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Categoría: Gays

Apapachoterapia intensiva

Carlitos había quedado sumido en la más abrumadora orfandad. Primero había muerto su padre cuando apenas tenía doce años recién cumplidos, y luego su madre, cinco años después.

Su infancia había transcurrido con penurias y había sido necesario trabajar desde muy temprana edad. La enfermedad de su madre, había empeorado con el paso de los años y había marcado al pequeño Carlos haciéndolo un chico retraído, poco sociable.

La naturaleza, en cambio, había sido pródiga con él. Poseía facciones finas, tez morena, cabello castaño rizado, un cuerpo esbelto pero fuerte debido a la carga de trabajo a la que había sido sometido por necesidad.

El deceso de su madre, repentino, pero esperado fue devastador para el chico. Tras las exequias, Carlitos y tres hermanos fueron separados por decisión familiar puesto que no podrían mantenerse unidos ante la difícil situación económica de los parientes que habían aceptado acogerlos. Se había hablado incluso de buscar un orfanato para ellos, pero al fin privó el amor sobre la necesidad.

Carlitos tendría que viajar a un centro urbano alejado de su población natal, en donde habían vivido y muerto sus padres. Una hermana mayor de su madre había aceptado hacerse cargo de él con la ayuda de su hijo y a pesar de su discapacidad que la había confinado a una silla de ruedas y una sordera que la afectaba parcialmente.

Carlitos había mostrado su inconformidad con la decisión, pero de nada le había valido. Se había tomado unilateralmente y tendría que partir con sus escasas pertenencias a su nueva casa en cuestión de días. Un pariente mayor lo acompañaría a su destino.

Amanda, la tía de Carlitos, vivía en compañía de su único hijo, Marcial, un muchacho moreno de 22 años, apuesto y fornido. La señora había sufrido un accidente en la calle que le había costado la inmovilidad de medio cuerpo. Una exigua pensión y la humilde vivienda propia, junto con su mayor tesoro, como llamaba a Marcial, podrían compartirse al dar cabida a un nuevo miembro, sin ningún problema. Marcial trabajaba y con su salario vivían mejor.

A pesar de que Amanda era una mujer cordial y no se había amargado por su incapacidad ni tampoco por la sordera que aumentaba con el paso de los años, su voz grave había causado un efecto inicial desagradable cuando recibió a Carlitos. Con mucho esfuerzo abrazó al chico cuando se aproximó para saludarla, exigiendo que la besara.

Amanda informó a Carlitos que Marcial estaba ya enterado de su llegada y que si bien lo compadecía por la irreparable pérdida, estaba feliz porque a partir de ese momento contaría con un “hermano” a quien querría desde el primer momento, y que incluso ya sentía un afecto por él sin conocerlo siquiera. Amanda aseguró ante Carlitos que había llegado al lugar ideal para recuperarse, uniéndose a una familia que en verdad era querendona. Ya lo comprobaría cuando conociera a Marcial, aseguró.

Carlitos, no obstante, seguía de luto. Su mirada se empañaba constantemente hasta las lágrimas y no pasó inadvertido para Amanda, quien insistió en que tan pronto llegara su hijo del trabajo, se sentiría mejor. Estaba completamente segura.

Efectivamente, la llegada de Marcial disipó en gran medida la tristeza de Carlitos. Tras saludar a su madre con afecto, estrechó la mano de su primo, con la calidez que Amanda advirtió a su sobrino. Pidió a su hijo que abrazara a su primo porque lo necesitaba por la reciente pérdida. Marcial sostuvo a su primo entre sus brazos pidiéndole que se desahogara. Cohibido, primero, Carlitos quiso zafarse del cálido abrazo de los fornidos brazos de su primo pero finalmente se rindió y comenzó a sollozar abandonándose en los brazos de Marcial.

Marcial, moreno como su primo, era un chico al que la naturaleza había distinguido físicamente en conjunto y también lo había dotado sexualmente en particular, como a pocos. Y si bien no se ufanaba de ello, resultaba notoria la posesión de un pene de gran tamaño.

El mismo Carlitos, a pesar de su inocencia y virginidad, sintió a partir del primer instante el abultamiento impetuoso de Marcial sobre su cuerpo virgen. En cambio, Marcial se entregaba a tales abrazos sin importarle que repentinamente ese abultamiento amenazara con entiesarse. Carlitos, en un principio, sintió incomodidad, pero sentía el afecto de su primo como un bálsamo que le permitía aligerar el luto que lo embargaba.

Amanda informó a Carlitos que Marcial había aceptado compartir su cama con él mientras podían comprarle una propia. El chico aceptó sin chistar mientras que Marcial esbozó una extraña pero maliciosa sonrisa, inadvertida tanto para Amanda como para su sobrino.

Amanda insistió en que Marcial atendiera a Carlitos y lo ayudara a salir de la tristeza mediante todo tipo de atenciones, en su mayor parte apretados y cálidos abrazos. No dejaba de gritar: “¡Abraza a ese muchacho, no dejes que la tristeza lo acabe. Si yo pudiera, te ayudaría!”

La primera noche que durmieron juntos, Marcial no perdió un solo instante. Lo abrazó con tanta fuerza que Carlitos sintió ahogarse. Marcial unió su enhiesta virilidad a las nalgas de Carlitos. Estaban en pijama, hacía frío y Marcial se fue quedando dormido. Carlitos tenía un escaso conocimiento sobre sexo, pero su curiosidad se fue despertando poco a poco, a medida que transcurrían los días.

Carlitos se fue acostumbrando al calor que le brindaba Marcial todas las noches hasta que el chico decidió aventurarse entre las ropas de Marcial. Como ocurría todas las noches, Marcial se aproximaba a su primo y después de abrazarlo y restregarse contra el chico, el sueño lo vencía. Carlitos decidió interponer por primera vez la mano entre sus nalgas y el erguido miembro de su primo. Después deslizó la mano entre la pijama y el calzoncillo y tocó superficialmente el duro miembro que pareció respingar con el contacto de su mano. El arrojo de Carlitos aumentó e introdujo la mano hasta sujetar el duro miembro de Marcial después de haber tocado los pectorales y deslizar su mano hasta llegar al sitio que deseaba. Por su parte Marcial parecía dormir profundamente.

Nunca antes había tocado otro miembro que no fuera el propio y mucho menos con tal rigidez. La sensación de hacer algo indebido, por primera vez, produjo una reacción generalizada de vergüenza, pero a pesar de ello no soltó el duro miembro, por el contrario, inició un movimiento acompasado que terminó por despertar a su primo.

El chico no soltó el rígido miembro a pesar de los ruegos de Marcial en el sentido de que le permitiera deslizarlo a través de su tenso y cerrado orificio, petición que escandalizó al chico a punto de llorar. Pero Carlitos no soltó el miembro y sus manipulaciones llevaron a su primo al umbral de la eyaculación, y en un grito ahogado se regó en el brazo de su primo e incluso llegó a salpicar la cara del muchacho.

Una mezcla de vergüenza y calentura se apoderaron del muchacho, quien luego de masturbar a su primo asió su propio y erguido miembro y de la misma manera manipuló su propio y tieso falo. El chico mayor untó su dedo índice con saliva y lo aplicó al orificio de Carlitos, y a medida que fue alcanzando el clímax, recibió la punta del dedo en el interior de su palpitante cavidad. Primero parecía renuente, pero a medida que fue alcanzando el clímax, dejó que su primo hundiera parcialmente el dedo hasta el momento de la eyaculación, que por ser la primera vez, pareció víctima de una combinación de sueño y desmayo que se prolongaron hasta muy entrado el día siguiente.

Cada noche, durante varias semanas se repitió invariablemente la escena. Aunque Marcial se moría por introducir su largo, grueso y duro miembro en el ano de Carlitos, este no se lo permitiría.

Después sobrevino un periodo de ayuno en el que Marcial dejó de aproximarse a Carlitos y cuando éste quería tocar el miembro de Marcial, éste no lo consentía. Había resentimiento y Carlitos, para conseguir lo que deseaba, decidió jugar un poco.

Fingía ante Amanda estar muy triste e incluso llorar y ésta, con sus gritos acostumbrados exigía a Marcial que lo abrazara para darle ánimos y de esa manera, Carlitos volvía a sentir el cálido abrazo de su primo, acompañado de esa dureza que ahora Marcial se negaba a entregarle por las noches.

Carlitos cumpliría la mayoría de edad en pocos días y Amanda decidió que lo celebrarían con una fiesta. Sería un cumpleaños sencillo, con pocos invitados, bocadillos, refrescos y una tarta coronada con 18 velitas. Asistirían algunos vecinos y compañeros de trabajo de Marcial.

La reunión empezó alrededor de las diez de la noche. Tanto Marcial y Carlitos permanecieron relativamente alejados, por resentimiento y para no despertar sospechas. La única invitada del sexo femenino era una octogenaria amiga y vecina de Amanda. No faltaron las preguntas por la ausencia de chicas y las tendenciosas preguntas sobre la cama de Carlitos, bromas que Amanda zanjó inmediatamente y que por respeto a su incapacidad no se repitieron más.

Un compañero de Marcial ofreció un vino espumoso para acompañar la tarta y todo mundo exigió que fuese Carlitos quien apurase la copa llena que se le ofrecía como una señal de que había alcanzado la mayoría de edad a partir de ese momento.

El efecto fue inmediato. Desacostumbrado a tomar licor, Carlitos se embriagó y empezó a perder la compostura bailando, gritando y abrazando a todo mundo. Amanda, lejos de molestarse, aseguró feliz que nunca antes, desde la muerte de su hermana, lo había visto tan contento y desinhibido.

La mujer pronto se durmió en la misma silla de ruedas y su compañera se despidió. Ni siquiera la música perturbó su sueño. Por el contrario sus sonoros ronquidos se confundieron con la estridencia del sonido.

Carlitos tomó un segundo trago y fue el acabóse. Los demás invitados, cinco varones, se sentían apenas entonados más no borrachos y comenzaron a reír a medida que los desfiguros de Carlitos fueron cada vez más evidentes y atrevidos.

Marcial no salía de su asombro, pero pronto su reacción se tornó en cólera súbita. Carlitos había apagado la luz y por las protestas en tono divertido de los chicos en el sentido de que alguien los toqueteaba por la entrepierna, supo inmediatamente quien era el responsable. Para cuando Marcial había restablecido el orden y la luz de la habitación, Carlitos ya había comenzado a despojarse de la ropa acompañado de música cadenciosa y el sincronizado palmear de los invitados.

Marcial, a punto de perder los estribos, dio por terminada la fiesta pidiendo a la gente que partiera. Lucía malhumorado y comprendieron que no había el menor tono de broma en su despedida. Carlitos, mientras tanto, pese a la ausencia de música mantenía las contorsiones “a capella” y en calzoncillos minúsculos que Marcial no explicaba su origen puesto que conocía la ropa interior de su primo.

No se había cerrado la puerta cuando Marcial se aproximó a Carlitos y sin pensarlo dos veces le asestó la primera bofetada a su primo e inmediatamente después una segunda en la otra mejilla. Carlitos cayó y el llanto inundó la estancia.

Marcial levantó al chico caído y lo depositó en la cama. Carlitos seguía llorando y su llanto lo excitó aún más, por lo que decidió desnudarse también. Estaba arrepentido de haber golpeado a su primo, pero la lujuria ante un cuerpo desnudo, al que tanto había deseado poseer, pudo más.

La poderosa erección no pareció inadvertida para Carlitos, quien temeroso de ser penetrado arreció el llanto queriendo conmover a su primo, pero sin saber que ocurriría lo contrario. Marcial lo sujetó con fuerza mientras se acostaba a su lado y lo obligó a recostarse boca abajo. Aplicó la jalea gelatinosa que había adquirido hacía tanto tiempo en el estrecho y palpitante orificio de su primo y resbaló una y otra vez el dedo índice a pesar de las contorsiones y protestas de su primo para que parara.

Luego sujetó su propio erguido y duro miembro lubricándolo con cuidado. Penetró a Carlitos sin misericordia llamándolo “putita ofrecida” una y otra vez. El llanto no cesaba y Marcial se enervó todavía más. La caliente y palpitante oquedad de su primo lo había enloquecido y para no gritar, mordió y chupó la espalda de Carlitos hasta dejarla marcada. El chico parecía luchar desesperadamente, consiguiendo que Marcial lo penetrara más y más, hasta el fondo.

Marcial escupió en las entrañas de su primo con tal fuerza que pareció que el semen se desbordaba entre los pliegues del ano y el duro miembro. Pero sólo era la jalea que había untado para resbalar su afiebrado pene.

Había consumado la penetración y la eyaculación. Mientras Marcial se recuperaba, comprendió tardíamente su acción y trató de convencer a Carlitos de que aceptara sus disculpas y lo perdonara. Luego lo levantó y llevó al excusado, donde esperó a que el chico expulsara el líquido que había inyectado en sus entrañas mientras secaba sus lágrimas con sus propios dedos. Después limpió y lavó el ano con esmero, acción que produjo una erección en Carlitos. A pesar de la aparente renuencia de Carlitos, lo llevó a la cama y ahí tomó el duro miembro del chico entre sus labios y succionó hasta que Carlitos se estremeció de placer y sus líquidos internos fueron engullidos por su primo.

Quedaron dormidos hasta el día siguiente, cuando los gritos de Amanda los devolvió a la realidad. Los rostros demacrados por la intensa actividad de esa noche no pasaron inadvertidos para la señora, pero no se atrevió a cuestionarlos.

Aunque Marcial lo había iniciado y disfrutaba intensamente sus encuentros, todavía, Carlos se sintió poderosamente libre a partir de esa fecha, sin sentimientos de pertenencia para con su mentor. No sabía si era consecuencia de los golpes recibidos, pero sí aceptaba haberse vuelto prisionero insaciable del sexo, y ni siquiera los reclamos de Marcial le impidieron desahogarse con otros.

Había dejado de ser Carlitos.

FIN
Datos del Relato
  • Autor: Rojo Ligo
  • Código: 15612
  • Fecha: 27-09-2005
  • Categoría: Gays
  • Media: 5.58
  • Votos: 108
  • Envios: 2
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  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
xavierangel
invitado-xavierangel 11-07-2007 00:00:00

Me prendio mucho,muy erotico.Tu narracion es muy detallada y bastante sugestiva.Me dieron ganas de tener un primo como Marcial.

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