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Categoría: Incestos

Anita de tus deseos (capitulo 9)

Fue dos días después de Navidad. Papá me había dicho que ese fin de semana íbamos a ir a visitar a un amigo suyo y debía estar preparada. «¿Preparada para qué?» pensé, pero no me dijo más y no le pregunté: en el fondo me daba igual mientras estuviera con él.



Por la mañana, con solo un café en el cuerpo, habíamos cogido el coche he ido a correr a la Casa de Campo. Nos dimos una verdadera paliza: más de quince kilómetros. Incluso me metió mano cuándo nos hidratábamos en una de las fuentes de la tapia de atrás: la que da a Húmera. Me encanta que lo haga: no solo me siento deseada, también me siento usada.



Regresamos a casa y papá no me dejó ducharme: dice que le gusta cómo huelo. Tampoco me dejó comer, salvo un gel que me dio cuándo terminamos de correr y otro cuándo llegamos a casa. Estuvo el resto de la mañana, y parte de la tarde, estimulándome sin descanso con toda la gama de vibradores y perdí la cuenta de cuantos orgasmos me obligó a tener. Estaba agotada, y a eso de las cinco me dejó en la cama para que durmiera una siesta.



—Duerme y descansa que te va a hacer falta esta noche, —solo me dijo eso, eso sí, con una sonrisa en los labios, y mientras intentaba adivinar a que se refería, me quedé dormida.



Me despertó a eso de las siete. Medio adormilada me sujetó con firmeza del pelo, apartó el edredón, me puso bocabajo y sin decirme nada me metió algo por el culo. Era fino, e inmediatamente note cómo algún tipo de líquido entraba por él. Lo sacó y me metió un plug.



—Sigue durmiendo, —me tapó, apagó la luz y se fue.



No sé si dormí: no estoy segura. Estaba en ese estado en que parece que no, pero si, o a la inversa. Mientras dormitaba, notaba cómo una verdadera tormenta se desataba en mi vientre. Me dolía y sentía placer al mismo tiempo. Metí la mano entre las piernas y empecé a tocarme el chocho. No llegué a correrme porque ya hace tiempo que he descubierto que necesito a papá para hacerlo: siempre que había intentado masturbarme yo sola, había terminado en fracaso. Tengo una dependencia total de él. Aun así, sentía placer, y así me sorprendió papá cuándo regresó.



—¿Qué haces? —preguntó con suavidad apartando otra vez el edredón y dejándome al descubierto con el culo al aire.



—Me estoy tocando: lo siento papá.



—No te disculpes, no pasa nada, pero ¿estás consiguiendo algo? —negué con la cabeza—. Sabes que me necesitas para correrte. ¿Estás de acuerdo?



Afirmé con la cabeza, pero no le pareció suficiente y me dio un azote en el trasero.



—¡Te he hecho una pregunta!



—Sí papá.



—¿Si qué? —insistió dándome otro azote.



—Si papá, te necesito para correrme.



—Buena chica, —dijo mientras acariciaba mi enrojecido trasero. Su mano se deslizó entre las piernas y con el dedo empezó a estimularme el chocho mientras con la palma movía el plug. Fue vigoroso y a los pocos segundos me crispaba con un orgasmo tan tremendo que tuve hasta espasmos—. ¿No ves mi amor? Solo tienes que pedírmelo.



Me dejó descansar unos minutos y entonces me llevó al baño. Me sentó en el váter, me quitó el plug y descargue de golpe todo lo que tenía en las tripas. Aun así, me mantuvo sentada un rato por si quedaba algo. Después me llevó a la ducha y vi que ya tenía instalado el accesorio de la ducha. Lo primero que hizo fue metérmelo en el culo, y llenarme y vaciarme las tripas varias veces. Mientras lo hacía, con la mano izquierda que estimulaba el chocho hasta que me corría abrazada a su cuerpo.



Nos secamos y pasamos al dormitorio.



—No te muevas de ahí, —dijo situándome en el centro. Desde esa posición vi cómo se vestía de sport y luego se ponía a buscar en mi zapatero que ya empezaba a ser inmenso. Se acercó con unas sandalias rojas de doce centímetros de tacón y me los puso. También me puso unas muñequeras de cuero, pero no las unió, solo las dejó puestas. A continuación, me puso un collar de cuero con una correa y un abrigo largo.



Muchas preguntas y muchas incertidumbres se amontonaban en mi interior. «¿Dónde me lleva así?», «¿Quién es ese amigo?», «¿Qué me van a hacer? o «¿Qué me va a ocurrir?». Mi mente no dejaba de trabajar, pero no me atreví a preguntarle nada porque no había dudas: iba a obedecer todo lo que papá me ordenase.



—Ya nos podemos ir, —dijo pasándome la mano por el chocho—. Estás preciosa.



Me abrochó el abrigo y con la correa del collar de la mano bajamos a por el coche.



El trayecto fue largo: salimos a la M-40 norte en dirección a la carretera de La Coruña. Llegué a pensar que nos dirigíamos a la zona dónde vivíamos antes, pero no, pasamos de largo. Finalmente, nos desviamos hacia una antigua urbanización de lujo que linda con el Monte del Pardo. Estuvimos unos minutos callejeando y por fin papá paró ante un portón mientras marcaba un teléfono con el manos libres.



—Ya estamos aquí, —y el portón empezó a abrirse.



Entramos con el coche y paramos en una rotondita que había ante la puerta de lo que sin lugar a dudas era una mansión.



—Esto es muy importante para mí, —me dijo antes de bajar—. Quiero que te esfuerces en complacer a mi amigo. Sé que no es necesario que te recuerde la obediencia que me has prometido, pero quiero estar seguro: no quiero fallos. ¿Lo has entendido?



—Sí papá, lo he entendido: te prometo que haré todo lo que queráis.



—Muy bien: buena chica, —dijo acariciándome la mejilla— y disfruta, suéltate, te quiero caliente cómo tú eres. Quiero que cuándo mi amigo te toque te corras cómo haces conmigo, aunque sé que no es lo mismo.



—No te preocupes papá, —se inclinó y me besó en los labios. Salió del coche, lo rodeó, abrió mi puerta y cogió la correa con una mano mientras con la otra me ayudaba a salir.



Llegamos a la puerta y sin llamar esta se abrió. Ante nosotros una mujer de mediana edad, con cierto atractivo, un poco entrada en carnes y desnuda nos franqueó la puerta. Me fijé que llevaba aros en los pezones de dónde colgaba una pequeña cadenita con un cascabel. La vagina también la tenía llena de aros, así como un gran pasador en el clítoris. Calzaba unos zapatos negros con plataforma y un tacón vertiginoso.



—Buenas noches señor, —dijo la mujer cerrando la puerta.



—Buenas noches María, —papá me desabrochó el abrigo, me lo quitó y se lo dio a María que lo colgó en el ropero. Cuándo se giró, vi que llevaba un plug en el culo con un gran penacho de pelo a modo de cola.



Tiró de la correa y me condujo a un amplio salón dónde sentado en un gran sillón de orejas había un hombre, más bien grueso y muy mayor, rondando con toda seguridad los setenta. Estaba desnudo y se le veían nítidamente los tatuajes que le cubrían los brazos y el pecho. Entre sus piernas, por debajo del pliegue de su enorme la tripa y semi oculta por una mata de pelos blancos, se vislumbraba algo que podría ser su polla. A sus pies, tumbada, había una chica muy joven y desnuda, de no más de veinte años e inconfundibles rasgos asiáticos: posiblemente filipina. El hombre apoyaba uno de sus pies sobre ella, que a su vez le chupaba el otro pie. Al vernos, dio una patadita a la chica para que se apartara mientras se levantaba para saludarnos.



—Buenas noches Paco, —dijo papá estrechándole la mano, y mirando a la filipina, añadió—. Tienes una nueva.



—No, no, he vendido a Georgeta: ya estoy mayor para estar entrenando, además, era una gilipollas.



—Sí que lo era, pero estaba muy buena.



—¿Y esta qué? —dijo Paco obligando a levantarse a la filipina—. Se llama Evelyn. Parece una cría, pero tiene veintiocho años. Y lo mejor: esta entrenada y muy bien.



—Es preciosa, y muy pequeñita: me encanta.



—Así es más manejable. Le faltan tetas, pero se lo van a solucionar el mes que viene.



—Perfecto.



Permanecí en silencio muy atenta a lo que se hablaba, y la sola idea de que papá me vendiera me aterrorizaba, pero al mismo tiempo me excitaba: me resultaba atrayente la idea de pasar de mano en mano cómo una mercancía. Pero eran pensamientos confusos, porque no quería separarme de papá por nada del mundo.



—Te aseguro que a pesar de que no tiene tetas me ha costado una pasta, pero ha merecido la pena. Estoy encantado, tanto que es la que duerme conmigo y María ahora duerme en el suelo con el perro y se encarga de las cosas de la casa.



—¿Y no ha dicho nada? Es tu mujer.



—Nada que no resuelva un par de hostias. Pero ya la conoces, es lo que la va. Igual que a esta, —dijo señalando a Evelyn—. Las tengo funcionando continuamente. Encuentro más gratificante mirar: ya no estoy para muchos trotes. Bueno, preséntame a tu hija.



—Paco, esta es Anita: mi nena, —Paco me sujetó la cara con las dos manos y me morreo. Noté su repugnante lengua explorando mi boca, pero al mismo tiempo una punzada de placer me atravesó el clítoris cómo un alfiler.



—Se la ve muy receptiva y sabe muy bien. Además, es guapísima: no cabe duda de que ha salido a su madre.



—Gracias a Dios, —dijo papá y los dos se pusieron a reír mientras papá le entregaba mi correa.



Paco se sentó en el sillón y con la correa de la mano me estuvo mirando con detenimiento mientras permanecía de pie. Con el dedo me hizo una señal para que me girara y lo hice. Después me hizo arrodillar entre sus piernas.



Mientras, papá se había desnudado y se sentó en el sillón de al lado. Llamó a Evelyn, la sentó sobre sus rodillas y empezó a sobetearla concienzudamente y a besarla. Mientras Paco me miraba yo miraba a papá. Sentí celos: no me gustó nada verle con otra.



—Presta atención, —dijo Paco después de dar un fuerte tirón de la correa. Me atrajo hacia él y empezó a morrearme otra vez mientras me llevaba las manos a la espalda y unía mis muñequeras. Se separó y con las manos recorrió todo mi cuerpo, me pellizcaba los pezones, me agarraba el trasero y cuándo finalmente colocó una mano en mi chocho comprobó que estaba totalmente húmeda.



Mientras papá había puesto a Evelyn de rodillas y la había metido la polla en la boca. La costaba trabajo manejar una polla de ese tamaño.



—María, quítale los zapatos a Anita, —ordenó Paco e inmediatamente sentí cómo me los quitaban. Me inclino hacia un lado mientras su mano descendía por el trasero, los muslos y los tobillos. Estuvo un buen rato tocándome los pies, y noté cómo su patética pollita empezaba a reaccionar contra mi muslo mientras yo veía en primer plano cómo Evelyn le seguía chupando la polla a papá.



—Sabía que te iban a gustar sus pies, —dijo papá—. A mi me encantan.



—Luego haré algo con ellos, que tenemos mucha noche por delante. ¿Ha estado con alguna mujer?



—No, nunca.



—¿Te parece que la iniciemos?



—Cómo quieras: ya sabes que esta noche es tuya.



—María, ponte debajo y chúpala el chocho, —dijo Paco mientras me incorporaba y me inclinaba la cara sobre su polla. Aunque no la veía, note cómo se tumbaba bocarriba y empezaba a chuparme la vagina mientras me introducían una polla que no tenía nada que ver con la de papá.



Nada más que notar la lengua de María en la vagina empecé a reaccionar al mismo tiempo que la polla de Paco lograba alcanzar un tamaño aceptable. Aun así, para metérmela toda tenía que apretar la cara contra su peluda tripa. Notaba cómo el deseo se adueñaba de mí, pero tardé más de lo normal en correrme, y eso que María sabía lo que hacía.  Cuándo lo conseguí, pegué la vagina contra la boca de María, pero no se quejó, al contrario, bebió los fluidos que salieron de mi interior. De todas maneras, no fue cómo los orgasmos que me provoca papá: ni mucho menos.



Cuándo me recuperé, volví a chupar la polla de Paco con la certeza de que a pesar de la erección debía de estar muerta. Evelyn no iba mejor con la de papá y eso que estaba utilizando las manos.



—¿Me la prestas un segundo Paco?



—Claro, —respondió. Me levanté, me arrodillé ante papá y comencé a chupar. Un par de minutos después se corrió en mi boca.



—No te lo tragues y mantenlo en la boca, —me ordenó. Se levantó, me ayudo a levantarme y cogiendo a Evelyn del brazo la acercó a mí—. Besaros.



Comenzamos a morrearnos mientras la leche de papá se escapaba por las comisuras de los labios. Rápidamente, Paco llamó a María para que siguiera chupándole la polla: tampoco consiguió nada. Al cabo del rato, la dio un empujón con el pie y la tiro al suelo.



—Vamos puta, tráeme un Bourbon, —María se levantó rápidamente y se fue hacia el bar—. Cada día me cuesta más correrme: serán los años.



—Nos ha jodido, ¿qué quieres? —dijo papá cogiendo a Evelyn de la mano y sentándola sobre sus muslos mientras que Paco me puso de rodillas para que siguiera chapándosela. Cuando regreso María, le dio la bebida y después de una indicación se arrodilló y se puso también a chupar.



Mientras lo hacíamos, nuestros labios se encontraban y me iba poniendo a cien, no hasta el punto de correrme, pero si me resultaba muy placentero. Paco se dio cuenta, alargo la mano y me soltó las muñequeras dejándome las manos libres.



—Vamos, tocaros, —ordenó e inmediatamente nos pusimos a sobarnos mientras nuestras bocas se buscaban con deseo. Estuvimos así un rato, hasta que Paco se levantó y nos empujó para que nos tumbáramos sobre la alfombra—. Comeros los chochos.



Cambiamos de posición y empezamos con el 69 mientras Paco acercaba una silla y se sentaba a nuestro lado, para vernos desde más altura. María si llego al orgasmo, pero yo no, aunque me quedaba cerca.



—Que silenciosa es tu hija, —dijo Paco.



—Que va, al contrario. Lo que pasa es que no se ha corrido bien.



—¡Joder! ¿Y eso?



—Porque solo se corre de verdad si interactúo con ella. ¿Quieres verlo?



—Claro que quiero verlo, —Papá se levantó y cogiéndome de un brazo me hizo poner de rodillas.



Me dio unos manotazos en la parte interior de los muslos para que los separara y colocó la palma de la mano sobre mi vagina. Con la mano izquierda me agarró del pelo y tiro hacia atrás mientras empezaba a estimularme. Fue muy rápido, en menos de un minuto estaba chillando con todas mis fuerzas mientras mis abdominales se contraían y se cuadriculaba. Cómo recompensa, papá me estuvo besando mientras me mantenía agarrada del pelo.



—¡La hostia! Estás dos zorras se corren con solo mirarlas y tu hija depende de ti para su placer. ¿Cómo lo has conseguido?



—Es que soy muy bueno, —dijo papá riendo. Después me hizo una indicación para que siguiera con María.



Durante varias horas estuvimos jugando y no fuimos capaces de conseguir que el viejo se corriera. Incluso en una ocasión, mientras Evelyn y yo le comíamos la polla y el ano, el abofeteaba a María, pero ni así, y eso que se notaba que a ella le gustaban las bofetadas. Finalmente, cuándo conseguimos una erección aceptable me cogió por detrás y me la metió por el culo. Estuvo esforzándose, pero ni aun así. Al final desistió. Se sentó en el sillón y se dedicó a mirar y a beber bourbon. 



A eso de la cinco de la madrugada, papá me tumbo bocarriba y le dijo a Evelyn que se pusiera a cuatro patas cabalgando mi boca y a María que me chupara el chocho. Papá se puso de rodillas detrás de la filipina y la penetró. Al principio se quejó un poco: está claro que nunca la habían metido una polla cómo la de mi padre.



Sentía una sensación extraña. Sentía muchos celos al ver cómo se follaba a otra: y a corta distancia. Pero entonces paso algo. Con el ir y venir de su polla, Evelyn segregaba y me salpicaban la cara. Por supuesto no era mucha cantidad, pero si lo suficiente como para notar cómo las gotitas impactaban en mi cara. Con la lengua la lamia el clítoris intentando recoger algo más y saborearlo, mientras María hacía en mi vagina un trabajo concienzudo. Tuve un orgasmo y luego otro, al igual que Evelyn. Entonces papá se corrió, pero antes de eyacular la sacó y me la metió en la boca regalándome su semen. Estuve chupándola un buen rato, limpiándola concienzudamente: no quería que quedaran restos de otra mujer.



—¿Dónde tienes el arnés ese con doble polla? —preguntó a Paco incorporándose. Este le hizo una indicación a María que salió volando en su busca. Un par de minutos después regresó y se lo dio a papá.



Me hizo poner de rodillas y me introdujo en la vagina la parte interna. Después me apretó las correas para que no se me saliera y después de morrear a María un rato la hizo tumbarse bocarriba y separar las piernas. Me colocó entre sus piernas e inclinándome sobre ella la penetré con mucho cuidado: no quería hacerla daño. Empecé a follarla y según lo hacía me follaba yo misma. María desfrutaba cómo una loca y buscaba mis labios para comérmelos y me ofrecía la lengua que aceptaba sin dudar. Después de un rato, papá se puso a acariciarme el trasero e introdujo un dedo en mi ano. Fue automático: me corrí. Mientras lo hacía, me descontrole y era incapaz de mantener el ritmo. Papá me dio unos azotitos en el trasero para animarme a seguir y eso hice. Continúe apretando a María mientras mi cuerpo se cubría de sudor y María encadenaba orgasmos. Entonces papá repitió la operación: metió un dedo en mi ano y al momento me volví a correr. Me quede sobre ella y cuándo me recupere un poco la estuve besando por todo lo que tenía a mano. Ahora comprendo por qué papá lo hace conmigo: siempre que terminamos se tira un rato largo besándome. A mí me gusta: me siento deseada. Espero que María sienta lo mismo.



Llegamos a casa cuándo las primeras luces de la mañana rompían la noche. Estaba agotada. Tanto que me costó subir las escaleras. Nos duchamos rápido, nos metimos en la cama, y antes de que apagara la luz, ya estaba dormida.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 0
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  • Lecturas: 1982
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