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- ¿y cómo te va en la vida de casado? – me preguntó con mirada desconsolada.
- Bien gracias – le contesté contemplativo, adivinando cierta añoranza en sus ojos cansados.
- Me alegra – me replicó con dulzura y sin mucha sinceridad en su entonación.
Amelia, así se llamaba la mujer con la cual conversaba desprevenido en la oficina. Ella había trabajado allí por varios años, pero temporalmente había sido trasladada a otra sede en otra ciudad. Perdimos contacto, pero ahora que había vuelto se había enterado de las nuevas, entre ellas la de mi matrimonio relativamente reciente. Tenía cuarenta y cuatro años y era madre soltera. No era bonita precisamente; más bien simpática, pero su encanto personal, su ternura y su amabilidad y entrega en el trabajo hacían que todos la quisieran.
Amelia y yo empezábamos a construir una amistad que quedó truncada cuando decidieron trasladarla de sede. No nos alcanzamos a conocer mucho, pero el poco tiempo que compartimos fue suficiente para sentirnos cómodos el uno para con el otro como compañeros de trabajo. Me gustó de inmediato esa señora y sentí que yo le agradé también, pese a ser yo casi veinte años menor que ella.
Regresó casi un año después e inevitablemente retomamos nuestras andanzas truncadas. Volvimos a almorzar juntos casi todos los días en restaurantes variados cercanos a la oficina. A veces yo invitaba, a veces lo hacía ella. Entre charlas y charlas nos dejábamos escapar expresiones de cariño suaves, pero directas.
- sabes Amelia, tu me gustas mucho – le dije una vez rompiendo el hielo.
Se quedó en silencio con un brillo en su mirada emocionada. Yo me asusté un poco, pero me atreví a tomarle la mano.
- Tu a mí también. Lástima que eres casado y muy joven para mí– me dijo.
- Eso no cambia lo que sentimos - sonrió con timidez y no hubo palabras.
Retornamos al trabajo, pero la relación no volvió a ser igual desde entonces. Ella se acercaba con otra tónica y me decía “mi amor” cuando se dirigía a mí. Yo acariciaba su mano cada vez que lograba robarle al espacio un poquito de intimidad. Cuando nos despedíamos el beso era intenso y cada vez mas cerca de la comisura de los labios hasta que finalmente tras varios días nos los dábamos en la boca. Solo era cuestión de tiempo el llegar al sexo.
Un miércoles cualquiera yo la esperé unos minutos simulando tener trabajo pendiente. Me preguntó con voz suave si acaso me esperaban temprano en casa. Yo le respondí que si, pero que con una llamada podía resolverlo todo. Me sonrió como acolitando mi acción atrevida y entonces me dijo que me invitaba a conocer su casa. Con el corazón dando tumbos en mi garganta de tanta emoción le dije sonriente que sí, que me encantaría conocer todo lo de ella. Se lo dije lanzándole una mirada quita ropas por todo su cuerpo elegantemente vestido.
Nos subimos a su automóvil y puso música suave. Salimos lentamente y en el primer semáforo tres cuadras arriba del edificio en el cual trabajábamos, aprovechamos la parada y nos estampamos un beso largo con sabor a deseos incontenibles. La luz cambió del rojo al naranja y decenas de bocinas al unísono nos obligaron a interrumpir ese beso sellador. Reiniciamos la marcha y con voz tierna me dijo que no más esperáramos estar en casa para darnos rienda suelta. Esa expresión tan diciente de esa mujer mayor recorrió con emoción novedosa todo mi cuerpo inevitablemente creando en mí una erección incontenible que afortunadamente. Estaba muerto de ganas por cogérmela.
Entramos en el garaje que estaba en el semisótano del edificio de apartamentos en el que ella vivía con su madre y su hija de doce años. El espacio estaba mal iluminado y solitario. Solo había otros tres automóviles vacíos parqueados. Aprovechamos y nos dimos otro beso furtivo, pero esta vez mas apasionado. La tomé por su mejilla y durante el beso mi mano descendió cuesta abajo hasta deshacer los dos primeros botones de su blusa roja. Sus senos medianos y morenos quedaron medio desnudos solo cubiertos por su sostén seductor. Los acaricié mientras el beso se tornó más intenso y desesperado. Su mano fue más atrevida que la mía. Mientras yo calibraba sus tetas ella acariciaba alocadamente con anhelos lujuriosos la longitud agreste del bulto que mi verga pintaba sobre la tela de mi pantalón. Cuando le iba chupar sus senos el ruido de otro automóvil que entraba nos sacó del ensueño y nos obligó a recomponernos y tomar el ascensor hasta el cuarto piso, nivel en el que vivía Amelia. Durante el breve viaje a los cielos de escasos treinta segundos en el ascensor ella no dejo de necear con su mano mi bulto. Deseaba a gritos meterlo en la boca alcanzó a susurrarme mientras la puerta se abría justo frente al apartamento 4 B que era el suyo. Antes de entrar me saqué la camisa por fuera del pantalón para que esta cubriera la evidencia de mi estado emocional.
Abrió la puerta y parecía no haber nadie, pero no era así. Entramos por la sala y alcancé a mirar la hora en un reloj de pared: eran las cinco y treinta y dos de la tarde.
- Mi niña no viene sino hasta después de siete porque está visitando a unas primitas. La trae luego mi hermano. – me dijo en voz pasita y tono tranquilizador mientras me ofrecía sentarme en el sillón.
Entre abrió la puerta de un estar y se dio cuenta de que su anciana madre estaba rendida frente al televisor. Hizo un ademán con un dedo en su boca invitándome a no hacer ruido y luego me invitó a su alcoba. Cerró con seguro por si acaso y se sentó al borde de su cama cubierta con sábanas blancas. El lugar era ordenado y pulcro como todas las cosas de ella. Yo me quité la camisa y ella se excitó recorriendo con sus ojos negros mi pecho velludo joven y desnudo. Me tomó con confianza y dejó de ser la señora tímida que todos respetan en el trabajo.
Desbrochó mi cinturón y despacio con gestos de deseo incontenibles en su boca de labios largos y delgados me bajó la corredera para luego bajar mi pantalón hasta mis muslos. Respiró el vaho varonil que por tanto tiempo había dejado de sentir y sus ojos emocionados admiraban la nariz gruesa y dura que se formaba bajo el algodón del calzoncillo clásico color crema que yo llevaba puesto. Con sus manos medio temblando de emoción y alegría y como redescubriendo viejos placeres olvidados me bajó el calzón para ver como mi verga mondada salía disparada hacía su rostro como resorte grosero. Hizo un gesto de sorpresa y luego se saboreó con su lengua ansiosa los labios. Su mano empuñada me acarició tímidamente el tallo del pene y luego como con curiosidad de nena en su primera vez se entretuvo pelando y cubriendo la cabeza rojiza como descubriendo sensaciones táctiles muy placenteras. Me masturbó despacio alternando su mirada vivaz y lujuriosa entre mirar las expresiones de placer en mi rostro y contemplar el miembro viril que empuñaba en su tierna mano.
Se decidió al fin a hacer lo que por poco hizo minutos antes quince metros abajo en el garaje de su edificio. Mamar una verga. Su boca estaba deshecha de ganas represadas y eso hizo que se entregara al sexo oral de manera desbocada. Amelia mamó mi verga como si fuera la última en su vida mientras yo quieto y complacido hacía esfuerzos para no llegarme tan pronto ante tanto goce. Miraba por la ventana allá lejos como el telón oscuro de la noche arropaba lentamente la ciudad mientras que por sus cabellos la tomaba con mis manos para zarandearla en vaivén hacía delante y hacia atrás. Se metía más de medio tubo en su boca ancha y con su lengua juguetona me acariciaba en las zonas más sensibles. Sabía mamar verga y por lo visto eso no lo había olvidado en sus dos años largos de ausencias sexuales. Mientras mamaba y mamaba se fue quitando la blusa y el sostén. Cuando decidió terminar la sesión agotadora se inclinó un poco y pude contemplar ese par de senos preciosos cuya belleza me sorprendió. Pensé que sus tetas de mujer mayor no iban a ser tan lindos y tan carnosos. Me agaché y los metí uno a uno devorándolos con mi boca ansiosa. Los lamí, los mordisqueé, los chupé, los acaricié hasta el mismo cansancio dejándolos totalmente mojados de mi saliva. Ella excitada me pedía que la penetrara, pero yo quería darme gusto con ese par de tetas inigualables superiores seguramente a los de cualquier secretaria bonita y joven de la oficina.
Me levanté y doblando un poco mis rodillas logré la altura ideal. Mi verga hurgó morbosamente entre las carnes de sus tetas y luego de comprender mis intenciones me ayudó con sus manos a sostenerlas y a apretarlas una contra otra para formar un pasillo de carnes húmedas y blandas para mi hambriento pene. Me masturbé deliciosamente con sus senos bajo su complacencia. Ese acto que al principio pareció no interesarle mucho, terminó resultando muy estimulante para ella. Después la noté mas caliente y desesperada que hasta volvió a engullirse mi verga en su boca intensamente por varios minutos hasta sentirse nuevamente agotada.
Era mi turno y luego de deslizarle el calzón hasta el suelo no hubo necesidad de quitarle la falda. Como perrito hambriento me metí de cabeza bajo la oscuridad de la tela negra de su faldón elegante y con mi lengua lamí con orden y tranquilidad sus potentes muslos blandos. Se sentían tan suaves entre mas arriba llegaba. El olor exquisito de su sexo era penetrante y dominaba absolutamente la atmósfera inmediata en la que yo estaba. Su vello púbico abundante raspaba mi frente mientras mi lengua lamía el último giro de su muslo. Sus piernas estaban abierta, su respiración acelerada y sus manos presionaban mi cráneo por como queriendo comandar desesperadamente mis movimientos hacia su volcánica encrucijada. Despacio llegué a donde ambos queríamos. Mi lengua hurgó en su carne viva y mojada. Sentí ese sabor a calor femenino resbalar suavemente por mis papilas gustativas. El clítoris inflando fue mi juguete preferido por varios minutos mientras su piel se erizaba y sus gemidos casi descontrolados delataban que en esa habitación reinaba sexo apasionado.
Amelia totalmente entregada y extasiada disfrutaba de mis lamidas intensas a lo largo de su vulva que parecía cada vez más y más carnuda, cada vez más y más mojada, cada vez más y más blanda y sobre todo cada vez más y más caliente. No soportó mas las ganas de sentirse penetrada y con un suave tirón hacia arriba que con su mano hizo por mis cabellos cortos, me indicó que ya era el momento.
Mi cabeza salió a la atmósfera clara otra vez y mis ojos ya acostumbrados a la oscuridad que había debajo de esa falda se encandilaron hasta divisar lentamente a plenitud a esa mujer con sus tetas hermosas y con rostro embriagado de lujuria viva y pura.
- “Métemela por favor” – me dijo casi en ruego mirando fijamente mi palo erecto que apuntaba hacia su concha peluda y abierta.
Le pedí que se corriera un poco hacia atrás para que me diera espacio de maniobra en ese colchón delicioso. Lo hizo lentamente y se reclinó hasta quedar acostada boca arriba en pose de parto. Lucía preciosa al decir verdad y las ganas de penetrarla crecían en mi ser. Despacio y con gesto de melodrama puse la punta de mi pene endurecido en la boquita abierta y mojada de su raja caliente y casi sin hacer esfuerzo lo fui metiendo hasta que mi vello púbico se enredó con el de ella. Su chocha se sentía increíblemente cálida y blanda. Más rica de lo que imaginé con una señora mayor. Empecé así movimientos lentos de vaivén en un mete y saca delicioso que ella exhortaba a hacer con gemidos profundos en los que balbuceaba la palabras “mas..hmmm…así….mas” de manera entrecortada. Su calor vaginal arropó todo mi cuerpo mientras yo culeaba ya con violencia al pasar los minutos. Me recliné para embestirla con mas vehemencia y mi boca se paseaba enardecida por sobre sus deliciosas tetas y por momentos por su boca jadeante que apenas si me besaba. Me detuve en seco con mi verga metida al máximo para gozar con la explosión del orgasmo. Vacié el contenido de mis huevas mientras ella agradecida parecía disfrutar más que yo sintiendo los pálpitos de mi pene mientras eyaculaba dentro de su concha madura.
Allí estuve totalmente rendido a sus encantos con mi verga ardiendo dentro en su cuca varios minutos hasta que la última gota de semen se derramó. Cuando entre risitas de amor y besitos tiernos de mujer mayor me hallé fláccido, saqué mi pene y me acosté cansado boca arriba a su lado. Ella exhausta también se volteó un poco quedando acostada de lado y se entretuvo acariciando mi pecho velludo y expresándome palabritas bobas de cariño. Sus senos derramados me resultaban provocativos y empecé a lamerlos y a chupar sus pezones oscuros. Con los minutos fui recuperando erección en mi miembro que estaba embadurnado de secreciones vaginales revueltas con semen. Ella contenta se emocionó al ver que mi palo había engrosado y crecido nuevamente y apuntaba hacía el horizonte en el que había un tocador con un espejo. Se incorporó como gatita en plena caza y con vehemencia lamió de abajo arriba y de arriba abajo varias veces el miembro viril que le había devuelto el color a su vida gris y luego como jinete que ensilla su caballo favorito se encimó con sus piernas abiertas en mi encrucijada ensartándose totalmente. La sensación de fuego húmedo fue mas intensa que en la primera arremetida. Amelia, con su pelo de visos canos se meneaba con soltura y disciplina como una bailarina gozosa metiendo y sacando con frenesí la verga jovial y fresca que tanto le había hecho falta en años de ausencias. Su peluda cuca se explayaba dejando ver la rojiza y blanda carnosidad que envolvía deliciosamente mi verga. Yo estaba vencido y extasiado contemplando su rostro lujurioso, sus movimientos tremendamente ágiles y el bamboleo exquisito de sus senos perfectos. Luego de varios minutos se agotó y con su cuerpo bañado en sudor se detuvo reclinándose sobre mi pecho y jadeante me pidió que la cogiera yo.
Estaba ya un poco cansado al decir verdad, pero el calor sabroso de su sexo me llamaba. Yo no quería terminar tampoco. La brisa fresca que entraba por la ventana, el aroma silvestre de mujer, la blandura del colchón, el espectáculo visual de su desnudez, la novedad de estar con una mujer mayor que bien podría ser mi tía o mi madre; todo eso me invitaba a continuar y hacía todo más fabuloso de lo normal. Le pedí entonces que se pusiera de espaldas hacia mí. Sonriente y cansada se acomodó ofreciéndome la visión plena y exquisita de su espalda que resolvía en curva suave hacia sus caderas anchas que terminaban luego en un bonito culo de amplias nalgas. Se sostuvo en pose de perrita en celos agarrándose de los barrotes de la cama. Yo me levanté y luego me acomodé enfilando mi verga ya rojiza y exigida hacía sus nalgas. No se la entré enseguida. Jugué a frotar mi miembro varias veces por el canal de sus nalgas pasando por su cerrado ano y bajando hasta el hueco húmedo de su chochota peludita. Volvía a ascender haciendo cada vez más insinuaciones anales. Deseaba cogerla por su orificio chico y ella parecía no impedirlo, mas bien parecía desearlo porque hacía fuerza meneando su culito contra mi pelvis cada vez que la cabecita roja de mi pene rozaba su ano que parecía dilatarse cada vez mas.
No le consulté y simplemente aproveché su permisividad y la emoción que nos embargaba para hacer presión insistente por sobre su culito que parecía ceder a mis pretensiones. Con abundante saliva froté mi dedo en su ano que se abrió lentamente. Mi dedo necio hurgó varios centímetros en la estrechez deliciosa de es culo de mis deseos. Ella gimió como quejándose, pero complacida de mis arbitrariedades. Saqué mi dedo juguetonamente y lo volví a entrar mas hondo. Luego lo saqué despacio y fue mi verga totalmente lubricada de sus propios jugos vaginales la que entró centímetro a centímetro explayando ese reducido espacio caluroso de su culito. Se sentía lo máximo. Era la gloria misma lo que yo experimenté cuando mi verga tocó fondo en ese culo tan sabroso. El morbo me dominaba, la psiquis me revolvía el espíritu al yo contemplar mi miembro enterrado en ese huequito sabroso que esa par de nalgas carnosas y bonitas entrañaban. Las sensaciones era deliciosas y el mete y saca me sumió en otra dimensión con la música exquisita de esa voz de mujer mayor gimiendo quejidos de placer doloroso. Ella se meneaba y gozaba con las arremetidas de mi pene, pero al tiempo parecía sentir cierto ardor. No pude contenerme más y experimenté un orgasmo intenso allí con mi verga totalmente incrustada en lo más hondo y sabroso de su complaciente culo.
Más no pudimos hacer en esa hora y media de esa noche joven. Nos vestimos y luego mientras hambrientos comíamos algo ligero en la mesita de su pulcra cocina su preciosa hija llegó con su hermano menor. Compartí con ellos algunos minutos y exhausto me marché a casa en un taxi. Fue un muy buen comienzo.
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