y abrazada a su hombre sin posibilidad de verle la cara pero sí oyendo el bramido cansado que lanzó como final a tan agradable encuentro.
¡Ha sido estupendo! –reconoció cruzando su mirada con la del chico. ¿Dónde aprendiste a hacerlo así?
Es un secreto que algún día quizá te cuente –dijo él recuperando poco a poco el control.
Pronto notó una de las manos apoyada sobre su montaña trasera mientras se incorporaba liberando la presión de aquel dardo. La mano continuó allí, acariciándola en círculos y sin abandonarla, moviéndose delicadamente hasta acabar buscando la entrada del ano con su dedo corazón. Ella gimió satisfecha ante la nueva presión recibida.
Ummm, eres incorregible muchacho –exclamó escapando al ataque del dedo masculino.
Acercándose, cogió la flácida polla liberándola del preservativo y, llevándola a la boca, la chupó y lamió limpiándola de los jugos que aún quedaban. Parte del semen resbaló por el mentón hasta acabar en sus pechos. Uff, por suerte no cayó nada sobre sus ropas. No hubiese sabido cómo esconderlo para salir del paso en su próxima entrevista con Mario.
Una vez terminaron, Piluca recompuso su vestuario entre amplias sonrisas y miradas que indicaban al joven un montón de cosas.
Estuvo bien… ¿y ahora me mirarás el coche?
Ahora lo miro. No creo que sea nada grave –contestó él subiéndose el mono y cubriendo su desnudez.
Espero que así sea. Llevo un montón de retraso –dijo ella arreglándose con los dedos el alborotado cabello.
Te llamaré cuando vuelva de Valencia, ¿quieres?… aún tengo que pagarte el arreglo del coche.
Bien señora, estaré esperando ansioso su llamada –respondió él acercando su boca a la de ella para acabar dándole un ligero pico que a la mujer le supo divinamente…
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