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AMARILLO Y PELUDO
Todas las mañanas salgo a la puerta de calle y allí andan esos dos. El Amarillo como llamo al de pelo corto y color caramelo y el Peludo una mezcla entre siberiano y alguna otra raza de perro grande.
Me ven y ya vienen corriendo a dar saltos y lamidas por doquier. Son muy juguetones. Se alzan en sus patas traseras y yo les doy un poco de comida aquí y un poco de comida allá en la vereda, luego les alcanzo un poco de agua en el recipiente que he colocado hace unas cuantas semanas en el frente de la casa. Allí beben ellos durante toda la jornada y otros animalitos que pasan por las calles también.
Volví a irme adentro de mi casa a realizar algunas tareas que siempre hay que hacer. Cuando todos los habitantes se van marchando uno por uno, vuelvo a salir a la vereda y allí volvían mis amigos a venir a dar saltos y piruetas. Ya se habían comido todo. Solo querían jugar y de ser posible jugar conmigo.
Era casi un ritual, en el cual yo me sentía muy a gusto. Pasábamos a otro lugar de la casa que yo tenía preparado para dichos juegos.
Una habitación casi al fondo de la casa. Allí, en ese lugar, había colchones tirados, sabanas generalmente limpias, perfumes, cremas, ropas exóticas.
Ellos saltaban a mi alrededor. Giraban, correteaban muy alegres. Ellos me saltaban apoyando sus patas grandes en el pecho casi, saltaban inquietos.
Se topaban entre ellos de vez en cuando, se olisqueaban y hasta a veces se trataban de montar el uno con el otro.
Sus bolas se balanceaban visiblemente. Eran dos machos increíbles. Insaciables.
__¡Que pasa queridos…están inquietos!¿qué quieren, que necesitan?__ les hablaba yo sin recibir respuesta alguna por supuesto. Pero ellos eran inquietos y fogosos, encantadores.
Siempre me habían atraído los animalitos, en verdad, los perros y cuanto mas grandes mejor.
Con el correr de los años se había vuelto un vicio muy grande y difícil de saciar. Así es que busque la tanga color crema que me había gustado usar desde hacía tiempo, la coloque delante de ellos que me oliscaban por todas partes dándome lengüetazos por doquier, y ya tratando de montarme.
Jugaba con ellos. Acariciaba sus lomos y sus capuchones que poco a poco se iban poniendo gordos y gruesos como tanto me gustaban a mí. Incluso a veces se gruñían entre ellos para ver quien poseía primero a la hembra en celo, que era yo.
Ellos metían sus lenguas en mi trasero en llamas. Y de a poco también iban lamiendo mi palo y mis bolas gordas y llenas de leche.
Peludo saltaba sobre mi palo y lo metía en su bocota, hocicando y lamiendo, enseguida mi verga se alzaba de manera descomunal, mientras Amarillo metía su larga y rugosa lengua en mi ojete que lanzaba llamas.
Por supuesto ya había encremado exageradamente mi hoyito, preparado para recibir las porongas de aquellos machos insaciables y calientes como yo. Amarillo mojaba y se tragaba mi crema, yo volvía a ponerme y el volvía a comer deliciosamente aquella crema perfumada. A su vez me masajeaba la verga también con aquella poción y Peludo también se la tragaba, y yo volvía a colocarme otra vez un poco más de crema.
A su vez masajeaba un poco los capuchones vibrantes e inflados, cuando ellos iban a empezar con los movimientos del coito los dejaba y se calmaban.
Aunque no dejaban de lamer un poco mis tetillas obviamente atraídos porque también colocaba un poco de crema en mis endurecidos y parados pezones.
Me colocaba luego en cuatro patas y Amarillo se montaba sobre mi y empezaba a buscar la forma de penetrarme. Yo sacaba mi cola ardiente. Dejaba unos instantes que el intentara entrar en mi ojete en llamas.
Cuando podía ensartarme automáticamente esa vergota se inflamaba y el nudo crecía se hacía gigante y yo sentía que me partía el ojete en dos. Un fuego creciente me inundaba. Quería que lo sacara ya mismo. El quedaba quieto y yo sentía como escupía su semen dentro de mi adolorido ojete.
Poco a poco iba a acostumbrándome a aquel gigante dentro de mí. El tironeaba. De a poco, yo agarraba sus patas porque él había girado sobre mi cuerpo y pegaba su cola con la mía.
Peludo giraba en torno a mí y a Amarillo, se metía debajo de mi panza y lamía los huevos hinchados y mi verga como piedra. Ya chorreaba un hilo de pre semen. Un moco que tragaba con ansias y emoción. Olfateaba el vientre de Amartillo buscando no se que cosa. Mientras yo sentía los escupitajos incesantes dentro de mi túnel abierto y ensanchado con fiebre.
Tironeaba débilmente, yo gemía, y suplicaba que se quedara quieto, que me iba a abrir en dos, sentía un ardor tremendo en mi ojete como flor rojo y quemante.
La bola al fin se fue achicando y por fin salió de adentro mío junto con una tonelada de líquidos y jugos, todo mezclado. Peludo al instante se fue a montarme caliente y sacado. Desquiciadamente. Se monto sobre mi y casi sin respirar estuvo dentro mío. Con su nudo también feroz hinchado y trabado, fueron unas cuantas movidas y empujones hasta quedar metido a fondo en mi.
Amarillo se acerco a mí y yo con la cola bien levantada, y aferrado a la pata de Peludo alcancé el garrote grueso y que casi arrastraba en el piso de Amarillo para meterlo en la boca y saborear todo el jugo que seguía largando.
Me bañaba la cara sin miramientos, mientras lentamente yo largaba chorros de leche casi sin tocarme, lanzando alaridos de dolor y placer, con el culo lleno de leche perruna y abierto hasta lo máximo con el nudo de Peludo metido en las entrañas, y llenándome de jugos sin parar.
Peludo quería destrabarse. Tiraba, y yo gemía y gruñía.
Al rato el animal salió de mi. Me abalance sobre su garrote grueso y duro, lo mamé y chupé con deseo, en tanto Amarillo lamía los restos de leche de mi cola, de mis bolas y de mi verga alicaída.
Los perros se tiraron a descansar al lado mío sobre las colchonetas. Pasada una media hora, los animales empezaron a rondar otra vez mi ojete que seguía lanzando llamas. Y aún chorreaba semen de ellos mismos en una catarata incontenible.
Peludo fue a olisquear mientras se tragaba los huevos míos, que se endurecían nuevamente, tanto como mi palo que buscaba levantarse otra vez. Yo adoraba aquellas caricias, esos canes me gustaban mucho, porque su inteligencia iba en saga con su alzadura, estaban siempre calientes y allí mismo me montaron otra vez, no deje esta vez que metieran sus nudos en mi cola fogosa, con sus vergas gruesas y duras al aire las mame, las acaricié hasta el hartazgo. Tomando todo el liquido que pude, nunca me sacié, cuando los deje con mi boca los atraje hacia mi y me enterré las varas duras en mi abierto agujerito, primero una, luego la otra hasta estallar en otra acabada mía que ellos se encargaron de limpiar prolijamente.
Nuevamente quedamos tirados uno al lado del otro, ellos jadeaban y yo suspiraba fuertemente, esperando que un nuevo encuentro comenzará.-
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