Estaba enfadada por la locura que iba a hacer de ir a hacer de niñera de unos niños en un hospital, no me gustaba la idea. Todos mis compañeros estaban entusiasmados, pero yo estaba callada.
Nada más llegar nos hicieron pasar a ver a los niños enfermos; yo tenía mucho miedo. Me acerqué a una chica que estaba en el fondo de la habitación; vi en sus ojos que me miraba con miedo al igual que ella lo vio en los míos, pero me acerqué.
- ¡Hola! ¿Cómo estás? – le pregunté, pero no me contestó y una enfermera me vio y me dijo:
- Es inútil, no te va a contestar, no ha hablado desde el día que llegó. – la enfermera
se fue y yo la miré con pena. Le regalé un peluche que compré antes de entrar y otras cosas; estuvimos jugando, riendo pero seguía sin hablar. Llegó la hora de irnos y me despedí.
- Me tengo que ir ¿vale? Espero que te hayas divertido y te gusten los juguetes. – me levanté, me junté con mi amiga y nos fuimos. Una vez en el autobús mí amiga y yo hablamos.
- ¿Qué te ha parecido? – me preguntó.
- No me gusta el lugar. – dije.
- Ya y a quién si. – me respondió como broma y yo la miré seria.
- Ya sabes a lo que me refiero. – y no volvimos a hablar, llegué a mi casa y allí estaban mi madre y mi padrino, que era el culpable de que estuviera metida en lo de ser voluntaria en el hospital.
- ¿Cómo te ha ido? – me preguntó mi madre.
- En realidad bien, pero no quiero volver. – dije.
- Pues lo siento mucho, pero lo harás. Te has comprometido. – respondió mi padrino.
- ¡No! ¡Tú me has comprometido! No sé porqué tengo que hacer de niñera. – respondí.
- Con Annie no te importaba… - dijo mi madre.
- ¡No la metas en esto! ¡Ella no tiene nada que ver! – dije alterada y me fui a mi habitación.
El miércoles, nuevamente, fui con la clase al hospital. Y así fue durante aquel primer mes, yo cada vez tenía menos ganas de ir. Un día ya harta de todo, llegué a casa después de la visita del hospital.
- Padrino, paso ya de esto… Lo dejo, búscate a otra niñera.
- ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? – dijo mi madre.
- Nada, no ha pasado nada… Es solo que no soporto más ese lugar, no quiero, no puedo… - dije y me fui al cuarto de Annie.
Tras unos minutos mi madre entró y yo estaba sentada en el suelo apoyada en la cama.
- Mamá, por favor… no me obliguéis más a ir. Sabes que no puedo estar en ese lugar y no puedo ver a esa niña…
- Sé que es difícil para ti y créeme, también lo es para mí ver como sufres… sé que ese lugar, esa niña, te recuerdan mucho a Annie, a lo que le paso… Pero la intención de tu padrino no es que veas en ella a Annie, solo quiere que superes ese miedo, esa etapa… Que le abras tu corazón a esa niña, no quiere decir que sustituya a tu hermana, porque nadie podrá y ella no es capaz de devolvértela pero… ¿No has pensado que esa niña ahora te necesita? – dijo mi madre y se fue, dejándome sola. Miraba la habitación y mi mirada se tropezó con un álbum de fotos, lo cogí y me senté en el escritorio y lo fui viendo poco a poco, lentamente, recordando cada momento. Observé durante un momento una foto donde salíamos ella y yo, en una excursión en bici; y recordé las palabras de mamá. Estuve allí pensando durante toda la noche.
El lunes fuimos otra vez, pero yo tuve que ir una hora más tarde porque tenía que ir a hacer unas cosas. Cuando estaba ya el la planta, escuchaba gritos de una niña y los reconocí y corrí a la habitación. Efectivamente, era ella, había dos enfermeras, una sujetándola y la otra intentando que se tomara algo. La niña me vio de lejos y se libró de las enfermeras y corrió hacia mí a abrazarme llorando. La cogí en brazos y me agarró muy fuerte, caminé hasta las enfermeras.
- ¿Qué pasa? – pregunté.
- Es que tiene que tomarse esto. – me dijo enseñándome unos cuantos medicamentos.
- ¿Tantos? – pregunté sorprendida y la enfermera asintió. Y me quedé pensando. – Bueno déjelos ahí. – ordené.
- Pero se tiene que tomar… - comenzó a reclamar cuando la interrumpí. - … No se preocupe, yo me hago cargo. – le dije y se fueron. Cuando ya se fueron de la habitación, solté a la niña en la cama y sequé sus lágrimas.
- No te gustan ¿verdad? – dije y ella asintió. – Sinceramente, a mi tampoco pero mi madre me obligaba a tomármelas porque si me las tomaba me ponía mejor y podía salir a jugar. ¿Quieres ir a jugar? – dije y con una sonrisa asintió. – Pues hagamos, una cosa: tu te tomas la medicina cada vez que las enfermeras te lo den y te prometo que una vez a la semana te sacaré a dar una vuelta, ¿vale? – dije y ella se quedo pensando un rato hasta que se rindió y se tomó las medicinas. Después de la visita, hable con su médico, la Doctora Stevenson.
- Lo siento, pero no te puedo dar ese permiso… Ella no puede salir…
- Doctora, no la quiero sacar fuera del centro, solo quiero darle una vuelta por el jardín del hospital, para que al menos tome el aire. Solo será una vez a la semana y durante una hora, por favor… - supliqué y ella aceptó.
El viernes de aquella semana, la saqué sobre las siete de la tarde, le traje una bicicleta que era de Annie y se la regalé. Se sentía muy feliz, de vez en cuando dejaba la bici conmigo y jugaba con los otros niños, solo jugaba y reía pero seguía sin hablar. Todas las semanas fue así, iba con el instituto y me iba al acabar la hora de visitas, algunos viernes me quedaba allí de guardia. Lo pasábamos bien. Me pasaba la mayor parte allí. Pero hubo una época en la que tuve que dejar de ir por los exámenes que tenía, eran los finales y tenía que estudiar y acabar unos trabajos.
Acabé todos mis exámenes y mis trabajos. Una noche, a las tres de la mañana mi madre me llamaba.
- Mamá ¿qué ocurre? – pregunté adormilada.
- Te llaman del hospital. – me informó mi madre y yo me sobresalte. Salí de la cama y cogí el teléfono. Era la doctora y me dije que fuera al hospital inmediatamente porque a la niña le dio un ataque. Al momento de colgar, subí a mi habitación y me vestí.
- Mamá, me voy al hospital. Te llamaré en cuanto sepa algo ¿vale? – le dije y le di un beso. Cogí la bici y pedaleé como nunca lo hice. Al llegar al hospital, subí por las escaleras y me encontré con la doctora. - ¿Qué ha pasado? – pregunté.
- Ven, acompáñame a mi despacho. – nos dirigimos a su despacho y una vez allí me explicó. – La enfermera saco a la niña al jardin como siempre, y no se puso a jugar, tan solo estaba sentada en el banco, pensamos que era porque estaba triste porque tu no venías, pero en la noche, sobre las doce, empezó a encontrarse mal y tenía fiebre, lloraba y lloraba, hasta que llegó un momento en el que de repente se desmayó. Pensamos que solo era eso un desmayo, pero no es así, fue una convulsión.
- ¿Dónde está? ¿Está bien?
- Está en observación, esta estable, ahora mismo se hemos inyectado un calmante y está dormida.
- ¿Me puede decir que tiene? – le pregunte y se quedó en silencio.
- Tiene problemas del corazón, tiene soplos en el corazón. Que a causa del adelanto del parto su corazón no ha llegado a cerrarse por completo.
- ¿Y no hay solución? – pregunté.
- La había…
- ¿A qué se refiere?
- Si se hubiera detectado y se hubiera tratado desde le principio… Se podría solucionar, pero es demasiado tarde.
- ¿Y una operación?
- Sería muy delicado. Además, la operación no la podría pagar ni yo. Y con tantos ataques… tan constantes e intensos… - las dos nos quedamos calladas, yo pensando, no me podía creer lo que estaba ocurriendo.
- Y… ¿Cuánto… cuánto tiempo le queda? – pregunté pero me arrepentí al instante.
- Eso depende de su corazón… Pero si te soy sincera, no le queda mucho… Si tiene suerte, años.
- ¿Me quiere decir que es posible que no llegue ni al año? – aclaré y la doctora si dispuso a no responder. – Esto es una mierda…
En la mañana, la trasladaron a una habitación y allí, me quedé hasta que se despertase. Cuando se despertó ya era de noche.
- Hola… - dije feliz. - ¿cómo te encuentras? – le pregunté pero como siempre solo me
respondió con una sonrisa. Estuvo muy débil durante una semana, pero tras ese tiempo ya estaba mejor, podía andar pero no como antes, ahora se cansaba más rápido y tenía que ir en silla de ruedas. Mayor parte del tiempo, estábamos en su habitación viendo películas, dibujando… Yo por las mañanas, aún tenía clase, así en las mañanas no podía estar allí, pero por suerte una enfermera estaba pendiente de ella cada vez que yo no estaba. Un día, al entrar en la habitación me llevé una sorpresa enorme.
- ¿¡Mamá!? – exclamé al verla jugar con ella, la niña se levantó y me abrazó. - ¿Qué haces aquí?
- Es que hoy tenía descanso y como sabía que llegarías tarde, decidí venir a hacerla compañía. Te he traído algo de comer. – me dijo y la niña volvió a jugar con mi madre. Viéndola reír y a mi madre, me vino a la mente Annie, mamá también jugaba con ella así y también reía como la niña lo hacía ahora, mi madre en realidad siempre tuvo buena mano con los niños, por un instante, creí ver a Annie allí, junto ellas jugando. Cuando ya era de noche, mi madre y yo volvimos a casa.
- ¿Qué te pasa? – me dijo mi madre. - ¿Llevas callada y perdida desde esta tarde? ¿Te ha molestado que fuera? – me preguntó.
- En realidad me sorprendió, pero me alegro que lo hicieras, es solo que… verte allí jugando con ella… me recordó a… - y me interrumpí sola.
- Si… Por un momento, también me vino el recuerdo de Annie. Cuando por las tardes, ella y yo jugábamos en el salón de casa y ella se reía con todo.
- Si… - dije melancólica. – La echo de menos.
- Yo también, hija… Yo también.
- Pero… tú pareces llevarlo muy bien. – le dije.
- Por que tu no lo aceptabas. – respondió y se hizo una pausa. – Yo estaba destrozada, pero cuando vi que tu no acababas de olvidarlo, de superarlo… Supe que yo no podía rendirme y hundirme de aquel modo. - <> - pensé.
Desde aquel día, mamá, ya siempre estaba en el hospital conmigo, cuidando a la niña como lo hacía conmigo y con Annie. Le compraba ropa, juguetes, le hacía sus famosas galletas. Las tres éramos felices, después de tanto tiempo. Desde que Annie murió, ni yo ni mamá hemos vuelto a vivir momentos felices, a salir, la perdida de Annie cambió nuestras vidas, sobretodo la mía. Annie, era mi hermana pequeña, y siempre era feliz, lo hacía todo por ella… Pero un día que estaba el parque con mi madre, ella jugaba al balón y no sé como que rodó hasta la carretera, y ella fue a por el balón, cuando yo llegué le pregunté a mi madre y fue cuando nos dimos cuenta de que corría a la carretera, la llamé pero no me escuchó, mi madre corrió y yo monté en la bici para alcanzarla más rápido pero no llegué por que me choqué con unos niñatos que iban también en bicis y perdí el control y me caí de la bici. Mi madre grito y me levanté y corrí pero llegué demasiado tarde, un coche la atropelló y ella cayó, murió en el instante. El conductor dijo que no la vio venir. Desde aquel día, no fui la misma y me echaba la culpa de su muerte, ya que si no hubiera cogido la bici y hubiera ido corriendo pude haberla salvado… Jamás hable de lo ocurrió, ni tampoco de ella. Prometí que siempre la cuidaría y que jamás permitiría que le pasara nada, falté a mi promesa…
Mamá le hablaba de ella y la niña, la escuchaba atentamente… Yo, un día le conté la historia. Le dije que era mi culpa y que no cumplí mi promesa. Y la niña, parecía no escucharme porque estaba coloreando.
- Ojala pudiera hablar con ella por última vez y pedirle perdón. – le dije y me quedé pensando.
- Ella no te culpa de nada…
- Eso tu no… - comencé a decir pero dejé de hablar, al darme cuenta de que ella por primera vez pronunciaba palabra. - ¿Has hablado? – le dije y me sonrió.
- Ella una vez me dijo que eras una buena hermana y me pidió que te dijera que no te sientas culpable de nada porque sabía que hiciste todo lo posible por salvarla. Y que no le gusta verte así y que le gustaría que volvieras a ser feliz porque ella lo es. – me dijo la niña.
- ¿Eso te dijo? – le pregunté y asintió. - ¿Cuándo?
- Cuando me desmayé, soñé con ella y me lo dijo y me pidió que te lo dijera. – me comentó y se durmió. Yo la observé durante un momento.
- Buenas noches pequeña. – dije y le di un beso en la frente.
- ¿Me puedes llevar mañana a ese parque? – me preguntó.
- Claro que si. – le dije y me fui.
Pensé durante toda la noche en lo que la niña me dijo, no sé cómo pero me lo creí, no sé si realmente pensé que habló con ella o es que intento convencerme de ello, no lo sé. Al día siguiente por la tarde, mamá y yo la llevamos al parque donde ocurrió todo aquello. Le pedí permiso a la doctora que me lo dio sin resistirse. Y jugaba con ella, fuimos en bicicleta, comimos hamburguesas… Ella parecía muy feliz, más feliz que ningún otro día. Ella ando hasta la cera, la vi y corrí hasta ella.
- ¿Qué haces? – le pregunté y ella señalo sus ojos y di a entender que quería ver el sitio. – Aquí murió Annie… - dije y ella lo miró triste pero con una sonrisa, me cogió la mano y nos adentramos al parque otra vez. A las ocho, mamá y yo, la llevamos de vuelta al hospital, la recosté en su cama y cuando me iba, me cogió de la mano.
- Mañana ¿vendrás? No quiero estar sola mañana. – me dijo y yo la sonreí. Y cogí mi collar y se puse en su cuello, tenía un colgante de un ángel. – Regresaré a recogerlo mañana, te lo prometo. – le dije y se durmió tranquila.
Aquel collar de ángel, era un regalo para Annie, era del mercadillo pero le encantaba. Aquel día que se lo di, le dije: “Llévalo siempre puesto, así nunca te sentirás sola… porque este ángel, siempre te acompañará y te cuidará”. Cuando ella murió no lo llevaba puesto, lo dejó en casa, en su mesita y junto la mesita estaba escrita aquella frase que le dije a fecha del día en el que se lo regalé. Una vez, tuve la idea tonta de pensar que la razón por la que no pude salvarla fue porque no llevaba el ángel con él.
A la mañana siguiente, fui con mamá al hospital por la mañana y los otros niños, estaban llorando, me encontré a mi amiga allí y al resto de mis compañeros, hasta a mi padrino.
- Oye, ¿qué pasa? – pregunté un poco confundida.
- Lo siento, de verdad que lo siento. – me dijo mi amiga cuando me abrazaba llorando.
- ¿Qué ha pasado? – pregunté pero nadie me respondió. La doctora y mi padrino se acercaron tristes. - ¿Qué pasa? ¿Y la niña? – pregunté.
- Mira, no… no te alteres ¿vale? – me dijo mi padrino.
- Padrino ¿¡que ocurre!? – pregunté ya alterada y nerviosa. – Quiero verla. – dije y avancé pero mi padrino me agarró. – No… no creo que debas…
- Padrino ¡Suéltame! – dije y corrí hasta su habitación y había un cuerpo tapado con la sabana, me acerqué poco a poco intentando convencerme de que no iba a ser ella. Cuando aparté la sabana y sentí como por segunda vez mi mundo se derrumbaba, rompí a llorar y en un momento, grité con todas mis fuerzas y mi padrino, mi madre, mi amiga y la doctora corrieron hasta la habitación y mi padrino, me abrazó con fuerzas mientras intentaba librarme de él, hasta que no tuve más fuerzas y acabé abrazándole con fuerza, llorando. Mi padrino me sacó de la habitación, para tranquilizarme. La doctora nos informó de todo.
- Murió esta mañana... Como si su corazón dejase de latir de repente. No hay síntomas de ataque ni nada, además, la enfermera estaba vigilándola.
- La enterrarán mañana. – dijo mi padrino. – Ya lo he arreglado todo.
- Quiero que sea junto Annie. – dije.
- ¿Cómo? – preguntó mi padrino.
- Quiero que la entierren junto a Annie. – dije con firmeza.
- Claro. – dijo mi padrino.
Estuvimos en el hospital todo el día, y yo junto a su cuerpo, en cada traslado, en cada momento estaba allí, no quería dejarla sola.
Por la mañana, yo y mamá nos fuimos a casa para cambiarnos para el entierro. Ordené que todos fueran de blanco, como en el entierro de Annie. La acompañamos andando, hasta el lugar donde Annie también fue enterrada, nos acompañaron las enfermeras, la doctora, los niños del hospital, mis amigos… Llegamos al lugar, y allí se encontraba un querubín, mi padrino lo mando hacer cuando Annie murió. Mi padrino pidió que rezáramos todos juntos y así se hizo… Todo fue hecho como en el entierro de Annie. Cuando ya estaba enterrada, la gente se fue yendo, la doctora se acercó.
- Lo siento… - me dijo. - Encontramos esto junto ella. –lo miré y era el collar de ángel, con una carta.
<> Escribió.
Mi madre apareció a mi lado.
- Siempre estarán con nosotras, aunque no las veas, siempre están junto a ti, en tu corazón, recuérdalas y nunca se habrán ido. Su amor, su cariño, su dulzura… siempre estarán aquí. Sé feliz por ellas y siéntete orgullosa de haber sido su hermana mayor, porque les diste los momentos más felices de sus vidas. Recuerda que no estás sola…
- Te tengo a ti mamá… eres lo que más me importa y lo único que me queda. Solo nos tenemos tu y yo, te quiero mucho, aunque no te lo haya dicho y siento mucho el daño que te he causado con mi actitud.
- Sé que todo lo que ha ocurrido te ha afectado. Perdóname si no he tenido tiempo de hablar contigo… - me dijo y las dos nos abrazamos allí junto a mis dos hermanas y nos fuimos.
- Aunque esté triste sé que te tengo a ti, a mi padrino y a mis amigos para hacerme sonreír.
- Siempre.
Por primera vez en mucho tiempo, mi madre y yo tuvimos una relación no solo de madre e hija, también fuimos amigas, de hecho se convirtió en mi mejor amiga. Y yo, gracias a ella y a la gente de mi alrededor, era feliz y gracias a Annie y a Angie (el nombre que le pusimos) no me siento culpable, sino orgullosa porque hasta el último momento estuve con ellas y fui la hermana que ellas esperaban que fuera, a pesar de los errores que pude haber cometido. Sé que jamás me culparon ni me reprocharon nada, porque les di todo el amor que podía ofrecerles y eso para ellas era lo mejor.
START & END: Ago.18.2006
vaya me as conmovido mucho yo tambien vivi algo asi pero nunca me atrevi a compartirlo, te felicito y e decidido mandar tu relato a mis amistades para q lo extiendan y sepan que eres una gran escritora.