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Aprendiendo a Portarse Mal (01)

Consuelo Portales era una señora viuda a la que la vida había tratado muy mal. A sus 49 años estaba totalmente sola en el mundo, a no ser por su familia que no miraba muy seguido. Se casó joven, a lo 18, con Carlos, su novio de toda la vida, que rápidamente dejó de ser aquel joven dulce y tierno con ella. No daré muchas vueltas hablando de cómo fue su matrimonio, solo diré que ella había quedado totalmente subyugada por el, era como si no tuviera derechos, ni siquiera presencia.



 



Esos malos tratos se extendieron hacia sus hijos, que indirecta e inconscientemente la culparon a ella y, cada uno a su manera, la abandonaron, dejando a la señora más sola que un perro callejero. Su difunto esposo la había convencido que ella no lo comprendía ni lo satisfacía en sus necesidades, lo cual no estaba muy lejos de ser verdad. Consuelo era una mujer muy conservadora y reprimida. Además, por su carácter tímido, nunca se había atrevido a experimentar cosas nuevas.



 



Cierto sábado, quedó de desayunar con una amiga del colegio. Ella acababa de regresar del extranjero y la llamó para platicar un rato, recordar viejos tiempos. Raquel se llamaba. Ella era diferente a Consuelo, pues se trataba de una mujer liberada e independiente. Cuando vio las condiciones en que se encontraba su amiga, se molestó mucho. Y se puso para balazos cuando le contó cómo la maltrataba y humillaba Carlos.



¡¿Pero cómo te dejaste hacer todo eso mujer?!



¿Y qué iba poder hacer yo si…



¡Defenderte de ese imbécil!



Pero si era mi marido.



Mirá, yo también estoy sola, pero por razones diferentes, me divorcié. El y yo simplemente no congeniábamos. Pero jamás me irrespetó porque yo nunca lo dejé. Nuestra relación se basaba en el respeto y la amistad. El aún me sigue respetando y seguimos siendo amigos.



Si pero…



Pero nada mujer. Carlos te usó todo lo que quiso y después se fue de este mundo dejándote hecha mierda. Y los ingratos de tus hijos… infelices.



¡No les digás así!



Pero es verdad y lo sabés… si no hubiera sido por vos, habrían crecido más jodidos.



 



Raquel mejor cambió de tema, antes de provocar un pleito con su amiga, que defendía vehementemente a sus vástagos. Hablaron de otras cosas, comentarios intrascendentes que no vale la pena mencionar. Hasta que Raquel, muy pícaramente, le preguntó a Coni si no había nadie que le moviera el tapete. Ella respondió que no, que nadie la atraía, pero que tenía un vecino que la acosaba. Raquel le hizo hablar de el y Consuelo le contó todo.



¿Qué hago con él Raquel?



Pues… te podés arreglar un poquito, ponerte la ropa más sexy que tengás… y salir a cazar un buen holandés.



En serio Raquel, ¿cómo me lo quito de encima?



¿Y para qué te lo querés quitar de encima? Estás libre ahora y no tenés que darle cuentas a nadie. Además, vos misma decís que te aburrís aquí sola en tu casa y que quisieras tener a alguien.



Pero es que ese señor lo único que desea es una aventura y yo no soy así. Soy una mujer decente…



Decente, pero sola y triste.



…,… – Consuelo guardó silencio, ese comentario la hirió.



De verdad Coni, estás muy sola y salir con alguien, aunque sea solo en una aventura, te haría bien. Empezá a rehacerte Coni.



Ya te dije que yo soy decente…



Si, pero la decencia no te quita lo sola y triste…



…,…



Además Consuelo, ¿quién te va a decir algo por una aventura?, ¿a quién le estás siendo fiel todavía? Tu marido ya se murió, tus hijos te dejaron y ya tienen sus vidas aparte. Ya no cuentan… ¿qué podés perder? Mirá que te lo dice una mujer muy experimentada. – le dijo con una sonrisa pícara – Aquí por donde mirás estas cosas, – tomándose con las manos sus pechos, restregándoselos en un ademán erótico – han pasado muchos hombres, además de mi ex, que han quedado más que satisfechos con ellos.



¡Raquel!



¿Qué? ¿De qué te preocupás? Te aseguro que cualquier cosa que vos hagás, la mayor parte de los que te rodean ya lo han hecho y peor. No tenés nada que perder. Además, según me decís, ese señor es respetuosos, a pesar de sus constantes intentos. Y según me lo describís, está muy bien. No tenés nada que perder. Y su esposa… ella seguramente está bien consolada con otro en Ámsterdam… así es allá, yo conozco ese lugar.



 



Después de darle algunas vueltas más al tema, Raquel se despidió, pues tenía un almuerzo en casa de sus padres. Se levantó y se dirigió hacia fuera, pero antes de salir, volteó a ver a su amiga y le dijo "Aprendé a portarte mal de una vez por todas, te va a gustar", y se fue. Por su parte, Consuelo se quedó pensando en todo lo que le había dicho. Por mucho que le doliera, ella tenía que darle la razón en casi todo. Además, salir con un señor no tenía nada de malo, ella no haría nada malo. Y si lo hiciera, nadie podía decirle nada, pues todos a su alrededor, tal y como dijo Raquel, eran peores. Recordando la frustración y el sufrimiento que fue su matrimonio, se llenó de rabia, se puso de pié del sofá, se dio la vuelta enérgicamente y se dirigió a su recamara decididamente… y se tiró sobre su cama a llorar. Así era ella, qué le iba a hacer.



 



Hecha un mar de llanto sobre sus sábanas se puso a recordar, como siempre le daba por hacer cuando se sentía mal. A veces nuestra mente pareciera ser masoquista, ¿para qué recordar algo que nos lastima cuando estamos hechos mierda? Pero bueno, supongo que es así como funciona la cosa.



 



Coni se remontó nuevamente a ese día en que se graduaba del colegio su único hijo varón, Juan Carlos, un evento familiar que adquirió dimensiones épicas. Él, el segundo hombre de la casa, el hijo único varón de su padre, un hombre muy machista, se estaba convirtiendo en hombre y se graduaba con honores. Carlos, el padre, tiró la casa por la ventana para celebrar, hubo licor para ahogarse, comida, música, de todo. Las 3 hijas de Consuelo tan solo miraban de lejos con envidia, una muy justificada pues, aunque sabían que Juanca sí se merecía la fiesta, también sabían que ellas no tendrían nada siquiera parecido. De hecho, su papá no pasó de organizarles más que una escueta cena, no más. Coni se sentí mal por ellas, pero no podía decir nada al respecto, desde pequeña le habían enseñado que era normal que una mujer se sintiera inconforme con su vida, que siempre estuviera en un segundo plano.



 



Así fue como crecieron todos en su casa, Juanca siendo educado para despreciar a las mujeres, y sus hijas para dejarse de los hombres, con cero autoestima, tan solo eran como objetos que se podían utilizar… tal y como era ella.



 



Ese día Carlos padre se puso una tremenda matraca, algo nada raro en el, y se puso a reñir con un vecino, que si no fuera porque el estaba menos bolo, hubieran terminado en los golpes. Coni se metió a tratar de calmar a su maridito, como siempre, ganándose una buena paliza una vez que todos los invitados se fueron… como siempre. Carlos siempre tuvo serios problemas con la bebida y era, además, muy violento. En sus últimos años este problema se hizo más evidente y agudo, a tal punto que su propio hijo tuvo que intervenir enérgicamente.



 



Ese día la tomó contra Consuelo, como siempre hacía. Lucía, la hija mayor, siempre se interponía entre ella y papá, y muchas veces se llevaba la peor parte. Sus otras hermanas se iban a encerrar a su cuarto y a taparse la cabeza con las cobijas para no ver ni oír nada, muertas de miedo. Aquella noche Juanca fue por Lucía, agarrándola de los brazos y forcejeando con ella. No era para nada malo, y Coni lo sabía, simplemente no quería que le pegaran, trataba de protegerla. Claro, la niña lo comprendía al revés.



 



Él muchacho logró mantener a su hermana lejos mientras los gritos de su madre y los golpes que su padre pasaban. Consuelo se encerró en su cuarto, como siempre hacía también, para que nadie pudiera ver como su marido la golpeaba y vejaba. Ya no salió de su cuarto esa noche ni les fue a dar la bendición a sus hijos, pues Carlos le había dado muy duro, dejándola mal, muy moreteada y con grandes inflamaciones.



 



Pero esa noche, su marido estaba lejos de conformarse con haberla golpeado de esa manera…



 



Había logrado conciliar en sueño por fin, cuando sintió que la jalaban, era su esposo, que se había despertado con una gran erección. La tiró al suelo, por más que ella trataba de suplicarle que ya no la lastimara, en voz tan baja que más parecía el chillido de un ratón, él no le hacía caso. Coni cerró los ojos y se resignó a ser violada como tantas otras veces.



 



Y sí se encontró en una posición que ya le era familiar, con su esposo de pié, con la camisa abierta y el pantalón y el calzoncillo en sus tobillos, mostrándose imponente con ese cuerpo rollizo y corpulento. Y se veía a si misma de rodillas frente a el, con su vestido desgarrado, la cara enrojecida camino a llenarse de moretes, la nariz sangrante y largas marcas rojas en la espalda y pechos, producto de los cinturonazos que Carlos gustaba de darle.



 



Era sujetada de los cabellos mientras le metía violentamente la verga por la boca, sintiendo como se la ensartaba hasta la garganta. Literalmente se la estaba cogiendo por la boca mientras ella trataba de empujarlo, tímidamente, para poder tomar un poco de aire. Pero no, él no se detenía, estaba como loco, totalmente fuera de si. Sus ojos desorbitados brillaban por la fuerza de la lujuria que cargaba, pero una lujuria enferma como lo es golpear a tu mujer y ser casi un alcohólico. A cada golpe de sus caderas, su pene, un garrote nada despreciable, hacía estragos dentro de la garganta de su mujer. Su rostro se deformaba un poco más, hasta quedar convertido en una mueca histriónica de una verdadera cara humana. En ese momento terminó, Coni lo oyó rugir, bufar y reír como un loco mientras descargaba uno a uno los chorros de esperma dentro de su garganta. Ella se afanaba, con lágrimas escurriendo por sus mejillas, en tomar un poco de aire y no ahogarse.



 



Carlos la soltó por fin, y mientras se derrumbaba pesadamente sobre la cama, ella tosía en el suelo, escupiendo cada gota de esperma que le había depositado. Tosía y lloraba, y se preguntaba en voz baja "¿por qué?, ¿por qué?", mientras su esposo ya estaba roncando. Entonces, pasó algo terrible, algo que jamás pensó siquiera que pusiera ocurrir. Al voltear hacia la puerta, se dio cuenta que allí estaba su hijo, Juanca, mirándola con una mirada lastimera y gesto lleno de congoja, su hijo sabía que era porque su padre estaba borracho… y se había puesto así por su celebración.



 



Su hijo cerró la puerta tras de si y se retiró hasta su habitación, dejándola sola, de rodillas en el suelo. Consuelo se preguntaba que aquello podría ser peor… y no tardó en averiguarlo. Unas horas después, cuando ella nuevamente había podido conciliar el sueño otra vez, pero fue despertada nuevamente por su esposo, que llevaba una erección tremenda de nuevo.



 



No la besó, ni la acarició, nada, tan solo la tomó de un brazo, le dio la vuelta con brusquedad, le separó las piernas y se la clavó de una sola estocada, en seco. Consuelo sintió que le metían un hierro caliente que desgarraba sus entrañas y se tuvo que morder los labios para no gritar, ya era suficiente humillación por ese día, no quería que nadie más se enterase de nada más.



¡¡OOOOHHHHH!! ¡¡OOOOHHHHH!!… ¡¡JUAN!! ¡¡MMMMMM!!… ¡¡¡JUAN, ME HACES DAÑO, ME HACEEEEESS DAAAAAAÑOOOOO!!!



¡Abrite perra!



¡¡JUAN, YA NO AGUANTOOOOO!!… ¡¡¡POR FAVOOORRRRJJJUUUUAAAANNNNNNN!!!



¡Abrite perra! ¡Yo sé que a las perras como vos les gusta que les den así! ¡¡ABRITE Y CALLATE!!



¡¡JUAN!! ¡¡JUAN!!… ¡¡POR FAVOR AMOOOORRRR!! ¡¡TE LO SUPLICOOOOOOO!!



¡¡A CALLAR!! - ¡zap, zap, zap!, con sus súplicas de dolor, Coni solo se sacó 3 fuertes bofetadas – ¡¡QUÉ RICA ESTÁS MUJER!! ¡¡OOOHHHH, QUÉ RICO!!



 



El viejo asqueroso seguía encima de ella, metido entre sus piernas abiertas y enterrándole como un loco salvaje y desesperado toda la verga. El rictus de dolor de Consuelo hablaba de tremendos dolores y gran vergüenza. Sus grandes senos se mecían a pesar de estar aplastados por el pesado cuerpo de su marido. Ella seguía gimiendo y llorando.



¡¡¡OOOOHHHHHMMMM!!!… ¡¡¡OOOOHHHHHMMMM!!!… ¡¡¡YA JUAN, YA-YAAA!!!…



¡¡¡CALLATE VIEJA PERRA!!! ¡¡¡OOOOHHHHH!!!



¡¡¡YA NO AGUANTO JUAN!!! ¡¡¡YA NO AGUANTO DE VERDAD!!!… ¡¡¡ME HACÉS DAÑO AMOR, ME HACÉS DAÑO!!!



¡¡AGUANTÁ VIEJA PERRA!! ¡¡A VOS TE GUSTA QUE TE DE ASÍ!! ¡¡A VOS TE GUSTA QUE TE TRATEN COMO UNA PUTA!!… ¡¡¿CON CUÁNTOS HAS ESTADO MALDITA?!! ¡¡¿CON CUAAAAAANNNNTOOOOOSSS?!! – a cada grito era un nuevo y brutal golpe contra la ya hinchada y enrojecida cara de Consuelo.



¡¡¡AY¡¡¡ ¡¡¡AY¡¡¡… ¡¡¡YA NO ME PEGUÉS POR FAVOR¡¡¡… ¡¡¡AY¡¡¡ ¡¡¡AY¡¡¡ ¡¡¡AY¡¡¡



¡¡¡SUCIAAAAA¡¡¡… ¡¡¡ASQUEROOOOSAAAAAAA¡¡¡ ¡¡¡PEEERRRRAAAA¡¡¡



¡¡¡OOOOUUUUGGGGHHHHHMMMM!!!… ¡¡¡DIOOOOOOOOOOSSSSSMIIIIIOOOOOO!!! – Carlos estaba completamente fuera de sus cabales, era como un loco, como un demente, ella nunca lo había visto tan violento, tan, tan… tan así.



¡¡¡TE VOY A ROMPEEEERRRR ESA PUSA DE PUTA ANTES QUE LA SIGÁS REGALANDO EN LA CAAAAALLEEEEEE¡¡¡ ¡¡¡PEEEEERRRRRAAAAAAA¡¡¡



¡¡¡MMMMMM!!! ¡¡¡MMMMMM!!!… ¡¡¡¡¡AAAAAAYYYYYY!!!! ¡¡¡¡¡AAAAAAYYYYYY!!!!… ¡¡¡¡¡JUAAAAANNNNN!!!!!… ¡¡¡¡¡JUAAAAANNNNN ME LASTIMÁS!!!!! ¡¡¡¡¡ME VAS A ROMPEEEERRRR!!!!! ¡¡¡¡¡MMMGGGHHHMMM!!!!!… ¡¡¡¡¡YA NOOO!!!!! ¡¡¡¡¡YA NO AGUANTOOO!!!!!



 



De nada servían sus súplicas, solo incitaban a más a ese viejo asqueroso en que se había convertido su esposo, que se sentía grande y poderosos montando una yegua de pura sangre como lo era Coni. La agarró de las piernas y se las puso sobre los hombros, así le volvió a caer encima, aplastándola con su peso, barrenándola con todas sus fuerzas. Como ella comenzó a forcejear, la sujetó de las muñecas para que no se moviera. Levantaba las caderas rápido, y con igual rapidez la penetraba de nuevo de golpe, arrancándole gemidos de dolor.



 



Al final, Carlos le metía la verga tan violentamente que toda la cama se estremecía. Ya no estaba sobre su cuerpo, estaba parado junto a la cama, con las piernas de su esposa sobre sus hombros y el sujetándola con demasiada fuerza de los senos, casi enterrándole los dedos y las uñas, como tratando de arrancárselos con saña. A Coni ya se le habían olvidado sus hijos, ahora lloraba a viva vos, ya no pudo seguir ocultando todo su sufrimiento por más que quisiera, sentía que le estaban desgarrando los senos y el alma.



 



Por fortuna, todo tiene un final en esta vida. Su esposo comenzó a jadear más fuerte, su respiración se tornó muy agitada y sus ojos se pusieron blancos. ¡Al fin, al fin iba a terminar aquel horrible tormento!



¡¡¡¡¡YAAAAAA!!!!! ¡¡¡¡¡YAAAAAA!!!!! ¡¡¡¡¡YAAAAAA!!!!! ¡¡¡¡¡YA NO AGUANTO!!!!! ¡¡¡¡¡YA NO AGUANTOOOOOO!!!!! – seguía gimiendo mamá.



¡¡¡¡¡YA CASI!!!!! ¡¡¡¡¡YA CASI!!!!! ¡¡¡¡¡YA CASI!!!!!



¡¡¡¡OOOOHHHHHUUUUUGHHHHHHHAAAAAAA!!!!



¡¡¡¡¡SIIII!!!!! ¡¡¡¡¡SIIII!!!!!… ¡¡¡¡¡AAAAOOOOOUUUUUUGGHHHHH!!!!!…



¡¡¡¡¡POR FAVOOOORRR… YA BASTAAAAA!!!!!



¡¡¡¡¡AAAAAAAGGGGGGHHHHHH!!!!! ¡¡¡¡¡PERRRRRRRAAAAAAAA!!!!! – él sacó su gordo y palpitante pene del interior de ella y eyaculó en medio de gritos sobre su enrojecido y maltratado cuerpo.



 



Carlos bañaba su cuerpo con su espeso semen, que ya de por si estaba bañado en sudor. Y cuando terminó, se puso a embarrárselo con los dedos, diciéndole que así quedaban las putas después de ser cogidas por sus clientes. Y en cuanto hubo saciado sus asquerosos deseos carnales, se acostó a su lado, mirándola lascivamente, tirada en la cama, con las piernas abiertas, la boca abierta y los ojos cerrados, en un gesto de agotamiento, llorando y lamentándose en vos baja, como paralizada.



 



Ring, ring, ring, el teléfono sonó sacándola de sus recuerdos dolorosos. Limpiándose la cara, la señora contestó, era Japp Staimer, su vecino holandés. Quería saludarla, algo natural de su forma de ser muy amigable. Pero, por supuesto, no era solo para esto que la llamó.



Señooora bonita… su cara es duuuulzura… – cantó en cuanto ella le contestó.



Buenos días señor Staimer.



Buenos días señora hermosa, ¿cómo está?



Bien, bien señor…



Señora bella, ¿cuándo aceptará mi invitación para ir a comer? – le dijo en su chapuceado español.



Señor Staimer… usted está casado…



Mi esposa está en Ámsterdam y yo estoy aquí… muuuuy solito… pobrecito yo… ¿no quisiera su gran corazón consolarme?



¡Por favor señor! Respete a su mujer…



Si la respeto… le prometí que solo me iba a meter con mujeres de buen nivel, bellas e inteligentes.



P-pero… es que… – hay personas cuyas ocurrencias y descaro siempre nos dejan sin qué decir – ¿Cómo puede ser eso?



En este país las cosas son tan distintas al mío. Diferencias culturales supongo yo… ¿no quiere realizar un intercambio cultural conmigo?



¡Señor por favor!



No se ofenda Consuelo, mis intenciones son "muuuuy buenas", je, je, je. Mire, de verdad, ya hablando en serio, usted sabe que solo estoy de paso por asuntos de negocios y que no conozco a nadie más. Usted es una excelente compañía, y ha sido una persona tan amable y atenta que quisiera tener algunas atenciones con usted. Acépteme una invitación, por favor.



¿Y a qué me quiere invitar? – respondió Consuelo, siguiéndole el juego y sorprendiéndose a si misma, pues jamás se lo había hecho y no sabía bien por qué lo hacía.



Pueeeees… un almuerzo por allí… y, ¿quién sabe?… tal vez otra cosita por allá…



¿A qué hora pasa por mi? – le preguntó a quemarropa, Staimer se sorprendió tanto como ella.



Aaaamm… ¿en cuánto estará lista?



Deme 2 horas.



Muy bien Consuelo… en 2 horas paso por usted. – y colgaron.



 



La señora se quedó sentada pensando en lo que había hecho. Sentía que prácticamente le había dado autorización para hacer de todo con ella. Pero ella no era así, por un momento pensó en llamar de vuelta a Staimer y decirle que siempre no, pero algo la detuvo. "Aprendé a portarte mal" le dijo Raquel. Ella quería portarse mal, saber qué se siente ser el objeto del deseo de alguien. Se puso de pié, y como una autómata procedió a despojarse de su ropa, para darse un baño rápido…



 



CONTINUARÁ…



 



Garganta de Cuero.



 



Pueden hacer sus comentarios y sugerencias, besos y abrazos. 


Datos del Relato
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