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"Al jardinero le paga el marqués por follar a la marquesa"
Abelardo había hecho casi de todo, trabajara de camarero, pintor, peón, enfermero..., lo dicho, trabajara casi de todo, y a los treinta y seis años trabajando de jardinero en un marquesado le ocurrió lo que os voy a contar y lo contaré cómo si yo fuera él.
La marquesa tenía sesenta años y era de estatura mediana. El día que la vi por vez primera llevaba su cabello teñido de rubio, un vestido azul que le daba por encima de las rodillas y calzaba unas sandalias del mismo color. Lucía una gargantilla, pulseras, un anillo con una esmeralda y otro con un diamante además de la alianza de casada... Llevaba los ojos pintados de azul, las uñas de los pies y de las manos de esmalte rojo, lo mismo que los labios, en su cara coloretes, sombras. Yo estaba podando unos rosales y al pasar por mi lado me echó una mirada de esas que le echan las viejas a los yogurines. Al irse dejo atrás un delicioso aroma a jazmín. Se daba aires de lo que era, de marquesa. Su marido, el marqués, era un bonachón de noventa años, muy alto, delgado, con el pelo cano y ya no daba ni tenía.
Llevaba trabajando un mes cuando una sirvienta me dijo que el marqués quería hablar conmigo. Seguí a la sirvienta hasta un salón donde encontré al viejo sentado en un sofá. Me mandó sentar en otro sofá. Al marchar la sirvienta se levantó, echó dos brandis me dio uno y fue al grano:
-¿Cuánto quieres por llenarle el coño de leche marquesa?
Me dejó anonadado.
-¡¿Quiere que folle con su esposa?!
-Quiero lo que ella quiere, y ella quiere volver a correrse sintiendo cómo le llenan el coño de leche. ¿Cuánto quieres? ¿Te parecen bien 300 euros?
-Me parece genial.
-El sábado es mi cumpleaños. Lo arreglaré para que estéis solos en casa.
No entendí cómo siendo su cumpleaños el regalo fuese para la marquesa, pero no hice preguntas, no estaba en posición para hacerlas.
El sábado llegué a trabajar a las nueve de la mañana y llamé a la puerta de la gran casa. Me abrió la marquesa, enjoyada y vistiendo con una combinación transparente que dejaba ver el vello de su coño y sus enormes tetas.
-Pasa.
Al cerrar la puerta la agarré por la cintura, le di la vuelta y le metí un morreo que la dejé sin aire y que me puso palote la polla. Al dejar de besarla y sentir mi polla dura entre sus piernas, me dijo:
-Te excitaste. ¡Te gusto!
Le volví a comer la boca, y después tuteándola le dije:
-Claro que me gustas, me gustaste desde el primer día que te vi.
Echó a andar hacia su habitación. Me fijé en su culo yendo de un lado al otro y no estaba mal para su edad... Arreglando el cabello mirándose a un gran espejo que había en la pared de su dormitorio, dejó caer la enagua al piso, y me dijo:
-¿Ya te explicó el marqués lo que quiero?
Le di la vuelta y la volví a morrear.
-Sí, pero antes quiero conocer el sabor de la corrida de una marquesa.
Yendo para la inmensa cama en la que se reflejaba el espejo, me dijo:
-Eso estaría muy bien.
Le quité la combinación. La empujé y se echó encima de la cama. Me desnudé lentamente y al estar desnudo me eché a su lado.
A ver, la marquesa no tenía un cuerpo que dieran ganas de comerlo. Sus enormes tetas iban a su bola, una caía para un lado y la otra para el otro, tenía barriga, no muy grande, pero barriga era y michelines, no muy grandes, pero michelines eran, más por raro que parezca tenía cierto imán, fuera por las joyas que la cubrían, fuera por lo que fuera mi polla no se bajaba. La volví a besar, pero esta vez besaba su boca, su cuello y le mordía los lóbulos de las orejas al tiempo que con las yemas de los dedos gordos y medio de mi mano derecha le cogía el capuchón del clítoris y le hacía una paja cómo si su glande fuese una diminuta polla. Luego le lamí los pezones y los apreté con la lengua plana, jugué con la punta de mi lengua haciendo círculos sobre las grandes y rosadas areolas, le levante los brazos y le lamí los sobacos. Se retorció y le dio a risa:
-Jajajajaja. ¡Me haces cosquillas!
Seguí lamiendo y de las risas pasó al silencio, que rompió para decir:
-No sabía que fuera tan placentera una lamida de sobacos.
Después mamé sus tetas. La marquesa estaba con los ojos cerrados y en silencio de nuevo. Silencio que solo rompían los trinos de los jilgueros y los verderones que llegaban desde el jardín. Luego bajé a su coño, del que salía un hilillo de jugos que brillaba entre sus pelos blancos y negros. Echando el capuchón hacia atrás dejé el glande al descubierto y después lo lamí. Seguía en silencio. Era cómo si no sintiera ni padeciera. Le metí dos dedos en el coño, le busqué el punto G y se lo acaricia. Poco después. El coño se le encharcó, lamí al tiempo que la masturbaba. Sentí un torrente de jugos bañar mis dedos, su pelvis se levantó, y solo dijo:
-¡Me corro!
Se corrió gimiendo en bajito, era cómo si no quisiera que supiera el placer que estaba sintiendo, pero por el largo de su corrida y por sus sacudidas debía estar gozando de lo lindo.
Al acabar, sonriendo cómo una tonta, me dijo:
-Voy a tener que pagarte un plus.
-El dinero nunca sobra.
Se puso de lado, me cogió la polla, bajó la piel del glande y pasó la punta de la lengua por el meato después lamió y chupó mis huevos, primero uno y después el otro, lamió el tronco de abajo a arriba, me la mamó, y cómo de cuando en vez miraba al espejo llegué a la conclusión de que no era para verse en él sino para que desde el otro lado viera el marqués lo que estaba haciendo. La idea de que nos estuviera viendo me excitó. Cuando dejó de mamar y se puso a cuatro patas y a través de la cama, ya no me cabía duda de que alguien nos miraba, fuera el marqués o fuera quien fuera. Si quería ver iba a ver.
Me arrodillé detrás de la marquesa la agarré por la cintura y lamí desde el coño al ojete... En las nalgas tenía celulitis, pero eso no bajó mi excitación... Lamía seis o siete veces y le follaba el ojete y el coño con la lengua otras seis o siete veces. La marquesa no soltaba un gemido por más que mi lengua entrase y saliese de su coño y de su culo. Al rato le froté la polla en el ojete y le pregunté:
-¿Puedo?
-Mete.
La agarré por las tetas y le clavé la cabeza, se la saqué y se la volví a meter varias veces hasta que ella empujó con el culo y la metió hasta el fondo. Me quedé quieto y dejé que fuese ella la que se follase el culo a su aire, y follándose el culo a su aire comenzó a gemir. Saque una mano de las tetas y puse la palma en su coño. Lo tenía encharcado. Llevé la palma a su boca y lamió los jugos cómo lo haría una perra. Le agarré los pelos, tiré su cabeza hacia mí y le di caña brava. La marquesa ya gemía cómo una loca. Cuando vi que me iba a correr, paré. Sentí su culo latiendo. También ella estaba a punto. Se la iba a quitar y me dijo:
-Anal, quiero tener un orgasmo anal.
Dándole caña, me dijo:
-¡Lléname el culo de leche!
Me estaba corriendo cómo un cerdo cuando se derrumbó sobre la cama y dijo:
-¡¡Me mueroooo!!
Se corrió sacudiéndose y jadeando cómo una perra.
Al acabar de correrse la saqué, le di la vuelta, le cerré las piernas y la metí en su coño. Hice eso para que al ablandarse la polla no saliese, pero al estar tan apretada no se ablandó. Sintiendo la dura polla entrar y salir tan apretada de su coño, me dijo:
-Realmente te pongo.
Me ponía, sí, una mujer de sesenta años me ponía más de lo que me pusieran muchas mujeres jóvenes, tanto me ponía que cuando se corrió de nuevo y yo me corrí con ella, sus labios me supieron a puta bendita.
Quique.
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