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Amanda, una mujer muy caliente

Además de lo caliente que parecía ser había algo en aquella chica llegada de ultra-mar. Su cabellera negra azafrán y su piel pálida como la muerte resaltaban esa exótica belleza no antes vista por ninguna de nosotras. Su porte al caminar y su sexi delgadez contrastaban con sus grandes tetas que se mecían al natural porque nunca se ponía sujetador. Creo que eran esos contrastes, esos opuestos los que hacían de Amanda la chica más misteriosa que había visto en mi vida y la primera chica que desee con deseo eminentemente lésbico.



Desde que nos vimos la primera vez cruzándonos en direcciones opuestas caminando por los pasillos del colegio No pudimos dejar de vernos. Al cruzar nuestros caminos ambas nos volteamos a ver no una sino varias veces. Esa chica me dejo caliente desde el momento en que la vi, y si bien ya había notado en mis ciertos impulsos de lesbiana desde chica esa tarde se confirmaron. Amanda estudiaba un año más adelante que yo por lo que mis posibilidades de entablar comunicación y conocerla no eran buenas, pero tampoco imposibles. Al día siguiente supe su nombre, me pareció sexi, como ella, y al parecer estaba en boca de todo el colegio, tanto de hombres como de mujeres. Entre las chicas de mi generación rápidamente se volvió en la rival número uno de unas o en el deseo prohibido de otras, o las dos cosas al mismo tiempo. Pero para mí se convirtió en algo más, Amanda se volvió en mis ganas de vivir, de estudiar y de verla pasar.



Cada día pasaba horas arreglándome en el espejo solo para llamar su atención, en las noches apresuraba mi regreso a casa para poder llegar, deshacerme de mi ropa y rascarme las ganas encerrada en mi cuarto imaginando su cuerpo junto al mío. En ese tiempo tenía un vecino que se convirtió en mi amante y al que procuraba ver todos los días para saciar mis ganas de ella. Obvio que él creía que me moría por el pero no, para nada, simplemente lo utilizaba para imaginarla a ella mientras él hacía de las suyas con mi cuerpo. Fue así como poco a poco fui sabiendo algunas cosas de ella, aunque en realidad las pocas cosas que se sabían de ella en el colegio eran solo rumores, chismes y combinaciones de ambos con fragmentos pequeños de historias que en ese tiempo me parecían historias de fantasía y que solo alimentaban mis deseos y mi curiosidad por ella. De oídas sabía que hablaba muy poco español, que venía de un país lejano, muy lejano, quizás del otro lado del mundo. Unos decían que Amanda venia de un reino de dunas de arena donde sucedían espantosas tormentas de arena que cegaban la vista de las ciudades por días e incluso semanas, otros aseguraban que era una princesa templaria que venía huyendo de conspiradores asesinos que querían su muerte, los más exagerados llegaban incluso a decir que era un agente secreto de los temidos servicios de inteligencia israelitas y que había venido en misión secreta para plantar funestos atentados terroristas en mi país.



Pero los que más me interesaban de todos, eran los decires acerca de su alocada hiper sexualidad, que era una fácil y que ya había sido descubierta en episodios orgiásticos de toda índole en horarios pos-escolares tanto con maestros como con alumnos. Para mi, esas historias eran caramelo para mis sentidos y no hacían más que desbordar mis deseos de conocerla. Cosa que no sucedió hasta meses después en una noche de viernes en pleno verano con una temperatura que sobre pasaba los cuarenta grados centígrados. Estando sola y completamente desnuda y toda sudada a media noche en medio de un salón de clases montada sobre el escritorio del maestro, una sombra se deslizó por la ventana del aula y al notar mi presencia se detuvo a observarme. Yo continúe con lo mío, estaba demasiado prendida como para interrumpir mi placer por lo que opte por terminar primero y después averiguar la identidad del voyerista. La explosión fue severa, mis caderas se contorsionaron en un espeso vaivén de ida y vuelta y mis jugos salieron disparados dejando mi vientre y mis piernas empapado de mis espumosos jugos de mujer joven. Tarde unos momentos en salir de mi pasmo sexoide y cuando me di cuenta pude ver la silueta de Amanda en la oscuridad desnudándose lentamente frente a mí.



Libres de la prisión de su camisa blanca brotaron dos grandes senos gelatinosos adornados por unos pezones que parecían cerezas rojas sobre una gelatina blanca como la luna. Cómeme, le murmuré. Ella se encaminó hacia mí con paso lentos, las curvas de su cadera y el bamboleo gravitatorio de sus senos al aire terminaron por hipnotizarme de deseo y me dijo: Cierra los ojos y recuéstate sobre el escritorio - me contesto con su voz grave casi varonil. La obedecí y me recosté y cerré los ojos. De repente sentí como descansaba y paseaba ambos senos sobre mi cara. Abrí la boca y acomode con mi mano unos de sus pezones en mi boca y succione como bebe siendo alimentada por la teta de su madre. Bebí de ambos senos inundándome en un placer desconocido para mí. Su mano izquierda se posicionó sobre mis senos y su mano derecha se incrustó en mi panocha disfrutando de un placer indecible. La rapidez de sus dedos dentro de mí era algo inaudito, casi sobre humano, me empecé a venir a borbotones y mis labios dejaron de mamarla porque mis gemidos se convirtieron en gritos de placer. No sé cuánto tiempo me poseyó de esa manera porque finalmente sufrí un desmayo. Cuando por fin desperté mi placer no había terminado, Amanda se había montado sobre mí y ahora era su lengua la que taladraba mi vagina de placer. El olor amargo de su sexo me hizo darme cuenta que ella estaba raspando su sexo con mi cara con movimientos lentos pero decididos. Me deje llevar y puse a trabajar mi lengua en ella, era la primera vez que saboreaba el sexo de una mujer con mi boca y levante mis manos para masajear sus nalgas apretándolas a mi cara, mayugandolas, arañándolas.



Quien entrara en ese momento al salón vería un espectáculo mayúsculo de sexo sin amor ni amistad ni ningún tipo de carga afectiva más que el objetivo de dos hembras libidinosas dándose el placer de sus vidas. Mis cabellos y rostro empapados de su olor, mi nariz roja porque ahora me daba cuenta, Amanda la estaba usando a manera de pene dentro de ella. Los minutos pasaban y mis orgasmos se sucedían el uno al otro… Hasta que volví a perder el conocimiento. Cuando desperté ya había amanecido. Amanda, aun desnuda, me veía plácidamente sentada desde un pupitre. Buenos días, me dijo. Espero que hayas dormido bien. Vístete que es hora de irnos, no tardan en empezar a limpiar los salones y no quiero que alguien llegue y nos vea aquí a las dos completamente desnudas y en estas fachas. Al darme cuenta de mi desnudez y con la luz de la mañana entrando por los ventanales del salón, me sonrojé al recordar lo que había sucedido y encontrarme así frente a una chica con la que nunca había ni siquiera entablado la más mínima conversación. Ambas nos vestimos lo más rápido que pudimos y mientras lo hacía voltee a ver su cuerpo nuevamente. Es realmente hermosa, me dije a mi misma, y anoche me la comí.



De camino al autobús Amanda me preguntó: ¿Y cómo te llamas? Graciela, le contesté. Yo me llamo Amanda. Nos vemos pronto, me dijo, y se subió a un autobús y se fue.



Al lunes siguiente regrese a la escuela y pregunte por ella. Se regresó a su país fue lo que me empezaron a decir, venía solo por un semestre. Nunca volví a saber de ella. Han pasado cuarenta años y todavía pienso en ella todos los días.


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