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Alicia sueña...2

Como si el tiempo de maduración se hubiera cumplido, la exquisita mujer recibió sin sorpresa su visita y, tácitamente, sin pedir ni darse explicaciones, dejó que Gloria la condujera en silencio al dormitorio. Frente al amplio lecho y aun de pie, la mujer se paró frente a ella tomando su cara entre ambas manos, haciendo que la aguda punta de su lengua humedecida estimulara suavemente sus labios entreabiertos. Alicia no había evaluado la intensidad de su angustia, una necesidad animal que había ido incubando sus más oscuros deseos y que ahora cobraba sentido para ella pero a la que no se animó a dar expansión, ofreciendo una resistencia casi primitiva a esa relación antinatural.
Una sensación de licuefacción, un desleimiento incorpóreo fue invadiéndola en una entrega maleable que ablandó sus extremidades hasta el límite de la inconsistencia. Respirando en pequeños jadeos, dejó escapar el ardiente vaho de su aliento fragante que pareció motivar a la mujer, quien agregó a la danza de la lengua el auxilio de sus labios plenos en leves chupeteos a los suyos.
Alicia jamás había experimentado aquellas sensaciones que, en sucesivas y ardorosas oleadas, semejaban consumirla como las llamas de una hoguera e, inconscientemente, sus labios se movieron en procura de concretar el beso. Mientras ambas bocas se unían angurrientas degustando las salivas dulcemente perfumadas que la pasión ponía en ellas, las manos de Gloria no permanecieron ociosas y, desabotonando el vestido, lo deslizaron por sus hombros para que caiga a lo largo del cuerpo hasta los pies.
Vestida tan sólo con una musculosa y una mínima trusa, sin dejar de libar en su boca, la mujer deslizó sus manos a lo largo del cuerpo estremecido de la muchacha para luego asir sus poderosas nalgas y atraerla hasta que los cuerpos se rozaron, tras lo cual inició un leve movimiento ondulatorio, restregándose contra ella. Transmitía tal sensualidad que Alicia no pudo reprimir un incontrolable sollozo de satisfacción, aferrándose al cuerpo de la otra mujer para copiar su bamboleo en lasciva imitación a un coito.
Ambas respiraban afanosamente a través de sus hollares dilatados y sumaron a los besos y lengüetazos, ininteligibles palabras de pasión y amor. Sin haber cobrado conciencia de ello, Alicia comprobó que la mujer la había ido conduciendo lentamente hacia la cama y, recién cuando sus piernas chocaron contra esta doblegando sus rodillas ante el impulso de la bailarina, sintió como aquella la sostenía para que su cuerpo descansara suavemente sobre las sábanas.
Abandonando su boca, Gloria se deslizó hacia la entrepierna y abriéndole los miembros que Alicia mantenía apoyados en el piso, se acuclilló frente a ella para llevar la lengua a escarbar sobre el refuerzo de la bombacha, oscurecido por la húmeda exudación de sus jugos íntimos. Al parecer, aquellos fueron de su agrado y no se contentó con los fuertes lengüeteos sino que los labios tomaron la tela para exprimir entre ellos los olorosos líquidos en tanto que un dedo diplomático se deslizó por debajo de la tela y, entreabriendo apenas la raja, investigó curioso a lo largo del sexo.
Su experiencia sexual no impedía que Alicia se agitara temblorosamente febril ante esa situación inédita pero tan intensamente anhelada y en tanto que un cosquilleo misterioso se expandía desde el mismo clítoris, atravesando con sus garras impiadosas cada órgano y músculo de su cuerpo, sucesivas oleadas de calor brotaron del pecho para resecar no sólo su garganta sino también su boca y labios. Clavando los dedos engarfiados en la tela, murmuró incoherencias mientras su cuerpo se proyectaba instintivamente contra la boca.
Haciéndose cargo de su agitación, Gloria le quitó la prenda y alzando sus piernas del piso, la acomodó para que quedara acostada a lo largo del lecho. Tendiéndose a su lado, la tomó por la nuca para luego acercar las caras. El ansia colocó una emocionada expectativa en la joven, quien observaba subyugada como el hermoso rostro se aproximaba y los mórbidos labios se aprestaban para besarla. Los acres aromas de los fluidos hirieron su olfato y esperó con avidez el contacto con los suyos.
La entrecortada respiración dilataba las membranosas aletas de la nariz en sonoro resuello y la lengua buscó afanosa el contacto con la otra boca. El sabor inaugural pareció actuar como un bálsamo y sus labios aceleraron el encuentro con los de la mujer. Ensambladas con mecánica precisión, las bocas semejaban disolverse una en la otra en una unión que las fusionaba y, en tanto la muchacha asía con desesperación la cabeza de Gloria, aquella deslizó la otra mano a lo largo del vientre, escarbando en el mínimo vellón oscuro y luego se adentró en la humedecida hendedura.
Un curioso dedo mayor escudriñó en la oquedad del óvalo como relevando con su tacto la consistencia del órgano. Patinando sobre la mucosa que bañaba la nacarada superficie, comprobó la inflamación de los festoneados labios que la cubrían y estimulando levemente el pequeño agujero de la uretra en su camino hacia abajo donde, tras acariciar circularmente los tejidos que rodean la entrada a la vagina, penetró delicadamente para enfrentar la estrechez de los músculos que le cerraban el paso.
La tensión en la muchacha evidenció su agitación ante el accionar del dedo y, entonces, multiplicando la ternura de sus besos y lengüeteos, Gloria hundió decididamente todo el dedo. La sorprendió el calor de las carnes que lo oprimían como a un intruso al que quisieran desalojar pero, haciendo caso omiso, buscó en la cara anterior con la sensitiva yema la ubicación de aquel bultito que crecería con la excitación. El canal vaginal poseía una honda concavidad superior y allí, muy próximo a la entrada, descubrió una leve hinchazón. Resbalando contra el flujo que la tapiza, inició un tenue movimiento circular y en tanto que Alicia gemía guturalmente en su boca, comprobó como la protuberancia iba creciendo hasta abultar como una almendra.
Instintivamente, la joven meneaba la pelvis y la mujer retiró el dedo para aplicarlo junto con el índice a la misma acción sobre la capucha arrugada del clítoris, encontrándolo ya erecto y expectante. Mientras restregaba al hinchado tubito carneo, observó la rubicunda urticaria que cubría el pecho y parte superior de los senos de la muchacha. Sin dejar de someter al pequeño pene, escurrió su boca por el cuello tensionado de Alicia, recorriendo morosamente el salpullido y la boca encontró destino en las colinas temblorosas de los senos.
Alternativamente, lengua y labios deambularon sobre las carnes, lamiendo, besando y chupeteándolas mientras iban ascendiendo hacia los vértices. Las aureolas le ofrecieron su ligero granulado y la lengua vibrante escarbó sobre ellas, preparando el terreno para el asalto a los pezones que, maduros y alzados, aguardaban ese momento. Afilando la punta, azuzó delicadamente su flexibilidad y sintiendo la conmoción que provocaba en la chica, convirtió a la caricia en ágil tremolar para fustigarlos duramente.
El trabajo combinado de los dedos y la boca, fueron instalado en el cuerpo de Alicia unas ansias locas por ver satisfecha esa sensación urticante que nacía del sexo y se instalaba definitivamente en sus entrañas, enviando a los riñones impulsos eléctricos que trepaban a lo largo de la columna para pasar por la nuca y explotar en su mente con descargas que la obnubilaban. El goce le hizo entrecerrar los ojos y, enviando sus manos para acariciar la cabeza de la mujer, enhebró palabras de aliento suplicándole que descendiera hacia su sexo.
La boca golosa de Gloria se deslizó por el esternón para adentrarse en el surco que dividía su abdomen enjugando con labios y lengua la fina transpiración que se acumulaba en él. Llegados a la oquedad del ombligo, sorbieron su interior e iniciaron el descenso a la cuesta del bajo vientre, vagaron por la depresión que antecede al Monte de Venus y, casi remisamente, apresaron el mínimo vellón en tanto que los dedos estregaban al clítoris para luego descender e introducirse en la ya dilatada vagina,.
En una mezcla de ruego y orden, la muchacha le pedía angustiosamente que no la hiciera sufrir más y entonces, ubicándose arrodillada entre sus piernas, separó con los pulgares la mariposa carnea de los labios menores y la lengua se hizo dueña del rosado ámbito del vestíbulo. Afilada, recorrió cada rincón, comprobando que los fruncidos tejidos que lo rodeaban habían devenido en encrespados pliegues a los que la sangre acumulada iba inflamando groseramente con oscuros tintes negruzcos y entonces fueron los labios los que apresaron esos colgajos, succionándolos en lenta molienda al tiempo que los dientes los roían incruentamente.
Los gemidos de Alicia se convirtieron en enronquecidos rugidos en tanto que sus dientes se clavaban impacientes en el labio inferior y esa sensación de indecible placer que la inundaba, se incrementó al percibir en el clítoris la presión de la punta del pulgar de su maestra en una verdadera masturbación. La boca que martirizaba sus pliegues descendió por el sexo adentrándose en la hendedura y la lengua estimuló dulcemente el oscuro frunce del ano. Aunque infrecuente, la sodomía ya no le era extraña pero siempre asociada con la brusquedad y la violencia masculina; ahora, la sutil incitación de la suave carnosidad del órgano le provocaba un deseo inusual de ser penetrada y los esfínteres cedieron en su instintiva contracción para dejar que la aguzada punta penetrara mínimamente en el recto.
Los sudores, temblores y estremecimientos indicaron a Gloria el alto grado de excitación de la joven y la lengua vivoreante trepó morosamente por el sensible perineo para arribar a la vagina. La oscura caverna se encontraba dilatada y de su interior rezumaban olorosos jugos que incitaron su deseo; aspirándolos golosamente, llevó la lengua en un lento periplo por los tejidos que la rodeaban y luego, con diplomática delicadeza, el maleable órgano adquirió una insólita rigidez para ir penetrando en procura de esas mucosas, a las que recogió con la delicadeza de una fina cuchara.
El placer de ver la excitación de la muchacha la excedía y ella misma se veía invadida por un loco deseo. La boca ascendió hacia el clítoris que se mostraba en todo su esplendor, dejando ver la blanquecina cabeza del glande aprisionado debajo del capuchón. Labios y lengua reemplazaron al dedo que lo llevara a ese tamaño y, azotándolo la una como succionándolo apretadamente entre ellos los otros, se concentraron en un delirante sometimiento al que se sumó ocasionalmente el filo romo de los dientes.
Decidida a llevar a la muchacha hacia el clímax, hundió a índice y mayor unidos en la caldosa vagina para iniciar una cadenciosa penetración en la que no se contentaba sólo con el clásico vaivén sino que les imprimía un movimiento giratorio de ciento ochenta grados al tiempo que encorvaba los dedos en un ángulo que iba elevando a Alicia hacia la obtención de su primer orgasmo homosexual.
Esta no podía dilucidar el fárrago de emociones encontradas que la acosaban y, sintiendo sus entrañas conmocionadas por puntadas, contracciones y convulsiones inéditas, experimentó por primera vez el picor de unas inexplicables ganas de orinar no satisfechas. Pidiéndole a voz en cuello que no cesara en su accionar, impulsó su pelvis para hacer aun más profunda y satisfactoria la penetración, a lo que la mujer respondió extrayendo los dedos y proyectándolos como un trinchante, hundió uno en la vagina y el otro en el ano. Lo hizo con tal denuedo que conseguía arrancar lágrimas de alegría en la muchacha quien, experimentando en sus carnes los tirones de colmillos feroces que parecían arrastrarlas hacia su sexo, expelió el torrente impetuoso de sus ríos internos derramándose hacia los dedos que la hacían tan feliz y se relajó en la mansedumbre del alivio obtenido.
Ella consideraba a esa circunstancia como la concreción de un acto largamente deseado pero que permanecía larvado en su subconsciente y sumida en una beatífica sensación de radiante paz, intentaba sumergirse en esa modorra que la invadía tras cada eyaculación pero la incontinencia de Gloria no se lo permitió, ya que aquella relación inaugural había sido sólo el comienzo de algo que la joven ni siquiera imaginaba.
De alguna manera la mujer se había despojado de la trusa y la camiseta y reptando por encima de su cuerpo aun sacudido por los últimos remezones espasmódicos, la boca golosa abrevó en los labios entreabiertos que dejaban escapar el ardiente vaho de su aliento entre murmullos complacidos y el sabor ignorado de sus jugos orgásmicos la volvieron rápidamente a la consciencia. El aroma ya no era aquel de acres reminiscencias marinas que hiriera su olfato sino que emanaba un desconocido perfume dulzón que se complementó con el gusto que depositaron los labios y lengua de la mujer en su boca.
Ambas sentían como ese magnetismo que las atrajera desde el primer momento se manifiestaba en la exaltación de oscuros deseos insatisfechos a los cuales ninguna de las dos pretendía ignorar y mucho menos reprimir. Como dos enamoradas, se prodigaron en besos y caricias que reavivaron el fuego aun no extinguido de sus entrañas y, actuando en consecuencia, Gloria fue haciendo girar su cuerpo hasta quedar invertida y, sin amenguar la ternura de los besos, le pidió a la joven que la imitara en todo que le hiciera.
Esa misma posición le otorgaba a la actividad de labios y lenguas una característica inusual cuyos efectos se potenciaron cuando las manos de la mujer tomaron posesión de los senos de Alicia. Perezosamente, los hábiles dedos iniciaron un delicado sobar a los pechos que aun conservaban la dureza de la excitación y, en consecuencia, la muchacha extendió sus manos para atrapar las mamas que se le ofrecían lujuriosamente oscilantes.
Ella había palpado innumerables veces sus pechos pero el mero roce con la piel ardorosa de la bailarina la desequilibró. Mayores y compactos que los suyos, los senos se le antojaron dos contenedores de placer y, tal como Gloria esta haciéndolo con ella, cuidadosamente hundió sus dedos en la opulencia de la carne. Gruñendo con salvaje complacencia, las bocas se unían y separaban con húmedos chasquidos y las lenguas batallaban como serpientes en celo, resbalando en las sabrosas salivas mientras las manos iban incrementando la presión de los dedos hasta convertir a la caricia en verdadero estrujamiento. Los dedos índice y pulgar de Gloria, aprisionaron los pezones de la joven e imprimiéndoles una lenta rotación, los restregó duramente y conforme aquella susurraba su contento, aumentó la presión, alternando ese movimiento con uno semejante que efectuaban sus afiladas uñas, el cual provocó agitados cimbronazos en la pelvis de Alicia.
Enardecida por aquello, la muchacha realizó con sus manos trabajo semejante en los senos de la bailarina y pronto las dos separaron sus bocas anhelantes para abalanzarse hacia el torso. Admitiendo que desde que iniciara su relación con Jorge la había encarado con un entusiasmo que la aproximaba a la libidinosidad y hasta la perversión, jamás había supuesto que esos mismos síntomas pudieran dominarla por el inconmensurable goce que obtenía de esa mujer a la que, definitivamente, no sólo deseaba sino que amaba con todas las fuerzas de su corazón.
La vista de esos senos que oscilan delante de sus ojos la subyugaba, ya que nunca había tenido la oportunidad de ver los de otra mujer y mucho menos a tan escasa distancia. A pesar de tener cuerpos similares, los pechos de Gloria eran muy distintos a los suyos; ya sea por el ejercicio o por una predisposición natural, los de las bailarinas, especialmente las de ballet clásico, suelen ser pequeños y abultan escasamente debajo de las ajustadas mallas. En cambio, tal vez favorecidos por la edad y seguramente por la falta de una rigurosa disciplina profesional, estos que se ofrecían a ella como frutos maduros, sin ser grandes, están tan bellamente formados que cortaban el aliento.
Redondos, tanto que parecían ser una prótesis de siliconas, eliminaban rápidamente esa suposición por la gelatinosa elasticidad con que se movían y fue especialmente esa apariencia lo que la conmovió; su piel marfileña se veía singularmente tersa pero las aureolas y pezones parecían contradecir esa delicadeza. Las primeras eran casi groseras ya que, de más de tres centímetros, se proyectaban elevándose como otro pequeño seno y su oscura superficie estaba cubierta por gran cantidad de diminutos gránulos. Como si fuera la colina que protege a un castillo, daba cimiento a los pezones que eran un espectáculo en sí mismos; tan gruesos como un dedo, sus paredes estaban pobladas de minúsculas arrugas que, a lo largo de más de un centímetro, conducían hacia la punta chata en la cual se mostraba un inusual hoyuelo mamario.
Alucinada, aferró nuevamente los senos para inmovilizarlos y su lengua se abalanzó tremolante hacia la blanda teta que cedió mórbida a su embate. El gusto apenas salobre del sudor llenó a sus papilas de gula y entonces los labios se unieron a la lengua para besuquear, lamer y chupar la delicada piel. Exacerbada porque la mujer estaba haciendo lo propio con sus senos, derivó hacia las tentadoras aureolas y el sentir los gránulos debajo de la lengua no hizo sino provocarla; el viboreante músculo dejó fluir saliva y entonces fueron los labios quienes, al enjugarla, succionaron apretadamente la carne en minúscula ventosa al tiempo que los dedos restregaban rudamente al pezón del otro pecho. Experimentando en los suyos el dulce martirio de las uñas de Gloria, se concentró en aquel singular pezón mamándolo con la angurria de un hambriento, pero esa reciprocidad de caricias la llevó a raer suavemente con los dientes la flexible carne hasta que la mujer le rogó que no la hiciera sufrir más.
Aun más excitada que ella misma, Gloria acomodó el cuerpo y se escurrió hasta su bajo vientre, donde, tras succionar la alfombrita de recortado vello, le hizo encoger las piernas y trabándolas debajo de sus axilas para elevar el área venérea a un cómodo acceso de la boca, sin transición alguna, la hundió en la vulva como si quisiera devorarla.
Sintiendo como la boca alternaba los chupones a sus irritados labios y al clítoris con tremolantes incitaciones al ano, contempló hechizada el sexo de una mujer por primera vez. Depilado hasta el pulimento, el promontorio de la vulva se mostraba en todo su esplendor, hinchado y con una rojiza gradación que en los bordes de los labios mayores tornaba al violáceo. Estos mismos se veían entreabiertos en una rítmica sístole-diástole que le dejó ver el rosado intenso del óvalo y el arrugado repollo de sus pliegues internos.
La superficie estaba barnizada por fragantes fluidos y ese aroma terminó por trastornarla. Oliéndolos ávidamente, aproximó la boca al sexo y la lengua se alargó inquisitiva a la búsqueda de la carne. Su mente era un torbellino de emociones y una repulsa instintiva, un asco ancestral la detuvo por un instante pero también un llamado animal le hizo desear saborear ese gusto tan desconocido como anhelado.
Y así es, el mero contacto de la lengua transportó su agridulce a saturar todo el órgano y, al trasegar ese néctar, fue como si un algo desconocido aplicara un mazazo a su nuca. Emitiendo un rugido primitivo, abrió la boca como una fiera carnicera para alojarla apretadamente contra ese compendio de tentaciones. Gloria no se contentaba con el delicioso trabajo de su boca y ya sus dedos acompañaban el intenso chupeteo al clítoris, introduciéndose nuevamente en la vagina en sañudas penetraciones.
Asida como un naufrago a los muslos de la mujer, Alicia también llevó su boca a iniciar un demencial recorrido que se extendió desde el clítoris hasta la negrura de un ano anormalmente dilatado y, en ese periplo, descubrió que, estregando su mentón sobre esa zona, encontraba complacida recepción en Gloria quien gruñía su satisfacción.
Distrayendo su accionar por un momento, la bailarina buscó debajo de la almohada y extrajo un fálico elemento a imitación de un miembro masculino. En tanto que la lengua volvía a la carga sobre el capuchón del clítoris que ahora dejaba ver claramente el glande blanquirosado que protegía, restregó la pulida cabeza del consolador sobre los inflamados pliegues y luego, apartándolos como dos carnosas aletas, escarbó todo el óvalo para finalmente, estimular la entrada a la vagina ya dilatada por los dedos y lenta, muy lentamente, fue introduciéndolo en el sexo.
Su intensa pero reducida práctica con sólo dos hombres, no le había permitido a Alicia comparar si las dimensiones de sus falos eran normales o notables pero, a pesar de su flexibilidad y tersura, el miembro que Gloria iba introduciendo en su sexo los excedía largamente, tanto en grosor como en largo ya que, como comprobaría luego, se extendía en más de cuarenta centímetros y era poseedor de dos ovaladas cabezas.
A pesar del tamaño inusitado o precisamente, a causa de ello, sus músculos se resistían a ser desplazados y un dolor intenso acompañaba a la penetración que no obstante se le hacía placentera. El sufrimiento le aportó un nuevo elemento de goce, una sensación de euforia masoquista que le hacía disfrutar al sentir ese ariete desgarrando sus carnes e introduciéndose hasta donde ningún pene hubiera alcanzado.
Clavando sus dedos engarfiados en las exuberantes nalgas de su amante, puso en marcha un mecanismo enloquecido de labios y lengua socavando las carnes de ese sexo tan deseado y ahora amado. La mano prudente de Gloria condujo la verga hasta sentir la resistencia que le opuso el estrechamiento del cuello uterino y empujando con paciente ternura, lo transpuso para hacer que el glande siliconado rozara las mucosidades del endometrio. Semejante penetración la desesperó y, bramando como un animal en celo, sacudía las caderas como si con ello aliviara la presión del falo que, por el contrario y ante ese movimiento, Gloria comenzó a mover en un cadencioso vaivén que trastornó a la muchacha.
A pesar del dolor, la cópula se le antojó maravillosa y agradeció a la mujer con un incremento en sus succiones y lambidas que trasladó hasta el mismo agujero del ano, el que recibió mansamente su boca dando cabida a buena parte de la lengua. Ella imaginaba un gusto más acre por una directa asociación con su función original, pero una ligera capa de un líquido acuoso bañó la lengua de un nuevo sabor no desagradable y entonces, sintiendo como aquel fantástico falo le proporcionaba sensaciones jamás experimentadas, descendió por el perineo y alojó la lengua en la vagina al tiempo que fragantes flatulencias escapaban del sexo de su amada.
Decidida a que a muchacha disfrutara tanto como ella lo hacía y, sin sacar el largo falo plástico de su sexo, Gloria se incorporó que colocarse atravesada sobre su entrepierna; la pierna derecha debajo de su izquierda e, inversamente, la izquierda sobre su derecha. Descendiendo el cuerpo, se penetró a sí misma con el resto del consolador hasta que ambos sexos se rozaron fuertemente uno contra el otro. Incitándola a incorporar el torso, la abrazó estrechamente al tiempo que su boca buscaba con gula la suya. Excitada hasta la alienación, Alicia también reclamó esa boca que le había proporcionado tanto placer y de esa manera, ambas experimentaron la nueva sensación de degustar sus propios jugos vaginales.
Durante un momento y murmurando incoherentes palabras de amor, se embriagaron al besarse sin apuro, honda y tiernamente mientras sus cuerpos ondulaban en forma autónoma en un delicado coito. Luego y siguiendo las indicaciones de la bailarina, recostaron sus cuerpos sobre el codo izquierdo y asiéndose de las manos cruzadas como en una pulseada, se dieron envión para iniciar un movimiento pélvico cada vez más intenso en el que los cuerpos se estrellaban con sonoros chasquidos de sus fluidas eyaculaciones y así, sumidas en un vórtice de pasión salvaje y amorosa entrega, alcanzaron sus orgasmos en medio de risas, quejidos y sollozos de alegría.
Tan alegre como no recordara haberlo estado jamás y ahogada por su propia saliva y la falta de aire provocada por la intensidad de la cópula, Alicia se dejó caer sobre el lecho, parpadeando por las lágrimas y el asombro de haber protagonizado el acople más ferozmente satisfactorio de toda su vida. Por los movimientos, percibió que Gloria se ha desembarazado del consolador que aun continuaba en su interior y supuso que la mujer se había dirigido al baño.
Su presunción era cierta pero aquella sólo permaneció en él unos instantes para retirar dos toallones de un mueble y, retornando a la habitación, secó su cuerpo con uno de ellos para luego rebuscar en un cajón de la cómoda y extraer un extraño artefacto. Sus movimientos la habían aproximado a la muchacha y esta, con el rabillo del ojo, alcanzó a observar como aquella manipulaba el objeto. Se trataba de un arnés de látex cuyo cierre se efectuaba por medio de velcro y que una vez colocado como una rara bombacha de dos piezas, mostraba en su parte anterior la imitación a un falo, tan perfecta que a Alicia se le hizo difícil creer que fuera artificial; sólo un poco más delgado que el que aun sentía dentro de ella y levemente curvado, exhibía todos los detalles de uno verdadero; su “piel” oscura enrojecía levemente al acercarse a la punta en cuyo vértice se observaba un glande fuertemente rosado y que debajo del surco profundo de su base, mostraba un símil de prepucio arremangado. Lo seguía el tronco, cuajado de arrugas y protuberancias venosas y, asombrosamente, contra la copilla plástica, colgaban dos grandes testículos.
Por alguna razón desconocida, cerró los ojos cuando Gloria se encaminó hacia la cama pero y en tanto olfateaba su perfume de hembra encelada, sintió como aquella iba secando su cuerpo del pastiche de salivas, fluidos vaginales y transpiración. No pudo reprimir un susurrante ronroneo y sus ojos se abrieron para perderse en la oscura pasión que habitaba los de su amante. Emocionada por la tremenda belleza de la mujer, se dejó estar mansamente mientras aquella limpiaba su piel delicadamente y cuando terminó de secar su rostro y la humedad del cabello, la aferró prietamente por la nuca para atraerla hacia ella y besarla hondamente en la boca.
Habitualmente y después de los orgasmos, solía caer en una pesada modorra de la que le costaba salir, pero ahora sentía que su amante había despertado a una fiera sedienta de sexo y tendiendo sus manos, acercó ese cuerpo vigoroso hacia el suyo. Luego de unos momentos de hacerse arrumacos en los que las manos revolotearon ligeras por sus cuerpos, Gloria se colocó entre sus piernas para alternar los lengüetazos y besos al sexo con un cuidadoso secado de la toalla hasta que aquel estuvo tersamente seco. Alzándole las piernas hasta el pecho, la mujer le pidió que las sostuviera así y, asiendo al príapo con una mano, lo oprimió contra la entrada a la vagina para, lentamente, comenzar a presionar.
La verga parecía no poseer el grosor de la anterior pero tampoco su elástica suavidad. Rígida, mucho más que la de cualquier hombre que la hubiera sometido, su ovalado glande penetraba morosamente esos tres o cuatro primeros centímetros en los que la vagina tiene mayor sensibilidad actuando como la punta de un ariete para permitir el paso de los flexibles tejidos del falso prepucio. El arrepollado manojo respondió a los lentos enviones de la pelvis de Gloria, lacerando en el ir y venir los tejidos de Alicia que esperaba angustiosamente se concretara la penetración total.
La bailarina se había propuesto no lastimar a la muchacha y entonces, se aplicó a la introducción pausada del falo con pequeños vaivenes que profundizaba centímetro a centímetro, atenta a las expresiones faciales de Alicia. Es que el duro tronco, con sus rugosidades y protuberancias, le provocaba sensaciones simultáneas de goce y dolor, acrecentadas por la contracción instintiva de sus músculos que lo ceñían prietamente como una mano.
A pesar de todo, con el ralentado movimiento de la mujer parecía ir cobrando ventaja el placer y el cuerpo de Alicia se movía ondulante como para facilitar el paso del falo en tanto que las quejas eran reemplazadas por jubilosos asentimientos que se repetían junto al pedido de mayor hondura y velocidad.
Regocijada por las sensaciones, la joven convirtió a cada laceración en un motivo de jocundo e inefable placer y aferrando con mayor fuerza las piernas encogidas, las llevó hasta más allá de su cabeza. De esa manera, la grupa fue elevándose hasta quedar casi en forma horizontal y entonces sí, Gloria terminó de introducir la verga hasta que los falsos testículos se estrellaron contra el ano de la muchacha e inició el meneo de una lerda cópula. Ese suave vaivén terminó de enloquecer a la joven quien, alborozada, sentía como su cuerpo iba amoldándose a aquellas anfractuosidades con sucesivas y rítmicas contracciones.
Acuclillada sobre ella con las piernas abiertas, la mujer encontró la cadencia exacta para socavarla profundamente, deslizándose cada vez con mayor comodidad sobre las mucosas que emitía el útero para la lubricación. Alicia contempló arrobada aquel hermoso rostro que resplandecía por la felicidad de lo que está haciéndole y asiéndose a los brazos que se apoyaban en sus muslos, se dio envión para que la penetración adquiriera aun más vigor. Los dos orgasmos anteriores parecían haberla dejado vacía pero sus ganas crecieron en forma inversa y una arrebatada pasión por ser penetrada de la forma más violenta la acometió.
Como si presintiera la alocada emoción de la joven, la mujer sacó el falo de su sexo y urgiéndola para que le obedeciera, la hizo parar junto a la cama y colocar una de las piernas sobre el colchón. Acuclillándose entre sus piernas, la boca golosa volvió a saciarse en aquellas humedecidas carnes, recorriendo con la lengua tremolante desde el inflamado clítoris hasta el agujero fruncido del ano. Habituada a una rutina que comenzaba con besos y finalizaba cuando su marido acababa en el sexo, esa desacostumbrada variación la desorientó y provocó en ella las más diversas y gozosas sensaciones. La boca de Gloria era un fino instrumento que realizaba en sus carnes tan deliciosas maniobras como jamás hubiera experimentado; vibrando como si estuviera provista de algún motor silencioso que la impeliera, se hundía entre los recovecos de la vulva, exploraba inquieta separando los ennegrecidos tejidos de los pliegues y los labios colaboraban en la succión de los fragantes flujos que los empapaban. De esa manera, inició un estremecedor recorrido por todo el sexo para luego ascender por el perineo y arribar el prieto agujero anal. Allí se esmeró en aguijonear el frunce radial de los esfínteres para lograr obtener una mínima dilatación.
El sexo anal era contradictorio para Alicia, puesto que, aun sin causarle dolor, un algo instintivo la obligaba a negarse a ser sometida de esa forma y, aunque luego había experimentado algunos de sus mejores orgasmos por esa vía, la violencia con que Jorge la había sodomizado la sobrecogía de temor. Sin embargo, la suavidad del órgano de la bailarina era tan estimulante, que una jubilosa euforia la fue invadiendo. Apoyándose en sus manos sobre la cama, dio un ángulo a su alzada grupa que favoreció las intenciones de su amante y, en tanto la boca volvía a recorrer la vulva, un delgado dedo presionó el ano para introducirse totalmente dentro del recto como en una vaina.
Siempre que algo extraño dilataba esos músculos, una desagradable urgencia por defecar la dominaba, pero la presencia del dedo en su tripa no sólo no le produjo eso sino que, inversamente, puso un vehemente deseo de mayor profundización. Percatada del hecho, Gloria sumó otro dedo e inició un movimiento circular que se complementaba con un ir y venir que iba cobrando velocidad conforme ella manifestó a voz en cuello su satisfacción.
Cuando Alicia rechinó los dientes y sus caderas se menearon incontrolablemente por la ansiedad, Gloria se puso de pie y aferrándola por las caderas, penetró sin más su vagina desde atrás, causándole un goce tan hondo que sólo pudo proferir exclamaciones de agradecimiento. Introducido de esa manera, el irritante falo alcanzó los más recónditos rincones de la vagina y golpeteó fuertemente contra la estrechez del cuello uterino. Luego de unos momentos de esa placentera cópula, la mujer se acomodó acostada sobre el borde la cama y la condujo para que ella se acaballara sobre su cuerpo. Abriendo las piernas, Alicia se ahorcajó sobre su amada y lentamente fue haciendo descender el cuerpo hasta que la verga se introdujo en su sexo.
Gloria estaba embelesada con la figura lujuriosa de la voluntariosa muchacha e, hipnotizada por los agitados pechos que oscilaban al ritmo del coito, los asió para sobarlos tiernamente. Esa posición era una de las preferidas de Alicia y sintiendo la plenitud de la verga en su interior, inició una serie de impulsos que llevaban su pelvis adelante y atrás al tiempo que la meneaba en forma circular como una indecente bailarina árabe. El movimiento se complementó con la flexión de las rodillas en una cabalgata cuya intensidad la obnubiló. Gimiendo roncamente, se apoyó en el torso de la mujer para que sus manos estrujaran sin piedad los mórbidos senos que oscilaban gelatinosamente. Cuando Gloria imprimió a su pelvis un movimiento ascendente para incrementar la profundidad de la cópula, creyó enloquecer y soltando los senos, apoyó su pecho contra el de la bailarina para enviar una de sus manos a buscar el ahora dilatado ano e introducir en él al dedo mayor mientras la otra maceraba rudamente su propio clítoris.
Inesperadamente, Gloria la aferró por los hombros y con una fuerte torsión de su cuerpo, hizo que Alicia quedara debajo de ella. Saliendo de la vagina, se acaballó sobre su pecho al tiempo que le pedía que succionara al consolador. La vista del falo era impresionante; con sus arrugadas anfractuosidades cubiertas por una espesa capa de mucosas vaginales y el aroma dulzón que despedía puso frenética a la joven que proyectó su lengua para apreciar el exquisito sabor de sus propios jugos. El contacto con sus papilas ejercía un efecto mágico, haciendo que la boca se abriera generosa para recibir la rígida consistencia de la verga y al sentirla llegando al fondo de la garganta, la ciñó con los labios como para impedir su salida por el suave vaivén que Gloria le había impreso a sus caderas.
Así inició una ardua batalla contra el miembro, lamiendo, chupando y deglutiendo ávidamente los jugos que lo cubrían, admitiendo que esa succión se le hacía tanto o más satisfactoria que la de un pene verdadero. Al tiempo que aferraba las nalgas de la mujer para acentuar la penetración, advirtió que aquel arnés poseía una abertura que dejaba al descubierto la vagina y el ano de su portadora. Disminuyendo la intensidad de la boca, distrajo dos dedos para que exploraran en el ojal a la búsqueda de la entrada a la vagina. Introduciéndose primero juntos y envarados en toda su longitud, se curvaron luego como un gancho e iniciaron un movimiento de rascado que desmadró a la mujer, quien la aferró por los cabellos para sacudir su cabeza y penetrar la boca como a una vagina.
Alicia nunca había disfrutado así de una mamada; acelerando la actividad de sus dedos en el sexo de la mujer, introdujo el pulgar de la otra mano en el ano y su arrítmica penetración terminó de enajenar a Gloria que, aun disfrutándolo, no quería que aquello terminara tan pronto. Abandonando su boca, se escurrió golosa por el cuerpo sorbiendo los humores que lo cubrían y llegando al sexo, volvió a enterrar su boca angurrienta en los hinchados repliegues mientras con sus manos abría las piernas tanto como le era permitido.
Arrodillándose frente a la muchacha, tornó a hundir la verga en la vagina para luego sacarla enteramente y volver e introducirla en una repetida maniobra que hacía creer a la joven que la agradable cópula se repetiría, pero después de cinco o seis de esos embates, Gloria apoyó la ovalada testa sobre el ano y empujó. La presión fue tan lenta como firme y poco a poco, todo el glande desapareció en la tripa. Aunque Jorge la había sodomizado varias veces, su miembro carecía de la dureza, el grosor y la superficie del consolador y, tanto el asombro como el dolor paralizaron a la muchacha, que esperó la consumación de aquel martirio con los ojos y la boca tremendamente abiertos.
La bailarina sabía el sufrimiento que estaba provocando en la joven pero, como su intención era amarla y hacerle gozar de ese amor, iba dosificando la penetración con la certeza de que el placer que pronto alcanzaría su amante superaría largamente aquellos primeros roces. Entretanto y vencido el primer dolor provocado por la misma crispación que apretara sus esfínteres, Alicia percibió como el padecimiento inicial era suplantado por una sensación de intenso goce, tal como el placer masoquista obtenido por las uñas en sus pezones, sintiendo como la verga prodigiosa penetraba en una extensión al parecer sin límites hasta que la copila de látex golpeó contra su sexo.
En la plenitud del goce, recompensó a la mujer con una espléndida sonrisa y tendió sus manos para asirse de los brazos con que aquella se apoyaba en la cama, dándose impulso con tímidos movimientos de la pelvis. Atendiendo a la denodada entrega de la muchacha, Gloria inició delicadamente un suave vaivén que, conforme a los gemidos que iban transformándose en mimosos ronroneos, fue adquiriendo velocidad y profundidad por el rítmico balanceo de su cuerpo. Ahora era la misma Alicia quien sostenía sus piernas abiertas y encogidas al tiempo que la alentaba con repetido asentimiento y entrecortadas frases en las que expresaba groseramente su contento, auto calificándose como su devota prostituta.
A pesar de la situación y de lo inusual del miembro, la violencia que Gloria ejercía sobre ella no tenía la misma actitud de la de su marido y en cambio, Alicia sintió que, fundidas en un sólo sentimiento, la mujer sólo pretendía darle amor y placer. Eufórica por ese descubrimiento, sólo atinó a pedirle a la bailarina que la hiciera tan como feliz esperaba y aquella, obedeciéndola, retiró por un momento el falo del ano y haciéndola colocar arrodillada, volvió a penetrarla tan hondamente que los colgantes testículos rasparon rudamente su sexo y ella, arrobada por esas sensaciones maravillosas, llevó su mano para excitar en apretados círculos al clítoris.
Gloria parecía una diosa de la lujuria, con su hermoso cuerpo cubierto de transpiración, el cabello enredado en húmedas guedejas y las musculosas piernas acuclilladas para darse aun mayor impulso. Alicia no tenía cabal conciencia de cuanto de placer y sufrimiento poseía esa cópula infernal y en tanto alentaba a su amante a penetrarla más y mejor, dejaba escapar de su boca delgados hilos de baba mientras por sus mejillas corrían lágrimas de alegría y de ese dolor masoquista que la complacía tanto.
Ya la verga se deslizaba en la tripa cómodamente y entonces, Gloria inició una alternada cópula en ambas aperturas de su amante. Ora por la vagina, ora por el ano, el falo penetró a la joven con demoníaca furia pero, aun así, la mujer se daba tiempo para retirar el falo de una y contemplar como su dilatación le dejaba ver el aspecto cavernoso del rosado interior y recién tras observar la lenta contracción de los esfínteres, penetraba la otra para repetir el tratamiento durante largo rato.
Ya Alicia creía que no podía ser más feliz y entonces le pidió a su amante que la hiciera alcanzar ese tan demorado tercer orgasmo. Esperando tal vez ese reclamo, Gloria la estrechó entre sus brazos y arrastrándola con ella, se fue dejando caer de espaldas en la cama sin retirar la verga del ano. Pidiéndole a la muchacha que se apoyara en pies y manos para formar un arco, estrujó sus senos e inició un poderoso vaivén con su pelvis, penetrándola desde abajo con una violencia que dejaba sin aliento a la joven.
Los brazos se resintieron por tanto esfuerzo y dejó que sus espaldas se apoyaran en los senos de su amante, quien se adueñó del cuello con la boca en apasionados chupones que unidos al roce de las afiladas uñas a los pezones y el incontrolable pistoneo del falo en el ano, la llevaron rápidamente a sentir la avasallante riada de sus jugos internos explotando y derramándose aguachentos por el sexo, escurriéndose hasta donde la verga la socavaba tan placenteramente. Obtenida su satisfacción con la obtención de la suya, Gloria se puso de lado para abrazarla tiernamente y así, aun unidas por el vinculo fálico, se dejaron estar blandamente en cucharita para sumirse en la tibia modorra de la satisfacción plena.
Con las primeras luces de la mañana, Jorge, quien había simulado su viaje para poder comprobar la infidelidad de Alicia, ve salir a esta de la casa de Gloria con el rostro exangüe pero irradiando tal felicidad que no puede contener su impaciencia y golpea furioso la puerta de la bailarina. Vestida tan sólo con una liviana camiseta, la mujer no se sorprende por su actitud e invitándolo a pasar para que lo conversen civilizadamente, lo conduce al living. Tras hacerlo sentar en un sillón y ante el fárrago de sus airadas preguntas, admite con desfachatada sinceridad que ha tenido sexo con Alicia pero, tratando de convencerlo de que su bisexualidad no le impide gozar y hacer gozar a los hombres, se desnuda oferente ante él.
La ira de Jorge va diluyéndose al apreciar los encantos físicos de la mujer y, aunque su orgullo herido le hace mostrar una cierta reticencia, el sólo oler las exudaciones venéreas de Gloria, quien aun no se ha bañado, lo excita. La experimentada hembra conoce el poderío que ejerce sobre cualquier persona y acercando su vientre tan sólo a centímetros de la cara del marido de su amante, lo invita silenciosamente a poseerla. La recia e irresistible fragancia animal que emana entorpece el entendimiento de Jorge y en una respuesta primitiva, hunde su rostro en las pulidas carnes que aun conservan el pastiche de salivas, flujos y transpiración.
Imaginar que la boca de su mujer ha transitado por aquella región pone un deseo loco en el fondo de su pecho, provocando que la lengua surja espontáneamente para tremolar sobre el abultado Monte de Venus y el sabor de esa mezcla de humores lo ciega. Asiéndola por los poderosos glúteos, la atrae hacia él y la lengua busca voraz la apertura de los labios. Complaciéndolo, Gloria apoya un pie sobre el asiento y la vulva se entreabre para dejarle ver los retorcidos pliegues con apenas un atisbo del rosado óvalo.
Arrodillándose ante ella, la boca se abre para abarcar todo el sexo, sometiéndolo a hondos chupeteos de los labios y al vibrante estilete de la lengua. Aunque hace tiempo que Gloria no se acuesta con hombres, advierte que su homosexualidad no le ha hecho olvidar los goces que antaño le proporcionaran y, guiando la cabeza de Jorge con las manos, prorrumpe en calurosos reclamos de satisfacción. El marido de su amante ha dejado de succionar las gruesas crestas carnosas y ahora se encarga de macerar entre labios y dientes al erguido volumen del clítoris mientras dos dedos se introducen en la vagina en un tan improvisado como intenso coito que lleva a la mujer a proferir angustiosos gemidos de excitación.
El poseer a Alicia le ha provocado sucesivas eyaculaciones pero no ha podido alcanzar la plenitud de un verdadero orgasmo y, saliendo de sobre el hombre, lo arrastra junto a ella sobre el enorme sillón. Abalanzándose sobre la entrepierna, le desabrocha apresuradamente el pantalón y bajando el cierre, rebusca afanosamente en el interior a la caza de la verga que ya está medianamente erguida. El le ayuda a bajar el pantalón hacia sus rodillas y entonces ella toma la verga tumefacta entre sus dedos para guiarla hacia la boca.
Olvidada ya de ese aroma tan particular de los penes, mezcla de sudores con orinas y emisiones de jugos hormonales, lengüetea la cabeza, sorbe los elásticos pellejos y se desliza hacia los testículos, donde succiona la arrugada piel para deglutir golosamente su acre humedad. Entretanto, la mano ha acariciado y meneado al miembro hasta hacerle adquirir cierta rigidez y entonces, la boca trepa a lo largo del tronco, lamiendo y chupándolo hasta encontrarse con el surco que le ofrece su expuesta sensibilidad. La lengua tremola fustigándolo en todo el derredor y luego, la boca se abre con desmesura para abatirse sobre la monda cabeza y, abarcándola totalmente cual si fuera la de una boa constrictora, la chupa fieramente.
Durante un momento, los labios ciñen la verga y la cabeza se mueve perezosamente en cortos vaivenes que sólo se extienden pocos centímetros, pero a medida en que ella se engolosina, va introduciéndola más y más hasta que el glande roza la garganta y un atisbo de nausea la ataca. Formando un anillo con pulgar e índice, lo complementa con la boca e inicia una serie de hondas chupadas en las que los dientes dejan rojizas estrías al retirarse y suaviza con saliva al succionarla.
En tanto que ella se esmera en aquella felación, el hombre se ha quitado la camisa e incorporándose, termina de sacarse los pantalones y los mocasines. Gloria se tiende sobre el sillón y extendiendo invitante los brazos, abre sus piernas para recibirlo. Acostándose sobre ella, él no la penetra sino que toma entre sus manos la hermosa cabeza y busca afanosamente sus labios. Ella es la que, acomodando su cuerpo, toma la rígida verga para embocarla en su vagina tras lo cual inicia una serie de ondulaciones que ayudan a que el miembro, ahora sí impelido por el hombre, vaya entrando suavemente en su interior.
Ya con todo el falo en la vagina, Jorge se mantiene con un pie apoyado en el suelo y la rodilla sobre el asiento y, favorecido por el encogimiento de las piernas de la mujer, se bambolea con perezosos pero rudos embates. Ella se aferra a los musculosos brazos para dar mayor impulso a su cuerpo y así se debaten durante unos momentos de indecible goce, hasta que él, entrando en el mismo tiovivo alienante que lo ataca cuando posee a su mujer, la pone de costado y alzándole estirada una pierna la penetra con inusitada reciedumbre, haciéndole expresar su sufrimiento en hondos gemidos que nada tienen que ver con el placer.
Ahora comprende y da crédito al sufrimiento de la muchacha pero, para su experiencia sadomasoquista, aquel acople brutal es apenas una caricia y decidida a seguir adelante con su plan de convertir en su amante permanente a aquella joven a la ya ama con desesperación, colabora con el hombre; girando su cuerpo, se arrodilla en el borde del sillón y él entonces comienza a penetrarla por detrás mientras estruja los senos oscilantes entre sus dedos. La verga es realmente poderosa y golpea duramente su cuello uterino, pero ese mismo dolor es el que la hace gozar y, pidiéndole al hombre que la penetre por el ano, se dispone a dar rienda suelta al demorado orgasmo.
Realmente sorprendido por la entrega voluntaria de la mujer, él coloca un pie en el asiento; estimulando primero con su pulgar los fruncidos esfínteres, apoya la cabeza y empuja, comprobando como los músculos anales ceden dócilmente para permitirle ingresar el falo en su totalidad y entonces ceñirse a su alrededor como un prieto anillo carneo. Nunca una mujer había hecho eso con él y, totalmente fuera de sí, se da envión con la pierna levantada y el falo se convierte en un ariete impelido con toda la fuerza y el peso de su robusta humanidad.
Pronto el cuarto se llena con los gritos, gemidos y roncos bramidos de los amantes en la obtención de su clímax pero, en la cúspide del placer, suplicándole por tener el esperma en su boca, ella se arrodilla en el asiento para chupar y masturbar la verga hasta que la descarga seminal se derrama en abundantes chorros en la boca de quien la paladea y deglute como a un delicioso licor.
De vuelta en su casa, encuentra que Alicia, ya bañada y bastante mejorada, lo recibe con una cordial bienvenida pero que esta teñida de incómodos silencios y miradas huidizas que esquivan sus ojos. El comprende su inquietud y sabiamente va conduciendo la conversación acerca de en que forma pasó ella su ausencia y si las clases de baile progresan. Ella inventa nerviosos subterfugios pero finalmente, estalla en llanto y le confiesa que sus sospechas acerca de Gloria se han visto confirmadas en su totalidad.
Jorge enfrenta la situación con entereza y cuando la interroga sobre si lo abandonará por la bailarina, Alicia le confiesa su confusión, ya que el sexo con la mujer ha excedido con creces lo que ella esperaba de una relación lésbica pero no ha superado la que sostiene con él ni tampoco ha resultado peor sino que todo ha sido tan distinto, dulce, tierno, profundo y tranquilo que lo ha sentido como un goce nuevo y excepcionalmente maravilloso. Está segura de seguir amándolo pero también siente que en su mente y no sólo en el cuerpo, ha nacido un profundo enamoramiento de Gloria.
Advirtiendo que puede sacar partido de esa relación entre las dos mujeres, comprensivamente le propone dejar pasar el tiempo y ver como se desarrollan naturalmente las cosas. Y así sucede, sólo que Alicia se siente avergonzada por la incontinencia revelada ante su profesora y decide no ir por unos días al estudio.
Las cosas parecen componerse y lentamente la concordia vuelve al matrimonio, sólo que Alicia disimula las nuevas sensaciones que atacan su cuerpo y los locos pensamientos que la turban al evocar los deliciosos momentos pasados con la mujer. Eso la mantiene en vilo y sus nervios estallan por cualquier cosa, especialmente porque comienza a sufrir de desarreglos ginecológicos que nunca la molestaran y la frecuencia matemáticamente exacta de sus menstruaciones se entorpece por abundantes hemorragias y dolores que la obligan a guardar reposo absoluto durante varios días.
Diez días después, la recepcionista le avisa a Gloria la llegada de Alicia, casi media hora antes de su horario. Antes de entrar al vestuario, se detiene para observar subyugada la hermosa figura de la muchacha que está desnudándose para vestir la malla de baile. Acercándose silenciosamente, abraza a la sorprendida Alicia desde atrás y sus manos se apoderan de los senos jóvenes. Tan sólo sentir el aliento cálido de la mujer en su nuca, le confirma la profundidad de su enamoramiento. Toda ella parece derretirse, derramando una dulzura infinita en su ser y son sus manos las que aprisionan las de Gloria para guiarlas en el sobamiento a sus pechos mientras musita encendidas frases de amor y pasión.
Una de las manos de la bailarina abandona los senos para escurrir por el vientre hacia la entrepierna y allí, estregar tiernamente al desolado clítoris, provocando nerviosos respingos en la joven. Dándola vuelta cariñosamente y haciéndole apoyar sus nalgas sobre la mesa frente a los casilleros, se acuclilla frente a ella para, separando con sus dedos los labios de la vulva, llevar la afilada punta de la lengua a recorrer tremolante los arrepollados pliegues que, una vez estimulados, se dilatan ante la exigencia del órgano como dos rojizas alas carneas. Suspirando anhelosamente por la excitación y la concreción de aquel ansiado sexo, Alicia abre más las piernas mientras su pelvis se agita involuntaria para ir al encuentro de la boca.
Como una serpiente voraz, la lengua trepida a todo lo largo del sexo, escarba en la pulida superficie del ovalo, excita el agujero de la uretra, tienta entrar en el húmedo agujero vaginal y finalmente sube hasta tomar contacto con la dureza del tubo carnoso por el que asoma apenas la rosada cabeza del pequeño glande. Mientras azota al clítoris para conseguir su máxima erección, dos dedos sondean la entrada a la vagina y, mojados por los jugos que rezuman de ella, se deslizan cuidadosamente hasta que los nudillos chocan con el sexo.
La boca toda ha tomado posesión del clítoris y en una danza infernal, la lengua fustiga los tejidos, los labios aprisionan la carne en profundas succiones y los dientes raen delicadamente su inflamada superficie. Mientras tanto, los dedos ya no sólo entran y salen del sexo sino que la mujer imprime a su brazo una rotación de ciento ochenta grados y las falanges dobladas como un garfio martirizan los suaves tejidos internos resbalando sobre la lubricación de los fluidos.
Feliz como pocas veces lo ha sido, Alicia reprime sus gemidos y apoyando los brazos echados hacia atrás en la mesa, menea las caderas a la búsqueda de la satisfacción que llega antes de lo previsto y descarga su cuerpo de todas las tensiones y malestares de esos días, derramándose olorosa entre los dedos de Gloria. Esta trepa por el cuerpo aun estremecido por las contracciones del vientre y aloja su boca fragante de sexo en la de Alicia que, ante ese regalo, se abraza convulsionada a la mujer y aquella prolonga la relajación de la muchacha estimulando tiernamente con su mano al sexo palpitante.
Tan absortas están en sí mismas, que no advierten que desde hace unos minutos Susana se encuentra observándolas desde la puerta y que ahora, una vez concluido el acto, finge entrar abruptamente para pedir disculpas por la intromisión pero no sólo no se retira sino que, con absoluta naturalidad, acomoda sus cosas en el largo banco frente a los armarios y comienza a desvestirse. Gloria murmura al oído de la muchacha que no se preocupe y, tras darle un fugaz beso de despedida, toma una toalla para alejarse limpiando su rostro y boca.
Con el rostro ardiendo de vergüenza y sin mirarla a la cara, Alicia trata de justificar la situación pero su compañera le dice comprensivamente que no haga el esfuerzo, ya que todas ellas, incluida la recepcionista, en algún momento, han tenido que pasar por circunstancias parecidas y viendo lo alicaída que está, la conmina alegremente a vestirse para concurrir a la clase, tras lo cual la invita para que, al finalizar, pasen por su departamento a tomar algo y conversar de “esas cosas” que tienen en común.
Terminada la clase que ese día ha incluido una coreografía especial y demasiado cansada para volver a la soledad de su departamento, acompaña a su amiga quien vive a pocas cuadras. Apenas arribadas y a causa del calor bochornoso aun a esa hora del día, Susana se libera rápidamente de su ropa y vistiendo tan sólo una pequeña trusa, la invita a imitarla mientras saca del refrigerador una jarra de jugo helado. Sentada en un largo sillón sobre el que tiende una sábana que evita el contacto directo con el cuero, se arrellana en ella mientras se burla de la pacata timidez de la muchacha que evita pudorosamente quitarse la ropa.
Desabotonando un poco más el escote de la blusa, Alicia se sienta junto a la mujer y esta le alcanza un vaso colmado de refrescante jugo. Después de tantos días sin ejercicio, el calor y la vergonzosa pero estimulante satisfacción sexual la han dejado agotada y la fresca bebida deslizándose por su garganta no sólo la reanima sino que borra todo resto de fatiga, emprendiendo una animada conversación con Susana, quien la interroga sobre su relación matrimonial y si su marido sabe de sus amoríos con Gloria.
Deseosa por demostrarle que ella no es lesbiana y que sólo ha mantenido una única relación sexual con la bailarina, se empeña en contarle detalles del tipo de sexo que mantiene con Javier y abstraída en esas confusas confesiones, advierte que Susana se ha aproximado para pasar distraídamente sus dedos sobre la botonadura de la blusa al tiempo que alaba la tersura de su piel y las formas de su cuerpo.
Es tal la lascivia que la mujer manifiesta en su rostro y tan cariñoso el tono incitante de su oscura voz, que Alicia le recuerda que ambas tienen pareja pero, ante su asombro, Susana ríe alegremente de su crédula inocencia, diciéndole que todo lo que ella escuchó aquella noche, sí, efectivamente sucedió pero que Javier no ha sido en ningún momento su pareja sino un buen amigo con el que sostiene relaciones sexuales para dar rienda suelta a sus perversiones y como en un juego, se divierten escandalizando a los demás con sus tropelías.
Súbitamente seria, se aproxima aun más a Alicia para confiarle con pasión que se siente irresistiblemente atraída por ella desde el mismo momento que la viera en la Facultad, acompañando esa cercanía con un osado juego de sus dedos desabotonando la blusa. Esos días de abstinencia obligada, han instalado en las entrañas de Alicia esa sensación de urgencia con que se manifiesta su excitación y sintiendo muy próximo al vaho perfumado del aliento de Susana, permanece expectante en tanto que los dedos se deslizan sobre la parte superior de sus pechos.
La caricia, por su levedad y tersura, complace a la muchacha y aun con la reminiscencia de lo que Gloria realizara en ella, cierra los ojos y su boca entreabierta deja escapar un irreprimible suspiro. Con delicadeza artesanal, Susana le quita la blusa y tras desabrochar el sostén, desliza la palma de las manos sobre los senos, excitando en círculos los pezones. Ni Gloria se había manifestado en esa forma y el lento, casi imperceptible girar, coloca una indefinible corriente estática en las terminales de las mamas que hunde el dulce martirio de finas agujas en sus riñones.
Simultáneamente, la lengua de la mujer se agita viboreante para humedecer sus labios y luego explora delicada el interior de los labios. Las entrañas de la joven parecen licuarse y una plétora de diminutas explosiones estalla en sus regiones más sensibles cuando la mórbida consistencia de los labios de Susana se acopla succionante sobre los suyos. La mezcla de los alientos parece provocar una amalgama mágica e, involuntaria pero ansiosamente, sus labios responden al beso y la lengua se enzarza en una morosa lid con la invasora, contribuyendo al intercambio de sus espesas salivas.
Alicia sostiene con las manos el rostro de su amiga y se empeña en una laboriosa actividad que, conforme aumenta su excitación, le hace proferir ahogados gruñidos y resollar fuertemente por la nariz, pero lo que la saca de madre es el contacto de las manos de Susana, sobando y estrujando amorosamente sus senos. Musitando quedamente que la haga feliz, guía la cabeza hacia el pecho y su nueva amante no defrauda sus expectativas.
Veloz como la de un reptil, la lengua se solaza en las oscuras aureolas y mientras los dedos de una mano maceran tiernos al erecto pezón, se complace al contemplar como el otro cede elásticamente ante los embates del órgano. Boca y mano se alternan de un seno al otro y cuando Alicia manifiesta roncamente su satisfacción, la boca se dedica a succionar rudamente la carnosidad y los dientes la raen en tan agudos como leves mordiscos en tanto que la mano se escurre a lo largo del vientre para colarse por debajo de la pollera y la bombacha, recalando en la ahora depilada comba de la vulva y allí, escarba cuidadosamente para separar los labios y rascar tenuemente el interior.
Recostando a la gimiente muchacha contra el respaldo, se arrodilla frente a sus piernas para quitarle la falda junto con la trusa. Casi como en un reflejo condicionado, Alicia abre y encoge las piernas con sus manos para mostrar oferente la barnizada superficie del sexo, fuertemente oscurecida. Todavía está conmovida por la pasión con que ha respondido a la otra joven, confirmándole que su goce sexual con otra mujer no obedece solamente al amor que siente por Gloria sino a obtener un grado de satisfacción que los hombres no han podido darle.
La otra joven parece obnubilada por el aspecto que le brinda la entrepierna, ya que la depilación a puesto al descubierto la maciza prominencia del huesudo Monte de Venus y, como emergiendo de un valle, se destaca la erguida capucha del clítoris presidiendo la entrada a la combada vulva. Henchidos de sangre, los labios mayores se expanden para dejar expuesta la fruncida abundancia de los menores que, orlando al rosado óvalo, se extienden a manera de las alas ennegrecidas de una mariposa. Más abajo, como la boca desdentada de una bestia alienígena, pulsa la entraba a la vagina y, aun más allá, el ano muestra sus frunces dilatados.
Dos dedos de la mujer resbalan sobre los humores del sexo y se sirven de ellos para estregar en rápidos movimientos al clítoris y la zona adyacente. Viendo como Alicia se aferra con los brazos echados atrás al respaldo, da por sentado su asentimiento y entonces la lengua serpentea sobre el ano con delicados toques que acentúan su expansión y la punta afilada penetra para sorber las feromonas que rezuma la tripa.
Conmovida por la excitación a esos dos sitios tan sensibles de su cuerpo, Alicia alienta a la mujer a no cejar en su empeño y entonces aquella varía para mejor; la lengua trepa por el perineo para alojarse en la vagina, endureciéndose para penetrarla mientras un dedo la suplanta y se hunde totalmente en el recto. Si el sexo anal de Gloria había cambiado su parecer sobre esa práctica, el dedo de Susana la convence de cuantos años ha vivido equivocada, ya que esa fricción en la tripa unida a la actividad de la lengua en su sexo le proporciona una sensación inefable que la crispa pero al mismo tiempo la excita en tal forma que sus dientes rechinan de puro placer.
La boca prepotente de Susana no se conforma con haber hollado la vagina sino que trepa por el óvalo hasta el clítoris y en tanto que lo macera entre labios y dientes, dos dedos de la otra mano atrapan los colgajos carneos para restregarlos entre ellos apretadamente. Ella no es consciente, pero su cuerpo se tensa como un arco y ondula de tal manera que golpea acompasadamente contra el sillón. Junto con la desesperación, unas ansias irrefrenables de volver a tener en su boca un sexo femenino la invaden y, rugiendo como una fiera en celo, se saca de encima a Susana para asirla por los brazos y empujarla sobre el asiento. Desconcertada por tan ardiente respuesta pero contenta porque sus fines se concretan, la mujer cede blandamente a la exigencia.
Para su satisfacción, una mueca lujuriosa deforma el hermoso rostro de la muchacha cuando se inclina sobre ella para hundir su boca en aquella que guarda los sabores de su propio sexo y ano. Ya no existen rastros de la reticencia inicial y mientras los labios succionan a los suyos ávidamente, la lengua se adentra voraz para intercambiar restregones y salivas con la suya.
Alicia tiene como meta obsesiva el sexo de la mujer e ignorando la belleza de aquellos pechos que aplasta con su cuerpo, lleva una mano a la entrepierna de Susana y utilizando la tela de la bombacha como elemento abrasivo, restriega rudamente los dedos sobre la vulva. Presionando aun más, separa los labios y con el áspero refuerzo de la prenda, rasca vigorosamente la delicadeza del óvalo.
Las bocas se buscan para fundirse en una sola, se amalgaman en una sola pasión y Alicia acentúa la presión para que los dedos se hundan en la vagina. La tela que cubre los dedos no es basta sino de suave algodón pero el refuerzo interior tiene mayor dureza y esto, unido a las costuras, lo convierten en un verdadero ariete que socava y martiriza los tejidos interiores absorbiendo las mucosas para que la fricción se haga insoportable.
Susana no esperaba esa reacción y, congratulada, separa su boca un instante de aquella que la subyuga para pedirle que baje hasta su sexo y la satisfaga con la boca. Salvajemente desorbitada, aquella desliza la lengua por su cuello hacia los temblorosos senos y une a su goloso lamido la succión de los labios. Deambula unos momentos en los pechos y luego se encamina al esternón para escurrir en la sima del surco que la conduce al ombligo, juguetear unos instantes en este para sorber el sudor acumulado y finalmente, arribar a la colina que conduce hacia la elevación del Monte de Venus cubierto a medias por la trusa.
La mano no ha cesado en su maceración a los tejidos vaginales y cuando su olfato es herido por los vahos que emana el sexo, acelera aun más la penetración. Tan desmandada como ella, Susana abre las piernas en tanto le suplica que la chupe y Alicia se ubica de rodillas frente a la entrepierna. Quitándole la prenda, admira por vez primera aquel sexo que ya desea con toda la pasión de su incontinencia; tan solo conoce el sexo de Gloria pero el de Susana la sorprende por su aspecto, que no condice con su juventud.
Mucho más abultada e hinchada que la de la bailarina, la vulva se ofrece como una herida profunda. Pletórica de sangre por la excitación, su aspecto varía desde el fuertemente rojizo en los alrededores hasta el casi violáceo en el borde de los labios mayores pero el mayor asombro lo constituye el clítoris; su aspecto no deja dudas sobre su cualidad del pene femenino, ya que la caperuza de piel que lo protege, adquiere la apariencia de un largo tubo tan grueso como un dedo. Erecto como un falo, deja ver la punta del glande blanquirosado que aprisiona el epitelio dérmico. Del capuchón se desprenden los labios menores que orlan al óvalo; una multiplicación de arrepollados frunces que rodean totalmente a este con una abundancia y consistencia casi groseras, que van desde el rosa suave en la base hasta la negritud macabra en los bordes.
Ese aspecto no solo no causa repugnancia a la muchacha sino que parece incentivarla. Delicadamente, abre con sus pulgares el telón de los pliegues y cuando estos se extienden a cada lado como rudimentarias alas, acerca la punta tremolante de su lengua al nacarado fondo para degustar los jugos hormonales. El sabor dulzón explota en sus papilas y la lengua no se da
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