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Categoría: Confesiones

Amistad peligrosa

Hay mujeres que no dejan de sorprenderte al evolucionar a otra velocidad o estar en otra forma de realidad. Te engañan con su apariencia de normalidad porque no destacan precisamente por un atuendo especial. Son, por lo contrario, manifiestamente estereotipos. Al conocerlas bien cambias completamente de parecer y te dices, ésta ha venido de otro planeta.

Susana Ledesma es este tipo de espécimen raro y extraordinario capaz de llevarte a la ilusión por algo que nunca prestaste atención o hacerte perder interés por cosas que siempre te subyugaron. Esta capacidad de trasmitir le viene por una sensibilidad extraordinaria que lo sobredimensiona todo. Pero no quiero que penséis que tiene una base o un sentir espiritual sino todo lo contrario se aferra al físico exprimiendo la esencia del sentir.

Recuerdo que estaba sentado en el morlaco, piernas sueltas y mirada en el mar infinito. Tenía volando la imaginación al son de las gaviotas circundantes y gritonas. Una joven pelirroja, pecosa de unos dieciocho o diecinueve años se puso detrás mía casi rozándome. Había advertido su presencia con anterioridad porque merodeó a mi alrededor hasta hacérseme visible. De ello fui consciente porque no hubo ningún disimulo por su parte. Premeditadamente entró en mi objetivo y de igual forma se hacía notar detrás de mí, pero sin contacto físico. Me estaba introduciendo en su escena y pretendía que actuase, pero no me daba el guión a seguir, creo que improvisaba a la vez que observaba mis reacciones. De pronto me sujeta por los brazos de forma sorpresiva y doy un respingo, ella suelta una risa juguetona quitándole importancia y me desarma al preguntarme,

¿Te he asustado?, con la naturalidad de quien no busca molestar.

Pensé, sin embargo, que podía sufrir algún trastorno mental.

He querido saber la impresión que produce ser abordado de improviso por una desconocida.

Expuesto así, aparto mi primera impresión y deduzco que es una persona avanzada, distinta.

A renglón seguido me coge de la mano e iniciamos un paseo, comienza contándome como se escapó a los catorce años de un colegio interno. Es una transgresora, me digo sumando cabos. Continúa explicándome sus razones para hacerlo y cambio totalmente de parecer. Llevaba tres meses sin ver a su perrita “Liotta” y se rebeló. Sensible, falta de cariño, añoraba a su ser más querido, pensé en positivo. La castigaron sin vacaciones manteniéndola en el internado. En ese periodo investigó a cada una de las monjas y de cada una averiguó de que se avergonzaría. Qué capacidad pensé, les hizo un retrato sicológico siendo una adolescente. Durante el curso fue dando carácter dramático a sus conocimientos poniendo en evidencia a esas pobres criaturas (expresión suya). La expulsaron sin más. Es una camorrista, deduje. 

De pronto se para, me mira curiosa y me pregunta,

¿No me vas a contar ninguna travesura tuya?, su mirada ahora era picara e incitadora. -  Recuerdo que de niño me oriné en un jarrón, no podía aguantar más, fue en la casa de una señora importante. Nunca se lo dije a nadie. 

Es lo único que se me ocurre en ese momento.

A ella le hace gracia y sonríe divertida. Luego me suelta sin más,

-  Yo me masturbé delante de un profesor de filosofía estando en clase, estaba en la última fila y sólo él podía verme. Lo dijo poniendo su atención en mi reacción. ¿Se apercibió él?, me surgió espontáneo. - Disimuló no verme hasta que entreabrí los muslos y fui más explícita, entonces carraspeo nervioso y tuvo una semi erección. A su respuesta siguió un, -  Como tú ahora, añadió señalándome el bulto y perturbándome porque era verdad. -  En ese momento me corrí, concluyó para rematar la jugada anterior.

Durante unos segundos se quedó callada y luego me inquiere mirándome a los ojos.

-  ¿Te gustaría que hiciéramos algo, verdad?, lo dice con una picardía tremenda. -  Sí, dije, sin pensármelo dos veces. -  Me ponen los vagabundos, pero no puedo con el desaseo, empieza a decirme y yo estoy sobre ascuas. -  Ves aquel banco solitario, 

Hago un gesto de asentimiento.

- Te vas a hacer pasar por un vagabundo, ya sabes, echado, encogido y me dejas actuar, seguro que te llevo bien.

El banco está al final del espigón. Es un espacio único, como sacado de una fotografía antigua, incluso tiene a cada lado una farola.

Me hace correr para llegar, está muy motivada.

Sigo sus instrucciones al pie de la letra. Sé que me gustará y me excita.

Ronca un poquito, me dice y le hago caso, no es difícil.

La posición es especial, no es fácil trastear en una zona oculta, pero ella se desenvuelve con verdadera pericia, enseguida alcanza a palparme directamente, pero tengo que ayudarle un poco hasta liberarla.

A partir de ahí todo se desarrolla de la forma más descontrolada para mí, que no para ella que sigue sus impulsos y deseos con una habilidad sorprendente.

Es voraz en lo oral y me engulle haciéndome aullar. En estas, que se pone a horcajadas sobre mi cara, se aparta la braguita y encaja su sonrosado en mi boca frotándose con ella y pidiéndome le correspondiera en atención.

No pienso que la posición sea adecuada, me reafirmo ahora que sí, no tengo más alternativas que actuar como me pide y saboreé sus flujos hasta considerarlos esencia de vida, atendiendo a sus comentarios y gemidos.

Luego se quita aquella prenda sutil y se sienta encima dándome la espalda y colocando mí ya enorme en su culito. En todo momento dispone de mí a su deseo, establece los tiempos y el ritmo. Al llegar su urgencia impone un movimiento de locura, temo hacerle daño porque es de aspecto delicado. El ritmo frenético que impone me lleva también a mí y gritamos desbordados al unísono.

Tardamos en separarnos, siento las contracciones de su culito y no consigo que se me relaje, canturreó una cancioncilla y lo consigo. Después, me pide que me descalce el pie derecho y una vez lo hago saborea mi dedo gordo hasta verle brillante y espléndido. Lo lleva a su cueva sonrosada y lo esconde dentro, lo mueve en su interior con una gracia y acierto envidiable. Llego a zonas suyas erógenas que nunca pensé existieran. Yo la tenía de nuevo en una espléndida altivez y ella así lo esperaba. Se me viene encima de forma repentina y siento, paso a paso, como me adentro en ella con infinito gozo. 

Si algún día tengo el ánimo suficiente os contaré como jugó conmigo durante muchísimo tiempo después, hasta que ella quiso. 

Bailé siempre al son que ella me impuso y creo que nunca me he sentido más hombre.
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