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Ana 6: desencadenada (Parte 3)

La idea fija de cogerse a Federico, el tipo de seguridad del edificio, y a Ramiro, el cadete del supermercado seguía en la mente de Ana. Al cadete ya lo tenía comiendo de su mano. Se había enojado con él porque la última vez que le hizo la entrega no insistió lo suficiente. Pero la próxima vez no podría resistirse. En cambio, con Federico, la cosa era diferente. Hablaban con frecuencia, aunque sólo unos minutos, pero casi todos los días intercambiaban alguna que otra palabra, y de a poco, lo iba conociendo. Tal como había supuesto, era un hombre fiel y de convicciones rígidas. En ningún momento ella se sintió suficientemente cómoda para insinuársele, porque el tipo, si bien era muy simpático, ponía una barrera invisible que no le permitía acercarse más.



Una noche, llegando al edificio después de un ensayo, conoció a la mujer de Federico. Los saludó a la distancia, no quería que la mujer supiera que existía cierta confianza entre ellos. Con una sola mirada, se dio cuenta de varias cosas: primero, por la cara de estúpido de él, se notaba que estaba perdidamente enamorado. Segundo, por la panza de ella, era evidente un embarazo avanzado. Esto último podría tener un lado positivo, ya que muchas mujeres con embarazo tan avanzado no mantenían relaciones sexuales. Sin embargo lo tercero que observó le hizo ver que esto no se aplicaba en aquella mujer, y es que se trataba de una hembra extremadamente hermosa y sensual. Pocas mujeres podían rivalizar con la belleza de Ana, y ella era una de estas raras excepciones. Se trataba de una morocha de pelo lacio y largo, con tatuajes en los brazos. La piel era casi tan perfecta como la de Ana, lisa, solo interrumpida por un lunar encima del labio grueso que resaltaba su belleza. Los ojos azules brillaban impresionantemente. Ana la odió. Y también comprendió que Federico sería un hueso duro de roer. Con semejante mujer le quedarían pocas energías para coger con otras. Porque aquella mujer exudaba sexualidad. Sus tetas, seguramente grandes en circunstancias normales, estaban enormes, llenas de leche materna. Su culo, era enorme, pero mantenía su forma redonda y parada. Era de esas mujeres que se veían aún más hermosas estando encinta. No vestía ropa de embarazada sino un vestido sensual que apenas retenían semejante exuberancia. Estaba segura de que esa mujer satisfacía al Vigilador, ya sea haciéndole un pete con esos labios carnosos, o estrujándole la pija con las tetas. Ana se dio cuenta que había algo positivo en todo esto, y era que, en definitiva, Federico era un hombre mucho más sexual de lo que imaginaba. Para mantener contenta a esa bomba sexy debía de coger muy bien. Pensaba en todo esto mientras subía al ascensor. Estaba muy excitada, apenas llegó a su departamento, se tiró en el sofá y comenzó a masturbarse. Mientras se tocaba pensaba, convencida, que pronto tendría a Federico entre sus piernas.



Es de noche y Ana vuelve caminando hasta su departamento. No quiso sacar el auto porque teniendo el subte le convenía viajar así. Desde que salió de la estación Los Incas, para caminar las cuatro cuadras para llegar a casa, un tipo comenzó a seguirla. Ya estaba acostumbrada a eso, así como también a los piropos subidos de tono que le gritaban todos los días, pero de todas formas sintió un poco de miedo, y apuró el paso.



—Que inda sos mamita. — dijo el acosador. Le dio algo de gracia. ¿Acaso el tipo pensaba que ella le respondería?, o más aún ¿creía que en ese encuentro fortuito había posibilidades de tener sexo casual? — ¡ay que lindas burras! — dice el tipo. Los hombres son tan imbéciles, piensa ella. El hombre la sigue, pisándole los talones. Ella casi trota a pesar de estar usando tacos. Las cuatro cuadras se le hacen eternas. Cuando por fin llega a su edificio, ve con alivio que Federico se encuentra en su puesto.



—Ese estúpido me está persiguiendo. — le dice, agitada.



El acosador sigue de largo y se borra de la vista de ambos.



—¿estás bien? — pregunta él.



—Si, gracias, me salvaste. No sé qué hubiese pasado si no había nadie acá cuidando.



—Bueno, no hice nada. — le contesta él.— no te preocupes, boludos como él hay en todas partes, no hacen nada más allá de molestar.



—Bueno. Igual gracias de nuevo. — dice ella, pensando que Federico no conoce a los hombres tan bien como ella. — ¿te tenés que quedar toda la noche acá? — pregunta, cambiando de tema.



—Si, hasta las siete de mañana.



—Uy pobre — intenta empatizar ella. — bueno, si necesitás algo, tócame el timbre. Voy a estar desvelándome con Netflix.



—Jaja bueno, gracias. — responde él.



Federico no le tocó el timbre, pero ella si a él. Le habían traído la ropa de la lavandería mientras no estaba, y la dejaron en portería. Cuando llegó asustada por el acosador, se olvidó por completo de que tenía que llevarse la bolsa. Mejor para ella, tenía la excusa ideal para recibir una visita del Vigilador.



—Hola, perdona que te moleste de nuevo. — le dice, a través del intercomunicador. — ¿me harías un favor?



—Si, claro. — dice él.



—Me subirías la bolsa que está ahí a mi nombre. Me olvidé de pedírtela hoy y no quiero bajar en pijama.



—Si, no hay problema. Ahí te la subo.



Enseguida sonó el timbre. El pijama de Ana era un short de gimnasia y una remera musculosa.



—Disculpá que te moleste.



—No pasa nada. En realidad yo también me había olvidado de entregártela. — dice él.



—¿querés tomar algo?



—Mmm bueno, un vaso de agua.



—Pasá. — le dice Ana. Él duda. No quiere dejar la portería mucho tiempo sola, pero finalmente atraviesa el umbral.



—Lindo departamento. — comenta, sólo por decir algo. No es como la mayoría de los hombres que retienen su mirada en las nalgas o las tetas, sino que la observa en su totalidad desde cierta distancia y retiene la imagen para rememorarla cuando quiera. Por eso puede disimular la obnubilación que le produce aquella mujer. Cuando conquistó a Cecilia, su joven esposa, creyó que nunca se iba a sentir atraído por otra, y de hecho así fue por varios años, porque Cecilia además de ser bella, era una diosa en la cama. Cogían con frecuencia, y cada vez que lo hacían era como la primera vez. Incluso ahora, en sus siete meses de embarazo, le da una mamada diaria, o bien hacen la turca. Pero ahí estaba esa petisa despampanante que le hacía dudar sobre su propia personalidad. Porque la lealtad era algo innato en Federico, ya sea con sus amigos o familia, y la fidelidad a su esposa no era más que una faceta de ese rasgo tan característico suyo. Sin embargo, ahí estaba, cayendo en la trampa de Ana, quien hace rato le venía tirando onda, mientras él resistía estoicamente.



— ¿Qué pasó? Te quedaste mudo. — le dice ella mientras le sirve el vaso de agua. — ¿no te querés sentar?



—No. Ya tengo que bajar. — dice él, y se toma de un trago el líquido. — bueno, muchas gracias. — le dice, entregándole el vaso. Ella hace un puchero, pero no se le ocurre otra excusa para retenerlo.



—Bueno. Gracias, y disculpá de nuevo la molestia.



—No es nada. Estoy a tu servicio.



Se fue dejando a Ana más caliente que nunca. Y para colmo su vecino había viajado de nuevo por el año nuevo. Tuvo que conformarse con masturbarse de nuevo. Pero ya lo atraparía. Lo enloquecería con su sexo salvaje, y arruinaría su relación con la puta de su novia, lo juraba.



Al otro día, todavía caliente, decide hacer de nuevo el pedido al supermercado. Espera que este hecho avive al idiota del cadete y entienda que es un gesto de asentimiento a su avance del otro día.



No se produjo tanto como la última vez, pero con el short de jean, que apenas la cubría, la remera blanca de cuello V, y la ausencia del corpiño, debería ser suficiente.



—Hola. — saludó Ramiro más sonriente que nunca. Se veía lo feliz que estaba de volver a verla. Seguramente pensaba que esta vez no le negaría el beso, pero ella quería mucho más que eso. No es que el cadete le resulte muy atractivo, pero había elegido jugar con él, y quería cumplir lo que se propuso.



—Hola ¿Cómo estás? — lo saluda sonriente. Se da cuenta que el chico está un poco desconcertado por la actitud de ella, como si lo de la otra tarde no hubiese pasado. Se va a la cocina y deja, en silencio la mercadería sobre la mesada. Ana nota, mientras él apoya las bolsas, que sus manos tiemblan.



—¿Qué te pasa, me tenés miedo? — le dice burlona.



—No. Es que no sé cómo actuar con vos. — le contesta él.



—Jaja bueno, no pienses tanto. — dice ella. Lo mira de arriba abajo, deteniéndose en su bragueta. No nota ninguna hinchazón— bueno, al menos hoy estás tranquilo, no tengo que temer que me quieras violar.



—Perdón. — dice él nuevamente. Ella teme que el imbécil se acobarde de nuevo así que trata de tranquilizarlo.



—No te preocupes, si estuviese enojada compraría en otro supermercado.



Entonces el cadete se le acerca, y le da un beso en la boca, un pico. Ella abre la boca y él le mete la lengua, se la masajea con suavidad, la abraza, le acaricia el culo por encima del jean.



—Bueno, esto querías ¿no? Ya tenés tu propina, te podés ir.



Pero Ramiro la abraza de nuevo y ella siente su erección. Entonces lleva su mano hasta el miembro del cadete y comienza a masajearlo por encima del pantalón, sintiendo como se hace cada vez más duro.



—Tengo que volver enseguida, o me van a cagar a pedos. — dice Ramiro, mientras lleva una de sus manos hasta las tetas de Ana y comienza a jugar con ellas, y sus labios bajan hasta el cuello fino. Le encanta su olor y la suavidad de la piel, tanto como la firmeza de los glúteos y las tetas. — tengo que volver — repite, preocupado porque en el supermercado lo despidan por retrasarse tanto. Estaba en período de prueba y no podía cometer errores. Pero no puede parar de besarla y acariciarla y su pija ya está tan dura que la razón lo está abandonando.



—No no no, vos ahora no te vas a ningún lado. — le dice ella, perversa, sabiendo en los problemas en los que lo puede meter. Se agacha, poniéndose en cuclillas. Y ante la mirada estupefacta de Ramiro le baja el pantalón con cintura elastizada al mismo tiempo que el bóxer, para llevarse hasta su boca, que se abría despacio, como en cámara lenta, el miembro hinchado.



—Aaaah! dios, que hermosa que sos. — gime el cadete de placer. Ya no le importa nada más que esa mujer que tiene abajo mirándolo a los ojos, mientras le chupa la pija con pasión. Se nota que es experimentada. Pocas mujeres saben lo mucho que excita a los hombres el contacto visual durante la mamada, y eran muchas menos las que lo hacían. Pero Ana existía para el sexo y sabía cómo satisfacer a los hombres.



—¿querés irte? — le pregunta antes de lamer de nuevo el tronco, saboreándolo en todo su extensión, para llegar al glande. Se concentra un rato en la cabeza, saboreando el líquido pre seminal. — si querés irte, lo dejamos así, jajaaja. — se burla Ana, mientras lo pajea.



—No mi amor, no pares. — dice el cadete, ya sin pensar en su trabajo, apresado entre la mesada, donde apoya el culo desnudo, y la mujer que está a sus pies.



—¿Te gusta así? — pregunta y sigue mamando.



—Si mi amor, no pares, por favor no pares.



—Quiero tomarme tu leche. — dice Ana, reanudando el contacto visual.



Ramiro se siente en una película porno. Siempre pensó que esto pasaba sólo en esos filmes, pero ahí estaba él, siendo peteado por una clienta en horario de trabajo.



Ana sabe acelerar y retrasar la eyaculación de los hombres, y los masajes que le hace al cadete, así como la frecuencia con que chupa cada parte del miembro, es para que el sexo oral dure el mayor tiempo posible. Sin embargo sus mandíbulas ya se están cansando, y además quiere ser penetrada, así que comienza a pajearlo con intensidad.



—Quiero tu leche pendejo. — dice, y abre la boca frente al glande, esperando el escupitajo blancuzco.



—Aah! Aah! si, ¿querés la leche? ¡Tomá! Aaaaah  aaaahah aahaaah.



Ana se traga hasta la última gota, y le estruja la pija para que salgan los últimos restos de semen, se la lleva de nuevo  ya fláccida a la boca y traga otra vez el líquido viscoso.



Se va al baño a enjugarse la boca. Se da cuenta que desde que llegó Ramiro, pasaron como mucho media hora, no estaba segura de si lo iban a despedir por ese tiempo. Se había prometido vengarse de los hombres, y en cambio, el cadete se iría victorioso, le contaría a sus amigos de la inesperada mamada, y quizá ni siquiera tendría problemas en el trabajo. No podía permitir que eso ocurra. Cuando sale del baño él la está esperando con el carrito al lado de la puerta.



—Bueno hermosa me tengo que ir, pero seguimos en contacto, te dejo mi Facebook. — le entrega un papel donde anotó una dirección de correo electrónico. — fue hermoso lo de recién, pero si no me voy ahora me van a echar a la mierda.



Como respuesta Ana se saca la remera, quedando en tetas.



—Uy mi amor, no me hagas esto, por favor. — suplica Ramiro. — en un par de horas termino y paso a verte de nuevo.



Ella le da la espalda. Da varios pasos en dirección a su cuarto. Se quita el short, y lo tira al piso. Gira para ver la cara de desesperación de su víctima.



—Si no me garchás ahora, te juro que no lo hacés nunca más. — amenaza. Avanza unos pasos más y antes de entrar al cuarto, se saca la tanga, dejándola también en el suelo.



Ramiro quedó petrificado, pero sabe que está perdido, no hay manera de que no entre al cuarto a cogerse a tremenda hembra.



Se olvida de su trabajo y de todo el mundo y avanza por el camino dibujado por las tres prendas, el camino que lo llevaría hasta el placer.



Entra al cuarto. Ella está esperándolo en cuatro, ya dispuesta a ser penetrada.



Gira la cabeza manteniendo la postura de perra.



—¿te gusta así? ¿o querés cogerme de otra manera?



—Me encanta así. — le responde. Entonces se desnuda por completo y se monta en esa yegua indomable. Están un buen rato sacudiéndose en esa posición, hasta que ella le ordena que se ponga abajo, y se monta en él, metiéndose la pija despacio, engulléndola por completo con su vasto sexo. Entonces se hamaca a su gusto.



—Mmm no te muevas. — dice cuando él intenta tomar el control de la situación. — mmmhhh mmmmmhh. — gime. Le aprieta el pezón mientras se balancea, descubriendo que es de los hombres a los que les gusta. Entonces se agacha y le da un mordisco.



—Ay mi amor, que linda sos. Sí. Mordeme ahí.



Ella lo complace, pero enseguida vuelve a su posición, quiere acabar. El cadete queda apresado un buen rato, inmóvil, a merced de los caprichos de esa loca hermosa, de la misma manera que muchas veces ella quedó a merced de tantos machos. Sólo que él se siente en el cielo. Ana acaba, se retuerce, arquea la espalda, se inclina hacia él y le da otro mordisco en el pezón mientras goza de los últimos instantes del orgasmo.



Cogieron dos veces más. Pasaron casi tres horas desde que Ramiro entró al departamento. El portero le tocó el timbre porque del supermercado estaban preocupados porque no volvía y tampoco contestaba el celular. Estaban a punto de llamar a la policía, así que el cadete llamó inventando una excusa, pero sabía que no le iban a perdonar. No le importó porque estaba con Ana. El chico se quedó un rato más hasta que el portero fue relevado por el Vigilador, o sea Federico. Este último no sabía nada sobre la desaparición del cadete así que no se extrañó cuando lo vio salir del edificio para no volver nunca más.



Continuará.


Datos del Relato
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