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Aprendiendo a conducir

~~Después
 de aquel primer encuentro precipitado y casual en su coche, volver
 a verla se convirtió en mi obsesión. Mejor dicho, volver
 a tenerla. Verla la vería seguro en la oficina. Y esa satisfacción
 era también mi condena. Porque poder mirarla a unos metros
 me permitía saciar mi deseo más primario, el de hablar,
 sonreir, aproximarme, pero al tiempo, me desesperaban las distancias
 y las cautelas que nos imponía estar siempre rodeados de compañeros.
 Noté que ella sentía lo mismo, y poco a poco empezamos
 a forzar encuentros intencionados, donde podiamos hablar de nosotros
 con más libertad. Pero ambos sabíamos que la atracción
 que sentíamos en uno por el otro, nos conduciría tarde
 o temprano a repetir nuestro momento, un momento anhelado con el que
 empecé a obsesionarme. Unos días después quedamos
 en un hotel. Era una mañana de domingo, soleado y apacible.
 Desayunamos uno junto al otro, ajenos al instante furtivo que viviamos,
 ambos sabiamos que estabamos violando nuestros propios compromisos,
 ella con su novio, yo con mi mujer, pero en aquella ocasión,
 y en muchas otras repetidas, nuestras miradas, nuestros pensamientos
 y nuestras palabras sólo tenían un mutuo destinatario.
 Subimos a la habitación. Apenas habíamos entrado cuando
 nos abalanzamos; ella sobre mi, y yo sobre sus labios, por unos segundos
 sus labios me parecieron de una fragancia única, húmeda
 y excitante. Nos besamos con entrega, con pasión, y nos encontramos
 envueltos en una sensualidad salvaje, irrefrenable y ardiente que
 rápidamente nos llevó allí mismo, sobre la pared,
 a recorrer nuestros cuerpos con las manos, con los labios, a desnudarnos
 el uno al otro. Jamás había sentido esa sensación
 por nadie, esa atracción ciega, carente de lógica, pero
 tan poderosamente irresistible. Recorrí mis manos sobre sus
 pechos, desabroché el sujetador y de nuevo volví a disfrutar
 de sus pezones sonrosados y tímidos, casi pudorosos por sentirse
 descubiertos. Su voz se intercalaba con jadeos entrecortados. Seguí
 por su vientre, su cadera, su cintura, hasta desprender su falda y
 dejar su cuerpo tan solo cubierto con un tanga rojo. Para entonces
 su espalda se arqueaba sobre la pares dejandome hacer a mi, apretaba
 mi cabeza entre sus piernas mientras yo tiraba de su tanga hacia abajo,
 deslizando la prenda entre la suavidad doblemente sugerente de sus
 piernas.
 Abrió sus piernas y su sexo asomó desafiante ante mis
 ojos, antes de darme tiempo a tocarlo, se agacho, me cogió
 de la mano, y fui tras ella hasta la cama. Allí se tumbó
 con las piernas abiertas, y sus brazos reclamando mi cuerpo. Sin levantarse
 me desabrochó el pantalón, una sonrisa lasciva la traicionó
 cuando comprobó la erección que palabra con sus manos,
 suavemente, sin querer descubrir aún la polla que tan ansiosamente
 deseaba salir a su encuentro. Arrimó sus labios y sobre la
 tela, repasó el contorno con sus labios. Yo la miraba mientras
 mis ojos no bastaban para dar crédito al inmenso placer que
 sabía me esperaba en ese cuerpo. Me terminó de desnudar
 y se llevó la polla a su boca, abrió sus labios y empezó
 a bombear con una frecuencia deliciosa, mientras acariciaba mis testículos
 con la mano. Unos segundos después comenzó a moverse
 más deprisa, en una agitación paralela a mi grado de
 excitación. De pronto paró y yo me eché junto
 a ella. Se puso boca a bajo y me mostró en todo su esplendor
 un culo perfecto, sensual, envidiable, hecho para la caricia y el
 deseo. Sabía que su culo había vuelto las miradas de
 muchos otros hombres en la oficina y con esa misma seguridad ahora
 me lo ofrecía consciente de que en él residía
 gran parte de su atractivo como mujer. Era blando, redondo, perfectamente
 redondo mullido, acariciarlo me llevó unos minutos, primero
 con parsimonia, con detenimiento, después con dureza recreandome
 en cada una de sus curvas. Me gustaba sentir su tacto en mis manos,
 sus suspiros cuando lo apretaba entre mis dedos, y ver como cerraba
 los ojos cuando apretaba mi cadera contra él. En esos juegos
 pasamos más de media hora, casi sin cambiar de postura. Y entonces
 le abría las piernas, en la misma posición, boca a bajo,
 y comencé a masturbarla con mi glande. Me hizo reir, era de
 una pasión contagiosa. Se tapó la cara con la almohada
 para que no se oyeran sus jadeos. Y poco a poco fui entrando, estaba
 empapada y sus flujos facilitaron la penetración. Ni siquiera
 la almohada tapaban ya sus gritos de placer. Se encorbó un
 poco para dejarme pasar hasta dentro, y cuando lo hice, volvió
 a dejarse caer, abandonándose a los movimientos que yo provocaba
 dentro de ella. Era fantástico, sentir la humedad y la suavidad
 de su vagina y el movimiento lento de sus caderas acompañando
 a mis vaivenes. En apenas unos minutos tuvo un primer orgasmo, que
 resonó en mis oidos como una sucesión de espasmos de
 placer. Seguí dentro.
 Comencé a salir hacia fuera, a volver a entrar, cambiando el
 ritmo, más despacio, más deprisa, su entrepierna rebosaba
 flujos y sudor, en una amalgama excitante que esparcía por
 toda la habitación un penetrante olor a sexo. Tuvo un segundo
 orgasmo aún mayor que el primero, y al tiempo me corrí
 en ella, como nunca lo había hecho, con la sensación
 literal de vaciarme. Acto seguida, ella se recostó sobre mí
 y comenzó a chupar los restos con su lengua. No lo podía
 creer. Fue inolvidable, incluso hoy recuerdo perfectamente las sensaciones
 del momento, aunque lo cierto es que hubo muchos más. Si queréis
 conocerlos, hacédmelo saber, esto tiene sentido para mí
 en la medida en que sea capaz de transmitir sensaciones parecidas
 a quien lo lea.

Datos del Relato
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