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Categoría: Incestos

Ana 8, el sobrino obsesionado

Tía Ana había aparecido en un momento muy especial de mi vida. Yo acababa de terminar el secundario, y debía comenzar a enfrentarme a la vida de adulto. Recuerdo que estaba muy deprimido. La adolescencia no fue un camino fácil de atravesar. Era víctima de bullying por parte de algunos de mis compañeros, no tenía muchos amigos, y nunca estuve con ninguna chica. Y cuando digo que nunca estuve con ninguna chica, no me refiero únicamente a las relaciones sexuales, sino a que ni siquiera besé a una.



Para colmo, me había enamorado de una de las chicas de mi curso, o al menos creía estar enamorado. Se llamaba Belén, una flaquita con culo de avispa, pelo castaño, y pecas enternecedoras. En la fiesta de fin de curso, no me animé a hablarle, al igual que no me había animado durante los tres años que duró la secundaria. Creo que tenía miedo de ser rechazado y de ser nuevamente, blanco de las burlas de mis compañeros debido a eso. Viéndolo en retrospectiva, tuve una actitud bastante cobarde e infantil, pero así estaban las cosas.



Yo era un blanco fácil para las burlas, porque era muy tímido y callado, bastante malo para los deportes, y carecía de algún talento que me destaque de los demás. Pero aparte de eso, no tenía nada raro. No pesaba ciento veinte kilos, no era un nerd, ni me comportaba como esos psicópatas que después salen en televisión, porque terminaban matando a medio mundo. Simplemente era el chivo expiatorio del curso. Alguien tenía que serlo.



Por todo esto terminé la secundaria, con una mezcla de sensaciones: un sentimiento de liberación, por un lado, y una sensación de insatisfacción y frustración, debido a no haber hecho nada bueno durante todo ese tiempo, por el otro.



Y ahora debía convertirme en un hombre, debía conseguir trabajo, y si era posible, una carrera universitaria. Aunque no me creía capaz de lidiar con ambas cosas a la vez.



Y en medio de todas estas inseguridades apareció tía Ana.



La conocí en una fiesta de año nuevo. Mis padres me habían dicho que fueron invitados por un tío de mi viejo, un tal Pedro. Era el primo de mi abuelo paterno, o algo así. Nunca nos habían invitado a sus fiestas, de hecho, no recuerdo haber escuchado nada de él antes de eso, pero desde hace poco que tenían una relación comercial que no viene al caso, y los lazos de parentesco se habían estrechado.



Yo no tenía ganas de pasar fin de año con un montón de desconocidos, pero si me quedaba en casa, me iba a deprimir, así que finalmente fui.



La casa era muy elegante, y la gente muy simpática. Eran un montón de tíos, tías y primos, un tanto lejanos. A la mayoría los veía por primera vez en mi vida. Otros, decían conocerme de cuando era un bebé, aunque yo no recordaba a nadie.



En la mesa enorme, estaban desparramadas un montón de ensaladas, pan, gaseosas y vino. Ya estaba todo listo. Eran las diez de la noche. Era cuestión de comer, esperar a las doce, brindar, tirar algunos cohetes, e irse a casa. Sabía que podía tolerarlo.



Pero entonces llegó tía Ana, y ya no que quise irme nunca más.



Es difícil, y hasta imposible describirla, transmitiendo lo que realmente sentí al verla, pero voy a intentar hacerlo: era una mujer impactante, resaltaba increíblemente en medio de las decenas de personas comunes que estábamos ahí. Llegó con un vestido azul que le llegaba un poco arriba de las rodillas, adornado con un cinturón negro, que rodeaba su delgada cintura. La tela de la falda se ceñía a sus caderas y nalgas, la espalda escotada daba la sensación de desnudez. Los zapatos negros, con tacones, hacían lucir sus lindas piernas. Era rubia, y de pelo ondulado, el cual llevaba recogido, cosa que resaltaba sus delicadas formas faciales: labios finos, nariz, orejas y ojos marrones, en perfecta armonía, todo pequeño y bien proporcionado. Más tarde me enteraría de que rondaba los treinta años, pero si hubiese tenido que adivinar, no le daba más de veinticinco. Su piel, blanca, sin imperfecciones, daba ganas de acariciar. Tenía la sonrisa fácil, y con cada gesto o movimiento que hacía, parecía estar seduciendo a quien la mirase.



No me sorprendió ver que todos se quedaron embobados mirándola, no sólo como quien observa algo hermoso, sino con esa cara de deseo furioso, que las personas sólo tienen cuando anhelan algo con fervor. Incluso las mujeres se obnubilaron, y se perdieron en sus miradas de admiración y envidia. Hasta me pareció notar que sus propios hermanos, y su padre, el anfitrión de la fiesta, revoleaban los ojos sobre ella, en un reconocimiento masculino.



No los culpaba. Si yo tuviese una hermana como esa, seguramente me volvería un degenerado.



La noche se había puesto mucho mejor de lo que imaginé. Después de comer, y brindar, don Pedro puso música, y nos pusimos a bailar. Papá me permitió tomar cerveza (tener dieciocho tenía algún beneficio), y estando bastante alegre, me animé a sacar a bailar a tía Ana. No fue tarea fácil, porque estaba muy solicitada. Con las copas encima, los hombres dejaban las inhibiciones de lado, y no perdían oportunidad de frotar su cuerpo con el de Ana cada vez que el ritmo lo permitía. Pude ver, cómo una de esas tías lejanas que recién conocía, se acercaba a su marido, después de haberlo visto bailar con Ana, y le susurraba algo al oído, con los dientes apretados y la cara colorada.



Cuando la vi libre, la saqué a bailar. Cuando ponía mis manos en su cintura, mientras ella se movía ágil en el patio que hacía de pista de baile, pude sentir la forma de su cuerpo. Cuando podía, apretaba mi pene en su cadera, y mi mano se movía en su cintura, hasta percibir el inicio de las nalgas. Ella no parecía notar nada raro, y en realidad no pasaba nada raro más allá de los roces obligados durante el baile, sólo que yo los aprovechaba y disfrutaba morbosamente.



En un momento tío Pedro paró la música.



- Ahora mi princesita nos va a regalar una hermosa función privada, - dijo, abrazándola. Entonces uno de sus hermanos le entregó el violín a Ana. Todos la rodeamos en un semi círculo, y ella comenzó a interpretar una obra de Mozart. Yo, en ese momento no tenía idea de lo que estaba escuchando, la música clásica no existía en mi vida, pero a partir de ese día, no dejé de escucharla. Tía Ana parecía un ángel, concentrada en ejecutar los movimientos precisos, sin cometer errores. Un ángel azul que transmitía una melodía inolvidable, que me marcaría de por vida.



A las cuatro de la mañana, la fiesta llegó a su fin. Lamentaba no haber podido hablar con Ana. Apenas me animé a decirle algo. Por un momento, fantaseé con que el tío Pedro nos invite a pasar la noche ahí. Entones, por una especie de milagro, o de locura del universo, Ana me visitaría y me desvirgaría. Pero el sueño duró poco, porque, de todas formas, Ana no vivía con ellos. Se despidió de todos, y se fue en su auto, dejándome el corazón encogido, y el sexo caliente.



¿Qué probabilidades había de volver a estar cerca de Ana en una fiesta o algo parecido? Muy pocas. Probablemente tendría que esperar hasta el próximo año nuevo, y aun así, era improbable. No me quedaba más remedio que dejar mi cobardía atrás, y hacer algo al respecto. Era muy arriesgado intentar algo con ella, dado nuestro parentesco y la relación comercial de mi viejo con tío Pedro, pero que mierda, por ese angelito valía la pena intentarlo. De última, si me rechazaba, no perdía nada.



Esa noche no pude dormir pensando en ella. No soy de masturbarme, pero tuve que hacerme tres pajas para calmarme un poco, y aun así, no pude conciliar el sueño.



La agregué a Facebook, y me sorprendió lo rápido que me aceptó. Ese mismo día le escribí, y quedamos charlando un buen rato. Sólo ese contacto virtual me alegró el día.



A lo largo de las semanas posteriores a fin de año, conversamos bastante. Vía chat me resulta más fácil abrirme y mi timidez parece desaparecer cuando estoy detrás de la computadora. Le conté sobre lo mal que la pasé en la escuela, sobre mi amor no correspondido por una compañera, y sobre mi necesidad de encontrar un trabajo para irme de la casa de mis padres.



Ella me contó sobre la difícil situación económica que estaba pasando. Me rompió el corazón cuando me lo dijo. Sentí ganas de protegerla, como un caballero de la edad media que protege a su princesa, pero nada podía hacer. Me dijo que no tenía novio, y que no quería tenerlo, que los hombres eran una mierda, que solo la usaban. Ante esto no supe que decir, pero ella, luego cambió de tema, y me contó que se gana la vida tocando en conciertos y dando clases en su departamento. Esto me dio una idea. “¿me ensañarías a tocar el violín?”, le escribí, excitadísimo, porque había encontrado la manera de estar con ella a solas. Hace rato que me venía dando vueltas en la cabeza el invitarla a salir, pero estaba seguro que no aceptaría, ella me veía como un pendejo, y encima, era su sobrino. Pero las clases de violín eran la excusa perfecta. Sin embargo, no me dijo nada, me dejó el visto y por ese día, no me habló más.



Seguimos en contacto en las semanas siguientes. De a poco, me hablaba con más confianza, éramos casi amigos. Me confesó que tenía una relación con un tipo casado, que además estaba a punto de ser padre. Yo me moría de celos, pero también me excitaba. Desde que conocí a tía Ana, la idealicé. Para mí era un ángel, pero saber que se acostaba con un hombre casado me hizo verla de otra manera. En mis fantasías, ya no le hacía el amor con ternura, desprendiéndole la ropa despacio, recorriendo su cuerpo con mis labios, dándole besos en cámara lenta, sino que la agarraba por la fuerza, la tiraba boca abajo, le bajaba los pantalones y la culeaba en el piso como a una puta. La ternura que sentía por ella, se mezclaba con una lujuria incontrolable. Quería verla. Necesitaba verla, saber qué ropas llevaba puesta, sentir su olor, tocarla, aunque sea sólo en un roce. Me pasaba horas viendo las fotos que subía a Facebook, en todas estaba hermosa, un ángel diabólico que enloquecería a cualquiera. Pero no me podía conformar con eso, así que le repetí la pregunta que le había hecho días atrás.



“podrías darme clases de violín” le puse en el Messenger.



“jajajaja” contestó ella.



“¿Qué pasa, porqué te reís?” le dije, confuso.



“…” fue su única respuesta.



“¡qué!” insistí yo.



La ventana del chat me indicaba “Ana está escribiendo”. Tardó bastante en enviar la respuesta. Yo estaba nervioso, porque intuía que mi tía ya sabía que estaba loco por ella. Cuando por fin mandó el mensaje, noté que era mucho más corto de lo que debería, de acuerdo al tiempo que estuvo escribiendo, lo que significaba que borró y volvió a escribir varias veces. Miré el mensaje, sin leerlo, con temor de conocer su contenido, pero finalmente lo leí.



“Mirá, pendejo, vos no querés aprender a tocar el violín, vos me querés coger, así que mejor no preguntes más eso”



Fue como un balde de agua fría. Me partió el corazón. Me desconecté y me fui a intentar dormir, tapándome con las sábanas hasta la cabeza, como queriéndome proteger de mi propia estupidez.



Estuve varios días deprimido, sin encontrarle sentido a la vida. Me di cuenta que estaba obsesionado con tía Ana, y que lo mejor era olvidarse de ella, si no, enloquecería. Pero la misma noche en que pensaba en eso, me llegó un mensaje de ella.



“Hola” me puso. Cambié de ánimo inmediatamente al ver ese escueto mensaje. ¿Acaso no estaba enojada conmigo? La idea de olvidarme de ella se esfumó, y la tristeza desapareció.



“Hola Ana” le puse. Nunca le decía tía, eso sólo lo decía en mi mente, porque el parentesco que nos unía era uno de los motivos por lo que estaba tan caliente con ella, aunque claro, si no fuese mi tía, igual la desearía.



“Disculpá si te traté mal el otro día, pero es verdad lo que dije ¿o no?, y para evitar problemas es mejor que no sea tu profesora”



Esta vez fui yo el que tardó en responder, y luego de varios minutos le puse:



“Tenés razón, además soy tu sobrino, y soy un pendejo”



“No sos un pendejo, yo tengo un amante más o menos de tu edad, pero me trae muchos problemas, por eso te digo”.



Su sinceridad me dejó perplejo. ¿Así que además del tipo casado se acostaba con un pendejo como yo? La tía no dejaba de sorprenderme. Nuevamente morí de celos, y nuevamente tuve una fuerte erección.



“Vos siempre me dejás sin palabras” le escribí.



“jajaja” río ella, y envió un emoticón de carita sonriente.



A partir de esa noche comenzamos a hablar con una franqueza sorprendente. Más que amigos, parecíamos confidentes. Aunque yo no tenía mucho que contarle, ella, en cambio, tenía montón de historias. En general, hablábamos de noche. A mí me gustaba hacerlo así, porque durante el día no respondía tan rápido los mensajes, aunque algunas noches, principalmente los fines de semanas, no me respondía, y yo enloquecía imaginándola cogiendo con el tipo casado, o con su amante adolescente.



Una de esas noches, estaba encerrado en mi habitación, pensando qué mierda haría de mi vida, mientras una fuerte lluvia caía sobre el techo. Entonces ella me escribió. Cuando ella iniciaba la charla me ponía muy contento. Nos contamos cómo fue nuestro día, y después empezamos una conversación más íntima. Había cosas que quería preguntarle hace rato, así que lo hice:



“quizá me estoy desubicando, pero quería preguntarte…”



“Dale, pregúntame” me animó ella.



“No te sentís como una puta cuando te acostás con el tipo casado?” apenas envíe el mensaje, supe que me había propasado. Tía Ana tardó en responder, y nuevamente el mensaje fue escueto.



“Sí, me siento como una puta, pero me gusta”



Otra vez sorprendido.



“¿te gusta?”



“Sí, me gusta. En realidad, no es que me sienta una puta. Esa es una palabra que inventaron los machistas de mierda, pero me gusta cogerme a los tipos que quiero”



“¿Y te cogés a muchos tipos?” le pregunté, e inmediatamente empecé a acariciar mi verga.



“No sé si a muchos, pero digamos que soy bastante calentona”



Me encantaba su honestidad, decidí poner a prueba hasta dónde llegaría a confesarse.



“¿y el tipo ese casado, te coge bien?



“Bastante bien, sabe chuparla, y dura bastante, siempre me hace acabar”



“que hermosa sos Ana” le escribí.



“jajajaja”



“¿te gusta que te acaben en la cara?”



“jaja, que curioso mi sobrinito. Sí, me gusta, pero más que nada por la sensación de saber que el otro disfruta al hacerlo. ¡Y no me la trago ni loca!



“¿y el pibito con el que te encamás, qué onda?



A esas alturas parecía que ya podía preguntarle cualquier cosa. Me encantaba tener esa intimidad con mi tía, era casi como acostarme con ella.



“El pibito, es alumno mío, la pasamos muy bien, tiene algunas cosas que aprender, pero ya le voy a enseñar”



“La otra vez me dijiste que te traía muchos problemas tu relación con él, ¿a qué te referías?



“mmm, si querés te cuento, pero esto sólo queda entre nosotros”



“obvio Ana, podés confiar en mí”



“Facundo se llama el chico. Resulta que Facundo, una vez, perdió su celular, y ahí tenía guardado todos nuestros mensajes, fotos, y demás cosas…”



“¿Y…?” pregunté, ansioso.



“Y… que el celular fue a parar a manos de unos pendejos que me extorsionan, me dicen que si no les doy lo que ellos quieren, publican todos los mensajes en las redes sociales. Y como Facundo es chico… no sé si entendés.



“¡Uy, pero qué hijos de puta! ¡Pero encima vos no tenés plata! ¿Cómo hacés para pagar la extorción?” Le pregunté, realmente indignado.



“No me extorsionan con plata” me contestó ella. Yo le pregunté:



“¿Y entonces, que te piden? No te entiendo” aunque en realidad, ya estaba entendiendo.



“¿seguro que querés saber?”



“Sí” contesté inmediatamente, y mientras seguía masturbándome noté que ya había salido mucho líquido preseminal.



“Ellos vienen una vez por semana, se hacen pasar por mis estudiantes… el viernes vinieron a la tarde. Son tres. A veces vienen sólo dos, pero el viernes vinieron todos…



“¿Y…?



“Me vendaron los ojos. Apagaron todas las luces para asegurarse de que no vea nada. Ellos siempre vienen con algún juego, esa vez el juego era que yo tenía que arrodillarme, y gatear hasta donde estaban sentados (en los sofás del living), y les tenía que chupar las pijas, sin usar las manos, y una vez que me acababan en la boca, tenía que adivinar de cuál de los tres era la pija que acababa de chupar… “



“Me estás jodiendo…”



“No, vos me preguntaste, y esa es la verdad. No sé por qué te cuento, creo que hago mal en hacerlo, pero necesito desahogarme con alguien”



“Hacés bien en contarme, por favor contame todo lo que quieras, podés confiar en mí, y te juro que te voy a sacar a esos pendejos de encima”



“No hace falta que te metas. Los hombres son así, estos pendejos hacen conmigo lo que quieren, y no son los únicos. Además, un poco me gusta. Hay uno de ellos que es muy amable, y me coge bien ¿pensás que soy una puta?”



“Pienso que estás loca, y yo también. Y pienso que te amo.”



“No te enamores de mí, soy mala”



“No sos mala”



“Sí, lo soy. Hace unas semanas vinieron los tres pendejos y me cogieron en el piso, en cuatro. Me cogieron como a una perra, y me hicieron acabar ¿no te parezco mala?



“No, no me parecés mala”



“El otro día me estaba cogiendo al tipo casado, que por si no te lo dije, es el vigilante de mi edificio, y mientras le chupaba la pija, lo obligué a que llame a su mujer ¿no te parezco mala?



“No me parecés mala, me encanta lo puta que sos”



“Entonces pensás que soy una puta”



“Una puta preciosa”



“Eso me dice uno de mis amantes…otro que abusa de mí… pero me gusta que seas sincero. Vive en el departamento de al lado él. Quizá lo llame para que venga a cogerme. Estoy caliente.



“¿Te estás tocando?” le pregunté, mientras yo mismo seguía tocándome.



“Sí” Me contestó.



“¿Qué tenés puesto?”



“Sólo la bombacha y una remera vieja”



“pásame tu dirección” le pedí, rogando que me la de.



“Para qué la querés”



“Vos pasámela” insistí.



“No. Si venís, vas a ser un hijo de puta más que me usa sólo para sacarse la calentura”



“No, yo te voy a cuidar” le aseguré.



“No me conocés sobrinito, por el lado tierno no me vas a conquistar. Además no quiero que me conquistes”



“¿Entonces, ¿qué querés?” Pregunté, desesperado.



“Nada, voy a acabar, mañana hablamos, besos”



Me dejó así, caliente, con la mano en la pija.



Acabé imaginando que lo hacía al mismo tiempo que ella. Pero enseguida me vino la imagen de ella, tocándole el timbre a ese vecino que también abusaba de ella, para sacarle la calentura.



Afuera todavía caía una torrencial lluvia, pero, aun así, sentí el impulso de ir hasta su departamento. ¡Pero no sabía dónde vivía!, ¡que desesperación! ¿Qué podía hacer? no tenía su dirección, y de todas formas, ella estaría con su amante, además ¿no había dicho que el vigilante del edificio también era su amante? Me rompí la cabeza pensando en cómo hacer para verla esa misma noche. Pero a pesar de mis deseos, y mi necesidad, no pude hacer nada.



Sin embargo, en los días siguientes me puse en campaña, para averiguar dónde vivía. Fue más fácil de lo que imaginé. En una de las fotos de su perfil, aparece conduciendo un auto, el mismo que había llevado a la fiesta de fin de año, y se ve claramente el número de patente. Haciendo una investigación por internet, me enteré de que realizando un trámite ante el registro del automotor, se podía obtener los datos del titular de determinado auto. Ese mismo día fui a hacer dicho trámite, y cuarenta y ocho horas después, ya contaba con el domicilio que había declarado cuando compró el auto. Sólo quedaba confirmar que realmente vivía ahí, y no haya cambiado de domicilio.



Esa noche hablamos de nuevo, por supuesto, le oculté que la estaba investigando. Decidí ir al grano y preguntarle algo respecto a la última noche que hablamos.



“¿Te acostaste con tu vecino al final?”



“¿Para qué querés saber eso?, hice mal en habértelo dicho” me contestó Ana.



“Ahora contame, no me dejes con la intriga.”



“Sí, lo llamé, y nos acostamos, perdón”



“No me pidas perdón, contame como fue, ya que no puedo estar con vos, al menos me podés hacer feliz contándome sobre tus relaciones, me gusta mucho cuando lo hacés”



“Estás loco”



“Vos también lo estás… dale, contame” insistí.



“Ok… cuando acabé, me bañé, y lo llamé”



“¿qué te pusiste?



“un vestido negro, solo eso. Sin ropa interior, y estaba descalza”



“¡Qué hermosa por dios! contame más”



“Le mandé un WhatsApp. Estaba con un amigo”.



“Pero pará, primero decime, ¿por qué no lo llamaste al vigilante?” le pregunté.



“Estaba de franco” dijo ella.



“Ajam, ahora seguí contándome, él estaba con un amigo ¿Y entonces…?



“Le dije que lo deje al amigo un rato, y que venga a cogerme. Pero obvio, apareció con el amigo.



“Contame cómo te cogieron, con detalles” ya no le estaba pidiendo, sino que le estaba ordenando.



“primero me agarró mi vecino. Es bastante bruto. Me tiró a la cama, me levantó el vestido, se bajó los pantalones, me agarró del cuello, y me la metió, primero despacio, o lo que para él es despacio, y después con fuerza”



“¿Y el amigo?”



“El amigo miraba”



“Contame todo”



“El vecino me cogía fuerte. Le gusta que lo mire a los ojos mientras me penetra. Me da un poco de miedo, pero me gusta. El amigo estaba a un costado, creo que se tocaba. Mi vecino me susurraba puta al oído, después me acabó en el clítoris, y ahí se acercó el amigo, y me metió la pija en la boca. Tenía la pija chica y peluda. Me la hacía tragar entera, y más de una vez tuve que escupir algún pelo que me había tragado…”



“Sos la puta más hermosa. Seguí contando”



“Eso mismo me dijo mi vecino. Date vuelta putita hermosa, me dijo. Yo me puse en cuatro. El amigo se acomodó para que se la siga chupando. Le gustaba acariciarme la cabeza cuando me la metía, y cada tanto me agarraba la cara, y hacía que lo mire. A todos los tipos les encanta la cara de nena que tengo. Mientras, mi vecino, me chupaba el culo, y me metía el dedo. Me preparaba para el anal. Me gusta que me hagan el culo, aunque nunca acabo así”



“¿Y pudiste acabar esa noche?”



“Sí. Después que me hizo el culo, descansamos un rato. Ahí me subí arriba de mi vecino. El amigo sólo servía para que se la chupe, creo que me acabó cuatro veces en la cara. ¿Te gusta lo que te cuento?”



“Me encanta. Contame cómo terminó”



“Estando arriba, manejaba yo la situación, salvo por el boludo del amigo que me seguía metiendo la pija en la boca. Y como estaba caliente, acabé enseguida. Después me cogió de nuevo, en cuatro, pero no por el culo. Me la metió bien fuerte, me gusta así. Soy una puta, no puedo estar dos días sin coger. Por favor no te conviertas en uno de ellos, vos sos bueno, por eso no quiero nada con vos.”



“Facundo es bueno, y es tu amante” Retruqué yo.



“Si, pero me trae problemas, además vos sos mi sobrino, está mal que me veas así”



Esto último era una gran mentira. Estaba seguro de que a tía Ana no le importaba en lo más mínimo nuestro parentesco. Ella simplemente no quería sumar a otro amante que la use a su lista. Ojalá la hubiese podido convencer de que yo era distinto, pero ni yo mismo me creía eso. Así que no dije nada al respecto, sino que seguí indagando en su vida privada.



“Ya sé a qué problemas te referís. ¿Aparecieron de nuevo los extorsionadores?



“Sí, piensan venir mañana. Me dijeron que me vista con un vestido floreado con el que me vieron en Facebook. Es mi vestido preferido, ojalá que no se les dé por arrancármelo a tirones como hacen a veces.”



Yo también la vi con ese vestido. La palabra más cercana que puede describirla es exquisita.



“siempre van a la tarde los pendejos ¿no? A la noche contame lo que te hicieron” Le puse.



“Sí, a las dos de la tarde. Hora de la siesta. Tengo que poner la música en el equipo para fingir que practicamos. Es una locura, quiero que se termine esto”



El detalle de la hora era invaluable, pero yo me hice el tonto y le dije.



“decime donde vivís, y yo les pongo los puntos a esos pendejos”



“No, no te metas. Vos no te metas, ya voy a salir de esto yo sola”



“Si cambiás de opinión decímelo por favor” le dije, enviando, a continuación, un emoticón con la carita triste.



Ya sabía lo que tenía que hacer. Iría hasta la dirección que había conseguido, rogando que sea ahí donde vivía mi tía. Me desharía de esos tres pendejos, e iría a visitar, finalmente, a mi tía Ana. Me gustaría pensar que me estaba comportando como un caballero, pero sólo había un motivo para enfrentarme a una situación tan peligrosa.



Llegó el día tan esperado. A pesar de que en los últimos meces nos habíamos hecho íntimos, desde la fiesta de fin de año, cuando la conocí, no volvimos a vernos. Estaba ansioso, y asustado. Lo que me proponía era incluso riesgoso para mi integridad física, pero no había marcha atrás.



Llegué al supuesto barrio de tía Ana. Pensaba llegar a la una, es decir, una hora antes, pero el colectivo tardó mucho, por lo que llegué a la una y media. Me quedé en la esquina del edificio en cuestión, en un café que estaba en el lugar ideal, desde donde podía ver claramente lo que sucedía afuera. Estuve con el corazón en la boca por quince minutos, hasta que vi, acercarse, por la vereda de enfrente, a dos chicos un poco menores que yo. Uno de ellos cargaba un violín. Se trataba de un rubio alto, y un gordo bastante corpulento. Sabía que los chantajeadores eran tres en total, pero Ana me había dicho que uno de ellos a veces no iba. Y estos tipos iban directo al edificio donde supuestamente vivía Ana, así que no podía ser una coincidencia.



Sería peligroso enfrentarlos en una pelea. Incluso uno sólo de ellos podría darme una paliza. Pero yo tenía una sorpresa en mi cinturón. Dejé la plata del café sobre la mesa, y me fui rápido a interceptarlos.



Apenas a veinte metros de su destino, me puse enfrente de ellos. Mi cara habrá estado desencajada, o habré hecho algún gesto de loco, porque el rubio ya me miró con extrañeza.



- ¿Qué querés flaco? – me dijo el gordo.



- A Ana no la van a joder nunca más. – les dije, en un susurro, con los dientes apretados.



- ¿Y vos quien sos, gil? – Me dijo el gordo, y se acercó a pegarme. Entonces yo, con las manos temblorosas, me levanté el pulóver, y mostré mi cinturón, de donde salía el mango de una pistola.



- Rajen, no los quiero ver nunca más por acá. – les dije, amenazante. Se me vino el alma al cuerpo cuando el gordo, aun así, se abalanzó hacía mí, pero en el momento exacto, el rubio lo detuvo, agarrándole el brazo.



- ¡Vamos, tiene un arma! – le dijo. Y el otro, recién cayendo en la cuenta, empalideció.



- Rajen. – repetí, envalentonado. Y vi triunfal, cómo esos dos corrían como rata por tirante.



Miré a todas partes. Nadie parecía haber notado algo extraño. La primera parte de mi plan había salido redonda.



Traté de tranquilizarme. Respiré hondo, logré disminuir considerablemente el temblor de mi cuerpo, y caminé hasta la entrada del edificio. No había vigilante alguno, sino el encargado del edifico con su uniforme gris. Tenía anotado el timbre que debía tocar, ahí donde vivía tía Ana. La idea era decirle la verdad: que me deshice de sus extorsionadores, que lamentaba entrometerme, pero quería cuidarla, y ya que estaba ahí, estaría bueno pasar a saludarla.



Pero corría el riesgo de que me diga que no. O de que baje, y me invite a tomar algo en la esquina, en un lugar no tan íntimo como su casa. Así que probé con otra alternativa.



Le goleé la puerta al portero, y le hice señas para que me abra. El señor, un canoso muy amable, me abrió. Estando en el hall del edificio le dije.



- Hola, que tal, voy al departamento de Ana, a una clase de violín.



- ¿Y los otros chicos no vienen? – Preguntó, intrigado.



- No, hoy no. – contesté. Con una sonrisa nerviosa.



- Ah, dale, pasá - me dijo, el portero negligente, haciéndome el favor más grande de la vida.



La puerta del ascensor se abrió, como si se abrieran las puertas del paraíso. Llegué al piso de Ana. Fui hasta su departamento. Cuando estuve a punto de tocar el timbre noté que la puerta estaba entreabierta. Me pareció extraño, pero no llegué hasta ahí para acobardarme en el último momento. Empujé la puerta y entré.



Otra vez las palabras quedan pequeñas ante semejante belleza. Ana llevaba el vestido floreado con el que yo, y los chantajeadores la vimos en una foto de Facebook. Era de color azul y rojo, con los hombros desnudos. Y un cinto angosto color marrón rodeándole la cintura. Esta vez su pelo rubio estaba suelto. Su carita de nena hermosa se vio transformada por el asombro cuando me vio entrar.



- ¿Qué hacés acá? – Me preguntó, y se le escapó una sonrisa nerviosa.



- Vine a verte. - Respondí.



- Pero vos sabés que espero a alguien. -me reprochó. Claro que lo sabía. Esperaba a tres tipos (o dos), que venían a abusar de ella.



- No te preocupes, no te van a molestar más. -Le prometí.



- ¿Qué hiciste?



Como respuesta levante mi pulóver. Cuando vi su cara de espanto, le dije.



- Es de juguete. – Y acto seguido la saqué del cinturón para mostrársela.



- Estás loco. - Me dijo con una sonrisa. Esta vez se veía alegre.



- Loco por vos.



Ella estaba parada en el centro del living. Yo me acerqué. Me arrodillé sobre la alfombra. La abracé.



- Estoy loco por vos. – Repetí. Dándole besos en el ombligo. Sintiendo su perfume.



- No, pará, por favor. - rogó ella – Si me querés ándate, por favor, yo no estoy bien de la cabeza.



Pero yo estaba embriagado con su cuerpo. Mis manos, bajaron de la cintura, y comenzaron a recorrer las formas de sus nalgas.



- Por favor…- repitió ella.



Me levanté, le di un beso en los labios. Se los mordí, y le metí la lengua en la boca. Ella me acompañó en el beso, y frotaba su pelvis con mi sexo duro.



- Vos solo me querés coger, como todos. - me dijo, una vez que separó los labios, con la mirada triste.



- Yo te amo tía. – le dije tía por primera vez, y me gustó como sonaba. Le di otro beso, sabía dulce. Metí la mano por debajo del vestido, y me perdí un buen rato en esa textura deliciosa. Mis dedos recorrían toda esa redondez, mientras ella, por fin cedía, y me acariciaba la verga por encima del pantalón.



- ¡no, soltame! – dijo de repente. Y se alejó de mí. – Si me cogés, vas a ser como todos los demás, y te voy a odiar. Tenés dos opciones: seguir siendo mi amigo, y ser una de las personas más especiales en mi vida, o cogerme y ser un hijo de puta más. Si decidís cogerme que te quede claro que va a ser contra mi voluntad.



Pobre tía Ana. No había manera de que con la calentura que tenía, me vaya de ahí sin nada a cambio. En ese momento estaba hecho un animal, así que de las dos opciones que me daba, no había mucho que considerar.



- Prefiero cogerte. – le dije. Ella me miró resignada. Me acerqué, la besé con rabia. Metí de nuevo la mano debajo del vestido, y le arranqué la tanga de un tirón. La llevé hasta el sofá, me acomodé y le ordené – chúpame la pija. -enseguida me bajó el cierre del pantalón y el calzoncillo, y se metió la pija, ya mojada, en la boca.



Era la primera mamada que me hacían, y era tan rico como todo el mundo dice que es. La lengüita de tía Ana recorría mi sexo mojado con movimientos expertos. Nadie diría que ese pete lo estaba haciendo alguien que estaba siendo obligada. Enseguida acabé. Ensucié su carita perfecta con mi semen, y se vio más hermosa que nunca.



Después metí mi cabeza adentro del vestido, y empecé a saborear su trasero. Era tan rico, que era muy difícil dejar de hacerlo. Pero mi tronco ya estaba duro de nuevo. Ella sacó un preservativo de algún lugar, y me ayudó a ponérmelo.



- ¿Así está bien? – me preguntó, cuando se puso en cuatro sobre el piso, y se levantó el vestido hasta la cintura, mostrando el culo desnudo.



- Así estás perfecta. – le contesté, mientras me arrodillaba, para apuntar mi misil hacia su cráter húmedo y oloroso. Me sorprendió la facilidad con que entró. Tía Ana gimió de placer.



- ¿Te gusta?



- Si, me gustan las pijas. – me contestó, con una voz felina. La embestí un buen rato, agarrándola de las caderas. Luego me agaché más y le estrujé las tetas, mientras la penetraba con embestidas cortas y rápidas. Esta vez aguanté más. En medio de la culeada, me sorprendí cuando ella, luego de algunos movimientos pélvicos, acabó. Se retorcía en el piso, mientras yo seguía bombeando buscando mi propio orgasmo. Este segundo polvo salió con mucha más potencia, y liberó mucho semen adentro del preservativo.



- Vamos a la cama, el piso me lastima las rodillas.



Me dio vergüenza saber que, en mi calentura, me había comportado con un desinterés total por ella.



- Si mi amor, perdóname, vamos a la cama. – le dije. Su carita hermosa me dio mucha ternura. La acaricié. Todavía estaba pegajosa por mi semen. Le di un beso en la boca.



Fuimos a la cama. Mi tercera erección ya tenía destino.



- Así que te gusta por el culo. – le dije, dándole una nalgada. Ella no dijo nada, se quitó el vestido, quedando completamente desnuda, y se puso en cuatro nuevamente.



Esta vez mi pene no entró con facilidad. Aunque por tratarse del culo, me sorprendió lo dilatado que estaba. Se la metí, sintiendo la presión en mi glande. Ella gimió y empujó instintivamente su pelvis hacia adelante. Se la metí de nuevo. Me gustaba hacerla gritar. A la tercera penetración, ya tenía el cuerpo pegado al colchón. Entonces se la seguí metiendo, despacito, centímetro a centímetro.



- Realmente sos la puta más hermosa, tía. – le susurré al oído, cuando ya le había metido la mitad de mi tronco adentro. Ella sólo contestó con otro gemido. Seguí metiéndosela, hasta que mis bolas chocaron contra sus nalgas. En un momento ya no pude más, y acabé adentro de su culo. Quedó recostada boca abajo, en silencio, agitada. Luego se levantó sin siquiera mirarme.



- Andate por favor, que enseguida viene Facundo. – Me rogó mientras iba al baño.



- entonces ahora, para vos soy un hijo de puta. – le dije.



- Si.- contestó Ana.



- Pero puedo seguir cogiéndote.



- Si me obligás, sí. – y después, como recordando algo, agregó. – espero que esos pendejos no me molesten más, sino, no me vas a tener nunca más.



- Puedo venir a verte a la hora que venían ellos. – sugerí.



- está bien, pero vas a tener que pagar la clase.



- ¿traigo un violín?



- No lo vamos a necesitar.



Fin del capítulo 8


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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