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Categoría: Incestos

Anita de tus deseos (capitulo 2)

Abrí los ojos y la luz me hizo daño. Entraba cómo cuchillos por las rendijas de la persiana, y eso solo podía ser porque era muy tarde. Me estiré en la cama y por unos breves instantes pensé que todo había sido un sueño, lo que tardé en descubrir el contrato encima de la mesilla. Entonces reparé que estaba en el dormitorio de mi padre y los acontecimientos vividos la noche anterior se me amontonaron de golpe en la mente. Sentí un calambre en la vagina que hizo que la acariciara con la mano. Gracias a eso comprobé que continuaba con el plug metido en el culo. Lo moví un poco con el dedo y noté una sensación agradable. «no, primero tengo que leer mi contrato cómo me ha dicho papá» pensé. Extendí la otra mano, alcancé el contrato y me puse a leerlo. Era muy largo y enrevesado, y pasé directamente al anexo: pensé que cómo mi padre lo había mencionado sería importante.



Obligaciones de inexcusable cumplimiento de Anita:



1.º Obedecerás y servirás a tu padre en todo momento.



2.º Siempre estarás disponible para tu padre.



3.º Nunca mentirás a tu padre.



4.º Tienes la obligación de cuidar tu aspecto físico:



      - Siempre estarás entre los 45 Kg y los 50 Kg de peso.



      - Al menos tres veces a la semana practicaras algún tipo de    



        deporte aeróbico bajo la supervisión de tu padre.



5.º Tienes prohibido fumar.



6.º Tienes prohibido beber alcohol sin permiso de tu padre.



7.º Tus estudios se anteponen a tus obligaciones con tu padre. Todo tu tiempo libre se lo dedicaras a él.



8.º Estarás siempre perfectamente depilada.



9.º En casa, siempre estarás desnuda.



10.º Fuera de casa vestirás cómo tú quieras, salvo cuándo acompañes a tu padre que lo harás cómo él te indique.



11.º Tu padre tiene el derecho de exhibirte.



12.º No tendrás ningún tipo de relación sexual con alguien distinto a tu padre, salvo que él indique lo contrario. En ese caso obedecerás incondicionalmente.



13.º Siempre es tu obligación atender los deseos sexuales de tu padre, sean de la índole que sean.



14.º En ningún caso la negativa es una opción.



15.º Si incumples alguno de los puntos anteriores, tú padre está en su derecho de aplicarte el castigo que considere necesario.



Lo leí dos veces y sin entender en ese momento por qué terminé muy excitada. Me tentó la idea de tocarme el chocho, pero no me atreví sin su permiso. Me levanté de la cama, salí de la habitación con el contrato de la mano, bajé al salón y lo encontré sentado en su sillón viendo un partido de futbol por la tele.



—Por fin te levantas bella durmiente, —dijo papá tendiéndome la mano para que me acercara.



—¿Qué hora es papá? —dije mientras me sentaba en sus rodillas.



—Las cinco.



—¿Las cinco? Que tarde, ¿no?



—Sí que lo es, pero anoche te dormiste muy tarde.



—No sé. ¿Qué hora era?



—Casi las cinco.



—Aun así, he dormido un montón… ¡doce horas!



—Estabas muy cansada… y además bebiste vino y anís.



—El anís no me gusta, pero el vino sí.



—Pues fíjate que pensaba que iba a ser, al contrario.



—Es que es demasiado dulce.



—Bueno vale: nada de anís.



—Pero vino si, porfa.



 —De acuerdo. ¿Vas a ser buena y hacer todo lo que te diga?



—¡Jo papá! No seas pesado: ya te dije ayer que sí, —mi padre se echó a reír mientras pasaba la mano por mi trasero y se ponía a juguetear con el plug—. Además, he firmado este papel.



—¿Lo has leído? —afirmé con la cabeza—. Y ¿qué te parece? —me encogí de hombros—. ¿No tienes ninguna duda?



—¿Esto lo firmó mamá?



—Sí, y el suyo era mucho más estricto.



—¿Por qué era más estricto?



—Porque cuándo la conocí era un poco una cabra loca. ¿Sabías que tu mamá pesaba 70 kilos? —negué con la cabeza sorprendida—. Pues sí, los pesaba. Tenía 20 años e incluso se drogaba.



—¿Sí? Pero si ni siquiera bebía alcohol.



—Ya lo sé.



—¿Y tú cuantos años tenías?



—14 más, ya lo sabes: tenía 34.



—Papá, tengo hambre, —dije después de una pausa.



—Cenaremos a las ocho.



—¡Jo!



—Ven bájate, —dijo y me puso de rodillas entre sus piernas. Después se sacó la polla y me la ofreció. Sin pensarlo ni un instante me la metí en la boca y comencé a chupar. Al cabo del rato, me incorporó y tumbó bocabajo sobre sus rodillas. Comenzó a masajearme la vagina y cuándo vio que empezaba a gemir, con la otra mano empezó a sacar y meter el plug de mi ano. A los pocos minutos alcance un orgasmo tan fuerte que me dejó sin fuerzas mientras y casi sin habla. Me bajó de las rodillas y me introdujo la polla en la boca. Al cabo de unos minutos se corrió y me lo tragué todo sin desperdiciar una sola gota. Después, me atrajo hacia él y comenzó a besarme. Su lengua recorría todos los rincones de mi boca mientras yo, presa del deseo, intentaba atraparla. Mientras me besaba, me mantenía contra su pecho en una posición incómoda y con la otra mano metía y sacaba otra vez el plug. Mi respiración se fue haciendo más intensa hasta que al poco tiempo me llegó otro y esta vez berreé cómo una puta zorra.



Con suavidad me dejó caer al suelo y allí me quedé inerte. Era muy feliz. Desde el suelo miraba a mi padre que a su vez me miraba complacido y triunfante. A sus pies, totalmente entregada tenía a su más preciada posesión. Movió un pie acercándolo a mi boca y sin pensarlo comencé a chuparlo. Sentí placer. Ni mucho menos cómo las otras veces, pero lo sentí.



—Ven, vamos a bañarte, —dijo cogiéndome de la mano y levantándose del sillón. Sumisa le seguí escaleras arriba y nos encaminamos al baño. Me sacó el plug del culo, y me ordenó que me sentara en la taza del váter y cagara. Sentí mucha vergüenza, pero le obedecí mientras lavaba el plug en el lavabo.



Salió un momento y al poco regresó con algo que yo no había visto nunca: un tubo de aspecto metálico y con muchos agujeros en una punta. Vi cómo desmontaba la ducha de teléfono y lo enroscaba en su lugar. Me indico que me limpiara, me hizo arrodillarme y me introdujo la polla en la boca.



—Vamos a jugar a un juego nuevo, —dijo mientras bombeaba en mi boca—. Te aseguro que te va a encantar: tu madre se volvía loca con esto. Bueno, la verdad es que se volvía loca con muchas cosas, pero con esta una de las que más. ¿Quieres jugar?



Que pregunta, pues claro que quería jugar. Desde hacía una semana, iba descubriendo continuamente cosas de las que no tenía ni puta idea, y cosas de las que no tenía ni puta idea que se pudieran hacer. Meneé afirmativamente la cabeza mientras seguía chupando.



—Te he preguntado si quieres jugar: contéstame.



—Sí papá, quiero jugar, —respondí sacándome la polla de la boca.



—Pues vamos a empezar, —me levantó y cogiéndome de la mano entramos en la bañera. El agua caliente caía desde arriba y el vapor nos envolvía. Me enjabonó concienzudamente y cuándo estuve bien limpia me hizo arrodillarme. Nuevamente me la metió en la boca y durante un rato se la estuve chupando, hasta que finalmente cerro el agua de la ducha de arriba y abrió la de teléfono. Vi cómo empezaban a salir muchos chorritos de agua por la punta. Yo permanecía de rodillas. Sin hacerme daño me agarró del pelo y me inclinó hacia delante hasta que la cara tocó el suelo. Primero noté la calidez del agua en mi chocho, y a continuación, cómo la cánula se abría paso por mi ano. Sentí cómo el agua inundaba mis tripas y el vientre se abultaba. Al tiempo, mi padre imprimía un movimiento de vaivén a la cánula que me hacía gozar. Sacó la cánula, me incorporó y me mandó que vaciara el intestino. No hizo falta apretar mucho, un maloliente chorro salió de mi culo mientras mi padre me masajeaba el vientre. Me volvió a inclinar, volvió a introducir la cánula y volví a tener las mismas sensaciones. Según repetíamos la operación, el agua salía más limpia y yo sentía más placer hasta que, finalmente, mi padre me sujeto el chocho con la mano y mientras me masajeaba vigorosamente siguió penetrándome con la cánula. Esta vez no la sacó, siguió hinchándome mientras el aguan salía a presión por mi ano. Finalmente, me corrí mientras volvía a chillar cómo una perra. Sin dejar que me recuperara, me puso en cuclillas, me sacó la cánula y me metió la polla en la boca.



—Vamos, échalo todo, —me ordenó. Agarrada a sus piernas, y mientras me follaba la boca, hice toda la fuera que pude para vaciar las tripas, y cuándo se corrió, me lo tragué, aunque no fue mucho: había pasado poco tiempo con la vez anterior. Me incorporó y me abrazó con ternura—. Buena chica, muy bien, buena chica, —repetía sin cesar mientras me acariciaba. Os puedo asegurar que en esos momentos era la mujer más feliz del mundo.



Para cenar pedimos algo a un chino y papá me sirvió una copa de vino. Me encanta la comida asiática y comer con palillos. Nuevamente cenamos envueltos en muchas risas y confidencias.



—Papá, ¿cuándo me la vas a meter?



—Bueno, ya te la meto, ¿No? —respondió después de atragantarse.



—No seas tonto, ya sabes a que me refiero.



—¿Por qué lo quieres saber, te preocupa?



—No sé. Es que es muy grande.



—Por eso no te preocupes cariño. Entrará y te gustará.



—¿Te la has medido alguna vez?



—Cuando era joven… ¡ah! Y también tu madre: un par de veces.



—¿Mama te la media?



—Sí, ya te lo he dicho: un par de veces.



—¿Y cuánto te mide?



—¡Umm…! No me acuerdo, —le miré con desconfianza frunciendo el ceño. Me levanté y fui al costurero a por la cinta métrica.



—Eres un graciosillo: lo que quieres es que te la mida.



—¿Yo? Que va.



Me arrodillé entre sus piernas y me enfrenté al pingajo en que se había convertido su polla. Me la metí en la boca y comencé a succionar. Desde el primer momento me gustó esa sensación, saborear esa textura blanda, fofa, pero mucho más cuándo, después de insistir mucho, empezó a crecer en mi boca e iba adquiriendo firmeza. Seguí insistiendo hasta que comprobé que estaba tan dura que marcaba sus enormes venas. Cogí la cinta métrica y la medí.



—23 centímetros y medio.



—No jodas que se me está encogiendo: tu mama decía que 24.



—No seas tonto: solo es medio centímetro. ¿Y de gorda? —volví a coger la cinta, pero no sabía cómo hacerlo.



—Para el diámetro necesitaras un calibre, —dijo papa riendo.



—¿Tenemos de eso?



—No, no tenemos. Mide la circunferencia: si no recuerdo mal, 15 cm equivalen a 5 de diámetro más o menos. Al menos eso decía tu madre. Pero date prisa que se me está encogiendo, —volví a meterla en la boca y después de mucho chupar volvió a estar otra vez en condiciones para medirla.



—Pues te ha crecido papi: 17 cm ¿Eso cuánto es?



—Unos 5 y medio.



—Yo creo que es muy gorda.



—Mujer: sí que lo es, pero no te preocupes.



—No me has dicho cuándo…



—Mañana. Eso toca mañana. Hoy vamos a seguir cómo ayer, —se inclinó, me levantó en brazos y me sentó sobre sus rodillas. Cogimos las copas de vino y las apuramos después de brindar.



—¿Y ahora?



—Ya te lo he dicho: vamos a seguir cómo ayer. Me encanta hacer que tengas orgasmos. Tu mama también los tenía, pero la verdad es que creo que tú los tienes más seguidos.



—¿Te gusta que chille?



—Sí, me hace muy feliz oírte chillar de placer.



—¿Mama también chillaba? Nunca la oí.



—Teníamos mucho cuidado con eso: eras muy pequeña y para ti sería muy difícil de entender. Cuándo la iba a hacer chillar la amordazaba…



—¿La amordazabas? ¿Cómo?



—¿Es que quieres que te amordace a ti también? —preguntó con intención mientras extendía el brazo y acercaba la caja que había traído la noche anterior. Yo me encogí de hombros mientras él rebuscaba en su interior. Finalmente, sacó una mordaza negra hinchable y otra de bola de color rojo, y me las dio.



—¡Hala! ¿Y esto?



—¿Te gustan?



—No sé. ¿Esto se pone en la boca?



—Sí.



—¿Y mamá se lo ponía?



—Siempre que estabas en casa, —afirmó mientras yo inspeccionaba las dos mordazas—. ¿Quieres usarlas?



Afirmé con la cabeza y estoy segura de que me brillaron los ojos y que papa se dio cuenta. Cogió la de bola y me la colocó. Me mantenía la boca muy abierta pero no me hacía daño porque el material no era muy rígido. Con una de sus grandes manos sujetó las mías a la espalda mientras la otra se alojaba en mi vagina, de tal manera que, aunque cerrara las piernas podía seguir estimulándome. Unos minutos después llegué a otro mientras la baba comenzaba a gotear de mi boca. Me soltó las manos y me abrazó mientras me besaba.



—Antes de empezar ¿Quieres un poco más de vino? —afirmé con la cabeza. Me sirvió un poco más y yo le señale la mordaza que seguía en su sitio—. A sí, perdona.



—¿Y ahora? —pregunte después de acabar con el vino.



—Ahora a la mesa, cómo ayer.



—¿Me vas a poner eso? —pregunte señalando la mordaza de bola.



—Me gustaría mucho que lo llevases, pero el otro. Es necesario que te acostumbre a tener algo llenándote la boca cuándo alcanzas el clímax.



—¡Uy! clímax. ¿Qué es eso?



—Lo que te entra cuándo más chillas, —respondió papa riendo—. Esta mordaza lleva una pieza que te entra por la boca y luego se puede inflar hasta que te la llena. Con ella casi no se te oye y es la que más le gustaba a mama.



Nos levantamos y fuimos hasta la mesa del salón sobre la que todavía seguía la manta. Me colocó la mordaza y aunque no dije nada, me agradó la sensación de tener algo metido en la boca. El sí se dio cuenta porque la verdad es que me lee cómo en un libro. Me ayudó a tumbarme y comenzó a atarme con la cuerda. No lo hizo cómo la noche anterior. Me ató con las piernas flexionadas hacia arriba, muy separadas, con mi chocho completamente expuesto. Las manos juntas y hacia atrás. Se inclinó y me besó en la frente mientras me pellizcaba suavemente un pezón. Empezó a inflar la mordaza y noté cómo la mandíbula se me separaba según ocupaba el interior de la boca. Cuándo consideró que ya era suficiente, sacó el instrumental de la caja y lo colocó a su lado, a mano.



—Voy a apuntar a qué hora empezamos y todos los orgasmos que tengas, —dijo papa enseñándome un papel y un boli—. Quiero saber la frecuencia, —y riendo añadió mientras me sobeteaba las tetas—. En una ocasión hice un estudio científico de tu madre: por algún lado debo de tener sus estadísticas: eran espectaculares.



Creo que papá se daba cuenta de que el mantenerme con la incertidumbre me excitaba, por eso no hacía más que hablar y hablar. Además, su tono de voz me ponía, y creo que de eso también se había dado cuenta.



—Llegué a preparar una presentación de PowerPoint con fotografías y todo, no creas, —continuo—. También tengo videos. Cuándo lo enseñaba, la peña flipaba: te lo aseguro. Varios quisieron comprarla, a tu madre ¿te imaginas? Fue la hostia: me ofrecieron una pasta. Pero, en fin: vamos a empezar.



Miró el reloj y apunto la hora en el papel. Me echó un buen chorro de lubricante en el chocho y empezó a estimularme el clítoris con el dedo. Lo hizo con mucho brío mientras con la otra mano seguía pellizcándome los pezones. Rápidamente mi respiración se hizo más profunda y agitada hasta que a los pocos minutos alcance el primero. Arqueando las cejas, papá apuntó la hora en el papel. A continuación, cogió un masajeador y empezó a pasar la cabeza por la vagina mientras seguía sobeteándome la tetas. Inmediatamente tuve otro. Seguimos así mucho tiempo, cambiando de instrumental y de técnicas. Se sentó en la silla, con una toalla me limpió de lubricante el chocho, me metió un vibrador por el culo y comenzó a chupar. Llegué a otro, o fueron dos, no sé. Para finalizar, mientras mantenía el vibrador en el culo, con otro fino se dedicó a estimularme directamente el clítoris después de echar un buen chorro de lubricante otra vez. Cuando llegué al siguiente, no aflojó para dejarme descansar, al contrario, continuó insistente hasta que tuve otro y otro. No sé cuántos fueron, pero el último fue tan grande que creo que perdí el conocimiento un poco, no estoy segura. Papa se percató inmediatamente y paro, aunque con la mano siguió acariciándome la vagina durante unos minutos más. Mientras lo hacía, me sacó el vibrador del culo y lo sustituyó por un plug más grade que el anterior. Me soltó la correa de la mordaza y me la quitó. Finalmente, me desató, me cogió en brazos y me llevó a la cama. Cómo la noche anterior, se arrodilló junto a mi cara y me metió la polla en la boca, fallándomela hasta que se corrió. En todo ese proceso no me moví para nada, estaba terriblemente cansada y lo único que quería era dormir.



Se sirvió una copa de ginebra y regresó a la cama. Me cogió en brazos y se sentó en el sillón del dormitorio. Apoyada sobre su acogedor pecho me quedé dormida mientras él se tomaba su copa, con esa sensación de triunfo que ahora sé que tenía. Me estaba moldeando cómo quería para convertirme en la mujer que hoy soy.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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