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~Al escuchar eso, Magda se detuvo en seco, se volvió hacia el joven y casi corriendo estuvo ante él. Tomás la veía acercarse y sintió que un nudo taponaba su garganta, haciendo que le costara trabajo tragar la saliva, respirar casi
• ¿Cómo sabe usted eso?
Sí, le habían atrapado, se acababa de denunciar a sí mismo. Pues bien, esa resolución que tantas veces antes apareciera cuando se encontró en situación difícil, reapareció ahora. Casi dominó el pánico que segundos antes se apoderara de él, y decidió mantener el tipo a toda costa. El ser apocado que de por sí era, desapareció como por ensalmo.
• La estaba observando entonces. La observo a diario, a través de la ventana. Cada día invado su intimidad con un teleobjetivo
Ahora la que quedó clavada por un momento fue Magda. Indignada le dijo con heladora frialdad
• ¡Fuera de mi vista! –Le dio un empellón y prosiguió- ¡Vete a la mierda, degenerado, hijo de mala madre!
Magda volvió a darle la espalda y alejarse de él, pero se detuvo de nuevo. Le enfrentó otra vez y no lo preguntó, sino que rotundamente lo afirmó
• Y también serás el cornudo que se entretiene en llamarme sin pronunciar palabra ¿No es así?
Tomás se limitó a asentir con la cabeza. Magda le miró con infinito desprecio, desprecio que expresó seguidamente
• Eres un ser miserable, absolutamente despreciable. Ni tan siquiera me puedo enfurecer contigo, pues no ofende quien quiere sino quien puede, y tú, moralmente, eres tan “enano” que tus ofensas no pueden alcanzar a nadie.
A continuación, Magda expresó más gráficamente su enorme desprecio arrojando un salivazo en dirección a Tomás, salivazo que por poco no le alcanza, pues quedó en el suelo a menos de un metro de sus zapatos. Luego, como la diosa que para el muchacho era, volvió a darle la espalda alejándose de él definitivamente. Tomás quedó un momento parado, observando cómo su reina se marchaba y al final regresó a su oficina.
A las ocho en punto de la tarde el despertador volvió a avisarle y Tomás regresó a su diaria “vigilancia”. El apartamento de Magda estaba por entro a oscuras, pero eso fue sólo unos segundos, pues no habrían pasado ni diez cuando se iluminó, se iluminaron las dos ventanas por las que el apartamento se abría a la calle, el amplio ventanal del salón y la normal ventana de la cocina. Allí estaba ella, esperándole sin duda, pues tenía el rostro pegado a la cristalera del ventanal y oteaba con interés hacia el frente, haciendo incluso pantalla con sus manos. Llevaba encima una bata que no recordaba el muchacho haberle visto antes, pues no era nada de escotada y diría que le llegaba hasta los pies, sin dejar ver absolutamente nada de su cuerpo escultural. Tomás se retiró un momento del teleobjetivo, casi asustado ante la casi seguridad de que ella le observaba a su vez a él, aunque sin ayuda alguna de aparato óptico alguno, sólo con su agudeza visual. Estaba seguro de que sus miradas se habían cruzado un segundo antes. Y así debió de ser pues Magda al instante suspendió su atención visual, se despojó lentamente de la monumental bata y entonces apareció un atuendo de verdadero ensueño. Era algo así como un camisón en raso negro adornado con encajes del mismo color, pero conformando un conjunto de lo más sensual. La parte superior la formaban unos tirantes anchos y abombados que caían descuidados sobre la cintura dejando sus pechos con muy poco para la imaginación; por su parte la, digamos falda, era larga, llegando hasta el suelo pero por entero abierta por delante, con lo que las braguitas del mismo raso negro que el camisón y, como éste, también adornadas con blonda negra, quedaban enteramente a la vista. Lo que nunca percibió Tomás es que atuendo tan perturbador lo había escogido Magda especialmente para él, no porque exactamente deseara recrearle la vista, no, ni mucho menos; era pura y simple venganza, venganza maquiavélica podría decirse, pues el propósito era someter al entrometido muchacho a algo así como el tormento de Tántalo: Quería que apreciara sus encantos en todo su esplendor, que la deseara como nunca desearía en su vida a una mujer, para a continuación aplicar el “Lo verás, pero nunca, nunca lo catarás”. Quería, en definitiva, ponerle los “dientes largos” para que se quedara con más “ganas” que nunca, y, al final lo de “Pies fríos y cabeza caliente”.
Tras despojarse de la bata dio unos pasos por el saloncito acercándose lenta, muy, muy lentamente al sofá convertible; extendió la cama, que empujó hacia el centro de la salita con lo que la visión del mueble mejoró considerablemente, hasta casi formar un primer plano ante el teleobjetivo. Una vez la cama puesta a su gusto, Magda tomó el teléfono y con el auricular empezó a hacer señas a Tomás. Indudablemente, ella quería que él la llamara. Tomás así lo hizo escuchando estas palabras de la muchacha tan pronto ella descolgó el teléfono al primer timbrazo
• Nenito no te pierdas ni un detalle de lo que aquí pase en adelante. Te dedico a ti, y muy especialmente, el espectáculo que enseguida verás.
Efectivamente, apenas unos minutos después Tomás vio cómo Magda iba hasta la puerta y la abría dando paso a un hombre que ya Tomás viera aparecer por aquel apartamento unas cuantas veces antes, acabando siempre la pareja en la cama, manteniendo esa dulce “brega” cuerpo a cuerpo. Sólo que en aquellas ocasiones precedentes la susodicha cama no estaba tan en primer plano de su teleobjetivo como en ese momento estaba.
En esta ocasión Magda fue muy, pero que muy “efusiva” con su visitante; ni comparación con lo que viera en “visitas” anteriores. Cuando el “maromo” entró en el apartamento, Magda, toda solícita, se hizo cargo de la gabardina que llevaba y, cuando se medio acomodó en una butaca con Magda sobre sus rodillas, se desprendió también del grueso jersey de esos llamados de cuello de “cisne” quedando con sólo una ceñida camiseta de colorines, camiseta que salió volando, junto con los ceñidos pantalones vaqueros tan pronto como Magda le arrastró hasta la cama preparada al efecto, con lo que sólo podía lucir los diminutos calzoncillos tipo “slip” que calzaba, así como algún que otro tatuaje de tipo duro que adornaba parte de sus espalda, allá por donde se ubicaban los hombros y la cintura.
Tomás estaba pasando todas las penas del infierno observando aquella maldita sucesión de escenas, que cada una de ellas le arrancaba un girón del alma. Quiso acabar con aquello, cerrar la dichosa sesión de vigilancia, pero no pudo hacerlo. Era superior a sus fuerzas; a pesar del dolor que le causaba no podía renunciar a seguir mirando. Casi, casi, se diría de él que era un verdadero masoquista; o… ¿Quizás, un degenerado, tal y como la propia Magda le acusara? ¿Quién podría responder a eso? Desde luego, Tomás no. Ni tampoco le interesaba, ni preguntárselo ni, mucho menos, responderse.
Pero lo cierto es que, por finales, se apartó de la ventana… Y lloró… Sí, lloró amargamente. Por eso, por suspender su “vigilancia”, no vio cómo, cuando Magda y el “fulano” se revolcaban a modo por la cama, ella paró un momento y, señalando en la dirección de la ventana desde la que estaba segura que Tomás les observaba atentamente, le dijo algo a su compañero de cama. Este, al momento saltó de la cama, se escurrió alrededor de la cama procurando sustraer su desnudez al, de par en par, abierto ventanal, se vistió lo mejor y más rápidamente que pudo desapareciendo de la visión que Tomás hubiera podido tener de haber estado observando la escena, como Magda creía que hacía el muchacho en ese momento. Aquí, señalar que, desde que la mujer informara a su “partenaire” sobre las “hazañas” de su joven vecino, se estaba partiendo de risa ante la reacción del “maromo” que momentos antes la “trabajara” tan a fondo… Porque lo que es “trabajarla”, a ciencia cierta que la “trabajó”
Pero como queda dicho de nada de esto se enteró el pobre Tomás, de forma que la primera noticia sobre lo “popular” que para entonces era para el antedicho “maromo” fue el berrido que éste lanzó tan pronto se vio en la calle y bajo la ventana señalada por Magda
• ¡Maldito mirón de mierda! ¡Cornudo hijo de siete padres! ¡Baja aquí, mamón cobarde! ¡Baja si tienes lo que debes de tener! ¡Baja si entre las piernas tienes algún rastro de hombría!
Sólo entonces Tomás se enteró de que algo debía haber ocurrido en el piso de Magda. Se asomó a la ventana y vio abajo al enfurecido “ligue” de Magda. Había escuchado nítidamente sus retos y sabía perfectamente lo que de él se demandaba: Hacer frente, como bueno, a las consecuencias de sus actos. Tomás no era ningún “valentón” y mucho menos un “musculitos”, pero tenía su “alma en su almario” y, desde luego no se iba a echar para atrás ante semejante compromiso, aunque supiera de antemano que toda oposición sería inútil, pues todas las “tortas” se las iban a dar en la misma mejilla, no habría lugar a presentar la otra. Así que, con parsimonia y sin siquiera echarse por encima prenda de abrigo alguna, por más que en Madrid hacía ya tiempo que empezara a refrescar, sobre todo desde que oscurecía, Tomás salió de la casa, bajó a la calle y se llegó hasta donde el “pavo” le esperaba, quedando por entero frente a él. Este era un hombre de unos cuarenta años, tal vez algo menos; barbudo y melenudo, pero con gafas. Y la verdad es que a Tomás, realmente, no le pareció mala persona. Era un hombre más, como cientos, miles, que cada día deambulaban no por Madrid, que sería mucho decir, sino por aquella misma urbanización
• ¿Estabas mirando?
Tomás respondió a la pregunta asintiendo con la cabeza. Entonces volvió a decir el hombre aquel
• Prepárate. Vamos, “capullo”
Tomás apenas si se preparó, simplemente amagó con subir ambos puños cerrados, como en un ensayo de posición defensiva pugilística, pero el devenir del “combate” fue rápido cual rayo que se cierne sobre la Tierra: Se limitó a un solo puñetazo que puso a la “virulé” un ojo de Tomás. Entonces el hombre se inclinó sobre el muchacho y señalándole con el índice extendido le dijo
• No vuelvas a hacerlo. A tu edad eso no es sano… Te puede causar muchos disgustos.
FIN DEL CAPÍTULO
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