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AMA DE CASA INFIEL
Por: Horny
"El amor es como el fuego, suelen ver antes el humo los que están fuera, que las llamas los que están dentro".
Cuando volví a ver a Alicia después de 2 años, tenía nueve kilogramos menos, una expresión de fatiga crónica, ojeras, depresión y la reaparición de un viejo acné que la mortificaba intensamente.
Tenía 55 años, tres hijos adultos, ama de casa de profesión, un marido que la amaba sinceramente y un amante desde hacía un año y medio. Si bien no trabajaba, gran parte de su tiempo lo destinaba a colaborar como instructora de un reconocido grupo religioso que ayudaba a personas con dificultades de pareja. De hecho, los demás veían su matrimonio como un modelo a seguir, y a ella como una abanderada de la moral y las buenas costumbres. Las amigas y allegados la consideraban una excelente consejera, objetiva y acertada. Si alguien tenía un problema, Alicia era la mejor elección.
Sin embargo, muy a su pesar la inteligencia y perspicacia no habían sido suficientes para defenderla de un temible e irresistible invasor. Cupido la había atacado por la espalda. Pese a sus férreos principios, un amor inexplicable, ilógico y fuera de lugar, había encontrado asidero en su corazón. La ética que tanto pregonaba estaba por el suelo, y ella también. Para colmo, contra todo pronóstico y en franca contradicción con sus creencias, el remordimiento no siempre se hallaba presente. Cuando hacía el amor con su amante, la normatividad se hacía añicos y ella ardía con una fuerza incontenible. El olor (principalmente el olor), el calor de los abrazos y los besos de ese hombre nueve años menor podían mas que su aprendizaje. La piel podía más que los valores. La conclusión era sorprendente: el amor se había descarriado, o mejor, bifurcado. Un error del destino, de la naturaleza o vaya a saber de quién; una anomalía en su pronosticada vida de mujer honesta. Duelo, pesar y placer, todo junto y revuelto.
En las conversaciones que tuve con ella, su lado racional trataba de encontrar explicaciones de lo que estaba ocurriendo: "¿Cómo puede ser que una mujer hecha y derecha como yo, segura de si misma y vocera de la lealtad, caiga en las redes de un amor "prohibido"? ¿Cómo es posible que esto me haya pasado a mí? Aunque sea difícil de creer, amo a mi esposo, pero también lo quiero a él…. ¿Qué ocurrió conmigo? Hubiese puesto las manos en el fuego por mi conducta; ahora hago cosas que realmente me hacen sentir muy mal. Es como si quisiera que los dos hombres se fundieran en uno. ¿Cómo se cura esto?". Sin respuesta.
Nadie está exento. Muchos lectores podrían argumentar que los principios morales y el sentimiento de esta mujer hacia su cónyuge no eran lo suficientemente sólidos, porque de serlo se hubiera mantenido limpia de toda traición. Pero la cosa no es tan fácil. En mi vida he visto cómo se derrumban los más representativos baluartes de la virtud en aras de un amor a destiempo. Si dejamos una rendija, el amor se puede deslizar silenciosamente y echar raíces. ¿Cómo había penetrado sus defensas este "caballo de Troya" afectivo?
La primera vez que lo vio fue en el ascensor. Simplemente se saludaron y luego se despidieron. Curiosamente, ella retuvo la imagen de aquel rostro durante varias horas, como cuando uno mira el sol de frente y el brillo sigue reflejado en la retina. No le dio importancia. Dejó pasar la cosa. "Qué ridículo… no sé por qué sigo pensando en ese tipo… yo sí soy boba", se dijo a sí misma, y mandó el mensaje a la papelera de reciclaje. Pero no se recicló.
La segunda vez, no podía encender el automóvil y él, especialmente amable, la ayudó a prenderlo. Ella iba al banco, él venía de trotar. Alicia había sido una gran deportista y aún se sentida atraída por todo aquello que tuviera que ver con el ejercicio físico. Su esposo era sedentario. Le preguntó por qué no estaba trabajando y el contestó que vendía antigüedades, un negocio de familia que no requería de presencia permanente. Fue cuando supo que se llamaba Pedro y tenía 46 años. Mientras se alejaba, se quedó pensando en cómo estaba vestido: todo de azul. Lo recorrió de punta a punta. Le llamó la atención que se acordara de cada uno de los detalles. "No pensé que tuviera tan buena memoria", se repitió en voz baja.
El tercer encuentro fue algo más próximo. Alicia organizó el cumpleaños de su hijo menor y, obviamente, los vecinos estaban invitados. Pedro asistió con una de sus hijas (la esposa es una importante ejecutiva de tiempo completo, de ésas que nunca tienen tiempo). En el transcurso de la tarde ambos alcanzaron a cruzar algunas palabras y algo de información personal. Las madres asistentes elogiaron sus actividades como padre, y las más audaces le coquetearon. En realidad, el hombre no estaba nada mal. Cuando le preguntaron si le parecía atractivo, Alicia no se dio por aludida: "¿Sí?... no me había fijado". Más tarde, después del ajetreo, repasó cada uno de los intercambios que había tenido con Pedro durante la reunión. Esa noche retomó la vieja y casi olvidada costumbre de dormir abrazada a su marido.
La cuarta aproximación fue sicológicamente mas intensa. Luego de una reunión de la junta administradora del edificio, Pedro invitó a los asistentes a su casa para tomar unos tragos. Alicia y su marido fueron los únicos que aceptaron. En la visita tuvo oportunidad de conocer parte del mundo privado de Pedro, y no le disgustó. Le agradaron los bonsái que cuidadosamente cultivaba y le fascinó que tocara el piano y cantara. Esa noche sus miradas se cruzaron, se treparon y se estrellaron en el más cómplice de los silencios. Al amanecer, Alicia despertó bañada en sudor y con una extraña sensación de zozobra. Su ropa interior estaba empapada y la flacidez de su cuerpo la enfrentó a lo increíble: ¡había tenido un orgasmo mientras dormía! Un sueño erótico donde el protagonista principal no era su compañero de lecho. La impresión fue tal que corrió a tomar un baño de media noche.
El punto cero, la iniciación "formal" de la relación de amantes, ocurrió el día de San Valentín. Fue cuando Pedro la invitó al apartamento para entregarle un regalo singular y muy personal: una canción compuesta especialmente para ella, "tan cerca y tan lejos". El remate de la conquista no se hizo esperar. Hipnotizada, medio enamorada y cansada de resistirse, se entregó a la fascinación perturbadora de aquella nueva experiencia.
Ocurrió todo en un instante, un contacto, un roce en los labios que se convirtió en un beso intenso y profundo. Volvió a sentir la pasión que no sentía hace años y se dejó llevar por ella. En unos segundos se quitaron la ropa el uno al otro y se acariciaron mientras caminaban sin soltarse hasta un sofá que estaba cerca. Ella se tumbó boca arriba y el se acostó encima sin dejar de besarla de una manera que apenas si la dejaba respirar. Besó todo su rostro y luego se dirigió directamente a su raja. Hacía meses y tal vez años Alicia no disfrutaba las delicias del sexo oral y separando las piernas se limitó a disfrutar las maravillosas caricias que Pedro le hacía con su lengua. Su lengua parecía mas larga de lo normal, se enredaba en sus abundantes pelos, lamía su clítoris para luego hundirse dentro de ella, moviéndose, serpenteando siempre, más y más adentro.
La habitación parecía dar vueltas, Pedro de rodillas entre sus piernas no tenía ningún afán y a la vez lo apuraban todos los afanes del mundo juntos, por poseer a Alicia, por hacerla sentir viva, por sentirla suya. Separó sus labios con ambas manos, aparto sus pelos uno a uno y continuó lamiendo, su concha se convirtió en su vicio, nunca nadie la volvería a besar así. Alicia orgasmo en su boca, la lengua de Pedro sintió desde el inicio los estertores de la pasión de ella, latió junto con ella, la lengua y la concha fueron uno solo, se fundieron como agua del mismo río. Sintiéndola aún temblorosa Pedro tomó uno de sus pies en una mano. Observó detenidamente sus dedos largos, sus pies finos, sus uñas cuidadas, sus suaves tobillos. Pedro era un experto con la lengua y los labios, le gustaba sin duda llevarse todo a la boca y probarlo, y con los dedos de Alicia no fue menos, se los llevó uno a uno, los lamió y acarició. Todo esto era nuevo para ella, comenzaba a sentir sensaciones inimaginables que la llevaban al séptimo cielo, la hacían gozar como nunca, sentir maripositas en el estómago igual que cuando era adolescente.
Para Pedro lo mas importante era el placer de Alicia, el de él era secundario, deseaba verla gozar y en eso consistiría su propio goce.
Le dio la vuelta aún en el sofá y besó sus hombros pecosos, cada una de sus vértebras bajando y bajando. Alicia se sacudía, se estremecía, parecía a punto de llorar, gemía, cada uno de sus poros latía, la lengua de Pedro era como una extensión de si misma que la transportaba a un nivel superior. Besó sus nalgas, sus caderas, la hizo sentir más allá de la piel, como un volcán en erupción. Besó sus muslos y el interior entre ellos, recorrió cada milímetro de su cuerpo, lo lavó por completo con su saliva. Lamió su ano, lo penetró con su lengua una y otra vez hasta que Alicia orgasmo de nuevo. Pedro le hacía cosas que nunca su marido le había hecho en tantos años de matrimonio.
Aún no cesaba este segundo orgasmo cuando Alicia le pidió a Pedro que por piedad la penetrara, que quería sentir su calor muy dentro de ella, que anhelaba mas que nada en el mundo que el también disfrutara, que gozara su cuerpo. Ella pensó en chuparle la verga pero se cohibió un poco, no, no podía en esta ocasión, el entendería. Una Alicia temblorosa tomó la verga de Pedro y la colocó en la entrada de su concha. Por suerte estaba húmeda, cosa que no le pasaba hace tiempo y Pedro pudo penetrarla con facilidad. Pedro empujaba y empujaba, ella lo rodeó con sus piernas y levantó sus caderas, sintiéndose joven de nuevo, deseada, tersa a pesar de ese par de rollos en la cintura y de las pequeñas arrugas alrededor de sus ojos negros. Acompañó el compás de las caderas de Pedro con el suyo propio, bailaron el mismo vals durante muchos deliciosos minutos. Alicia había llegado a la menopausia hacía unos años, no había problema si Pedro se derramaba en su interior, y así fue. Alicia toco el cielo con las manos y se condenó al fuego del infierno de los brazos de Pedro.
Alicia sudó, jadeó, mordió, besó y gritó como nunca lo había hecho. Había tocado el rostro de una pasión que sobrepasaba todo dogma. Así comenzó el idilio y ahí permanecería, atrapada en la madeja del deseo, fiel a su amante e infiel a su esposo.
Al cabo de un año, la relación se había vuelto insostenible. Su marido exigía más cercanía y había comenzado a celarla. La esposa de Pedro le pedía consejos sobre cómo mejorar su aporreado matrimonio, porque sospechaba que había otra mujer. Como es casi imposible mantener oculta tanta energía, las malas lenguas comenzaban a soltar el veneno del chisme. Ya no daba conferencias ni participaba en los encuentros matrimoniales (su desfachatez no daba para tanto) y cada vez le quedaban menos amigas.
En ese año todos intentaron separarse más de treinta veces: ella de su esposo, él de su mujer, ella de él y él de ella. Dos triángulos unidos por la base. Los viajes de fin de año, la navidad y las vacaciones eran los momentos en que más se agudizaban las peleas y las tentativas de ruptura. Pero nada cambiaba. Nadie daba el primer paso.
A la hora de escribir este texto la vida de Alicia sigue transitando por los vericuetos de una doble vida y una doble moral. No es capaz de soportar la pérdida de ninguno de sus polos afectivos. De un lado están los hijos, el matrimonio, las creencias religiosas, el marido, la adecuación social y su tranquilidad interior, y del otro, Pedro al desnudo. Una balanza de platillos perfectamente equilibrada e insoportablemente quieta.
invitado-Sergio Albamonte 18-03-2017 00:59:03
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muy buen relato, bien hilvanado y llevando al lector hacia la calentura.