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~A la mañana siguiente Tomás, con un ojo enteramente amoratado, estaba en la tienda para hacerse cargo de su reparto de leche. Subió al piso de Magda y fue a dejar la botella de cada día a la puerta de la mujer y recoger la botella vacía del día anterior. Pro no llegó a hacer ninguna de ambas cosas pues la puerta se abrió tan inopinada como violentamente empujada por Magda, que por poco si incrementa los “desperfectos” de la noche anterior, pues a punto estuvo de estrellarse contra su cabeza. Por suerte así no fue, y ante él apareció la dama de sus sueños. Pero esa mañana no estaba por entero vestida, como habitualmente aparecía ante él al recoger su leche diaria, sino con una bata larga, también de seda, y abierta por entero, dejando al descubierto una especie de pijama de raso y de una sola pieza: Sujetador arriba y un cortito calzón que no le llegaba más abajo del nacimiento de los muslos. Algo muy parecido a un sugestivo “Baby Doll” A Tomás le pareció la cosa más hermosa que jamás sus ojos vieran, incluso más hermosa que la noche anterior, con aquel camisón de ensueño, porque ahora la tenía allí delante, de cuerpo entero y sin que entre ellos mediara distancia alguna, como aquel que dice. Ella le miró sonriente y se apoyó por un momento en la jamba de la puerta observando al chaval que tan asiduamente la espiaba. No sentía en ese momento animadversión alguna hacia él; a decir verdad venía esperándole desde antes de que amaneciera.
Por cierto, que el acompañante de la noche anterior se tuvo que marchar por donde vino una vez que subió a su apartamento tras propinar el puñetazo al chavea que entonces estaba frente a ella. Había cumplido el cometido que ella pretendía cuando le citó a las ocho en punto y, tras ver cumplido su propósito de humillar a aquel chaval tan molesto, el “maromo” le estorbaba y en la calle precisaban gente, de lo solitaria que estaba.
• ¡Suponía que eras tú!
Dijo Magda sonriendo. La puerta no llegó a alcanzar al joven porque éste se hizo hacia atrás a tiempo, aunque no pudo evitar perder el pie, por lo que ahora estaba prácticamente sentado en el suelo. Magda se agachó quedando más o menos en cuclillas frente al chaval
• ¡Vaya aspecto tienes!... ¿No sabes pelear?
Magda había avanzado su mano hasta tomar el rostro de Tomás por la barbilla y volverle hacia ella, pero el muchacho se soltó y digamos que corrió hasta la pared de enfrente, donde quedó entre las dos puertas frente al lado de la puerta de Magda.
Ella le vio alejarse y calmosamente se levantó para, seguidamente y con no menos calma, avanzar a su vez hacia donde el muchacho se encontraba, de pie y completamente ruborizado, con los ojos bajos. Cuando la vio aproximarse, Tomas le volvió la espalda, quedando frente a la pared. La mujer llegó a su lado y le habló
• Dime chico, ¿Por qué me espías?
• Porque te quiero
Tomás había respondido sin mirarla y con todo su cuerpo temblando. Magda no repuso nada, de momento, a la espontánea declaración de aquel joven tan raro. Sólo se acentuó aún más la sonrisa de sus labios y su garganta dejó exhalar algo así como una risa, o mejor cabría decir que la propia sonrisa que sus labios exhibían, sólo que acompañada de una especie de sonido agradable, muy agradable. Tomás entonces se volvió hacia ella y sus ojos la miraron llenos de un inmenso amor, pero carente de deseo alguno, pues esa mirada era limpia, sólo expresaba eso, amor, cariño inagotable
Magda seguía mirándole también, pero no supo ver esa verdad en los ojos posados en ella; antes bien, creyó ver otra cosa en el brillo intenso de esos ojos
• ¿Me quieres?... ¿Por qué me quieres?...
• No lo sé. Simplemente te quiero; así, sin más.
• Acaso… ¿Quieres besarme?
• No.
• ¿Quieres que vayamos a la…? ¿Quieres que hagamos el amor?
• No
• ¿Te gustaría que hiciéramos un viaje juntos? A Barcelona, o a Sevilla… ¿A una playa quizás? A las Canarias, que ahora empieza allí la temporada.
• No
• Entonces… ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué deseas de mí?
• Nada, nada
• ¿Nada?
• Nada. Nada en absoluto
Magda estaba alucinada, no podía salir de su asombro. Aquello sí que no se lo esperaba. Miró a Tomás aún más intensamente, como no dando crédito a lo que escuchaba, como si quiera averiguar una verdad arcana, insondable. Pero Tomás entonces escapó a todo correr. Salió corriendo en dirección opuesta a los ascensores y alcanzó las escaleras, trepando por ellas como alma que lleva el diablo hasta llegar al último piso, con el cuarto de máquinas del ascensor y la puerta que daba paso a la terraza que servía como azotea, poblada de antenas de todo tipo, las ya inservibles analógicas las digitales actuales y las parabólicas…
Tomás Salió a la terraza, se llegó al borde y respiró hondo, agradeciendo el frescor un tanto intenso de aquella mañana del otoño madrileño, un otoño lo suficientemente adelantado para que ese agradablemente cálido “Veranillo del Membrillo”, tan típico de Madrid, hiciera alguna semana que se despidiera hasta el siguiente año.
Las rachas de aire fresco aclararon poco a poco el pandemónium existente en su cerebro, librándole de la tremenda tensión a que la presencia de Magda, su enervante cercanía le sometieran hasta el punto de casi anular toda reacción que no fuera mirarla, escucharla embelesado, pero con la mente en blanco, incapaz no ya de razonar, sino que ni de pensar siquiera. Había quedado como un “zombi” tan pronto la vio, tan pronto aspiró ese inconfundible aroma de mujer única que tan bien recordara de las escasas escenas ante su ventanilla de Giros y Certificados; tan pronto percibió junto a sí el embriagador calor que el cuerpo femenino irradiaba a su alrededor.
Ahora, en cambio, sí fue capaz de pensar. Recordó la pregunta final de Magda: “¿Qué es lo que quieres? ¿Qué deseas de mí?. Ahora, más calmado sí sabía lo que deseaba de ella. Abandonó pues la terraza-azotea y bajó las escaleras a mayor velocidad que las subió, llegó a la puerta de la mujer y llamó
• ¿Puedo invitarte a tomar algo? Un café, una cerveza, un helado si lo prefieres…
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Por fin Tomás tenía a Magda enfrente de él, y para él sólo. Bueno, eso de “Para él sólo” no era sino una metáfora, pues su adorado tormento seguía siendo para él la cosa más inalcanzable de la tierra. Pero allí estaba, enfrente de él, sentada con él a la misma mesa, como si fueran, por lo menos, dos buenos amigos. ¿Cómo imaginar siquiera esto, ayer mismamente? ¡Inimaginable! Pero… ¡Allí estaban los dos! Una inmensa felicidad se enseñoreaba de su ser, pero seguía siendo el ser apocado, tremendamente tímido que siempre fue y, por añadidura, el ser más inseguro del universo estando frente a ella. Total, que, como siempre también, era incapaz de elevar los ojos hasta el rostro de Magda.
• ¿Cuánto tiempo hace que me espías?
• Un año
Magda lanzó un suave silbido, casi de admiración
• Hace tiempo que no lo oía. Tú lo has dicho esta mañana. ¿Cómo era lo que me dijiste?
De nuevo Tomás bajó la vista, otra vez bastante “cortado”
• Te quiero
• ¿En serio?
• Si.
• (Al tiempo que negaba con la cabeza) Ts, ts, ts. Olvídalo…
Siguió un corto silencio entre ambos
• Dime chico. Además de quererme a mí y trabajar de repartidor de leche y en Correos, ¿Qué más haces?
• Poco… Casi nada… Estudio algo por las noches. Intento sacar el título de Radio-Aficionado por correspondencia.
• Eres muy raro, chico
• Tal vez. Lo cierto es que tengo pocos amigos… Bueno, en realidad ninguno. Tenía uno, pero se fue a la Armada. Quiere viajar, conocer mundo… Yo me quedé a vivir en su casa, con su madre, que ya es como mi propia madre.
• ¿No te tratas con tus padres?
• No tengo padres. Me abandonaron nada más nacer, en el mismo paritorio, según tengo entendido. Me crié en un hospicio, mi primer hogar ha sido la casa de Julia, la madre de Juan, mi amigo. Y ellos dos, mi única familia…
Magda calló. La historia del chaval le resultaba arto familiar. Le volvió a mirar, tal vez con más atención. Le había dicho que la quería… ¿Cuántas veces había escuchado esas palabras de labios de un hombre? Pocas, muy pocas… Realmente, ninguna. Las veces que las oyó, sólo escondían tras de sí el deseo más primario, pero de sentimiento auténtico, nada de nada… En este chico, en cambio, parecía latir la verdad… ¡Bah, y qué importaba eso! ¡Nada, absolutamente nada! ¿No era su norma de vida “No al sentimentalismo”? Pues eso…
• Supongo que habrás visto cómo en casa recibo a algunos hombres, incluso lo que “hacemos”
De nuevo Tomás bajó la cabeza y, sin mirarla, asintió agitando la testa de arriba abajo
• La verdad es que mucha suerte con el género masculino no he tenido. Algunos me buscaron, pero ninguno se quedó.
Una pausa de silencio
• ¿Recuerdas al que venía hace unos meses, por la primavera pasada más o menos?
• Sí. Ese no me parecía mal. Se me hacía buena gente
• . Ni me llamó siquiera. Claro, que creo que no se llevó mi teléfono, pero sí recuerdo que le di mi dirección electrónica en oficina. Supongo que sabes que en casa no tengo ordenador. Pues ni un e-mail he recibido tampoco de él. Pero, ¿sabes? ¡Que le den! Me dije. A mí, la verdad, tampoco me gustan las ataduras. Prefiero vivir como lo hago, al día y sin ligarme realmente a nadie. El sentimentalismo es un atraso. ¿Para qué poner sentimientos en nada? ¿Para qué inmiscuirse con nadie? Créeme, para al final sufrir. Si no pones el corazón en nada, nadie te lo destrozará. Por eso te dije que olvides lo de quererme, lo de querer a nadie, pues al final, un alguien te romperá el corazón…. Aunque… ese tipo me gustaba, me gustaba mucho… Casi llego aA mí me gustaba bastante. Pero me dejó. Era ingeniero pero aquí, en España, no encontraba lo que buscaba. Vio una ocasión para mejorar su suerte en Alemania y, sin pensarlo un segundo, se “largó” para allá. Me prometió escribirme y llevarme con él cuando estuviere medianamente afianzado allá, pero nunca me escribió poner el corazón en él… ¿De qué me hubiera servido? De nada… Menos mal que, por finales, reaccioné… Volví a mis principios de siempre… ¡Nada de sentimentalismos!... Esto no obstante, la verdad es que… que sufrí un poco… No, un poco no, bastante en realidad… ¡Me llegué a ilusionar con él, y… ¡Craso error que no volveré a cometer!
Pero lo cierto es que Magda se puso triste, melancólica cuando hablaba. Tomás fue consciente de que aquella vieja herida todavía sangraba un poco… El mismo había quedado cabizbajo escuchándola. De vez en vez, lanzaba lastimeras miradas a su pecho, como si allí llevara algo que le pesara mucho.
Al fin, con la cara baja, sin mirar a su acompañante, metió la mano en el interior de su americana, pues para la ocasión Tomás se vistió de traje completo y camisa más corbata a juego. Al verle de tal guisa, Magda no había podido contener la risa: “¡Pero chico, si así ya no viste casi nadie desde hace años! Pero Tomás era así, clásico en sus gustos y con más motivo en ocasión como la de esa tarde. No es que quisiera impresionar con falsas formas a quién ya lo era todo para él, ni muchísimo menos; era, simplemente, el acto de respeto hacia una dama, su dama, para él, la dama por excelencia.
Pero decíamos que Tomás introdujo su mano en el interior de la americana. Pues bien, de allí sacó un manojo de cartas, sobres íntegros, enteramente cerrados, a la espera de que el destinatario, destinataria en este caso, abriera y leyera las misivas. Y colocó los sobres sobre la mesa, a la disposición de Magda, la destinataria.
• Yo… Yo… Cogí tus cartas. No sabía que eran de él… Como trabajo en Correos…
Magda estaba atónita, pero no dijo nada. Eso sí, se puso bastante seria, pero sin pronunciar palabra. Tomó las cartas y abrió una de ellas, al azar, la que se le vino antes a la mano y la ojeó un minuto, no mucho, no mucho más.
• Me espías, me traes la leche, me haces ir a Correos en balde… Y robas mis cartas… Eres un ladrón chico, un puñetero ladrón además de un mirón…
Magda de nuevo guardó silencio. Ojeó de nuevo la carta que había abierto y la dejó, la apartó a un lado. Volvió a encarar a Tomas, descansó los brazos cruzados sobre la mesa, tal y como antes los tuviera, y prosiguió
• Pero ¿sabes chico? La verdad es que ya no me importa… No es sino agua pasada. Me gustó, sí, pero ya no me gusta, y ahora no me gustaría estar con él allá en Alemania… ¡Brr…! ¡Qué frío, madre, qué frío…!
En ese momento llegó el camarero a pedir la comanda. Magda dijo
• Yo prefiero una copa de vino tinto; de Rueda, Ribera del Duero, hasta un Sangre de Toro de Zamora valdría. De Rioja no, por favor
• Dos copas de vino de las que la señorita dijo
• Perfectamente. ¿Algo para picar?
• ¿Qué prefieres, Magda?
• No, de comer no me apetece nada… Bueno, unas patatas, si dan “tapa” con el vino
• Desde luego señorita
El camarero marchó y los dos volvieron a quedar solos
• Con que… Me quieres… Y de verdad, afirmabas esta mañana… ¿Qué significa para ti eso de “De verdad”?
• Pues no lo sé muy bien… Pensar en ti continuamente… Desear verte a todas horas… No lo sé, de verdad… Algo así, digo yo
• Pero chico, también puede ser eso una obsesión; que, simplemente estés obsesionado conmigo. Seguro que si hacemos el amor, tu obsesión desaparece...
Tomás volvió a bajar los ojos. El sesgo que la conversación estaba tomando le ponía de un rojo subido hasta las orejas. En fin, que su inseguridad estaba al borde de hacerle levantarse y echar a correr, pues estaba pasando, realmente, un mal rato
• No Magda, no desaparecería nada… Entiéndeme… Si tal llegara a suceder… ¡A qué ir al Cielo de Dios… El cielo ya lo tendría en la Tierra… Pero no es eso concretamente lo que deseo…. ¡Ni lo sé…! Ni lo sé explicar: Vivir contigo… Verte día y noche… Oler tu perfume, el perfume de tu pelo… El aroma de tu cuerpo… Sentir junto a mí, en mí mismo, el calor de ese cuerpo tuyo que me embriaga… Me enloquece… Eso sería mi paraíso terrestre… Aunque nunca te tocara… Aunque nunca te acariciara… Aunque nunca quisieras darme… “Eso”… ¡Qué más daría, si te podía ver, aspirar, sentir tu aroma, sentirte a ti!... ¡Tú, tú misma. Tú, en definitiva, eres lo único que me interesa. Te dije esta mañana, allá en tu casa, que de ti no quería nada, y es verdad. ¿Ves? Con estar aquí, contigo, tengo bastante… Y si te veo con otros… No voy a decir que me agrade, pues la verdad es que lo paso fatal… Me entran las penas del infierno pues me asaltan unos celos horripilantes… Pero al final, pues tampoco es tan malo… Quiero que seas feliz Magda, que tu vida sea agradable… Yo sé que para ti nunca podré ser nada… Tú eres una Diosa del Olimpo y, ante ti, yo no llego ni a gusano… Luego otros tendrán que ser los que te hagan feliz… ¡Es la vida, Magda, así hay que tomarla…! Y así la tomo. Puede que por eso sea por lo que no puedo dejar de espiarte… Aunque te juro que quisiera dejarlo; sé que no está bien, que mereces tu intimidad y que nadie, menos yo, debería quebrarla… Pero, de verdad, me es imposible, es superior a mí…
• ¡Anda chaval, déjate de esos pensamientos…!
Magda se había puesto un poco triste al escucharle; o mejor dicho, melancólica. Le agradaba lo que oía… A qué mujer no le agradaría verse tan limpiamente querida, amada de la manera que ella veía en ese chico, sin egoísmo alguno... Porque Magda veía claramente que aquél chaval, aquél casi adolescente con sus apenas veinte años, le hablaba con el corazón en la mano. Y, viéndolo bien, no le parecía entonces tan joven; en un momento Tomás se agrandó ante ella, pues esa convicción de lo poco más que adolescente que él era; aquel chico que, ante ella, indudablemente era un crío, desapareció como por arte de magia, para ver ante ella a un hombre: Un hombre, además, atento, cariñoso, pendiente de ella en todo momento… ¡Qué bonita hubiera podido ser la vida…!
Pero la vida era como era, y los cuentos de hadas sólo son eso, fantasías. Fantasías bellas, idílicas, maravillosas,… Divinas…Pero cosas irreales, oníricas, imposibles en la realidad… La vida era como era, dura, cruel… Y el edén de “Alicia en el País de las Maravillas” era eso, una quimera irrealizable… ¡Qué lástima, Señor, qué lástima…!
• De verdad chico, borra todas esas ideas de tu mente, arrójame de ti y quema el telescopio, teleobjetivo o lo que sea… Destrúyelo. Olvídate de mí. Yo no soy buena, no soy la mujer con que sueñas… Realmente, estoy segura de que no tengo ni alma ni corazón. Soy egoísta, vivo al día y no me interesan las relaciones profundas, pues el alma, los sentimientos no soy capaz de ponerlos en nadie. No puedo querer a nadie. En mí, todo es materialismo. Esto quiero, y lo quiero ahora; lo tomo porque lo quiero y lo quiero en ese momento. Pero lo normal es que al día siguiente, cuanto el precedente me interesaba y quería, ya no lo quiera ni me interese. Y lo tire a la basura. En realidad soy mala, muy mala chico, y al final, no sabes bien el daño que te causaría.
Al poco, más o menos las nueve-nueve y media de la noche, la pareja salió de la cafetería y se vio en la calle. Caminaron un trecho uno junto a otro, podría decirse que hombro con hombro. Los dos en silencio, aunque mirándose de vez en vez. A un trecho, ni corto ni largo, vieron cómo se aproximaba el autobús que los conduciría a su calle, justo enfrente de sus hogares respectivos. Magda se volvió a Tomás
• Te propongo un trato chico. Si alcanzamos el autobús, si nos subimos a él, subimos los dos a mi casa; si no, cada mochuelo a su olivo: Tú a tu casa y yo a la mía.
Al momento, Magda tomó a Tomás de la mano y, riendo como una quinceañera echó a correr en busca del autobús
• ¡Vamos, chico, vamos! ¡Corre más o no lo alcanzamos! ¡Hay Señor, qué muermo de tío! ¡Si parece que tienes sangre de horchata! ¡Pues sí que está bien la cosa! ¡Menudo amante serías tú! ¡De pena, de verdadera pena! ¡Ja, ja, ja!
Los dos corrieron hacia el autobús, prendidos de la mano y riendo los dos, aunque en honor a la verdad fuera Magda la que tiraba de Tomás, siempre él un paso por detrás de la mujer, mucho más decidida y activa que él.
Cuando por fin llegaron a la parada, jadeando por la corta carrera, el autobús había ya cerrado sus puertas y echado a andar. ¡Lo habían perdido irremisiblemente! Pero se obró el milagro, pues el conductor, al verles llegar a la parada, puede que porque a todas luces llegaran acalorados por el esfuerzo hecho aunque éste no había sido para tanto, se apiadó de ellos; detuvo un momento el vehículo y abrió la puerta delantera, donde se sienta el conductor y se cobra el billete. Cosa esta cuasi milagrosa, pues menudos son en estos los conductores de la EMT madrileña. Pero la cosa es que la pareja logró encaramarse a esa especie de máquina para fabricar ruidos, que son los coches de la EMT. Eso sí, de nuevo gracias a Magda que, impetuosa cual era, tiró nuevamente de Tomás y prácticamente le arrastró hasta el interior del traqueteante autobús.
FIN DEL CAPÍTULO
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