(Fajes, besos e ideas perversas nos fueron calentando, hasta que Amalia me cogió y de paso, enseñó a su hermano menor las delicias del sexo).
Terminaba sexto de prepa y varios amigos nos reunimos en casa de César, quien además de su fama de gay tenía una hermana guapísima y una casa grande con piscina. Hicimos un asado, bebimos cerveza (yo no me excedí: prefería ver la semidesnudez de mis compañeras) y a las siete de la noche sólo quedábamos César, Erick, Argelia, Laura y yo, que éramos, todos, buenos amigos. Argelia y Laura son primas.
Erick estaba muy bebido y hostigaba a Laura, que no era un modelo de sobriedad y se tocaban y besaban, Laura fingiendo huir hasta dejarse alcanzar y besar al tipo. Los dos se reían fuerte y mostraban mucho sus cuerpos. César, Argelia y yo los veíamos y reíamos, hasta que yo deslicé la palma de la mano dentro de la mini de Argelia, que se asustó pero no dijo nada. Acaricié por debajo de la mesa su firme muslo, sin dejar de platicar ni de ver los correteos de Erick y Laura. Poco a poco fui subiendo la mano hasta quedar cerca de su ingle y, cuando empecé a acariciar el borde de sus braguitas, pregunté:
-César, ¿es cierto que eres gay?
-La verdad... no se. Tengo dudas, muchas dudas. Pero nunca he besado ni a un hombre ni a una mujer... y ya no digamos algo más que un beso.
Argelia era una chica bonitilla. Como yo, acababa de cumplir los 18 años y tenía bonito cuerpo y cara pícara. La jalé hacia mi y le di un beso y sin sacarle la mano de bajo la falda dije luego:
-¿Se besarían?
Argelia, ni tarda ni perezosa, dio vuelta y empezó a besar a César, que la tomó de la cintura. Yo llevé mi mano más hacia el centro y acaricié su sexo sobre el algodón de la braga. Así estábamos cuando, detrás de nosotros, se escuchó la voz de Amalia, la hermana mayor de César:
-¿Qué hacen?
-Mis amigos –dijo César, luego de un silencio incómodo –están ayudándome a resolver mis dudas, hermanita.
-¿De verdad? –preguntó Amalia, con entusiasmo.
-Parte de sus dudas –aclaré yo.
-¿No le darías un beso tu? –me preguntó Amalia, que entendió el sentido de mi acotación.
En ese momento tomé una decisión. Amalia me encantaba. Ella iba en sexto cuando nosotros íbamos en cuarto y yo me enamoré platónicamente de ella, aunque durante todo el año apenas me atreví a saludarla. Era una rubia alta, de ojos verdes, con un cuerpazo de concurso. Yo tenía 15 y ella 17 y babeaba por sus bubis, sus largas piernas asomando bajo la falda escocesa, cuya abertura yo espiaba, cazaba sus miradas, en fin. Luego, ella se fue a la Universidad y yo tuve una novia... pero esa es otra historia. Amalia venía con un vestidito corto, de una pieza y, por lo visto, de otra fiesta, porque olía a alcohol y un poco a mariguana.
-Lo besaré si luego me besas tu –le dije.
-Pero déjenme terminar a mi –dijo Argelia, a quien César siempre le había gustado.
-No –dijo Amalia. –Que primero pase Pablo.
Yo cerré los ojos e imaginé que besaba a Amalia mientras sentía la húmeda lengua de César explorando mi boca y sus manos acariciando mis nalgas. Finalmente se separó y sin decir agua va, Argelia se le fue encima. Yo entonces abracé a Amalia y la empecé a besar.
-¿Sabes que te amé platónicamente, que te sigo amando? –le pregunté.
Lo sabía. Nos besamos. Yo estaba excitadísimo. Argelia le estaba poniendo a César un faje de miedo y del lado de Erick y Laura ya no se oía nada... Besaba a Amalia, la apretaba con fuerza, sentía su cintura y la dulce curva de sus caderas, cuando el timbre sonó con estridencia.
-Deben venir por nosotras –exclamó, asustada Argelia, y gritó -¡Laura!
Laura salió de tras los setos, acomodándose la ropa, y Erick igual, metiéndose el pito en los pantalones. Le dijo a Laura que si podía acompañarla y salieron los tres, escoltados por César. Parados junto a la piscina yo volví a besar a Amalia y César tardó, porque fajamos rico unos pocos minutos. Yo estaba caliente, muy caliente, hundido en el cuerpo, en los labios, en los ojos de tan hermosa chica, cuando fui empujado, junto con Amalia, a la alberca.
-Joder, chicos –decía César, que regresó sin que lo viéramos- al agua, porque estáis muy calientes. Es hora de enfriarse.
Amalia, completamente mojada, quedó frente a mi. Sus grandes y redondos pechos se veían deliciosos y sugerentes bajo el vestido mojado y la volví a besar, nos seguimos besando bajo la mirada de César, que volvió a interrumpirnos.
-¿Y yo me voy a quedar así, nomás mirando y con el pene erecto?
-O sea, hermanito, que te encantó Argelia –dijo Amalia.
-Sí, me encantó y voy a tener la muerte del cautín: de un calentón.
-Espera...
Amalia se sentó en la orilla de la alberca, con las piernas hacia dentro y le dijo a César:
-Déjame ver tu pene, hermanito. Y tu, Pablo, acércate.
Dentro de la alberca, yo llegué a su altura. Ella jaló mi cabeza hacia sus piernas. Mi boca quedaba a la altura de su sexo, yo dentro de la alberca y ella sentada, con las bellas piernas bien abiertas. Le levanté el vestidito y descubrí que no llevaba bragas, así que empecé a chupar su clítoris, a buscar sus labios con mi lengua, a beberme los líquidos que empezó a segregar.
Ella se quitó el vestido, por arriba de la cabeza, quedando desnuda, con sus grandes y redondos pechos, su plano abdomen y su larga cabellera rubia, mojada, cayendo sobre su espalda. Atrajo a su hermano y de lado, lamió su largo y blanco pene.
Yo estaba en lo mío, chupando su clítoris, hurgando en su vagina, jalándo los rubios pelitos del monte de venus, sin poner mayor atención a la mamada que le estaba propinando a mi amigo. Los hermanos empezaron a gemir y mi verga, a pesar de estar dentro del agua fría, seguía dura. Bien dura.
César se vino en la boca de su hermana con un largo gemido y yo saqué mi lengua. Recosté a Amalia y la cubrí con mi cuerpo. La penetré y empecé el viejo mete-saca. Estaba ella tan caliente que antes de que yo me viniera (“afuera, por favor”, me rogó cuando mis gemidos anunciaron la proximidad de mi climax) ella alcanzó tres orgasmos. Me vine sobre su estómago y sus blancos pechos y luego la abracé ahí, mientras César nos miraba.
Entonces ella dijo:
-Pablito, llévate mi coche. Las llaves están tiradas junto a la puerta. Es el jetta que está afuera. Tráemelo mañana y te daré un premio, hijo, pero vete ya, que esta noche tengo mucho que hacer.
Yo, empapado y feliz le hice caso, o fingí hacerlo: salí pero dejé la puerta entreabierta. Arranqué y dejé el coche a media cuadra. Regresé y escondido entre los árboles, los espié haciendo el amor sobre una colchoneta, a la luz de la luna, como dos bellos dioses, porque lo parecían: si Amalia mide 1.75 y tiene un cuerpo de concurso, resultado de sus clases de tenis y la buena crianza, si es un cromo, rubia y linda, César es también un bello ejemplar masculino, alto y de músculos marcados. Hasta pensé que no hubiera estado mal probar con él el sexo con varones.
Pero por lo pronto, los espiaba. Mañana volvería.
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