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Anastasia ya iba a cumplir dieciocho años, sólo faltaba que se haga la medianoche para que suceda. Estaba sentada sobre su cama desarreglada, abrasada a sus rodillas flexionadas. Hace mucho que temía que ese día llegue, y mientras más cerca estaba, más angustia sentía. Entonces entra su hermana María.
— No estés así, sino, va a ser peor. — le dice, desde el umbral de la puerta.
Cómo la odiaba. Fue María quien la delató hace dos semanas, cuando Anastasia intentó escapar de la casa. Y pensar que hace sólo dos años ella tuvo que pasar por lo mismo, y aun así, no la comprendía.
— A papá no le va a gustar que estés así de desarreglada. — le dijo su hermana mayor, y luego cerró la puerta dejándola sola.
Y a ella qué le importaba si a papá no le gustaba cómo se veía. El otro día, entre María y Eugenia, su otra hermana, la depilaron por completo. “a papá le gusta así” le dijo María, y Anastasia la odió más que nunca. De sus dos hermanas, María era la que mejor se llevaba con su papá. Se reía cuando él la toqueteaba mientras cocinaba, lo besaba en la boca cada vez que volvía del trabajo, visitaba su habitación casi todas las noches, y desde su cuarto, Anastasia oía los gritos de perra en celo que largaba sin pudor.
Eugenia, en cambio, sólo era obediente. Cuando papá le pellizcaba el culo, seguía haciendo lo suyo, como si nada. Y cuando él le ordenaba ir a su habitación, lo hacía sin chistar, pero no largaba gritos como María.
Una noche, Anastasia, curiosa, fue a espiar qué hacían Eugenia y su padre. Entonces, a través de la mirilla vio al hombre de la casa, desnudo, encima de su hermana, que estaba en cuatro, y la penetraba rodeándole el cuello con las manos. Eugenia se mordía los labios, pero estando más cerca, Anastasia logró escuchar que su hermana largaba un gemido débil.
Quizá a ella también le gusta, piensa, quizá sólo sea más vergonzosa que María.
Justo cuando pensaba esto, entra Eugenia a su habitación.
— No estés triste. — le dice, acercándose a ella, para acariciarle la cabeza. — ya sabés como es. Desde que se fue mamá, nosotras tenemos que ocuparnos de papi. — Le dice, mirándola a los ojos.
Es la menos bella de las tres, pero no deja de ser linda. Fue la primera en encargarse de satisfacer al padre. Con sus veintidós años, es la mayor de las tres hermanas. Cuando se había muerto su madre, papá había entrado a su habitación, y le había explicado su nuevo rol de mujer de la casa. La convirtió en una buena ama de casa, y en una amante sumisa.
— ¿A vos te gusta? — Pregunta Anastasia, aunque no está segura de querer saber la respuesta.
— Sí. — le contesta su hermana. Anastasia piensa que solo lo dice para que no se sienta mal, pero sus ojos son sinceros.
El reloj da la medianoche y lo que sucederá es inevitable, por lo que Anastasia decide ir a la habitación de su padre sin esperar a ser llamada.
El hombre la espera desnudo, tapando su sexo con la sábana.
— Hola papi. — lo saluda ella. Tiene la cabeza gacha, y con el puchero que hace, parece aún más chica de lo que es.
— Hola bebé, acércate.
Anastasia lleva un vestido blanco, muy corto. Su cabello rubio cae suelto sobre su hombro. Su linda cara de ojos marrones está colorada.
— Ya sos una mujer. Es hora de que aprendas algunas cosas. — Le dice él. — Quedate tranquila que ya sé que no sos virgen. Para mi, mejor. Pero vas a ver que no es lo mismo estar con un pendejo de tu edad que con un hombre de verdad.
Él corre la sabana a un lado, y descubre su enorme miembro erecto. Anastasia nunca había visto uno tan claramente. Con sus noviecitos solían hacer el amor en la oscuridad, y los falos que la penetraban no eran tan grandes como el de su papi, eso lo sabe solo con verlo.
— Tocalo — le dice. Parece más una sugerencia que una orden. Algo raro en él. Quizá se había dado cuenta que ella sentía curiosidad por conocer cómo se sentía esa verga grande entre sus manos. La agarra, y comprueba que es tan gruesa como su muñeca. — Olela. — le dice luego. Anastasia acerca su nariz y aspira. Un rico olor perfumado emana de ella. Se nota que se acaba de bañar, pero de todas formas el olor a sexo se percibe tenuemente, y el líquido pegajoso y transparente ya se está derramando de la cabeza. — Lamé la cabeza. — dice el padre. Le acaricia la cabeza con ternura, como cuando era chica. Anastasia saca la lengua rosada, corta y fina, y la pasa por el glande de su papá. Siente la forma de la cabeza del pene, y saborea el sabor salado del pre semen. Nunca había hecho eso con sus novios, el sexo oral era para las putas, pero ahora que lo hacía no le parecía tan censurable.
De hecho, toda la situación ya no le parecía tan desagradable como lo había imaginado. Anastasia deja de temblar de los nervios, y el rechazo hacia su padre se va desvaneciendo mientras se lleva el miembro a la boca. Él felicita la iniciativa con más caricias en la cabeza. Anastasia siente el sabor a verga, y cree que si alguien le hubiera dicho que era tan sabrosa, lo hubiese hecho mucho antes. Le masajea las bolas llenas de pelo negro, lo masturba, lo mira a los ojos para verle la cara de placer, le sonríe, y cuando lo comprueba, sigue chupando. No puede evitar darle algunos mordiscos, porque todavía no es una experta, pero lo hace lo mejor que puede. Ya era hora de dejar de ser una nena malcriada, piensa. Ahora soy una mujer y me tengo que comportar como tal. Y sigue chupando con esa convicción en la mente.
Él acaba en su cara.
— Desparramate la leche por toda la carita bebé. — Anastasia apoya la mano donde cayó mayor cantidad de semen, y frota su cara untándose el líquido por todas partes. — Vení le dice él. La agarra del brazo y la abraza. Le da un beso en la boca, sintiendo el sabor.
— Que chancho papi. — Le recrimina ella.
— Jajajaja — el padre la hace girar. Ahora ambos están sentados sobre el colchón. Él la abraza, rodeándole la cintura. Le levanta el vestido, le baja la bombacha, se la quita, la tira a un costado. Le da un chirlo en el culo. — Venía acá. — le dice, apretándola con fuerza, acomodando su verga para penetrarla. Anastasia siente la enorme verga entrar despacio en su sexo. Aun así le duele un poco. Su cuerpo se arquea, larga un gemido, siente los labios del padre en su cuello, la lengua la recorre, produciéndole un cosquilleo agradable. La agarra del culo con las dos manos, y con ellas, marca el ritmo. Anastasia usa sus piernas para levantarse y bajar, una y otra vez, mientras su padre jadea al penetrarla. Se pellizca los pezones duros. Gime. Respira agitada. Humedece sus labios con la lengua. Un hilo de saliva va a caer sobre las sábanas. El calor entre sus piernas es delicioso. Papá la nalguea. Le duele y le encanta. Le pide que lo repita. Grita de dolor y de placer, y por fin acaba.
Está abrazada a su padre, arrepentida por haber sufrido tanto mientras esperaba que ese momento llegue.
— No sabía que me iba a gustar tanto. — le dice, excusándose.
— No te preocupes, todas tus hermanas pasaron por la misma etapa.
Fin.
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