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"Ana y laura tienen una relación peligrosa y especialmente placentera."
Pero… una noche sintió el carro de su marido entrando en el estacionamiento de su casa… abrió los ojos desmesuradamente para indicarle con esta seña que prestara atención, pues algo pasaba…
No podía gritar, hablar o moverse… la mantenía amordazada y amarrada con unos mecates de sisal de cada muñeca y de cada tobillo a cada una de las patas de la cama.
Estaba como una estrella de mar abierta y con un pañuelo le había clausurado la boca para ahogar sus gritos y quejas.
Ya iba a comenzar con sus ociosidades cuando se dio cuenta, por los desesperados gestos de su víctima, que ella había escuchado algo que le indicaba que su marido había llegado… le pedía que la soltara.
Trató de desatarla.
Los nudos estaban fuertemente aferrados y el sisal es difícil para desenredar. La había atado con fuerza y no era tarea fácil deshacer los lazos. No había tiempo. Decidió dejarlo así. Que se quedara amarrada. Huiría.
Antes de hacerlo, se montó encima de su cuerpo desnudo, le colocó su sexo cerca de su boca para que lo oliera...y le dijo cerca del oído amenazante: -cuidadito con lo que dices… Inventa algo bueno ¡Cuidado, perra!
Sin más, le dio un mordisco en los labios y una sonora cachetada que le volteó la cara y le hizo brotar las lágrimas por el ardor que le produjo el golpe muy cerca del ojo.
Arrancó a correr cual gacela perseguida, trepó la pared del patio trasero y se refugió en su vecina casa. Ella quedó allí: desnuda, amarrada y amordazada.
Él fue quién la desató.
-Ana… esos juegos de ustedes parecen vainas de lesbianas… ella parece sádica y tú una masoquista…
Ella ya se había sentado sobre el colchón sobándose los lugares donde las cuerdas la habían dañado:
- ¡yo no soy ninguna lesbiana! Gritó… ni sádica ni masoquista… ¡no jombre!... -se levantó y comenzó a recoger su ropa regada- ¡es esa loca del coño, con sus juegos tan pesados!
-¡coño! No te juntes más con ella, no dejes que te visite más… le dijo él mientras la ayudaba a recoger su ropa y arreglar el desorden.
-¡coño, Alejandro…! Se salta la tapia y me sorprende… es más fuerte que yo… ella no es mala ¡es una pasada!... tú sabes que es como mi hermana, somos vecinas desde que nacimos… ella, antes, no tenía la maña de esos juegos… eso es ahora… son juegos pesados pero inofensivos… no sé qué hacer a veces…
Le daba explicaciones que ya él conocía de memoria, sin mirarlo y manteniéndose desnuda para tratar de que él desviara sus pensamientos hacia otra área…
-bueno, Ana, resuelve tú… es tu problema… te puede hacer daño… te puede traer complicaciones… habla con ella… ¿qué hay de comer?
-¿Qué va a haber, pues, no estás viendo?... que me dejó amarrada allí hace como una hora… hasta me quedé dormida… antes de irse, me dijo muerta de la risa que ya regresaba y me dejó allí… dormí hasta que el ruido del carro me despertó… ¡qué vaina!... así que comida: na nai, na nai, mi amor.
Ana lo miraba de reojo a ver si notaba en su expresión alguna señal de incredulidad: -¡total!-completó- es la primera vez que lo hace… por eso me sorprendió con su mal jueguito… llévame a cenar afuera -le pidió con vocecita de angelito mientras se le colgaba al cuello y restregaba contra el suyo su cuerpo semidesnudo pues ya se había cubierto con su leve pantaleticas y su bonito brassiere -¡anda! Le pidió dándole un beso en la boca, ¡anda! Y así paso el mal rato… ¿sí?
-está bien, vístete, le contestó él que no le había dado mucha importancia al asunto -esas carajitas eran medio locas, pensó divertido pero manteniendo la cara seria-
-Alex, mi amor, le suplicó ella mientras se vestía, no le vayas a decir nada a Laura… deja que yo lo arregle… ¿ah, papi?
-si sigue con esas vainas -amenazó él sin mucha convicción en la voz- se lo voy a decir a Armando…
Armando era el marido de Laura.
-esas son vainas entre nosotras, reaccionó ella quien ya se había terminado de vestir, no lo metas a él… él no es tan bello y comprensivo como tú -le halagó zalamera- ¿te gusta este vestido, papi, o quieres que me ponga otro…? Tú eres mi rey…
VECINAS DESDE SIEMPRE
Eran vecinas de toda la vida, se habían criado juntas, ambas tenían veintinueve años (Ana era mayor que Laura por dos meses) entre ambas guardaban más secretos que las cuartetas de Nostradamus. Sólo eran leales a ellas. Su conducta era atípica y tenían un sistema de comunicación que les era propio.
Ana había desarrollado su sexualidad en base a la de Laura. No eran lesbianas ni se consideraban como tales, pero cualquiera que tuviera conocimiento de su relación no pensaría así.
Descubrieron su sexualidad entre ellas.
Ana, el día que tuvo su primera menstruación -que fue dolorosa y profusa como todas las que le siguieron- se encerró con Laura en su “lugar secreto” y allí Laura fue testigo con su cara a pocos centímetros de la vagina de Ana -que se retorcía de dolor y tribulación- cómo los cuajarones sanguinolentos bajaban desde su matriz y con la punta de un dedo les facilitaba la salida.
La mano libre atenazaba la de Ana para que a través de ella descargara, o más bien, le transmitiera, la sensación dolorosa. Ese día debido a la gran excitación, que le contrajo su vagina, Laura tuvo su primer orgasmo de verdad, verdad… sin ni siquiera tocarse.
La siguiente luna, le tocó a Laura. Se desangró delante de Ana. Su profusión sanguinolenta no fue tan abundante ni tan dolorosa: eso la desesperó, pues esperaba sufrir tanto como su amiga.
Ana observaba sin tocarla. Sólo aspiraba el olor ferroso de la sangre que salía a borbotones.
Laura hubiera pagado por sentir el dolor lacerante -que por los gestos de su amiga supo- que Ana había padecido. Ese deseo no se le cumplió a pesar de que lo esperó con ansiedad. Para vengarse de la felicidad que le había tocado a su amiga y a ella no, al verle la cara tan cercana a su sangrienta vagina, la agarró por la nuca -de repente- y enterró su cara sorprendida en su sangrante grieta.
Se la restregó con saña y cuando la soltó la faz de Ana era un espectáculo de sangre, sudor y lágrimas. Laura reía a carcajadas burlándose y celebrando lo que había hecho.
De repente un fuerte orgasmo la sorprendió y en cuestión de instantes su faz cambió de la de burla, a la deformada por el placer.
LAURA Y ANA
Laura era morena clara, cabello encrespado, alta, de cuerpo fuerte y grueso; curvas pronunciadas con tendencia a la gordura, nalgas grandes y vagina oronda.
Ana, en cambio, catirita de pelo lacio, bajita, bella de cara, cuerpo delgado de figura perfecta y elegante... su vagina parecía la de Barbie.
Habían tenido varios novios pero no se dejaron desvirgar por ellos, no porque tuvieran algo contra eso, sino porque ninguna de las dos tenía una razón que las convenciera de hacerlo.
Besos y manoseos sí hubo a granel, muchos dedos llegaron hasta la entrada, pero no se dejaron penetrar.
Ambas se contaban sus impresiones y sensaciones lo más detalladamente posible. Ana gozaba más con sus parejas masculinas cuando estas le chupaban los senos y Laura, cuando le mordían los labios.
Laura se dejaba meter el dedo “por detrás” porque disfrutaba del dolor.
Un día así como así, decidieron desvirgarse entre ellas.
VAMOS A DESVIRGARNOS
Lo prepararon todo cuidadosamente. Se encerraron en su lugar secreto una noche en la que sus padres habían salido a una fiesta.
Nadie las molestaría. La primera sería Ana, después le tocaría a Laura.
Días antes del rito, habían preparado unos tacos de palos de escoba que recortaron meticulosamente y a los que les lijaron los bordes; los recubrieron con varios condones bien sujetos para que el roce disminuyera. El taco de Laura -para que tuviera mayor grosor- llevaba un trapo enrollado bajo los condones, agregaron al botiquín de desvirgamiento un frasco de aceite de oliva y todo listo.
Esperaron la fecha de la fiesta con calma y determinación.
Ninguna de las dos pensaba en tener un acto sexual en regla con placer, orgasmo y requiebros de cadera ¡No! Lo único que esperaban era experimentar conscientemente la angustia de la pérdida de la virginidad. Esperaban algo mecánico y en total intimidad, entre ellas, para describirse lo que sintieran, para aprender y quizá en el futuro, practicarlo con otras si resultaba placentero y atractivo.
Sería divertido ver sus propias sangres fluyendo y saber si dolía tanto cómo decían. Eso era todo.
Ana, cuando estuvo en posición para comenzar el proceso desvirgatorio, le dio tan poca importancia al hecho en sí, que se había dejado la camisa, pero Laura le aconsejó que se despojara de ella para que no la fuera a manchar si la sangre chispeaba, pero ella se negó porque la noche era fría.
En ese momento tenían casi diez y ocho años y sus cuerpos eran desarrollados y atractivos.
Ana se abrió de piernas sobre la mesa que habían escogido por su altura y resistencia. Sostuvo sus labios vaginales bien abiertos con sus dedos para facilitar la maniobra de Laura que mantenía su cara a pocos centímetros de la boquita de su vulva a la que ya apuntaba con la estaca aceitada con la esencia de la fruta del olivo.
Comenzó a empujar.
-estoy un poco seca, le dijo Ana, has debido chuparme un poco antes… échame un poco más de aceite.
Laura rebañó el taco en aceite de oliva pero antes de volver a ponerlo en posición le pasó la lengua varias veces por el clítoris para excitarla un poco.
Volvió a empujar: En ese momento comenzaron sus verdaderas vidas sexuales.
Ana al sentir el dolor abrió la boca y los ojos y le colocó una mano en el hombro para tratar de limitarla: -¡cuidadito que duele mucho!
Laura sintió un ramalazo de placer cuando oyó la súplica de su amiga, muy parecido al que había sentido cuando en el momento de su primera menstruación había estado con su cara cerca de la salida de los flujos de Ana y había percibido su dolor a través de sus lamentos.
Pasó uno de sus fuertes brazos por detrás de sus nalgas y la prensó atrayéndola hacia sí con fuerza y determinación para que no pudiera escapar.
Impulsó con fuerza el taco hacia adentro. Ana gritó con fuerza: ¡coño, así no! ¡Así no! Le templaba el cabello con desesperación y trataba de zafarse pero Laura era muy fuerte y decidida.
El palo había avanzado progresivamente en su interior y Laura no perdía de vista su vagina abierta y mientras aspiraba sus aromas a sexo estragado, estaba pendiente de la salida de la sangre que pronto emanaría.
Apretó con fuerza el taco hacia adentro y Ana gritó desesperada. Laura sintió que su propio orgasmo le latía pugnando por salir. Empujó más fuerte y sintió a Ana desgarrándose.
Ana chillaba y pataleaba y trataba de sacarse el palo con sus propias manos pero Laura era muy fuerte. Esta, le gritaba que se aflojara, que se relajara: ¡afloja la cuca, maldita! ¡Suéltate!... ¡No joda!
Con un esfuerzo de su voluntad para librarse de parte del dolor, Ana le hizo caso y relajó conscientemente sus músculos sin dejar de gritar y patalear. Un grito agónico salió de su garganta cuando el palo tocó fondo.
Laura… soltó su orgasmo en ese crucial instante, entre temblores y sudores... dejó caer su cara sobre la entrada vulvar de la otra y soltó el palo que quedó enterrado en la vagina de Ana latiendo al ritmo de la musculatura estragada por el dolor y el esfuerzo. Parecía que estuviera vivo.
Laura gritaba su placer de tal manera, que Ana se asustó y -con todo lo que aun sentía- se enderezó sobre sus codos para observar lo que le pasaba a su amiga.
La vio en pleno orgasmo restregando su cara contra su vulva. La sangre había empezado a salir por los bordes del taco enterrado. Entonces, con un movimiento brutal, se arrancó el madero de la entrada y pegó la boca de Laura en su boquita vulgar para que se tragara su dolor y su sangre.
Otro orgasmo -más potente que el anterior- atenazó las entrañas de Laura al sentir el sabor ferruginoso de la sangre.
Cuando levantó su cara para mirar sonriente a Ana, la tenía llena de restos de sangre de virgo.
-pareces un vampiro, le dijo Ana sonriente.
Para ella no hubo placer de ninguna forma: sólo fue un doloroso momento, angustioso y tremendo. Eso le explicó a Laura como respuesta a su pregunta acerca de lo que había sentido:
-¿pero sentiste cuando se te desgarró? Yo lo sentí, casi oí el sonido.
-no. Sólo dolor, angustia y ganas de vomitar.
-¿te gustó?
-qué me va a estar gustando, idiota, casi me cago…le contestó.
Continuaba abierta sobre la mesa fluyendo un poco de sangre y el palo sanguinolento que la había violado en su mano: -de verdad, lo que me gustó, fue cuando te vi revolcándote de placer sobre mí… ¡eso sí que me gustó!
-tremendos orgasmos que me salieron, fueron como ninguno. Casi me desmayo.
-fue divino corroborar, dijo Ana sonriente mientras le acariciaba los cabellos sudados, lo que gozas conmigo, lo que sentías porque yo estaba aquí, el placer que te daba mi cuerpo adolorido… me gusta darte mi dolor para que goces.
Laura le arrancó de sus manos el palo con el que había sido desvirgada y comenzó a lamerle la conchita de muñequita como a ella le gustaba: cuando estaba a punto de hacerla acabar… bruscamente volvió a enterrarle el tocón ensangrentado y Ana, ahora, chilló de placer al sentirse empalada en medio de los espasmos de un agónico orgasmo.
Quedó tirada sobre la mesa. Sonriente y relajada.
Laura con su cara aún ensangrentada le dijo:
-bueno, idiota, ¿qué esperas para bajarte? Es mi turno.
-¿qué hago? Preguntó Ana.
-lo mismo que yo te hice, estúpida. Pero sin tanta mariquera y cuidado… ¡duro!
Laura se montó sobre la mesa, totalmente desnuda, se acomodó y miró a Ana: -¡dale pues! Le ordenó.
El taco que le correspondía era más grueso. Ana lo mojó en aceite. Lo colocó en su entrada y le avisó: -¡voy!
-deja la mariquera y ¡dale idiota!
-¿te la chupo un poco primero?
-¡coño, que le des! -la regañó exasperada- No ves que estoy excitada y húmeda con las acabadas que me diste… ¡mételo! ¡Estúpida, que eres!
Ana se lo colocó en posición y comenzó a empujar con cuidado. Los labios de su amiga se abrieron y su grieta se tragó un pedazo de palo.
-¡así, así! Sigue así, perra, sigue así…
-¡no me digas perra!
-perra, perra, perra…
Ana se encabritó y se impulsó con fuerza como si clavara un puñal en su vientre -le daban ganas de matarla cuando le decía “perra”-
Estaba brava y ofuscada y de un solo gran empellón le empujó el palo hacia adentro hasta que sintió que no entraba más.
Laura gritó de dolor y placer al sentir como se desgarraba por dentro:- vamos perra, mételo más…
-te voy a matar…
-mátame, perra, mátame…
Ana lo empujó más cómo para atravesarla y dañarla.
Un estertor surgía de la garganta de Laura tras cada impulso asesino de Ana.
Esta, calmó su ira al sentir su propio placer provocado por el placer de su amiga ante sus propias maldades.
Se calmó totalmente cuando vio la sangre rebosando el taco por sus bordes. Se asustó. Laura gritaba su placer y estremecía sus caderas al impulso de cada orgasmo.
Al final quedó en paz, quejándose quedamente del dolor mientras la sangre salía como un hilillo de sus labios vaginales. El taco seguía allí enterrado y palpitante.
Ana temía haberle hecho mucho daño y se lo sacó lentamente. La grieta se cerró. La sangre dejó de fluir.
La sangre de Laura ya no resbalaba por sus voluminosas nalgas en forma de tenue hilo, ahora estaba congelada.
Hipnotizada observaba los movimientos involuntarios de la boquita de su amiga. Laura la miraba con cara de travesura en ciernes. Ana trató de apartarse de Laura para evitar alguna reacción suya que la afectara.
Laura no se lo permitió, y violentamente, la tomó por el cabello y hundió su cara en su vulva ensangrentada:- ¿A dónde crees que vas perra? ¡Chúpamela!
-¡no! contestó dificultosamente Ana con su boca enterrada en la vagina de la otra.
-obedece, maldita.
-no me digas así, suéltame que me duele… ¡déjame!
Laura sostenía su cara en su intimidad húmeda de flujos y sangre. Ana la mordió allí con fuerza de rabia. Pero Laura no la soltó, aunque no sentía el placer acostumbrado.
Templándola por el cabello, sacó su cara de abajo y la abofeteó varias veces. Ana empezó a llorar: -¡déjame, chica, no seas mala!
Laura la abofeteó nuevamente. Ana se rindió y le dio lo que la otra quería:
-¡perdón! ¡Perdón! No lo vuelvo a hacer. Laura la abofeteaba y la abofeteaba hasta que sintió el orgasmo rebasándola. La soltó y se dejó caer de espaldas sobre la mesa mientras gritaba su placer y sus caderas desbordadas de goce se movían desesperadamente con movimientos copulatorios.
-gracias, Ana… gracias, Anita…mira lo que haces conmigo, cómo me pones… eres mi placer.
Ana cayó de rodillas en el suelo víctima de su propio clímax.
Al recuperarse un poco, trepó sobre la mesa y colocó su rubia vulva sobre la morena y gruesa de su amiga y comenzó a frotar sangre con sangre, flujo con flujo.
Ana se estremeció ante el orgasmo que la desgarró y cayó sobre el pecho de la otra. Esta, siguió frotando y frotando hasta que se derramó. Se quedaron acezantes y en silencio.
-me hiciste acabar sabroso, bicha, le dijo a Laura en cuanto se recuperó.
Laura se enderezó primero: -me voy a la casa a bañarme antes de que lleguen los viejos… revísate creo que tienes un ojo morado…
-cualquier vaina se inventa… contestó Ana recogiendo su ropa.
-chao, perra -le dijo Laura.
Ana que ya salía se devolvió y tomó un madero que por allí estaba, se acercó amenazante a Laura, quien no se inmutó, la apuntó con el madero y le dijo: -si me vuelves a llamar así no respondo.
-no me digas… ¿qué vas a hacer?
-¡te voy a aplastar la cabeza!
Ana le dio la espalda, lanzó el palo a un rincón y antes de alcanzar la puerta la carcajada de Laura la alcanzó. Se volteó a mirarla amenazante.
Laura la miraba sonriente y desenfadada... pero no le volvió a decir perra por un tiempo.
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