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Tras mi aventura con Pilar en el Ave y en su casa, en la que mantuvimos varios encuentros, durante los tres primeros días que permanecí en Madrid, hemos mantenido contacto telefónico y un encuentro en la ciudad de Valencia, a la que acudió de nuevo a un pequeño congreso de su especialidad.
Disfruté tanto con ella que decidí intentar mantener alguna relación de dominación, si se daba la ocasión.
Una tarde del mes de junio pasado, tras una comida de jubilación y antes de volver a casa, decidí dar un paseo por la ciudad para bajar el alcohol que había tomado durante la comida (dos o tres vinos y un "gin tonic" al finalizar), y poder conducir con tranquilidad.
Me dirigí caminando hacia el centro recorriendo varias calles y finalmente decidí sentarme en una terraza a tomar un café. Había muchas mesas vacías porque Castellón en verano queda casi desierto. No era aún muy tarde, pues serían sobre las 18.30 horas. Elijo una al azar y me siento. Aún no se había acercado el camarero cuando veo que justo enfrente de mí se sientan dos señoras de unos 45 años. Cuando viene el camarero pido un café con hielo y observo que de las dos mujeres solo una pide una cerveza y la otra dice que no quiere nada que se va enseguida. Efectivamente, en menos de un minuto, se va y me quedo mirando a su amiga que está esperando su cerveza. El camarero nos trae nuestras bebidas y no dejo de mirarla, al principio un poco disimuladamente. Observo como se quita sus gafas de sol y las deja sobre la mesa. Tendría como ya he dicho unos 45 años, pelirroja natural, de piel no muy blanca, sin pecas y unos impresionantes ojos verdes, una piernas torneadas y fuertes que terminaban en unas caderas muy prometedoras. Un pecho de tamaño mediano y una cara bonita.
Sigo observándola con disimulo y en una de esas miradas nuestros ojos se cruzan y ella baja los suyos. Ya dejo de mirarla y, justo en otro cruce de miradas, bajo y subo mis ojos de los suyos a sus piernas y de nuevo a sus ojos, viendo como ella retira la mirada, agacha la cabeza y, dado el color de su piel, observo que se ruboriza. Al siguiente cruce de miradas entreabrí mis labios un poco y deslicé mi lengua por ellos, sin sacarla, solo con la punta. Ella volvió a evitar mi mirada y volvió a ruborizarse, colocándose sus gafas de sol, para evitar que mirara sus ojos y ella mirar libremente. Cuando creí que nuestras miradas volvían a confluir, le hice un gesto con la mano para que se quitara las gafas. No lo hizo, a la siguiente vez le volví a hacer el mismo gesto y entonces se las quitó y volvió a dejar sobre la mesa. Nos mirábamos ya más continuamente, ella no paraba de ruborizarse y ante otro gesto mío de lamer mis labios ella se mordió su labio inferior, ruborizándose más si cabe. Le hice un gesto de que abriera un poco las piernas y no hizo caso, le volví a insistir y tampoco. Creyendo que ya no tenía nada que hacer y para probarla, le pedí la cuenta al camarero. En ese momento observo que ella descruza las piernas y comienza a abrirlas muy lentamente dejando unos cuatro o cinco dedos de espacio entre una y otra. Me animé al ver su gesto y con otro gesto de mi mano le dije que las abriera un poco más. Lo hizo y me dejó ver unas preciosas piernas que terminaban en una braguita blanca con encajes. Llegó el camarero con la cuenta, pagué, le pedí su bolígrafo y escribí en el recibo lo siguiente: me gustas mucho. Creo que no me equivoco y sé lo que quieres. Cuando salga del servicio, sígueme. Quiero dominarte, si no, tendrás que seguir mojando más tus bragas. Dejé la nota encima de su mesa al pasar por su lado.
Cuando salí de servicio de la cafetería pasé por su lado y noté como ella se levantaba. Sabía que venía detrás de mí porque oía el sonido de sus tacones. Anduvimos unos 150 metros y entramos en el parking donde tenía mi coche. Al llegar abrí la puerta del copiloto, invitándola a subir con un gesto de mi mano y sin decir nada ninguno de los dos, entró y se sentó.
Pasé al otro lado y entré en el vehículo. Me giré hacia ella, le cogí la barbilla y le obligué a mirarme. Le quité las gafas de sol e intentó rehuir la mirada, volví a obligarla a mirarme y acercándome le dije lo bonitos que eran sus ojos y besé ligeramente sus labios. Volví a hacerlo dos o tres veces más y luego ligeramente comencé a lamérselos e incitando poco a poco a que abriera la boca. Se retiró hacia atrás y me pregunto:
—¿Cómo te llamas?
—Nada de nombres, al final ya veremos si nos los damos. ¡Bésame!
No pudo continuar.
—Si puedes y lo vas a hacer, le dije. Ahora vas a besarme y quiero que lo hagas acariciándote un pecho por dentro del sujetador.
Dudó un poco en hacerlo, pero observo como se acerca hacia mí y la sujeto por los hombros impidiendo que se acerque más. Introduce su mano a través de su camisa y sujetador y comienza a acariciarse el pecho, dejo que se acerque y juntamos nuestros labios acariciándolos con nuestras lenguas e intensificando nuestros besos. Llevo una de mis manos a sus muslos y comienzo a acariciárselos notando como va abriendo sus piernas y de repente las cierra. Le agarro su pelo por detrás de su cabeza y tirando un poco me separo y le digo, mirando fijamente a sus ojos, que no vuelva a hacerlo y que vuelva a abrir sus piernas cuando se las acaricie. Volví a acariciarla y fue abriéndolas poco a poco. Llegue a su coño y noté su braga totalmente empapada. Volví a besarla y le dije que nos íbamos a un hotel.
—Prefiero ir a mi casa, en los hoteles me pueden conocer y en mi casa no hay nadie. Mi hija y mi marido están fuera y no regresarán hasta el domingo por la noche.
—De acuerdo, pero que sepas que es la única concesión que te voy a hacer, a partir de ahora harás lo que yo te ordene, si no estás dispuesta, aún estás a tiempo de irte, ¿de acuerdo?.
—Si, de acuerdo.
Salimos del parking y nos encaminamos hacia su casa.
—Quítate las bragas, le dije
—¿Qué?
—Ya lo has oído, no me hagas repetirlo.
—Estamos en la calle y me pueden ver.
—Sabrás como hacerlo lo más disimulado que puedas, venga quiero verlas en tus manos.
Levantó ligeramente el culo del asiento y metiéndose una mano por un lado dio un tirón a las bragas y volvió a sentarse, terminando de quitárselas poco a poco.
—Enséñamelas y ponlas debajo de mi nariz.
Su olor me embriagó e hizo que mi polla se pusiera dura como una piedra.
Aparcamos en su garaje y al subir en el ascensor le pedí que si quitara el sujetador. Lo hizo sin rechistar y lo introdujo en su bolso. Quiso acercarse a besarme y no le dejé.
Entramos en su casa y nada más cerrar la puerta empujándola contra la misma, empecé a besarla con desesperación acariciándola por todo su cuerpo.
Nos acercamos al sofá de su salón y me senté.
—Desnúdate lentamente, le dije, observándola con detenimiento.
Comenzó a quitarse la ropa muy lentamente pero evitaba mi mirada, por lo que le dije que me mirase a los ojos mientras lo hacía. Quería ver el rubor en su rostro haciendo juego con su pelo rojo. Esos ojos merecían estar mirándolos siempre, su color y su mirada aún me hacía excitarme más.
Dejó sus pechos al aire y pude apreciar que a pesar de su tamaño mediano, eran unos pechos preciosos, firmes y con un gran pezón que pedía ser comido y torturado.
Cuando se quedó solamente con sus diminutas bragas, le dije que no se las quitara, que se deshiciera de sus sandalias, dejando ver unos pies bonitos y muy bien cuidados, y que gateando se acercara y me comiera la polla.
Cuando llega a mis pies, me desabrocha el pantalón y vuelve a rehuir la mirada, por lo que agarrándola del pelo, tiro fuerte y vuelvo a exigirle que me mire a los ojos, si no, me levantaría y me iría. Estaba jugando fuerte, pero había que intentarlo.
—¿Quieres que me vaya?
—No, por favor.
—Pídeme que me quede y que te someta a mis caprichos.
—Quédate y sométeme. Haz lo que quieras conmigo
—¿Estás segura?, no quiero reproches y me obedecerás en todo, ¿de acuerdo?
—Si, si
Con eso me conformaba, no hacían falta expresiones, como “si amo”, “si dueño” y, dado que además comenzaba en este mundo, para mí eran más que suficientes.
Ya no le dije más, sacando mi polla comenzó a lamerla primero hasta que se la metió poco a poco en la boca. Le pedí que se pusiera las manos detrás y me la comiera sin manos, pero como notaba que la penetración no era muy profunda, cogiéndola del pelo fui moviendo su cabeza de atrás a adelante comencé a follarme mi polla e introduciéndola cada vez más profundamente, notando que alguna vez le daban arcadas y viendo como sus ojos se llenaban de lágrimas, que hacían darle más brillo a los mismos. Al mismo tiempo le pellizcaba los pezones que estaban duros y tiesos. Saqué mi polla de su boca y volví a pellizcárselos y estirarlos porque quería notar, como así fue, su grado de excitación. Sus jadeos eran increíbles, nunca había visto jadear a nadie así, solo con acariciar, apretar sus pechos y pezones.
Golpee su cara con mi polla y ella la buscaba con su boca. Lo hice varias veces notando como tenía verdaderas ansias de volver a sentirla dentro. La volví a meter y exigí que con una sola mano, se fuera acariciando el coño. No se había dado más de tres caricias cuando explotó en un orgasmo increíble que me pilló desprevenido, exigiéndole que la próxima vez me pidiera permiso para correrse.
Hice que se levantara, se pusiera de rodillas en el sofá y se la clavé desde atrás, no dejando de darle tirones en el pelo y azotes en las nalgas, pidiéndome que le diera más fuerte.
—¿Deseabas mucho esto, verdad?
—Si, nunca he tenido a nadie que me sometiera y era un deseo contenido desde que era adolescente. Dame más fuerte y fóllame más duro.
—Pídelo por favor, ruégame que te folle y dime cómo te sientes.
—Si, por favor, fóllame duro, te lo ruego, dame más fuerte, sigue sometiéndome. Me siento como una putilla, muy guarra y con ganas de guarrear más.
Me sigue pidiendo que la azote más fuerte y lo hago, pero lo que más me encanta es sentirme dentro de ella, notar como se contrae cada vez que estiro hacia mí su cabeza, tirándola de su pelo, al tiempo que golpeo mi pubis contra su culo y mi polla entra hasta el fondo de su útero.
Me avisa que se va a correr y se lo impido, le digo que no y paro de follarla. Se lleva una mano a su coño y sabiendo lo que quería se la cogí y evité que se tocara y se corriera, tirando con fuerza de unos de sus pezones.
Comencé a darle besos y mordiscos por su cuello, espalda y llegué a su culo que mordí causándole un poco de dolor. Cuando entendí que se había relajado, volví a penetrarla y comenzando a bombear hasta que me volvió a decir que se corría que, por favor, no se lo impidiera. Se lo volví a impedir y girándose me miró con ojos implorantes y me dijo:
—Por favor, por favor, deja que me corra, no puedo más, por favor, luego sigue haciéndome lo que quieras.
—¿Quieres correrte, guarrilla?
—Si, por favor.
—Pues hazlo ya, mientras volvía a penetrarla y follarla muy deprisa al tiempo que apretaba sus pechos con mi mano izquierda, mientras que con la derecha tiraba fuertemente de su pelo acercándola a mí.
—¡Ah!, si, joder que bueno. Me corro, me corro, no pares, sigue, sigue. ¡Ah!, ¡ah!, ¡ah!, ¡ah!, ¡ah!, ¡ah!, ¡ah!...
Tras un largo orgasmo, le pedí irnos a su habitación y, con un pañuelo de cuello, até sus manos al cabezal de hierro forjado de su cama y con otros dos sus pies al pie de la cama separándolos todo lo que pude. Dejándola atada me fui a buscar pinzas de tender ropa al lugar donde me dijo y tomé un puñado. Le puse una en cada pezón, otra en la lengua y cuatro en los labios del coño. Iba besándola por todo el cuerpo y retorciendo de vez en cuando las pinzas notando como jadeaba cada vez más. Me dirigí a su coño y comencé a besarlo, lamerlo y morderlo al igual que su clítoris. Quité las pinzas de sus labios y seguí atacándolo con desesperación, porque me encantaba y su olor me volvía loco. Le quité la pinza de la lengua porque quería oírla y vaya si la oí. Sus jadeos y gritos eran apoteósicos, volviéndome a pedir que la dejara correrse. Le dije que si, pero que me avisara porque quería beberme sus jugos. Cuando lo hizo, noté una explosión de líquido en mi cara, absorbiendo todo lo que puede mientras
Aún no me había corrido y ya notaba que estaba a punto, por lo que la desaté y la volví a colocar de rodillas. Le dije que iba a follarle el culo y empezó a suplicar que no, que no lo había hecho nunca.
—No por favor, no lo he hecho nunca, me va a doler muchísimo y eso no sé si lo podré aguantar. Hazme lo que quieras, azótame, dame duro en el culo, escúpeme, oríname encima, fóllame como quieras, impide que me corra, lo que quieras, pero el culo no.
—Me dijiste que te sometías a todo y por lo tanto tienes que cumplir. Intentaré no hacerte excesivo daño, pero algo si te voy a hacer y sabiendo ya como eres, sé que lo vas a disfrutar.
Me fui al cuarto de baño, dejándola a cuatro patas y prohibiendo que se moviera y cogí el bote de gel de ducha. Le embadurné el ano y fui metiéndoselo con el dedo, después con dos y finalmente me dispuse a penetrarla, primero con suavidad y ella contrayendo el esfínter impidiéndomelo, por lo que tuve que exigirle que se relajara. Como no lo hacía, le di un azote en el culo, notando como, en ese momento, el esfínter se abrió y pude entrar un poco. Lo mantuve así, sin moverme, le di otro azote y volví a entrar un poco más, por lo que ya sin esperar de dos golpes secos logré entrar del todo, no sin arrancarle un buen grito. Pensé en parar y que se acostumbrara a tenerla dentro, pero opté por seguir follándome ese culo sin parar.
—Me has roto el culo, cabrón, joder, como duele
—No te preocupes que ese dolor pasará y lo disfrutarás. Luego me pedirás más y que te lo vuelva a follar.
Seguí follándome ese precioso culo, dando azotes de vez en cuando. No habría pasado más de medio minuto, cuando ya noté que estaba relajada del todo y lo que es mejor, sus jadeos y gritos resonaban por todo el dormitorio.
—Si, ¡joder!, duele pero el gusto es tremendo, sigue follándomelo, rómpemelo más, apriétame las tetas y retuerce mis pezones.
—Avísame cuando te vayas a correr, porque quiero hacerlo al mismo tiempo que tu. Estuvimos así, un tiempo que no sabría cuantificar exactamente, pero calculo que serían unos cuatro o cinco minutos más, cuando noto que mi mano que acariciaba su coño y clítoris se iba llenando de jugos. Los jadeos iban en aumento y notando que se iba a correr, me preparé para hacerlo yo también. Así que cuando me dijo que se corría, follándola más fuerte y deprisa y notando como me iba a correr, le exigí que lo hiciera ella también. Noté como se dejó ir totalmente, no pudiendo contener mi mano más jugo y ella gritando y gritando sin parar.
—Joder, que placer me has dado cabrón. Estoy agotada, pero contenta de haber logrado mi deseo. Espero que me sigas sometiendo mucho más y que no sea esta la última vez que lo hagas.
—Lo haré, para mí también ha sido la primera vez, porque la vez anterior en la que experimenté un poco la dominación no se puede catalogar como tal.
—¿Cómo te llamas cabrón?
—Cabrón, me llamo Cabrón, nada de nombres. Nos llamaremos así: tú me llamas cabrón y yo te llamo guarrilla. También con esos nombres grabaremos los números de teléfono móvil.
Ciertamente yo también había disfrutado y mucho. La duda era si había sido por la novedad de experimentar algo nuevo o porque realmente me gustaba dominar. No lo sé, habría que explorar más y saberlo.
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