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Alrededor de un café

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Necesitaba imperiosamente ir al supermercado porque me había quedado sin café, del que no puedo prescindir en mi alimentación diaria, así que, a pesar del mal tiempo, me dispuse a bajar al Mercadona que hay debajo de mi casa.

Ya estaba en el pasillo donde tienen los cafés, decidiendo entre comprar el de siempre o uno nuevo que vi ese día cuando oigo detrás de mí una voz que dice:

―El mejor es el de la derecha, sin duda.

―Vaya, gracias – respondí sorprendido por aquella entrada tan directa de un desconocido-. Desconocido, que, ahora me fijaba bien, estaba muy bueno: alto, moreno, delgado, y con una presencia varonil acentuada si cabe por la tremenda pelambrera que asomaba por el cuello de su camisa y la parte de los brazos que dejaba al descubierto su manga larga.

―A mí me gusta mucho el café; probé ese hace poco, que antes no tenían aquí, y desde entonces se lo recomiendo a todo el mundo que conozco.

―Yo no puedo vivir sin café, pero me gusta que sea suave, porque si es muy fuerte lo único que se acentúa es su amargor pero no el sabor.

Se veía que nos unía un gusto (entonces empecé a notar que también compartíamos otro tipo de gustos), y por eso nos quedamos charlando un rato, en medio del supermercado, hasta que, sin dudar un segundo me atreví a hacerle una propuesta:

―¿Te parece que lo probemos?. Vivo aquí encima y con esta tarde de lluvia charlar frente a un café es una de las mejores cosas que se pueden hacer.

―Buena idea, me respondió, pero también hay otras actividades muy apropiadas para tardes como esta.

Entendí perfectamente lo que quería decir con aquella respuesta y subimos a casa. Le dije que se pusiera cómodo mientras preparaba la cafetera y después de dejar su chaqueta en el sofá prefirió seguirme hasta la cocina para ayudarme, según dijo. Continuamos charlando y mientras yo ponía el agua y el café, que olía de maravilla al abrir el paquete, en la cafetera, él cogió dos tazas del mueble alto donde le dije que estaban. Al hacerlo, rozó ligeramente su cuerpo contra mi espalda y mi culo, y, no sé si fue real o lo imaginación mía, noté su paquete tocando mi nalga derecha. Por supuesto, no me aparté, aunque debería hacerlo para facilitar sus movimientos. Entonces sintió que el camino estaba libre y se apretó un poco más contra mi trasero, inclinándose, al mismo tiempo, para besar mi cuello. Me di la vuelta y comenzamos un eterno y apasionado beso con el cual exploramos mutuamente nuestras bocas, juntamos nuestras lenguas, nos devoramos el uno al otro.

Alli mismo, en la cocina, empecé a acariciar su espalda, primero por encima de la camisa, luego metiendo la mano por debajo para finalmente desabrochar cada botón para dejar al descubierto un maravilloso torso lleno de pelos negros y fuertes. Comencé entonces a recorrer aquella maravilla con mi lengua, chupando sus tetillas, besando y lamiendo cada centrímetro cuadrado de aquel bosque hasta llegar más abajo del ombligo. Desabroché su cinturón y al bajar su pantalón vaquero y su boxer de licra salió disparada frente a mi cara una polla gruesa y como de 15 cm de largo. Ya empezaba a babear así que no esperé más y me la metí en la boca. Chupé y lamí hasta hacerle gemir de placer, pero después de un rato me hizo parar para evitar que se corriera ya.

―Ahora me toca a mí, dijo.

Hizo levantarme y me desnudó rápidamente, descubriendo un cuerpo totalmente diferente al suyo: sin el bronceado veraniego perdido ya a estas alturas de septiembre, con mi pecho completamente liso y sin pelos; únicamente mis piernas son algo peludas. No sé si porque me sentí en inferioridad de condiciones respecto a él o qué pero me dijo que le gustaba mucho así, mi cuerpito suave y liso al que poder hacer disfrutar. Mi miembro también es menor que el suyo, pero eso permitió que pudiera metérselo entero en la boca para hacerme disfrutar de una larga y placentera mamada que casi hace que me corriese al instante. Por suerte paró, dejó tranquila mi polla de momento y comenzó un viaje por todo mi cuerpo, para besar y lamer cada rincón de mí. Al llegar a la altura de mi boca nos besamos de nuevo y dijo:

―Quiero follarte.

―Estoy deseándolo – respondí -. Mi culo es todo tuyo.

Entonces levantó mis piernas, acercó su boca a mi agujero y comenzó a humedecerlo con su lengua, aportando abundante saliva, lo cual me hacía estremecer de placer.

Cuando consideró que ya estaba listo colocó su pija a la entrada de mi culo y empujó suavemente, descubriendo que resultaba muy fácil penetrarme debido a lo dilatado que ya estaba en ese momento. Primero fue despacio pero al rato aceleró sus movimientos y consiguió que yo sintiese un placer tan grande que cuando quiso empezar a masturbarme me corrí abundantemente sobre mi pecho. Él también terminó dentro de mí y, agotado y satisfecho dejó caer su cuerpo sobre el mío. Pude sentir una vez más su pecho peludo contra el mío lampiño, y me besó tiernamente una vez más.

Decidimos entonces que nos ducharíamos juntos, ocasión que aprovechamos para enjabonarnos y masajearnos mutuamente bajo los chorros de la ducha.

Una vez secos y desnudos en la cocina, tomamos por fin el café que nos había llevado hasta allí. No sé por qué, pero fue el más sabroso que tomé jamás.

Eso sí, hubo muchas más tardes de café como aquella.

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