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Así da gusto comenzar el día

Como cada mañana, a las 7 de la mañana el tren que debía llevarme a una céntrica madrileña para, posteriormente, hacer transbordo al metro y llegar hasta la facultad, venía hasta los topes al llegar a mi parada. ¡Otra vez a aguantar empujones y a agobiarnos de calor!, pensé yo.



Iba con un amigo y compañero de clase. Y a juzgar por la cara con que nos miramos cuando el tren se detuvo y abrió sus puertas, él debió de pensar lo mismo.



- ¡A ver cuando terminan las obras del Metro y podemos coger el tren más tarde y seguro que vamos mejor!, le dije a mi amigo Luis.



- ¡Ojalá sea pronto!, me dijo él, mientras intentaba agarrarse a una barra una vez nos conseguimos ubicar en el vagón.



Yo no encontraba la postura buena. Además, con tanta gente y la calefacción puesta, el calor era insoportable, así que opté por quitarme el abrigo. Me coloqué la carpeta y los dos libros (menos mal que eran de los finos) en el suelo, sujetándolos entre mis piernas. Me quité la chaqueta. Recogí la carpeta y los libros y cuando me disponía a cogerme de la barra, el tren hizo un movimiento brusco que desplazó a todos un poco. No me dio tiempo a cogerme y me fui hacia atrás y noté que mi pie caía sobre el de la persona que traía detrás.



- ¡Huy, discúlpame!, le dije girándome.



- ¡Nada, no pasa nada!, me dijo ella. Una chica pelirroja, con una preciosa cabellera rizada y unos llamativos ojos marrones. El cuadro de su cara lo completaba una constelación de pecas que la hacían tener una cara francamente simpática y muy muy agradable.



Al igual que yo, llevaba su abrigo y la carpeta entre sus brazos, pero ella estaba apoyada en las puertas contrarias a las que se utilizaban para subir y bajar. Unas botas camperas, un pantalón vaquero y una camisa era su atuendo de esa mañana. No pude evitar girarme en los siguientes cinco minutos cuatro o cinco veces a mirar a aquella pelirroja. En la última, ella bajó la mirada, sonriendo y se dio la vuelta, haciendo que miraba por los cristales hacia el exterior, aunque realmente aprovechaba el reflejo para mirarme y yo a ella. Le dije a mi amigo Luis que se fijara en lo buena que estaba la pelirroja y mi amigo asintió, dándome la razón.



El tren llegó a otra parada y otra oleada de pasajeros. Resultado: más empujones y más apretones. El caso es que al final quedé a escasos 15 centímetros de aquella pelirroja, que aún seguía mirando a través de los cristales. Al menos, esta vez agradezco tanta apretura en el vagón, pensé para mí.



- ¡Madre mía, qué agobio. Vamos como sardinas en lata! dije bajito



-Pues sí, es un asco tanta gente y encima todos empujando, respondió ella, a la vez que se daba la vuelta de nuevo, quedando frente a frente conmigo.



Me sorprendió, la verdad. Se quedó mirándome. Yo aguanté sus ojos sobre los míos. Ninguno decía nada.



-Erika, me dijo ella tras unos eternos segundos de silencio.



-José, respondí yo. ¡Encantado!



Mi amigo Luis me miró y me sonrió de manera cómplice al ver que ya había iniciado charla con la pelirroja. Tras las presentaciones, y el intercambio de información acerca de la carrera y la facultada donde cursábamos nuestros estudios cada uno, el tren volvió a parar.



- ¡Otra vez! Ya verás como a pesar de estar ya hasta los topes, la gente intenta entrar, dije yo



- ¡Mejor, mejor!, dijo ella, sin que yo en ese instante entendiera porqué decía eso.



Dicho y hecho. Más gente, más gritos, discusiones, empujones Erika y yo cada vez más cerca.



- ¿Ves por qué decía yo que mejor, mejor?, me preguntó



-Sí, sí, me doy cuenta, jajajajaja, respondí yo



Entonces, sin mediar más palabras, Erika bajó su mano izquierda hacia mi bragueta. Desabrochó los cuatro botones de mi vaquero e introdujo sus dedos entre mi pantalón y mi bóxer. Me quedé mudo por la impresión. Por un lado, mi abrigo y mis libros y su carpeta nos cubría y por el otro, era tal el volumen de gente, que nadie se iba a dar cuenta.



-Veo que te ha alegrado conocerme! dijo con una sonrisa pícara dibujada en su rostro



-Mucho. No te imaginas cuanto, agregué yo.



Sin más preámbulos, desabrochó con maestría con los dos botones de mi bóxer y extrajo mi pedazo de carne que a esas alturas y merced a la suave y cálida mano de Erika y a lo morboso de la situación, había adquirido un tamaño considerable. Una vez fuera, Erika se mojó tres dedos de su mano izquierda con su saliva y me pasó los dedos por el frenillo y el capullo. Yo sólo la miraba. No decía nada y la dejaba hacer.



Después, Erika rodeó toda mi polla con su mano y empezó a subir y bajar lentamente por ella.



- ¡Me quedan tres paradas!, le susurré al oído.



-Ok, dijo ella.



Entonces, aceleró el ritmo. Nadie nos veía. Yo intentaba disimular como podía la extraordinaria excitación y el enorme placer que me estaba haciendo sentir la paja que me estaba practicando Erika. Cuando estaba a punto, la avisé.



- ¡Espera, no te corras aún!, me dijo.



Noté como me soltó la polla y pensé que cogería algún pañuelo de papel para no mancharnos. Y cuál fue mi sorpresa, cuando vuelvo a notar otra su mano sobre mi polla y noto como la dirige hacia su bragueta. ¡Se había desabrochado su vaquero, se lo había bajado un poco y había bajado también su braguita, lo suficiente para que mi polla pudiera quedar situada entre su coño y la tela de su braga! Y así, continuó con la paja.



- ¡Córrete, José! ¡Échame tu leche calentita ahí, que quiero notar durante todo el día tu esencia!, me dijo



Esas palabras, la extraordinaria paja, el sitio donde estábamos y esa última acción, hicieron que me corriera rápido.



- ¡Yaaaa! fue lo único que pude decir mientras apoyaba mi cabeza en su hombro y de mi salían cuatro o cinco chorros potentes de semen que impactaron sobre el monte de venus y la rajita de Erika.



Se abrochó y se colocó la ropa. Hizo lo mismo conmigo. El tren salía del túnel e iniciaba la parada en mi estación. Ella, me dijo, seguía hasta la siguiente. Me fue imposible apuntar su número y a ella el mío.



-Mañana espero verte. Me has gustado mucho, me dijo



-No lo dudes. Estaré en el mismo vagón a la misma hora, respondí yo



Al bajar mi amigo no paraba de preguntarme acerca de lo que habíamos hablado. Yo, por supuesto, no dije nada. Estuve todo el día pensando en ella. Al día siguiente estaba a la misma hora y me subí en el mismo vagón. Ella estaba, pero con dos compañeras más. Me miró y solo se encogió de hombros, como lamentándose.



Casualidades, ese día que a primera hora la vi con dos compañeras, al regreso a casa, el destino quiso que nos volviésemos a ver. Subí al vagón y al sentarme, en el asiento de enfrente iba Erika de la mano con su novio. Ella me miró. Le devolví la mirada. Ese día ella bajó antes del tren y cuando pasó por mi lado para salir, no sé cómo lo hizo, pero dejó caer un papel doblado entre mis pies



"Lo siento. Debí decírtelo. Tengo novio. Ojalá fuera más valiente. Si lo fuera, le dejaría por ti. Te llevaré muy adentro. No cambies nunca". Y nunca más la vi.


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