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"Soñé que me corría amarrado a la pared, mientras tú te tocabas frente a mí. ¿Sueño o realidad?"
SOÑANDO CONTIGO
Abrí los ojos y no reconocí nada. ¿Cuantas horas llevo dormido?
Me encontraba totalmente desnudo, de espalda a la pared, de pie, abierto de piernas y esposado de tobillos y muñecas contra un muro.
- ¿Como llegué hasta aquí?- me preguntaba, cuando sentí el ruido de una puerta al abrirse.
Entonces te vi. Entrabas vistiendo una falda corta y una blusa blanca que transparentaba tus pezones.
Te observé con más detenimiento. Tu ropa era sencilla pero parecías una diosa con cara de ángel y cuerpo tentador. Pero tu mirada reflejaba una extraña inocencia.
Te acercaste a mí lentamente, me miraste y pasaste sus dedos por mis mejillas y cuello.
- ¿Qué quieres?, ¿Que hago aquí?
No contestaste. Te limitaste a sonreír y me cautivaste con tu pícaro gesto.
Por la forma en que me encontraba encadenado, no podía tocarte. Me tenía que limitar a mirarte desde mi confusión. Aún no tenía idea de cómo había llegado a ese sitio y, peor todavía, a esa situación.
Mis brazos estaban fijos a la pared y mis piernas abiertas dejaban mi polla libre de protección. Comenzaste a pasarme las yemas de tus dedos por mis mejillas, cuello, pecho, abdomen y comencé a sentir un cosquilleo en mi entrepierna. Continuaste bajando hasta coger mis testículos con tu mano y los palpaste con suavidad.
Me miraste a los ojos con esa mirada de inocencia que me tenía intrigado y sonreíste levemente. Cerraste tus dedos lentamente alrededor de mi polla mientras con la otra mano envolvías mis huevos, apretando cada vez más.
La oleada inicial de placer se mezclaba con el temor a que tu mano se siguiese cerrando sobre mi polla. La excitación se estaba haciendo insoportable.
En un movimiento reflejo traté de cerrar las piernas, pero estaba totalmente inmovilizado. Mi erección se hizo más fuerte y mi pene palpitaba de placer.
La presión de tus dedos en mi polla se hizo difícil de soportar. Pasaste tu lengua por mi oreja suavemente y tu aliento me erizó la piel. Dejé escapar un quejido de placer y de repente te detuviste.
Mi erección era brutal y comenzaba a ser placenteramente dolorosa.
Caminaste hacia el otro lado de la habitación, cogiste un banco que había en la otra esquina y lo colocaste frente a mí. Te quitaste la falda y las bragas, quedándote solamente con la blusa, las medias y los zapatos. Luego te recostaste en el banco y estiraste tus piernas hasta apoyar los pies en la pared a ambos lados de mi cuerpo. Tu sexo quedó a escasos centímetros de la punta de mi pene, que se encabritaba pretendiendo alcanzar tan preciado tesoro.
Tus labios vaginales comenzaron a rozar la punta de mi pene. Te acercaste lentamente una y otra vez hasta conseguir que mi polla te penetrara tan solo unos milímetros. Nada más.
No dejabas de mirarme fijamente a los ojos y sin embargo controlabas el movimiento de tus caderas de tal forma que mi pene solo rozaba tu sexo.
Estuvimos así un tiempo que se me hizo eterno. Tu sexo totalmente empapado y solo la punta de mi pene podía disfrutar de tus jugos.
La excitación era enorme. La visión de tus piernas totalmente abiertas ante mi, tu pubis totalmente rasurado que te daba un aspecto aún más inocente, y el roce de tu sexo contra el mío durante tanto tiempo me provocó un dolor en los huevos que amenazaban con estallar si no eran descargados.
Te detuviste en el momento en que una gota de semen apareció en la punta de mi pene como preparándose para una descarga. Te bajaste del banco, te arrodillaste, pusiste tu cara frente a mi sexo, abriste la boca y con la punta de tu lengua lamiste esa solitaria gota.
Eso fue demasiado. Un fuerte gemido salió de mis pulmones. ¡Ya no soportaba más! ¡Mi polla iba a estallar de un momento a otro!
Con tu boca totalmente abierta comenzaste a tragarte mi pene pero sin tocarlo. Solo sentía tu cálido aliento. Mi pene, que palpitaba con fuerza rozaba alguna vez sus labios o quizás el fondo de tu garganta. Pero nada más.
Pasaste entonces a mis huevos. Comenzaste a jugar con ellos con tu boca, sin morderlos, solamente lamiéndolos y presionándolos levemente al succionarlos. La presión que hacías y los movimientos suaves me provocaron más excitación que dolor. Estaba comenzando a protestar cuando de repente te detuviste y comenzaste a reír. Tu risa era juguetona pero intrigante.
Te incorporaste levemente. Acercaste tus manos a mi polla y la rodeaste. Comenzaste a acariciarla solamente con las palmas de tus manos abiertas, haciendo rodar la polla entre ellas. La sensación que comencé a sentir era terriblemente excitante. A cada giro mi pene recibía una descarga de placer que nunca antes había sentido.
Sin aviso te echaste hacia atrás, te pusiste de pié y te quedaste mirándome fijamente. Yo estaba totalmente agotado. Mis huevos y mi polla igual.
No podía cerrar las piernas por las esposas que me atrapaban los tobillos, de modo que mis piernas continuaban totalmente abiertas y mi polla esperaba indefensa tu siguiente capricho. Te acercaste de nuevo a mí y con un rápido movimiento tu mano liberó uno de mis brazos.
Retrocediste un poco hacia atrás y te tumbaste de nuevo en el banco. Abriste tus piernas y comenzaste a tocarte. De nada sirvieron mis suplicas de que me follases mientras tú acariciabas tu sexo totalmente mojado con una mano. Cuando tu otra mano se apoderó de tu teta y comenzó a pellizcar el pezón que se erguía orgulloso sobre ella, mi mano no pudo aguantar más y se fue directa a mi polla. Comencé a frotarla mientras mi vista no podía apartarse de tu sexo ni de tus caderas que comenzaban a moverse a un ritmo cadencioso, buscando los dedos que empezaban a abrirse paso entre los labios de tu sexo. Tus tetas se balanceaban y tu mirada solo irradiaba placer. Tus manos jugueteaban con los labios vaginales y tocaban el clítoris, mientras tu dedo corazón entraba y salía a placer de tu sexo agitándose con violencia. Te mojabas los dedos y luego los lamías como gata juguetona.
No tardé en correrme con una fuerza que nunca antes había experimentado. Mi semen voló hasta tus piernas. El placer que sentí fue incontrolable. Eyaculé durante un tiempo que me pareció eterno.
Te pusiste de pie, te vestiste lentamente y luego te acercaste a mí, pusiste una llave plateada en mi mano y te fuiste. Estaba agotado y confundido pero, con esfuerzo, logré abrir los grilletes que me tenían esposado a la pared. Intenté seguirte pero no encontraba la puerta para salir tras de ti. La habitación comenzó a darme vueltas y tan solo logré dar unos pasos antes de perder el sentido.
Abrí los ojos y me encontraba en la cama. Estaba totalmente desnudo y empapado en sudor. Tú dormías placidamente a mi lado completamente ajena a mi agitación. ¿Estaría soñando? Seguramente eso fue.
Me puse de pie para ir al baño y sentí un leve dolor en mis testículos.
Me llevé una mano a ellos y al hacerlo me di cuenta de que aún tenía la llave plateada en mi mano.
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