El drama televisivo, felizmente acabó para Montse, quién por culpa de la impaciencia que la dominaba en querer saber lo que aquella tarde ocurrió a su hermana, había perdido todo interés por lo que pasaba en la pequeña pantalla. La familia Valdivieso, al completo, se retiró a las habitaciones. En cuanto las hermanas se recluyeron en la habitación que compartían, Montse, mientras se desvestía, explotó:
--¿Con quién has estado? ¿Era guapo? Cuéntame.
Helena, entretanto, se había desprendido de
bata de felpa, que era la única prenda que la cubría, y completamente desnuda se tendió y arropó en su cama
--Con un multimillonario, que no estaba nada mal. ¡Me ha desvirgado!
--¿Qué te ha desvirgado? --Interrogó Montse estupefacta, abriendo unos ojos como platos. Había acabado de desnudarse, y acercándose a la cama de su hermana, la empujó para que le hiciera puesto a su lado. ? Déjame sitio, así podremos hablar sin que papás nos oigan.
Cuando estuvieron aposentadas, con los cuerpos pegados por la estrechez del somier, Montse, dudando que fuera cierto lo dicho por su hermana, le espetó:
-- ¡No es verdad! Lo dices para hacerte la interesante.
--¿Quieres convencerte? Prueba tú misma. Pon el dedo, y verás como no hay nada que lo impida.
Montse, guiada sólo por el afán de conocer la verdad, no lo dudó un instante, y llevó su mano sobre el sexo de Helena e introdujo todo el dedo índice sin tropezar con ningún obstáculo.
--¡Pues es verdad! --Confirmó después de la experiencia.--Cuéntame, ¿cómo ha ocurrido?
Helena no se hizo de rogar. Desde el mismo momento de hacerlo, le habían quedado unas ganas locas de explicarlo a su hermana, para que se enterase de que ya era una mujer hecha y derecha. Con todo cúmulo de pormenores narró de principio a fin toda la iniciación, explayándose en la descripción de los detalles anatómicos del pene, el dolor que le causó la rotura del himen, y el placer inconmensurable del orgasmo. Tan sólo en la descripción del desflorador no estuvo muy veraz. Para epatar a su hermana, lo pintó como un galán de cine, sí bien un tanto otoñal. Cuando sabía perfectamente que era la antítesis de lo que contaba. De pronto, se interrumpió, para decirle a su hermana:
--Mueve un poco el dedo.
Montse, que durante todo el tiempo en que habló Helena, había conservado la mano sobre la pelvis de esta y el dedo índice metido en la vagina, le preguntó:
--¿Es que te gusta que te lo haga?
--Sí. Procura meterme otro más y állate.-- Y empezó a mover las caderas, mientras ronroneaba como gata en celo.
Montse obedeció diligente a la insinuación de su hermana. Ducha como era en masturbarse, barrenó con ahínco con los dos dedos en la mina horadada. Mientras, con la palma de la mano mesaba con deleite el clítoris, sabiendo por experiencia que era el punto más vulnerable. El desenlace no se hizo esperar. Helena, ahogando con esfuerzo el grito feroz que pretendía escapar de su pecho, se contrajo en forma de cuatro, mientras sujetaba prieta sobre su sexo la mano de la pequeña oficiante.
Al cabo de un rato, en que ambas sin alterar la posición quedaron calladas, Montse, como la cosa más natural del mundo, le pidió a su hermana:
--¿Porque no me lo hacer ahora a mí, como te lo ha hecho Estanis?.
--¿Con la boca, quieres decir?
--Sí
--Pero, ¿te has duchado?
--Lo hice, como todos los días, al llegar a casa.
--Bueno, en ese caso, sitúate arriba de la cama.
Y cuando estuvo en posición en la cabecera de la cama, con los muslos bien separados, Helena, como ambas habían contemplado tantos viernes y sábados en las madrugadas del canal plus, inició el trabajo lingual. Pronto, la beneficiaria, empezó a gimotear, al tiempo que los incontenibles espasmos de que era presa hicieron gemir el lecho como si se desbaratara.
Después de tan consuntivos embates, tiernamente abrazadas las dos hermanas, quedaron sumidas en el más dulce y reparador de los sueños.
(Continuará)