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Casi ha pasado un mes y durante esos días el plug del culo ha ido aumentando paulatinamente: me sorprende que haya tantos tamaños. La verdad es que empiezo a sentir alguna incomodidad cuándo ando, pero la certeza de que se aproxima el día en que me penetrará por el culo me mantiene un poco cachonda, y la verdad, no sé a qué espera.
Una tarde, aprovechando que íbamos a ir de compras para aumentar un poco mi reducido vestuario, mi padre me volvió a exhibir, esta vez descaradamente. Íbamos a ir a un outlet de las Rozas dónde están presentes las primeras marcas. Ese día, cuándo llegó a casa y antes de salir, me entrego una bolsa.
—Ponte esto, —me dijo a pesar de que ya estaba vestida. En la bolsa había un vestidito corto, amarillo pálido, con dos tirantitos y poco más.
—Con esto no puedo llevar sujetador, —le dije.
—Pues, no lo lleves, —dijo papá con una sonrisa.
En los pies me puse unas sandalias amarillas con mucho tacón que fueron de mi madre, y es que desde hacía unos días exploraba su ropa: aunque ya había adelgazado unos kilos, todavía no me la podía poner.
Cuando llegamos al aparcamiento me dijo que me quitara el tanga y se lo diera. Así lo hice, se lo guardó en el bolsillo y salimos del vehículo. Iba muerta de vergüenza, notaba las tetas muy sueltas, y encima con el chocho al aire y el plug metido en el culo. ¡Joder! a la vez estaba muy excitada. Según andábamos tenía la impresión de que se me iba a subir el vestido de golpe y se me iba a quedar como si fuera una bufanda. De vez en cuándo tiraba de él hacia abajo, pero no lo podía hacer mucho para no quedarme con las tetas al aire. Papá se partía de la risa y yo me excitaba más. Me aterrorizaba la idea de que empezara a segregar allí, en medio de todo el mundo. Papá de vez en cuando, me martirizaba: me pasaba la mano por el trasero y con disimulo me movía el plug. En un par de ocasiones me metí en el baño a toda prisa para limpiarme. Compramos muchas cosas y cuándo regresamos al vehículo lo primero que hizo papá fue meterme la mano en la entrepierna. Y allí, sentada en el coche en el aparcamiento de Las Rozas Village me corrí y no fue de incógnito: bastantes personas me vieron y algunas más me escucharon. Después, como si tal cosa, papá arrancó con una sonrisa de satisfacción y regresamos a casa.
Unos días después de regresar del fin de semana en la sierra, papá trajo el listado de casas y me puse a trabajar con él. Primero estuve mirando las características de cada una para ver cuales se ajustaban a los deseos de papá y cuáles no. Con las que pasaron la primera criba, me puse a localizarlas para ver dónde estaban y si estaban bien comunicadas por metro con el centro de Madrid. Las que sí, miré en el Google Maps para ver la zona y el aspecto exterior con el Street View. Finalmente, seleccione tres: una en la colonia Mirasierra y otras dos en un lugar próximo llamado Tres Olivos y del que no había oído hablar en mi vida.
Ese fin de semana, papá llegó a casa con las llaves de las casas y el sábado estuvimos visitándolas. Finalmente, nos decidimos por una de las casitas de Tres Olivos. Dos dormitorios con baño arriba y abajo un despacho, salón y cocina. También tenía un garaje, un sótano y un jardín delantero y trasero. Una de las cosas que más me gustó es que el jardín trasero quedaba totalmente aislado del resto de las casas y nadie nos vería: podría tomar el sol en pelotas libre de miradas indiscretas.
—¿Cómo lo vas a pagar? —pregunté a papá mientras regresábamos a casa.
—Cariño, de eso no te preocupes. Además, esto me va a salir a “pelo puta”: ya te dije que es del banco.
—Y ¿cuánto ganas en el banco?
—Unos seis mil fijos… más ciertos incentivos. Pero cambiemos de tema: ¿has decidido ya que vas a estudiar en la universidad?
—Pues no. Me atrae estudiar psicología, pero no sé.
—Antes en tus cartas me decías que te gustaba la economía.
—Y me gusta mucho todo lo que tenga que ver con la empresa y tal, pero no sé, son cinco años.
—En esto no quiero influir en ti, pero deberías hacer algo en ese campo. Ten en cuenta que, por ejemplo, y solo es una idea, tengo catorce pisos más la casa familiar, que la vamos a dejar libre. Ahí tienes una base para empezar un negocio.
—No lo he descartado papá, pero es que me da mucha pereza estar cinco años…
—Pues haz una diplomatura. Creo que Empresariales son tres años, y si estudias cómo una burra igual lo puedes acabar en menos tiempo. O lo puedes complementar con algún máster o algo así.
—No había pensado en eso.
—Lo que si vas a hacer es informática y además desde ya, que he visto que estás muy verde.
—Es que, en el cole, las brujas, lo más moderno que tenían era un ábaco, —respondí con humor. Papá se echó a reír.
—Anda, no seas payasa.
—Papá, no exagero.
—Tengo un conocido que tiene una escuela de informática y que no cierra en agosto: mañana le llamo para que empieces el lunes.
—Sí papá.
Regresamos a casa un poco antes de cenar. Después nos sentamos un rato en el sofá mientras terminábamos nuestras copas de vino. Entonces papá empezó con el recital. Daba la sensación de que había sacado el manual por el capítulo uno e iba por orden. Directamente metió la mano entre mis piernas y alcanzó la vagina. Me estimuló mientras me besuqueaba la boca y cuándo la tuvo dura me hizo cabalgar sobre él y me penetró después de embadurnarse con lubricante. Estuve culeando mientras el me miraba y me sobaba las nalgas, las tetas y todo lo que tenía a mano. Llegué al orgasmo, pero papá no me dejó parar: dándome azotes en el trasero me obligo a seguir. Estuve mucho tiempo cabalgando y creo que tuve un par de orgasmos más. Estaba terriblemente cansada y todo mi cuerpo brillaba de sudor. Entonces, de improviso, me hizo descabalgar y poniéndome de rodillas me agarro por el pelo mientras se masturbaba con la mano.
—¡Abre la boca! —ordenó. Le obedecí y un chorro de esperma se introdujo en el interior con una puntería asombrosa. Los siguientes chorros ya dieron en otros lugares de la cara mientras yo intentaba atrapar gotas con la lengua. Mientras me mantenía cogida por el pelo, con el dedo estuvo limpiándome los restos de semen llevándolo hacia la boca dónde lo degustaba agradecida.
Me cogió de la mano, subimos al dormitorio y me hizo tumbarme sobre la cama. Me separó las piernas y comenzó a chuparme la vagina. No me dejaba correrme, cuándo notaba que me llegaba paraba y volvía a empezar. Así varias veces. Entonces, se puso a buscar algo de la caja de los juguetes y sacó algo que nunca había visto: un aro. Se lo colocó en la base de la polla y me hizo chuparla hasta que se puso dura: yo creo que incluso más de lo normal. Entonces empezó el carrusel: cada vez que tenía un orgasmo me cambiaba de postura, y así estuvimos un rato largo. Entonces se quitó el aro, estuvo besándome un buen rato y se lo volvió a colocar, y continuamos. Siguió fallándome en todas las posturas y posiciones que puedan imaginar. Su cuerpo brillaba por el esfuerzo, pero no paraba. Creo que fue la primera vez que le vi a papá marcar los abdominales. Yo también sudaba por los orgasmos y las posturas que me hacía adoptar. Casi al final, se quitó el aro, me puso a cuatro patas, me quitó el plug y cuándo creía que por fin me iba a desvirgar el culo, solo me metió un par de dedos mientras me follaba desde atrás. Se corrió al tiempo que yo lo hacía también.
Después de reposar un rato, papá se fue a duchar, pero yo me quedé cómo en trance. Cuándo salió del baño, se preparó una copa de ginebra, apagó la luz y se sentó en el sillón contemplándome. A los pocos segundos, me deslicé fuera de la cama y a gatas me situé entre sus piernas. Me senté en el suelo y coloqué la cabeza en su regazo.
Cuando abrí los ojos papá ya no estaba a mi lado para follarme, cómo todas las mañanas. Miré la hora en el móvil y no era tarde. Me levanté, bajé al salón y tampoco le vi. Sentí ruido en el sótano y bajé por la estrecha escalera: papá estaba con las pesas haciendo brazo.
—Buenos días bella Durmiente.
—Es muy temprano, —me quejé.
—Ya sabes lo que dice el refrán: “al que madruga, Dios le ayuda”. Vamos, coge esas mancuernas, —dijo mientras sacaba una riñonera de cuero. Me la colocó alrededor de la cintura, pero me estaba muy grande: le faltaban agujeros—. Mañana te compraré una de tu talla.
¡Joder! Estaba todavía medio “sobada”, no había tomado café, ¡no me había follado! Y estaba haciendo brazo a las nueve de la mañana con unas pesas.
La cosa no quedó ahí: durante una hora me tuvo saltando, flexionando y haciendo abdominales. Esto último fue lo peor: tuve que hacer los mismos que él, más de mil. Cuándo terminamos tenía el abdomen que me quería morir y me imaginaba que al día siguiente los tendría peor.
—¡Venga! Vamos a hacer algo, —le miré esperanzada pensando que por fin me iba a follar e íbamos a dejar de hacer ejercicio, pero me equivoqué—. Ponte las zapatillas y vamos a correr.
Flipando le seguí hasta el dormitorio, nos vestimos con las cosas de correr y salimos a trotar por ahí casi ¡una hora! Regresamos y después de hidratarnos y ducharnos papá no me puso el plug, me puso un consolador, y más gordo que lo que había tenido metido en el culo durante estos días. Entró con cierta dificultad y me dolió un poco, un dolor que dio paso a un intenso placer. Me ordenó ponerme unas bragas para que no se saliera y bajamos al salón. Andar con eso metido en el culo es francamente molesto, pero según lo hacia el placer iba aumentando, y papá lo sabía. Me puso una correa ancha en el cuello, sujetó una cadena de perro y tirando de ella me hizo dar vueltas, primero por el salón, y luego por la cocina. Subimos otra vez a la planta de arriba y después de recorrer los dormitorios volvimos a bajar. Para entonces ya estaba que me corría viva, pero entonces descubrí algo que desconocía: el consolador podía vibrar. Papá tenía un mando bluetooth para activarlo. Cuándo en medio del salón lo hizo se me aflojaron hasta las piernas, noté cómo me mojaba y llegué al orgasmo. Me dejé caer en el suelo y me quedé allí tirada mientras papá insistía con el mando hasta que me fui tranquilizando. Mientras tanto se sentó en el sofá, y cuándo termine de tranquilizarme, me llamó con el dedo. Me acerqué a cuatro patas, me arrodillé entre sus piernas y atrapé con la boca la polla que me ofrecía.
No me dejó chapársela cómo Dios manda. Me la sacaba de la boca y la pasaba por mi cara, o me daba pollazos en las mejillas, o todo lo que se le ocurría. Cuándo se cansó nos fuimos a la cocina a preparar la comida y luego se sentó en el sofá y yo me acurruque a su lado con una copa de vino blanco: me estoy aficionando al vino bueno.
Estuvimos viendo una peli en la tele por cable: un dramón de esos que le gusta a papá. Yo, estando a su lado, me da igual, además, me quedé dormida acurrucada junto a él.
A media tarde me desperté con la vibración del consolador que tenía en el culo y la mano de papá que me acariciaba el chocho. Mi respiración se fue haciendo más profunda y papá me atrajo hacia su pecho. Mientras saboreaba mis labios me corrí.
Cogió la cadena, me hizo levantarme y tirando de mí subimos las escaleras y entramos en el dormitorio. Cogió de la caja de los juguetes unas madejas de cuerda, se sentó en el borde de la cama y me hizo arrodillarme entre sus piernas.
—Date la vuelta y dame la espalda, —me ordenó y obedecí instantáneamente—. Pon las manos por detrás de la nuca.
Con la cuerda me ató las manos y luego siguió haciendo una serie de ataduras muy elaboradas hasta que mis codos se quedaron juntos por encima de la cabeza. Con el extremo sobrante me rodeo varias veces el cuello. Me hizo tumbarme bocarriba en el centro de la cama, me flexiono las piernas y me las ató a la cama muy separadas. Con el dedo medio empezó a estimularme el clítoris por encima de las bragas y al momento ya estaba jadeando y al rato me estaba corriendo. Mientras me recuperaba papá me agarró las bragas y las destrozo con las manos, y casi me corro instantáneamente otra vez. Me tenía loca: me chupaba el clítoris, los pezones, me metía los dedos en el chocho, me estimulaba con un vibrador y yo encadenada orgasmos uno detrás de otro. Finalmente, empezó a jugar con el consolador del culo: lo movía, lo giraba, lo sacaba del todo y lo volvía a meter.
Le miré y vi cómo se embadurnaba de lubricante la polla, y tuve la certeza de lo que iba a pasar. Se inclinó sobre mí, colocó la punta en mi ano y presionó para que entrara un poco. Yo contenía la respiración mientras papá se tumbaba sobre mí, y pasaba los brazos por debajo me abrazó. Lentamente, muy poco a poco, fue presionando y noté la polla de papá, en todo su esplendor de seis centímetros de diámetro, presionando los laterales de mi ano. Mientras lo hacía me miraba fijamente para no perderse nada de mi reacción. Tenía la boca muy abierta, pero era incapaz de emitir algún sonido. Cuando llegó a la mitad paró y me estuvo morreando mientras yo, frenética, intentaba atrapar sus labios con los dientes. Entonces empezó a bombear despacio y con cada envestida entraba un poco más. Se me debieron poner los ojos en blanco y cuándo empezó a coger ritmo exploté. Respiré, chillé, berreé, gemí y me corrí. Papá continuó incansable y empecé a sentir sensaciones maravillosas cómo su pelvis presionando mi clítoris. Finalmente, se corrió, se derramó en mi interior mientras gritaba de placer. No pudo coincidir conmigo, pero siguió bombeando hasta que yo alcancé el último orgasmo, aunque para entonces la polla de papá había perdido consistencia. Me tuvo abrazada un buen rato mientras me besaba incansable por todas partes. Después salió de mí y empezó a deshacer los nudos de las cuerdas que me inmovilizaban. Yo seguía cómo en trance y extremadamente sensible: el más mínimo roce me hacía vibrar. Después de desatarme los brazos estuvo un buen rato masajeándomelos para volver a activarlos. Finalmente, salto de la cama y se fue a la ducha. Me quedé tirada en la cama, despatarrada, como si estuviera en el cielo. Cuando oí que cerraba el grifo del agua, salté de la cama, baje corriendo al salón, prepare una copa de ginebra y subí a la carrera. Cuándo salió de baño me encontró de pie junto al sillón. Se aproximó y rodeándome la cintura con el brazo me beso en los labios. Se sentó en el sillón y le di la copa. Después, apagué la luz, me senté en su regazo y me refugié en su pecho.
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