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Amantes. Habíamos sido amantes. Únicamente amantes. Nuestro único vínculo era el sexo.
E iba a volver a verla. Estaba inquieto y ansioso. Con el sentimiento y la certeza de quien sabe que va a follar hasta la extenuación, a la vez que algo nervioso. Porque nunca se sabe con certeza que puede esperar la otra persona.
Tras un largo viaje –casi 10 horas de coche- llegué a su ciudad.
Aparqué, cogí mi maleta y subía al lugar donde vivía ahora.
No me defraudó en absoluto.
Abrió la puerta. Nos dimos dos besos en las mejillas y pase. Dentro de su casa. Cerró la puerta y yo dejé l maleta en el suelo.
Y allí mismo, sin movernos de donde estábamos, junto a la puerta ya bien cerrada, la besé larga y profundamente. Dejando que nuestras lenguas volvieran a encontrarse.
Y ya no pude parar. Fui bajando hasta caer de rodillas. Mirando su blusa blanca, abierta hasta marcar un delicioso escote. Escote que escondía un precioso sujetador azul marino, de encaje y con transparencias que dejaban entrever unos prominentes pezones que ya desafíaban a la gravedad desde su maravillosa posición en sus perfectos pechos.
Una vez de rodillas, me introduje dentro de su falda. Una falda muy cómoda que se abotonaba con corchetes a discreción desde el tobillo hasta la cadera.
Y bajo la falda, lamí la tela del elegante tanga que cubría su sexo.
Apreté con mis manos su culo para acercarla más. Y mientras ella acariciaba mis cabellos con sus dedos, yo conseguí apartar con mi boca su pequeña prenda y tomé posesión de su sexo. Y olí, sorbí, chupé de nuevo el órgano del placer que tantas veces había penetrado, que ella me ofrecía y yo hacía en ese momento mío.
A estas alturas, menos de diez minutos desde que atravesé la puerta de su casa, Eva gemía como solo podía gemir ella, demostrándome que le gustaba lo que estaba pasando.
Y me inundó la boca con sus deliciosos jugos que provenían de su primer orgasmo. Y entonces lo dijo, la expresión que deseaba que saliese de su boca: ¡¡Fóllame!!
Y no pude más. Me levanté, le rompí la blusa, le quité el sujetador y tomé sus pezones con mi boca que todavía conservaba el sabor a coño apoyándola en la cómoda del pasillo; le subí la falda, aparté su tanga y la penetré. Mi polla entró fácilmente dentro de ella y volvió a ocupar un sitio que le correspondía por derecho de amante.
Tras un instante para gozar del calor interior, la follé como pedía. De forma rápida y con energía. Sin llegar a la violencia. Como si fuera lo último que iba a hacer en esta vida.
Y sin poder evitarlo me fui, llenando aquel cocho con mi leche que ya impregnaba labios mayores, menores y el delicado tanga, porque, al contrario de otras veces, que cuando me corría paraba de penetrar y dejaba mi polla dentro de su chocho, esta vez era tal el ansia y el deseo de follar de follarla bien, que seguí con el mete y saca hasta que conseguí que Eva se volviese a correr otra vez y yo con ella.
Tras esta tórrida bienvenida fuimos la ducha.
La enjaboné, me enjabonó y esta vez fue ella la que se arrodilló ante mí. Y allí mismo bajo el agua tibia, se metió toda mi polla en su boca mientras acariciaba con una mano mis testículos y con la otra empujaba mi culo hacia ella. Me estaba haciendo una mamada impresionante. Pero yo sabía lo que quería. Así que cuando estuve a punto se lo dije y ella dijo lo segundo que más me gustaba oir: ¡¡ córrete entre mis pechos!!
Y así lo hice. A la segunda pasada por el canalillo de sus tetas que aprisionaban mi polla me corrí de nuevo. Ya estábamos empatados a orgasmos.
Tras la ducha nos secamos y cada cual se aseó y vistió correctamente. De reojo miraba que delicada lencería escogía para mí.
Le tocó esta vez a un conjunto negro, de sujetador también de encaje y también con transparencias –yo creo que son sus favoritos porque dejan excitarse a sus deliciosos y desafiantes pezones sin provocarle molestias con el roce- y un tanga también transparente sobre un liguero unido a medias negras que la hacían estar absolutamente y arrebatadoramente deseable.
Se puso otra blusa oscura que no transparentaba nada pero que dejaba intuir un provocador escote... Lo complementó con una falda un poco ajustada pero sin exageración para no marcar nada de su ropa interior y se calzó unos zapatos de tacón alto. Vamos, estaba de infarto. Nadie diría que esa mujer de 55 años tenía más de 50. A su edad estaba estupenda. Atractiva, elegante… una morena con ojos de portuguesa y un erótico mechón blanco. Una mujer con un excelente trasero, un vientre plano y unas tetas de las que quitan el hipo. Lo que se dice una mujer bandera.
Estaba por arrancarle la ropa y follarla de nuevo pero me contuve. Únicamente la besé volviendo otra vez a disfrutar de su boca.
Ya listos decidimos ir en taxi a cenar para evitar tentaciones de meternos mano mientras conducíamos.
Estaba de lujuria. Máxime cuando yo sabía lo que había debajo de su recatada ropa. Erotismo y lujuria puros.
En el restaurante con una proteínica comida y un buen vino blanco, nos pusimos al día de nuestras vidas. Si muchos detalles. No hacían falta. Además yo veía que se estaba achispando un poco. No me importaba. Es más. Nunca me importó que bebiera un poco porque después siempre se colgaba de mi brazo. Apretándose. De manera que uno de sus pechos siempre estaba apoyado en mi y muy, muy al alcance de mi mano. Y me encantaba.
Al salir del restaurante tomamos una copa rápida en un pub bastante tranquilo. Lo hicimos rápido. Teníamos ganas el uno del otro otra vez. Así que cogimos otro taxi y paramos un poco antes de su casa, para tomar el aire antes de subir.
Ella se cogío de mi brazo y yo delicada y disimuladamente iba acariciando su pecho.
Subimos a su casa y comenzamos a desvestirnos. Lentamente con muchos besos y caricias. Un botón un roce de labios, otro botón un beso en la frente…
Así lo hicimos hasta que nos quedamos yo con mi slip y ella con toda su lencería. Lencería que ahora, con la luz íntima de su dormitorio, tenía un brillo especial.
Tras unos largos, humedos y profundos besos en la boca, noté como se hinchaba su pecho y me ofrecía lo que ella sabía que era delicioso y a mí me encantaba. Sus tetas, coronadas con unos pezones que ya entonces estaban como piedras.
“Cógelos”, “cómetelos… sabes que son tuyos” me dijo.
“No cariño, son tuyos, debes estar muy orgullosa de ellos y sabes que siempre los adoraré. Sabes que me vuelven loco y que acepto tu regalo de l mejor manera que sé”
Dicho esto pasé la yema de mi dedo por el borde interior de la copa de su sujetador. Sabía que esas caricias le gustaban a rabiar y al rozar su pezón se le escapó su primer gemido de la noche.
Acerqué mi boca y llené de saliva la tela del transparente sujetador. Sorbí, mordí aquellos pezones hasta que, de una vez por todas fue ella la que se lo quitó para entregarse totalmente a mis caricias, besos, chupadas y pequeños mordiscos. Y quitándome el slip se las acaricié con mi polla ya dura. Le encantaba que le comiese sus tetas y le encantaba que me corriese en ellas. Desde la primera vez. Tanto con ropa como desnuda le gustaba que disfrutase de sus pechos. Comiéndoselos y follándolselos. Y dicho de paso, a mi también. Sus pechos son deliciosos. Con la dureza justa para su edad, calientes, acogedores y del tamaño justo, con unos pezones duros rodeados de una areola muy apetitosa y erótica. Por eso me gustaba meterle mano en cualquier parte y acariciárselos discreta o indiscretamente . aunque nada como ponerles una lámina de saliva encima y disfrutarlos. Sí que no pude más, la folle entre las tetas y me corrí mientras ellas esperaba con su boca abierta todo el producto que salía por mi polla.
Y ahora me tocaba a mi. Acaricié sus piernas, le desgarré el tanga a mordiscos y llegué a su botón del placer. Y al hacerlo no pudo más y se corrió.
Decidimos descansar un poco. Se puso de espaldas a mi, la abracé, alojé mi polla dentro de su sexo, ahora húmedo, caliente y recién exprimido y en esa postura nos dormimos.
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