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"Recuperar antiguas amistades sexuales siempre es bueno "
Amalia y yo nos conocemos desde hace más de veinte años. Entramos a trabajar en la empresa con pocos días de diferencia y los dos fuimos a parar a la Unidad de Informática, en donde yo continúo y he ido ascendiendo, y de donde ella se fue tras tener un affaire amoroso con uno de los jefes que estaba casado. La cosa trascendió más de la cuenta, se ganó cierta fama — fundamentalmente entre sus compañeras de entonces— de demasiado suelta de la entrepierna, de ser un poco puta, y prefirió marcharse.
Durante bastante tiempo seguimos teniendo trato amistoso y también sexual, aunque hace unos diez años Amalia se casó con un británico —Alan Raimundo, de madre asturiana— importante directivo de una famosa empresa de automoción, mayor que ella, y se cortó el sexo entre nosotros, aunque siempre mantuvimos una cariñosa lejana amistad. Ahora, de nuevo ha vuelto a Informática, y así no sólo nos vemos a diario, sino que hemos retomado la sana costumbre de tenernos mutua confianza, amistad cercana y, espero que a no tardar mucho, sexo. Esto último sí que lo estoy deseando, no creo que los años de matrimonio hayan cambiado su forma de ser, sexualmente hablando.
¿Cómo es Amalia? A sus cuarenta y cuatro años de edad —yo soy un año menor que ella— en lo puramente físico es una mujer morena, guapa, no demasiado alta, curvilínea, está muy buena. De carácter fuerte, difícil en el trato, cambia a menudo de opinión sin ninguna explicación, con un genio endiablado en discusiones y controversias, un verdadero torbellino, llegué a dudar en tiempos que no tuviera doble personalidad o fuera bipolar, porque al mismo tiempo es verdaderamente encantadora, cariñosa, amable, simpática, sensual. Si algo puede definir a Amalia —Mali es su diminutivo— al menos desde mi punto de vista de hombre, es que se trata de una bomba sexual. He tenido mucha suerte con las mujeres —casi nunca me ha faltado sexo desde que llegué a adulto— y he estado con bastantes, pero como con ella, jamás. Follar con Mali es verdaderamente cojonudo, es la mujer que más me ha gustado, de largo, entre aquellas con las que me he acostado, aparte del cariño que siempre nos hemos tenido.
Hoy viernes el día está siendo duro y pesado en el trabajo. Una avería en la red que une todas nuestras sedes europeas me trae de cabeza, a media mañana ya estoy irritado, cansado y estresado. Y se me nota. Amalia se acerca a mi despacho antes de la hora de comer:
—¿Se te puede hablar? Estás un poco insoportable con las secretarias, córtate ya o suicídate, pero deja de dar por culito
—No sé, lo siento, a ver si los del servicio técnico acaban de una puta vez con la avería, me va a estallar la cabeza con la próxima llamada telefónica de alguno de los jefes de zona
Amalia mira hacia atrás, entorna casi totalmente la puerta del despacho de manera discreta, se acerca a mí, me pide que me levante y sin más pone su mano derecha sobre mi paquete, aprieta suavemente varias veces y pasa a cogerme la polla por encima del pantalón.
—Te está haciendo falta relajarte un poco, está claro. Ven y disimula
Tras salir del despacho va delante de mí —el hipnotizador suave vaivén de su culo grande, duro, redondeado, queda de manifiesto con el vestido suelto que lleva, que deja todo a la imaginación del que la mira. Ella fue la primera mujer que me dio el culo habitualmente, como algo natural, sin dudas ni quejas de ningún tipo— me dirige hacia el almacén de suministros de oficina, no nos cruzamos con nadie, sigue andando hasta el fondo en donde, tras un recodo, hay un pequeño despachito que pasa totalmente desapercibido y realmente no se utiliza nunca. Abre la puerta, tiene llave, entramos y vuelve a cerrar.
—¿No conoces este refugio que tenemos las secretarias? Sé discreto, por favor, no digas nada
Me besa en los labios con suavidad, no me deja devolverle el beso —nunca ha sido una mujer besucona y mucho menos de besos guarros a tornillo o parecidos— y rápidamente se acuclilla para desabrochar el cinturón y el botón de la cintura de los pantalones, para bajármelos junto con los calzoncillos hasta los tobillos.
—Qué polla más buena, sí la recuerdo, sí
Tras acariciar media docena de veces mi paquete, apretando un poco, coge la crecida polla con la mano derecha y comienza un suave movimiento adelante y atrás para bajar y subir la piel de la tranca, descapullándome desde el primer momento y lamiendo a cada poco la punta del glande con su ensalivada lengua.
Siempre ha sido una comepollas fabulosa, no sólo por su habilidad y pericia, sino por las ganas con que lo hace, por la alegría e interés que demuestra en la búsqueda de placer para el hombre al que se la está mamando. En su día, a mí me dio gusto con la boca en multitud de lugares distintos, desde el coche en un aparcamiento hasta los aseos de discotecas y bares de copas, en los probadores de grandes almacenes, en el portal de su casa, al aire libre a la vista de varios voyeurs, en un tren de cercanías, desnudos en la playa, en el balcón de mi antiguo piso, en un parque urbano a mediodía, en la cocina de su casa estando su madre y su hermana viendo la televisión en la sala…
Nunca se ha cortado ni un pelo ni le ha dado vergüenza o temor que la descubran comiéndose una polla o follando, en ocasiones le gusta y lo pide, este matiz exhibicionista es, a veces, un punto importante de su excitación sexual, que, por otra parte, siempre he pensado que se centra más en dar placer que en recibirlo, en satisfacer a su hombre más que otra cosa.
Lleva varios minutos comiéndome el capullo con lengua, labios, dientes, su boca entera, con mucha saliva, apretando, volviendo a lamer, de nuevo apretando un poco más, todo ello acompasado —ahora ya con un ritmo rápido— con el sube y baja de la piel de la polla que en ningún momento ha detenido, además de apretar mis huevos con distinta intensidad con la mano que le queda libre. No deja de mirarme a los ojos y se da cuenta que me falta muy poco para llegar al orgasmo, así que incrementa un poco más el ritmo, y cuando me corro recibe mis lechazos dentro de la boca, cinco, seis disparos de semen denso y blanco, que no traga, nunca lo hace. Me coge el pañuelo del bolsillo, ahí escupe el semen, se limpia los labios y vuelve a utilizar la lengua para lamer la punta de mi glande, lenta, suavemente, como si me estuviera limpiando los restos de la corrida. Se pone en pie, nos besamos levemente en los labios, acaricia mi cara varias veces mirándome con expresión satisfecha, y tras comprobar que nadie nos ve, salimos, cierra el despacho y volvemos, cada uno por un pasillo distinto.
—Hasta luego, chico guapo, ahora estarás más tranquilo, supongo
Ese modo de comportarse fue siempre habitual en Amalia, al menos conmigo. Yo tan feliz si soy objeto de sus cuidados sexuales.
Los viernes no nos solemos quedar a comer en la cafetería de la empresa —ya se respira ambientillo de fin de semana— por los alrededores hay varios buenos locales dentro de una gama de precios muy amplia, Mali y yo vamos junto con cuatro o cinco personas más a un mesón en donde solemos compartir gambas cocidas, pulpo a feira, un excelente buey gallego y unas filloassobresalientemente pecaminosas. El ambiente es bueno y relajado una vez me he disculpado por mis nervios a lo largo de la mañana —la cara de cachondeo de mi amiga Amalia mientras hablo es todo un poema— y anticipo que la primera ronda de gintonics la pago yo en el bar de copas habitual cuando salgamos de trabajar a eso de las cinco.
El bar de copas al que vamos —muy grande, con distintos ambientes, incluso con pista de baile— no está lejos de la sede de la empresa, es algo así como refugio y segunda casa para muchos de los empleados y allí se ha establecido de manera tácita una especie de pacto de no agresión: lo que aquí sucede aquí queda, igual da que sean noviazgos largos o efímeros, que ligues más o menos ocultos, que darse el lote en las mesas más reservadas, borracheras de todos los tamaños, discusiones políticas, futbolísticas o de índole personal… Es una tierra de nadie en donde todas y todos cabemos sin miedo a represalias posteriores, porque quien no cumple el pacto queda excluido del bar y de los grupos de personas que aquí vienen, termina solo, aburrido, también en el trabajo, y eso es muy jodido y sicológicamente peligroso. Y claro, no nos engañemos, hombres y mujeres en el mismo sitio, más o menos en igual número, desde los veintipocos años hasta los cincuenta y tantos, con alguna copa o copas encima, la estrella del espectáculo es el sexo o la búsqueda del mismo.
—Andrés, tú y yo nunca estuvimos en este sitio, verdad
—Abrió hace unos seis años y ha tenido un éxito clamoroso
—Ya veo, ya, me parece bien un lugar neutral para desinhibirse durante un rato. A Alan, mi marido, le encantaría, él que es tan abierto y liberal
—¿Os va bien?
—Sí, no somos un matrimonio típico, cada uno hace lo que quiere y mutuamente nos ayudamos y damos apoyo, sin malos rollos. Si me preguntas si nos queremos, sí, enamorados no estamos, pero somos buenos amigos que se aprecian, se necesitan, se quieren
—Suena muy bien
—Es una relación propia de pragmáticos, no de románticos, no es perfecto, pero nos funciona
—¿Eres romántica?
—Contigo sí, mi chico guapo
Una caricia en mí mentón, sonríe antes de darme un beso en los labios, suave, sin lengua y un gesto característico de Mali: acaricia varias veces seguidas mis brazos hasta los codos, más bien deprisa, para al final apretarme las muñecas y las manos. Señal inequívoca de que está cachonda y quiere follar.
—Vamos a mí casa, Alan está en Londres hasta el lunes
En el coche —ella rara vez conduce, es fiel asidua cliente de los taxis— ha subido la falda del vestido muy arriba, para enseñarme las pequeñísima bragas negras que lleva, y para permitirme acariciar su muslos. Está sentada sobre sus piernas puestas en el asiento, apoyada la espalda contra la puerta del coche, de manera que su pubis queda casi tapado por los suaves, tersos, anchos, musculados muslos. Sexy es un adjetivo que se le queda corto, es tremendamente excitante, de manera natural, sin necesidad de gestos estudiados. Y esa expresión en su rostro, con los ojos brillantes, los labios entreabiertos, la sonrisa permanente…
—Estoy salida, chico guapo, quiero sentir tu pene muy dentro
No he descrito a Amalia en detalle. Muy morena de pelo y piel, es de estatura media, manejándose siempre con gran soltura con zapatos de increíble tacón alto. Su densa cabellera negra la lleva a menudo muy corta, lisa, peinada completamente hacia atrás desde la frente, llegando apenas a la nuca, y en otras ocasiones, como ahora, con aspecto aleonado, como cardado, con mucho volumen. En su rostro levemente cuadrado destacan los grandes ojos oscuros, tan negros como el pelo, brillantes, siempre acuosos cuando se excita, una nariz recta más bien grande y una boca acorazonada de gruesos labios rojizos, siempre húmedos, que dejan vislumbrar su blanquísima perfecta dentadura, en donde se aprecia una leve separación entre sus dos grandes paletas frontales superiores. Es guapa, mucho, con una expresión muy atractiva en el rostro siempre que no esté enfadada, momento en el que se convierte en una fiera capaz de asustar al más pintado.
Cuello fuerte, anchos hombros rectos y suavemente redondeados, tetas no especialmente grandes que me parecen muy bonitas y excitantes: altas, separadas, elásticas, redondas como un queso de bola que en su centro tiene cortos gruesos pezones, oscuros, situados en areolas sin forma, también oscuras y prácticamente difuminadas. Es un maravilloso placer comerle esos pezones tan amigables y acogedores, que se ponen duros como piedras y reaccionan de manera inmediata a las lamidas de mi lengua. Me encantan. Algunas mujeres me han dicho que tengo un déficit de mamar, que de bebé no mamé lo suficiente y de adulto las tetas, y sobre todo los pezones, son verdaderos fetiches de mi sexualidad. La sicología no ha sido nunca lo mío —soy licenciado en Física— pero es muy cierto que los pechos de una mujer son parte importante de mi excitación, de manera que puedo pasar mucho tiempo acariciando, besando, chupando, mordisqueando unos pezones que me inspiren atracción, independientemente de su tamaño.
La atractiva espalda de Mali es ancha, fuerte, musculada, hendida por la sinuosa columna que la separa en dos evidentes partes hasta llegar a las nalgas, altas, grandes, alargadas, duras, configurando un culo maravilloso, punto fuerte de su anatomía, redondeado, partido en dos por una estrecha raja que parece querer ocultar la pequeña roseta circular, apretada, del mismo color oscuro de sus pezones. Espectacular.
El paso de los años ha tenido en ella un efecto propio del buen coñac, no se muestra ni especialmente ajada ni envejecida, su cuerpo ha ganado volumen y rotundidad, quizás algún quilo que otro, pero bien repartidos, con apenas estómago y tripa —los gintonics son traicioneros, Andrés, pero me encantan— que dan paso al pubis guarnecido por un negrísimo vello, rizado, ensortijado, denso, que no logra ocultar su sexo amarronado de labios anchos, gruesos, abombados, brillantes, con la zona clitoridiana ancha y prominente, cobijando bajo la capucha un clítoris de tamaño grande, verdaderamente llamativo cuando está en erección.
Piernas finas, musculadas, torneadas, muslos anchos, fuertes, duros, rotundos, completan el cuerpo de una mujer que está muy buena y, como se decía antiguamente, es material fungible, vamos, follable al mil por cien.
Caso aparte merece la piel de Amalia, su cutis en particular y todo el cuerpo en general. Tiene una piel perfecta, sin marcas ni señales de ningún tipo, levemente tostada todo el año —si toma el sol se pone negra como un zapato en pocos días— y, lo verdaderamente destacable, un olor propio, un perfume personal, único, especialmente notorio en la nuca, detrás de las orejas, en los dobleces de codos y rodillas, bajo los pechos, en las ingles, y por supuesto, en su sexo. Sus feromonas cumplen a la perfección la función de influir en otros seres vivos del entorno, percibir ese perfume te predispone al sexo, no me hace gozar por anticipado, claro está, pero me pone la polla bien tiesa y dura, lista para follar. Cuando hace años tuvimos una relación constante, en algún momento llegué a pensar en guardar algunas gotas de sus abundantes jugos vaginales y hacerlas analizar para conocer su composición. Como perfume femenino tendría un gran éxito de ventas, seguro.
Durante todo el corto trayecto en coche no he dejado de acariciar los muslos de una sonriente Amalia, quien en un semáforo se ha quitado las bragas y las ha lanzado a mi cara. Ahhh, ese perfume único, la humedad que ha empapado el tanga mínimo, que parece estar hecho con tela de araña, los labios sexuales húmedos, los brillantes hilillos de líquidos sexuales que ya mojan sus muslos…
—En cuanto lleguemos me la metes, llevo días masturbándome
En el ascensor hemos coincidido con una joven vecina con el carrito y el niño dentro. Nada de jueguecitos sexuales —bueno, he mantenido mi mano derecha posada sobre su culo, moviendo levemente los dedos para apenas acariciar las nalgas— salvo las miradas de complicidad compartida ante el parloteo insulso de la joven madre, quien se ha bajado un piso antes que nosotros. La casa de Mali es un ático maravilloso, muy grande, con terrazas increíbles, ajardinadas, entrando dentro de la casa, con unas vistas fabulosas sobre casi todo Madrid y los picos serranos a lo lejos, parece que se puedan tocar con las manos. Pero no es el momento de admirar el piso, sino a la mujer que ya está completamente desnuda, sonriente, respirando con fuerza, ayudándome a desvestirme, acariciando mis brazos, dándome un par de leves besos en los labios, agarrándome del paquete y conduciéndome hacia una habitación alejada de la sala principal.
—Te va a gustar nuestro cuarto de ser malos
Es una sala medianamente grande en donde reina una gran pantalla plana de televisión en una de las paredes y apenas algunos muebles: una maciza mesa cuadrada de madera, una silla negra de muy alto respaldo, una especie de reclinatorio, también de recia madera negra, un caballete metálico, pesado, una gran mesa baja toda ella de resistente madera, dos anchos sofás de dos plazas y, en una de las paredes, un aspa de madera. Las paredes y el techo están pintadas de color negro y la ventana está cerrada, la persiana bajada y tapada por una gruesa cortina de terciopelo negro. En las paredes libres hay grandes espejos de cuerpo entero.
—¿Es lo que me parece?
—Alan es muy juguetón además de decididamente bisexual. Somos una pareja totalmente liberal en lo que al sexo respecta y a mí no me importa que traiga a casa a quien quiera follarse, sea hombre o mujer. De vez en cuando, si me apetece, participo en un trío, y cuando él y yo lo hacemos solos, le gusta jugar, que le castigue un poco, que le penetre analmente. Bueno, a mí me excita el asunto. Ven
Vamos al sofá, nos sentamos y comienzo a mamarle los tiesos duros pezones mientras acaricio sus nalgas. Ella no deja ni un momento de acariciarme la polla y los testículos, pero apenas pasado un minuto se levanta, da la vuelta, se pone de rodillas en el asiento e inclina el cuerpo, humillando el torso para dejar ante mí vista su culo majestuoso y el brillante empapado coño.
—Tú eliges
Primero el chocho, está claro. Me acerco, poso mis manos sobre lo más alto del culo para sujetarme, y tras un par de intentos que le hacen gemir de excitación cuando toco la entrada de la vagina, meto la polla de un empujón fuerte, constante. Hasta el fondo.
—Qué bueno, qué falta me hace
Probablemente es la postura que más me gusta, una hembra puesta de perra humillando la cabeza, acompasando su movimiento al metisaca rápido, constante, que le estoy dando. Satisfacción, incluso embeleso, provocan en mí los ruidos producidos por el movimiento de mi polla en ese coño suave, empapado, caliente, acogedor; joder, como sabe estrecharlo para que mi rabo note el roce en las paredes vaginales, cómo lo sujeta de vez en cuando… Siempre ha sido la mejor.
Llevo ya varios minutos dándole unos pollazos tremendos, con fuerza, con un ritmo rápido, intentando llegar lo más dentro posible, sin preocuparme de mi posible orgasmo, atento a sus reacciones, al jadeo constante, a los grititos cada vez que empujo con más fuerza —me agarro a sus nalgas como si mis manos fueran garras— a la ronca respiración, hasta que un grito en voz baja, ronco, sordo, largo, mucho, tanto como dura su corrida, me indica que ha llegado al orgasmo. Le saco la polla rápidamente, no quiero que los espasmos de su vagina me hagan correrme, y de nuevo, como siempre, me sorprende la gran cantidad de líquidos sexuales que echa. Más de una vez le pregunté si orinaba, pero siempre me contestó que no, que produce muchos jugos vaginales y, probablemente, lo suyo es una manera de eyacular. Y lo que es mejor, su perfume maravilloso impregna todo el ambiente de la sala. Tengo la polla tiesa y dura como un trozo de metal. Necesito aliviarme y ahora quiero su culo.
Lo sabe sin que tenga que decirle nada, se acerca a la mesa de madera, pone sus manos y brazos sobre ella y doblada por la cintura, echa hacia atrás los pies y abre mucho las piernas, de manera que queda en una postura en la que eleva y luce su parte trasera en su total esplendor. Guau, qué visión más excitante.
Me acerco con la polla sujeta con la mano derecha. Nunca utilizamos lubricante en su día, así que me sorprende que me indique que lo saque de un cajoncito que tiene la mesa, me echo un par de chorros sobre la polla y lo extiendo con la mano, llevando después mis dedos a la oscura estrecha roseta de la mujer. Mi primer intento de abrir el esfínter es bueno, penetro sin ninguna dificultad, empujando de manera constante hasta entrar por completo, e inmediatamente, pongo las manos en la cintura de Mali para ayudarme en el movimiento adelante-atrás que comienzo sin esperar ni un momento.
Me gusta, joder si me gusta. Me resulta cojonudo notar la polla bien apretada al mismo tiempo que completamente envuelta de hembra, en una sensación plácida, algodonosa, como si una fuerte mano embutida en un guante de sedosa suavidad me estuviera haciendo una paja fabulosamente buena.
Algo destacable de Amalia es que pocas veces la he visto correrse acariciándose el clítoris, salvo cuando le pedía que se hiciera una paja para mí, para excitarme observándola. No tiene problema alguno en correrse vaginal o analmente, sin tocarse, y en las ocasiones en las que intenté acariciar su clítoris al mismo tiempo que la estaba penetrando, no me dejaba, decía que no lo necesitaba y le provocaba un cierto malestar. Por ello no me preocupo de si está o no otra vez excitada, ahora quien quiere gozar soy yo y a ello me pongo con todas mis ganas.
Me queda poco, la ansiedad por lograr mi orgasmo ya es tremenda, aumento el ritmo de la follada ya sin apenas recorrido dentro del culo, estoy agarrado al comienzo de las nalgas de Mali con mucha fuerza, como si se me fuera a escapar, y apenas le oigo cuando con voz ronca me dice:
—Haz lo que te gusta, mi chico guapo
Le saco la polla del culo, la sujeto con la mano derecha y me la meneo rápidamente mientras Amalia se arrodilla ante mí, sonriendo, hablándome —no entiendo lo que dice, el ruido de la sangre a gran velocidad retumba en mis oídos como una especie de tamborrada constante— mirándome a los ojos. ¡Ahí va eso, joder, qué gusto!
Seis, siete, ocho latigazos de blanco semen impactan en el rostro de la mujer arrodillada, quien no aparta la cara, sino que la mantiene en alto, dirigiendo la vista hacia mí, recibiendo con los ojos abiertos toda mi lechada. Cómo me gusta ver su sonrisa a pesar de que mi leche de hombre le pringa la cara entera y salpica su pelo…
—Vamos, dilo
Cómo me conoce, cómo sabe darme placer.
—Qué guarra eres, cómo me gusta la pinta de puta que tienes ahora ¡Qué perra eres!
Se pone en pie, nos abrazamos, me besa suavemente en los labios, como siempre hace, me mancha la cara con mi propio semen, y con sus dedos lo lleva hasta mi boca para que se los chupe. Extiende los churretones de leche por su cara, por el cuello y las tetas, como si fuera crema hidratante, y de nuevo introduce dos de sus dedos manchados en mi boca, para que los chupe varias veces seguidas.
—Mi chico guapo es un poquito maricón, seguro que te vas a llevar bien con mi marido. Quiero que te lo folles y quiero verlo. No me negarás este capricho
¿Acaso puedo decir no o que me lo voy a pensar?, claro que haré lo que le apetezca. No va a ser el primer tío con el que tenga sexo, aunque no es lo que más me gusta.
La semana siguiente tiene un bonito puente, así que quedamos el sábado después de comer, en casa del matrimonio. El marido de Amalia es un hombre alto y grande, el típico armario de tres cuerpos, fuerte, peludo —es calvo, se afeita la cabeza, pero su vello corporal es abundante, denso, largo, de un bonito rubio con matices cobrizos— con tripita cervecera y una polla no especialmente larga pero sí llamativamente gruesa, con un glande acampanado todavía más grueso. Lleva muy bien los cincuenta y tres años de edad que tiene, con un excelente aspecto físico.
Nos hemos conocido hace poco tiempo y apenas hemos tenido trato —viaja a menudo por toda Europa— pero me cae bien —simpático, educado, forofo futbolero madridista, como yo, le gusta tomar copas cuando se encuentra a gusto y es adicto a la tortilla de patatas, rasgo culinario que compartimos— y si en los primeros momentos se me hace extraño verle arrodillado mamando mi polla con fruición, ahora ya me he acostumbrado, además, lo hace muy bien y me está poniendo muy cachondo.
Mali no ha participado —prácticamente ni siquiera ha dicho nada— hasta ahora salvo para darme algún leve beso en la boca, pasar un brazo por mi cintura, tocarme suavemente el culo y acariciar la calva de su marido de vez en cuando, como si le rascara la cabeza a un perro. Está completamente desnuda excepto porque lleva unas elegantes sandalias negras de fino alto tacón abrochadas en los tobillos, finas medias negras transparentes que le llegan hasta muy cerca de las ingles y una ancha cinta de seda negra ajustada en el cuello, también lleva maquillados en color negro ojos, cejas, labios… nunca la había visto así. Por cierto, en su pezón derecho lleva un falso piercing de acero pavonado negro que le sienta muy bien. Está guapa. Además, se ha rasurado por completo el sexo y el pubis —al igual que su marido— aunque estoy casi seguro que no es para tener sexo oral. Me he comido su coño algunas veces —es increíble notar su grueso clítoris en la boca al mismo tiempo que percibes con gran intensidad su característico perfume— pero no es lo que más le gusta. En tiempos decía que los hombres comecoños le parecen bolleras, como las monjas del colegio en el que estuvo siendo adolescente, y aunque nunca me lo quiso contar, estoy convencido que le comieron el chocho muchas veces, porque ese gran clítoris y su perfume no pasan desapercibidos y pueden crear adicción.
Alan se levanta, deja de comerse mi rabo porque quiere que le penetremos el culo, así que se acerca hasta el reclinatorio de madera, se arrodilla en él y Amalia mueve una palanca lateral metálica, se eleva como un metro y el cuerpo de su marido queda con la cabeza apuntando al frente, un poco hacia abajo —es un mecanismo ingenioso y curioso, desde luego— y el culo en toda su plenitud queda expuesto a una altura conveniente para poder penetrarlo.
Amalia se ha acercado a una cajonera situada a los pies de la gran pantalla de televisión —está encendida, funcionando de manera que nos enfoca una cámara direccional que sigue nuestros movimientos y nos vemos en la pantalla— saca un negro arnés que se sujeta en la cintura y los muslos, así que un pene de silicona color carne, de unos veinte centímetros, recto, blando, poco rígido, queda entre sus piernas apuntando hacia abajo.
—Mi marido es maricón y le vamos a dar por el culo los dos, para que se le ponga la polla muy dura y se pueda correr como a él le gusta
Tras poner una buena capa de lubricante en el rabo de silicona, Mali se ayuda de la mano para penetrarle el culo a su marido, sin problemas, empujando suave pero constantemente, hasta enterrarle toda la polla falsa y comenzar un lento movimiento adelante-atrás, con muy largo recorrido.
—Métesela en la boca, que te la coma
Así lo hago, recibiendo una suave mamada por parte del sodomizado Alan, que se complace en cerrar los ojos y dar leves grititos cada vez que su mujer empuja con la polla. Al cabo de unos minutos se la saco de la boca y sustituyo a Mali. Entro sin problemas —aunque por si acaso me he echado un chorreón de lubricante en la cabeza del pene— hasta lo más profundo de mis rectos veintidós gruesos centímetros de glande puntiagudo, me muevo lenta y suavemente adelante y atrás, constatando la excitación de Alan, que solicita que vaya más rápido, por lo que me agarro al reclinatorio e incremento el ritmo.
A cada pollazo, empujando e intentando metérsela lo más profundo que puedo llegar, Alan emite exclamaciones, quejidos y grititos a un volumen ya medianamente alto, lo que no deja de parecerme un poco excesivamente maricón. Amalia se acerca a la palanca del lateral del mueble articulado y la mueve hasta que el cuerpo de su esposo queda medianamente incorporado, sin impedimento para que yo siga follándome su culo pero con la polla al alcance de la boca de Mali, quien se arrodilla y comienza a mamársela sin utilizar las manos.
En la habitación de negras paredes hay una mezcla de sonidos provenientes de nuestras respiraciones y jadeos, de los ruidos producidos por el choque de mi pelvis contra el cuerpo de Alan, del crujir de la madera del reclinatorio, del guarro chapoteo en que se ha convertido la mamada de Mila, quien parece tener una manguera dentro de la boca y también ha tenido que sujetarse poniendo las manos en el mueble, y por encima de todo, el perfume de hembra de la morena mujer, que debe estar excitada y llena todo el ambiente con su excitante maravilloso olor.
Alan se corre dando un bufido fuerte y corto, haciendo gestos para que se la saque del culo y depositando en la boca de su esposa una gran cantidad de blanco esperma, que fluye blanda y suavemente durante bastante tiempo.
—Cojonudo, qué bueno ha sido
Amalia ha escupido el semen de su marido —¡vaya cantidad!— sobre una toalla dispuesta a sus pies, se levanta, besa suavemente los labios de Alan, y como me ve menearme la polla a la búsqueda de mi corrida, me da un grito en tono cortante:
—Ni se te ocurra
Hace calor y estoy sudando a mares, incrementando mi sensación de necesitar correrme. Mila me ha cogido de la mano y me lleva hasta el sofá, en donde medio se tumba con la espalda apoyada entre el ancho respaldo y uno de los brazos, abre sus piernas todo lo que puede, me hace un gesto para que me aproxime más, y cuando voy a meter la polla en su coño, me hace esperar unos segundos durante los cuales acaricia mis brazos desnudos varias veces, hasta los codos, y termina apretándome muñecas y manos. Respira muy fuerte e inmediatamente coge mi pene con su mano derecha y lo acerca hasta la entrada de su ya empapado sexo, en donde lo restriega varias veces arriba y abajo, para poco después dirigirlo al interior del coño. Qué bueno es sentirlo caliente, suave, muy mojado. Despacito comienzo a follarme a Amalia, ya voy notando la sensación de que necesito correrme.
Parece que hay algo que no le gusta o le está molestando, así que hace que se la saque, se levanta rápidamente, me obliga a tumbarme en la misma posición en la que estaba ella, se pone encima de mí con las rodillas a la altura de mis caderas y toma con su mano mi crecida necesitada polla, la introduce en su chocho, gime suavemente, dice algo que no logro entender y comienza a moverse de derecha e izquierda, vuelve a dar algunos suaves quejidos de excitación e inmediatamente me cabalga arriba y abajo, sin prisas pero incrementando el ritmo poco a poco. Me está pegando una follada excelente, cojonuda, apretándome la polla con su chocho, estrechándolo de manera que siento el roce de su vagina en toda la tranca.
Me parece muy excitada, respira con mucha fuerza, emite grititos y jadeos con su voz ronca, y de repente —me pilla por sorpresa— da un tremendo grito en voz muy alta, que dura muchos, muchos segundos, durante los que no dejo de sentir en la polla los apretones y pellizquitos provocados por las convulsiones y pulsiones de su vagina. Se corre con profusión de jugos sexuales, y es en ese momento cuando llega mi orgasmo, largo, profundo, sentido, gratificante. Estupendo.
—Ya sé que hace años follabais a menudo, no lo habéis olvidado, ¡vaya polvazo!
Alan besa a Mali en los labios y le da una copa de globo con gintonic, después hace lo mismo conmigo. Lo del beso en mis labios quizás sobraba, pero no voy a ser borde, tengo mucha sed y la copa que ha preparado es excelente.
A última hora de la tarde Amalia y su marido han quedado con una amiga inglesa compañera de trabajo de Alan. Cuando llega acabamos de ducharnos los tres tras dormir una reparadora siesta. No hemos tenido más sexo, quizás nos estuviéramos reservando sin yo saberlo.
Dana es una mujer de unos cuarenta años, muy alta, delgada, de agradables suaves rasgos en su rostro, en donde destacan unos bonitos ojos azules, de cabello castaño claro, que lleva en media melena, peinado sin flequillo y raya en el medio. Simpática, sonriente, me ha besado en los labios cuando nos han presentado, y dado que estamos prácticamente desnudos los tres —apenas tapados con un albornoz los dos hombres, Mali sigue con su aspecto de zorra sexy, se ha vuelto a maquillar en color negro, pero tras la ducha no se ha puesto medias— después de tomar un par de generosos tragos del whisky que ha pedido, se desnuda con total naturalidad, sonriendo, haciéndonos una especie de striptease light, sin música ni grandes movimientos, pero excitante, sabiendo lo que hace y lo que enseña, evidenciando que tiene un cuerpo atractivo, que está buena y deseable.
A pesar de ser bastante alta y delgada tiene bonitas curvas, muy bien puestas, en especial unas llamativas tetas de tamaño no muy grande. Sus tetas parecen dos copas acampanadas de champán, anchas, altas, separadas, apuntando cada una a un lado, picudas, con areolas amarronadas pequeñas, circulares, en cuyo centro están los pezones, cortos, más bien gruesos, como avellanas que parecen sujetar, tirando hacia arriba, de los pechos. Bonitas tetas, elásticas, de piel tersa. Bonitas de verdad.
De caderas altas, su culo ancho presenta unas nalgas alargadas, fuertes, que se continúan en muslos largos, musculados y piernas finas muy torneadas, esculpidas. El pubis y el sexo completamente depilados, de manera que parecen unos labios obscenos en su desnudez, de color suavemente beige, al igual que la piel de todo el cuerpo, en el que se difuminan algunas pecas muy pequeñas, apenas perceptibles. Es atractiva, está muy buena, y un pequeño tatuaje —una estrella de cinco puntas dentro de la que se entrelazan dos letras mayúsculas que no sé identificar— en el pubis, situado cerca del muslo izquierdo, le da aspecto de conocedora, de mujer de experiencia.
Mali ha salido un momento de la habitación y vuelve con una pequeña bandeja rectangular de cristal, en donde hay trazadas cuatro rayas del ancho de un dedo de un polvo blanco que supongo es cocaína. Las damas primero, después Alan y yo, esnifamos la coca —me parece de muy buena calidad desde el primer momento— y nos sentamos a charlar con nuestras copas en la mano en el sofá y en el suelo.
Dura poco la charla, Alan se besa con Dana, e inmediatamente la mujer me besa a mí. En cuestión de segundos los dos hombres nos estamos poniendo ciegos con las tetas de la inglesa, metiéndole mano en el sexo, acariciando su culo y recibiendo por su parte muchos y variados tocamientos en los huevos y el pene. Utiliza las dos manos con efectividad y no deja la boca quieta ni un momento dándonos largos guarros besos chupones.
Amalia dejó el sofá, ha estado algo separada de nosotros, bebiendo tranquilamente su copa, mirando, como si el asunto no fuera con ella. Se levanta de la silla de alto respaldo en la que está sentada, se acerca al sofá, aparta la cabeza de Alan, quien le está mamando un pecho a la mujer, y aparta mi cabeza para separar nuestras bocas soldadas por la saliva. Tras sonreír, besa en la boca a Dana, primero suavemente, después con lengua —me sorprende— guarramente, durante muchos segundos, hasta que se separa, y rápidamente, le suelta a la inglesa un par de tremendas bofetadas, fuertes, sonoras, que le hacen mover la cabeza a izquierda y derecha. Apenas he salido de mi asombro cuando Dana se levanta del sofá y se acerca a besar de nuevo a Mali en la boca, después se arrodilla delante de ella, humillando la cabeza, bajando la mirada, en una pose de total sumisión.
—Lo estás deseando y no lo pides. Mereces que te castiguemos
Alan ha abierto el pesado caballete y Dana está boca abajo con su estómago apoyado en él, doblada de manera que las manos las tiene atadas cerca del suelo e igualmente las piernas, muy abiertas, atadas a la altura de los tobillos. Queda completamente expuesta, ofreciendo toda la parte trasera de su cuerpo, con las tetas picudas colgando levemente, para lo que queramos hacer.
—Tócale el coño a esta guarra, mira cómo se pone
Es cierto, está muy mojada, con la boca y las aletas de la nariz abiertas, como si necesitara más aire para respirar, los ojos entrecerrados, respirando profunda y sonoramente, con expresión de estar atenta a lo que pueda ocurrir.
Lo que ocurre es que Mali toma la iniciativa, coge del pelo a la atada mujer, levanta la cabeza y la lleva hasta empotrar la cara en su coño, apremiando a Dana para que le chupe, lo que hace con lengua y labios, muy guarramente, poniéndose toda la cara empapada de los abundantes jugos vaginales de Amalia y de su propia saliva.
De un anaquel de madera negra sujeto en una de las paredes Alan ha cogido una correa con un corto mango de madera, como de medio metro de largo, de cuero fino, de unos tres centímetros de ancho, se sitúa detrás de la sumisa inglesa y le da un fuerte azote en la nalga derecha, que se estremece como si el músculo se hubiera movido por la picadura de un gran mosquito, e inmediatamente presenta la huella rosada producida por el golpe. Otro azote, ahora en el carrillo izquierdo, con el mismo resultado.
—Sigue comiéndome, puta, no pares
Amalia da muestras de estar muy excitada, se mueve hacia adelante y atrás empujando el rostro de Dana, como si se lo estuviera follando. La comida de coño que está recibiendo es de primera categoría, el gran clítoris de la mujer morena se está llevando un tratamiento verdaderamente bueno en el que se alternan lengua, labios, dientes, la boca entera.
Alan sigue azotando a la mujer dominada, lentamente, espaciando los fuertes golpes —que ahora también propina en los muslos y la espalda— de manera que sienta el dolor de cada uno de ellos. Yo no he sido nunca aficionado al bondage, al castigo propio o ajeno, o a prácticas similares, pero la verdad es que estoy empalmao como un verraco observando la escena.
—Métemela, Andrés, ya
Me levanto rápidamente del sofá, me pongo detrás y tengo que agacharme un poco y abrir mucho las piernas antes de guiarme con la mano hasta el chocho empapado de Mali —ha sacado levemente el culo hacia atrás y ha acercado con la mano la cabeza de Dana aún más hacia sí— quien gime en voz baja, suave y largamente, cuando de un único golpe de riñones le meto la polla todo lo dentro que puedo llegar. Me sujeto con ambas manos en su cintura y le doy una follada fuerte, dura, rápida, tal y como ella me exige desde el primer momento.
Son sólo unos pocos minutos los que aguanta Mali. La combinación de mi follada con la comida de clítoris que recibe de la inglesa le hace alcanzar su orgasmo, dando un grito muy largo, ronco, en voz baja, pidiéndome que salga de su vagina y separando a Dana con un fuerte empujón en la cabeza. Se marcha a sentarse en el sofá, en donde se desploma y queda recuperando el resuello.
—Por favor, desátame Alan, estoy muy excitada
Tras tomar un buen trago de su copa, Dana se acerca a mí, acaricia suavemente la polla, crecida y erecta, no deja que la abrace ni sujete con mis brazos, se pone detrás de mí hablándome al oído en voz baja, susurrando, mientras se sujeta en mis caderas y da suaves golpecitos con su pelvis en mi culo al mismo tiempo que lame mi oreja de vez en cuando. Alan no pierde el tiempo, se arrodilla en el suelo y lame mi polla durante un ratito, sin utilizar las manos, metiéndosela después en la boca para mamarme muy lentamente, como si también estuviera escuchando el soliloquio de Dana.
—Me encanta tu polla, tan larga, gruesa, suave y caliente, de ese bonito color levemente tostado, con el glande puntiagudo que promete llegar a todos los agujeros de mí cuerpo. Me excita tomarla entre mis labios para chuparla despacio, muy despacio, notando como cabecea, cómo palpita, cómo se pone más tiesa y dura al crecer todavía un poco más dentro de mi ávida boca. Después de un rato de saborearla, cuando ya respires con mucha fuerza por lo cachondo que estás, necesito recorrerla con la lengua desde arriba y hasta abajo, muchas veces, sintiendo tu frenética erección, las venas hinchadas y palpitantes, llegando hasta los huevos, lamiéndolos, apretándolos con los labios, punteándolos con los dientes, intentando meterlos en mí boca, primero uno, luego el otro, los dos a la vez. Luego, ir detrás, al surco oscuro y apretado de tus nalgas duras, pequeñas y musculosas, pasando la lengua a lo largo de toda la raja, con mucha saliva, hasta llegar al punto que estás esperando, a la sensible entrada pequeña y oscura que mi lengua penetra sólo con la punta, empujando hasta abrirlo lo suficiente para que toda la lengua pueda entrar y salir para hacerte las caricias que más te gustan, las más íntimas, las que imaginas cuando estas solo, las que más dura ponen tu polla, las más deseadas por ti
En un primer momento me ha parecido una tontería —casi me echo a reír por el típico acento de película española que al hablar castellano tiene la inglesa— pero si a ella le excita el asunto, pues vale, pero según me habla, con esa voz susurrante, algo ronca, tremendamente sensual, he cerrado los ojos y me he dejado llevar por lo que le oigo decir. Joder, cómo me ha puesto, qué cachondo estoy, no sé si lo voy a poder aguantar cuando con un gesto dominante aparta a Alan de mi polla, se acuclilla ante mí, sujeta sus manos en mis muslos y comienza a hacerme todo lo que ha estado diciendo en mí oído, durante muchos, muchos minutos. ¡Oh, qué bueno, qué excitante!
El fin de semana ha sido largo, cansado y verdaderamente gratificante. El sexo ha sido la estrella de nuestro espectáculo, bien adobado de gintonics, alguna que otra rayita de coca, la comida contundente que hemos pedido a un cercano asador charrúa, por supuesto, el partido televisado del Madrid, el visionado de algunas grabaciones de sesiones de sexo en un club liberal de Londres al que pertenecen Amalia y Alan, en donde éste se desmadra de manera estruendosa y su mujer apunta una vena lésbica importante, el cachondeo irónico de Amalia cuando me ha sodomizado con una negra polla de silicona y me he corrido casi aullando de gusto en la boca de Dana. Por cierto, la inglesa es tremendamente feliz cuando se mira al espejo y observa las marcas de los azotes en su cuerpo, no deja de agradecerlo como mejor sabe: follando. Sábado y domingo muy completitos, sí señor. Habrá que repetirlo pronto, en eso hemos quedado.
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