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MILENA TE VA A ATENDER
En un tonto accidente de motocicleta me herí la pantorrilla de la pierna izquierda y parte del muslo de la pierna derecha. Gracias a Dios no fueron heridas de mayor gravedad que comprometieran mi movilidad ni tampoco hubo fracturas óseas que lamentar, pero si unas raspaduras horribles con las que tenía que tener todo el cuidado para que sanaran sin riesgo a infectarse. El médico me recetó reposo absoluto y cuatro días de incapacidad a más de varias medicinas con las que debía ser muy riguroso y un procedimiento de asepsia diario en el área de las heridas.
Adolorido llegué a casa acompañado de mi mujer esa tarde después de haber salido del hospital. Estaba agotado y las heridas me ardían. Resignado me acosté en la cama, encendí la televisión y lamenté subirme a esa motocicleta con un compañero de trabajo, pero ya el daño estaba hecho. Varios vecinos y familiares llegaron a visitarme cuando se enteraron no se cómo sobre lo que me había sucedido. Luego mas tarde cuando todos se marcharon y el sueño casi me vencía mi mujer me tranquilizó un poco al decirme que ya tenía todo planeado sobre mi atención en esos cuatro días de convalecencia. Ya había hablado con su hermana Milena, quien era enfermera, y estaba precisamente de vacaciones para que en las mañanas me atendiera y me sanara las heridas. Yo gustoso acepté al saber que iba a estar acompañado de mi querida cuñada que tanto apreciaba.
Al día siguiente temprano en la mañana tomé mi desayuno y mi mujer se marchó a la escuela en la que trabajaba medio tiempo. Se despidió con un dulce besito y acariciándome me dijo que Milena llegaría a eso de las nueve y media. Se marchó y efectivamente a las nueve y treinta y tres minutos exactamente llegó mi radiante cuñada con su rostro de ojos negros grandes, muy expresivos y con esa sonrisa que todo iluminaba. Llegó con su uniforme inmaculado de enfermera. Consistía en un vestido enterizo hasta encima de las rodillas cubiertas por el blanco de las medias veladas. El vestido se ajustaba a sus poderosas curvas. Lucía sensual y elegante como siempre.
Me alegró sobremanera. Su dulzura natural invadió mi espacio. Me besó en la mejilla emotivamente y me habló con dulzura como si yo fuera un niño de ocho años. Me pidió que me relajara y que perdiera cuidado porque ella estaba gustosamente allí para ayudarme a ponerme mejor. Su encanto me relajó y luego de ponernos al día y contarle los pormenores del accidente empezó a curarme en la pantorrilla. Todo lo hacía con paciencia increíble y el dominio que da la experiencia.
Me lavó con agua y luego me aplicó un ardiente alcohol que me quemaba y casi me hacía llorar como bebé. Luego apenado me alcé la sábana que me cubría desde el regazo hasta parte de mis piernas. No me colocaba prendas de vestir de la mitad de mi cuerpo para abajo para no lastimarme las heridas. No tenía puesto tampoco calzoncillos, solo la sábana que tímidamente levanté hasta desnudar el muslo herido casi a la altura de la ingle. Ella no se inmutó siquiera y con suaves caricias procedió de la misma manera que antes lo había hecho en el área de la pantorrilla. Su mano acariciaba por alrededor de la herida erizándome los vellos abundantes. Las sensaciones de incomodidad al excitarme por tener a una bella enfermera merodeando por mis huevas eran inevitables y el rojo en mi rostro de imbécil se notaba.
Ella se sonreía adivinando lo que pasaba por mi mente. Sus ojos negros se iluminaban y parecían hablarme. Eran atrevidos. O por lo menos eso percibía. Luego de cubrir mis heridas con gasa dijo:
- ¿te arde o te gusta? – me preguntó con ademán de picardía mientras su mano acariciaba mi pierna.
- Me arde y m-mm-me gusta – le respondí nerviosamente con una sonrisa de idiota en mi rostro. Mi pene empezaba a despertarse y no podía evitarlo.
La sábana se levantó visiblemente ajustándose a la figura larga de la verga engrosada que albergaba. Me dio una vergüenza de diez pisos que no podía ocultar y lo único que pude hacer fue ofrecerle disculpas a mi cuñada y tratar de darle razones justificativas. Yo le balbuceaba palabras de perdón y le explicaba que por ser mujer, y ser bonita, yo no controlaba la reacción natural de mi cuerpo. Estaba muy nervioso para ser sincero.
Ella solo estalló en risotadas que en principio me hicieron sentir como un tonto, pero luego se fue calmando y me dijo que no tenía que dar explicaciones porque ella a diario vive esas situaciones. Muchos hombres a los que atiende reaccionan.
- se les para con verme y luego se van al baño y se hacen la paja – me decía con normalidad y sonrisa de oreja a oreja.
- Bueno será entonces irme al baño – le dije.
- ¿Y para que está mi hermana? Ponla a que te la mame o a que te haga la paja o que se te suba encima con cuidado y listo.
- Está en un tratamiento por lo de la cistitis y no puede hacer nada por lo menos hasta dentro de diez días, imagínate – Le explicaba yo con tono jocoso y señalando con pesar el bulto agreste debajo de la sábana.
- OH! caramba, ¡Qué pesar con tigo cuñadito! Habrá que hacer algo al respecto. Veré que puedo hacer – Me decía eso medio riéndose y con un brillo raro en su mirada que se tornaba lujuriosa. Tenía ganas de sexo y estaba estimulada con la visión de mi pene duro y arropado a centímetros de sus manos necias que acariciaban mi pierna.
De manera resuelta y jugándome el todo por el todo frente a lo que acababa de escuchar de su sutil y juguetona voz, me destapé y lancé al piso la sábana marrón que cubría mi regazo y mis piernas. Mi verga agreste con sus venas palpitantes estaba apuntando al techo. Ella la miró con sorpresa que expresó en su rostro. Pensé que se enojaría, pero luego esa expresión de sorpresa se convirtió en una expresión de agrado y deseo que manifestó saboreándose los labios casi mordiéndoselos. Tenía ganas de mi verga y yo de ellas.
Con cuidado y sutileza arropó con sus manos delicadas el tallo de mi verga como para calibrarla o tomarle la temperatura. Luego si inició unos movimientos sutiles. Tenía su mirada perdida y perversa consciente de estar haciendo una travesura inaguantable. Me miraba con timidez y luego miraba el púrpura de la cabeza latente del pene mondado. Me masturbó con intensidad y deseo profundo mientras su boca se hacía agua por meterse todo ese pedazo de carne. Fue acercando su rostro cada vez mas hasta que su lengua tanteó, saboreó y luego si engulló todo. Me la mamó despacio y con la misma disciplina y seguridad con la que me sanó las heridas. Cada chupada la sentía recorrer hasta mis cabellos. El calor y las caricias me electrizaban e inevitablemente me hacían gemir. Me mamaba y mamaba con entrega y yo le acariciaba los cabellos negros abundantes como ayudándola con las flexiones de cuello. Se desbrochó lentamente el vestido y sus tetas que su misma hermana, esposa mía, envidia salieron al ruedo. Estaban bajo la seda preciosa de un sostén de encajes y copa. Cuando tomó un respiro se levantó y se quitó el vestido. Solo quedó con el sostén, el calzoncito estrecho blanco y las medias veladas ajustadas a sus muslos gruesos. Me resultaba muy excitante. Luego se desbrochó el sostén que cayo lentamente al suelo. Pronunció después de varios minutos de silencio la primera palabra.
- ¿Te gustan?
- Si, cuñada, déjame lamértelas – le dije señalando con mi mirada su par de tetas perfectas.
Complaciente se reclinó y puso a disposición de mi boca hambrienta ese par de melones carnudos de pezones redondos y rosados. Los mamé con ganas de niño famélico. Los chupé como si fueran los últimos senos del mundo. Ese calor delicioso invadía mi lengua que afanosa se arrastraba por esas carnes blandas con torpeza. Ella gemía complacida mientras su mano necia no dejaba de agitar mi verga que pedía a gritos una cuca mojada.
Excitada y algo desesperada me dijo casi gritando que deseaba mi pene dentro de ella. Se bajó el calzoncito de espaldas hacía a mí y pude conocerle el culo perfecto blanco y tremendamente tierno. Se giró y su chochita era de pocos vellos, muy cortos que eran casi una sombra. Por lo visto se rasuraba su pubis, me gustaba. Estaba mojadita. Se subió a la cama y se puso como perrita de espaldas hacía mí casi rogando que la penetrara.
Yo con cuidado para no lastimarme, me arrodillé sobre el colchón blando de mi cama matrimonial y enfilé mi tubo hacia sus nalgas perfectas que bien embobado me tenían. Pasé mi verga mojada de su boca por la raja de su culo. Hasta que descendí y ella misma olió y encontró el hueco delicioso que estaba bien mojado. Empuje un poquito y la metí hasta pegar mi pubis contra sus nalgas. Me la cogí despacio y ella pedía más y más como insaciable. Entre mas le daba verga más deseaba. Luego yo me quedaba quieto y era ella la que se balanceaba hacia delante y atrás para que mi verga entrara toda y saliera hasta dejar solo la cabecita en su chocha caliente y sabrosa. Yo no podía creer lo que estaba sucediendo. No podía creer que estaba cogiendo a mi propia cuñada, hermana mayor de mi mujer. Descubrí que el sexo prohibido es el más delicioso. Los placeres y las sensaciones que me confirieron ese momento eran inigualables. Excitado le dejé mi verga enterrado al máximo en lo mas hondo de su raja para eyacular. Lo hice casi tocando el cielo. Y no la saqué hasta no estar vaciado totalmente. Yo volví a sentarme y ella desnuda y complacida se quedó a mi lado por un rato largo hablándome de lo rico que había sentido todo y luego me comentó que desde hacía mucho tiempo no experimentaba un orgasmo, pues el sexo con su marido se había vuelto un poco rutinario.
Luego de dormitar nos dimos cuenta que eran las once y media. Faltaban cuarenta minutos para que regresara mi esposa. Se acomodó y metió mi verga dormida en su boca. Su lengua titilante me acarició de manera deliciosa y en menos de un minuto ya la tenía bien dura y paradita otra vez. Eso si que no lo esperaba. Milena empezó a darse gusto. Me mamó la verga con ganas locas. Lo hacía con un desespero como aprovechando el poco tiempo que quedaba. Sacudía su cabeza incansablemente mientras yo me debatía en un cosquilleo insoportable que terminó en una explosión de semen caliente en la boca de ella. Saboreó de manera ansiosa y engulló mi verga hasta que esta quedó nuevamente dormida en su dentro en su boca insaciable.
Se levantó, tomó un baño cantando y feliz se vistió siempre mirándome con un rostro de complicidad de saber que habíamos traspasado una frontera peligrosa.
Llegó mi esposa y luego de saludos y almorzar juntos Milena se marchó, me guiñó el ojo y me dijo que mañana vendría a la misma hora y yo dichoso y sonriente le dije que la esperaría.
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