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Mi nombre es Alicia, aunque todos me conocen por Ali. Tengo 42 años, pero no os asustéis. Tengo un cuerpo que ya quisieran muchas jovencitas de veinte años. Soy rubia, mi pecho es exuberante y mi cuerpo está moldeado por el gimnasio y por una naturaleza que lo hizo elástico y delgado. Estoy casada, pero mi marido no me es fiel, lo sé y me consta, aunque él no me lo haya dicho nunca. La verdad es que yo tampoco le soy fiel a él, y no sé si lo sospecha o no. Somos un matrimonio bastante liberal, pero no sé si terminaremos divorciándonos o haciendo un intercambio de parejas o un trío.
Me encanta el sexo. Me refiero al sexo puro, sin adornos, sin cenas románticas, sin velas, sólo sexo. Con la edad he aprendido a buscar las cosas que me apetecen, sin tapujos, no andarme con bobadas. Cuando un hombre me mira (y me pasa muy a menudo, créanme), y noto en su mirada que hay solamente deseo, me excita, y si la ocasión lo permite, no dejo de aprovecharlo.
Lo que voy a contar ocurrió el verano pasado. Mi marido tiene un pequeño taller mecánico en las afueras de Madrid, y había ido cuatro días a hacer un curso de electricidad del automóvil, o algo parecido. El taller es pequeño, pero tiene un empleado, David, que es sordomudo, pero que tiene sólo veintidós años y un cuerpo excepcional. Yo había observado cómo me miraba cada vez que entraba al taller y me gustaba que lo hiciera, de hecho procuraba vestirme con ropa ceñida cuando tenía que ir allí a algo y disfrutaba exhibiéndome delante de él.
Aquella mañana estaba abriendo el taller y no había ningún cliente. Yo me había levantado bastante lanzada porque la noche anterior había estado de copas con unas amigas pero el plan que teníamos con unos tíos había salido fatal, al final nos habían dado calabazas a todas y nos habíamos vuelto a casa bastante enfadadas. Desde la ventana de mi dormitorio, mientras desayunaba, le vi abriendo la puerta y tracé un plan. Me puse un vestido corto de gasa pero sin nada debajo, de manera que, sin transparentarse del todo, se dejara intuir que iba desnuda. Cogí unas esposas que mi marido y yo habíamos usado alguna vez en nuestros juegos, un tarro de crema lubricante, el móvil, y me bajé al taller.
Por suerte, cuando llegué aún no había llegado ningún cliente. Mi presencia fue advertida inmediatamente por David. Me dirigí a la puerta exterior del taller y la cerré. Él me miraba con cara de estúpido, pero con unos ojos que parecían querer comerme entera. Yo me supe atractiva, me sentí mujer y empecé a sentirme caliente. Sin mediar una palabra con él (es sordomudo, os recuerdo), me levanté la falda y le enseñé mi coño por un instante. Después le hice un gesto con las esposas y entendió de inmediato, porque me tendió las manos para que se las pusiera. Todo estaba dispuesto para lo que yo había planeado. Le indiqué por gestos que debía desnudarse. Creo que le dio un poco de corte, porque se fue a su vestuario y apareció desnudo pero con una toalla de lavabo atada a su cintura y las botas puestas. Le llevé a una columna que hay en el centro del taller y le esposé las manos a la espalda por detrás de la columna. Ya era mío, y yo tenía ganas de divertirme.
Delante de él me quité el vestido, quedando completamente desnuda, solamente con los zapatos. Su cara era un poema. Se le veía en la mirada el deseo, pero también el miedo y la vergüenza. La toalla que llevaba puesta dejaba entrever un bulto que había crecido considerablemente, pero no imaginaba lo que le iba a pasar. Por supuesto, no iba a ser una relación sexual normal (para las relaciones sexuales "normales" tengo a mi marido, que me sirve bastante bien). Me coloqué detrás de él, de manera que no pudiera verme, y empecé a acariciarle los hombros, los brazos y la espalda. Acerqué mi pubis a sus manos esposadas, de manera que pudiera acariciar mi vello. Abrí las piernas lo suficiente para que sus dedos pudieran hurgarme un poco, pero en seguida le corté el entusiasmo. Me separé y me puse delante de él. De un tirón brusco, le quité la toalla. Estaba empalmado, aunque no completamente, y juro que tenía una polla bastante considerable. Comencé entonces con el plan que había urdido.
Acerqué una pequeña mesa de madera y la puse delante de él, a unos pocos metros de distancia. Me situé de espaldas y apoyé mis brazos y mi cuerpo en ella, de manera que pudiera ver mi culo bien. Cogí el tarro de crema lubricante y comencé a untar mi culo de ella con los dedos, por todo el derredor de mi agujero y luego introduciendo los dedos llenos de crema en él. Cuando consideré que tenía el culo suficientemente lubricado, me fui en su busca y le junté toda la polla con la crema. La erección que tenía en ese momento era enorme. Aunque él no pudiera oírme, le dije a la cara, despacio para que me entendiera, "vas a metérmela por el culo, como a mí me gusta".
Es cierto que me gusta el sexo anal. Creo que a pocas mujeres nos gusta, pero es una sensación enorme de ser poseída, aunque hay que hacerlo bien, sin brusquedades para no hacer daño. Si se hace así, no duele y excita muchísimo. Como él no podía moverse más que unos centímetros, era la oportunidad ideal para ser sodomizada. Acerqué la mesa a David y de nuevo me puse de espaldas a él y arqueé mi cuerpo sobre ella. Cogí su miembro con la mano y lo situé en la entrada de mi culo. Empujé un poco. Su capullo empezó a abrir el agujero poco a poco, a base de enculadas muy suaves. Cuando él empujaba, yo me retiraba, de manera que pronto comprendió que era yo la que mandaba y la que organizaba la penetración. En unos pocos movimientos, había introducido su capullo dentro de mi culo y superada la resistencia inicial, de manera que con un poco más, me encontré con toda su polla dentro sin haber sentido dolor ninguno. Ahora era yo la que se estaba quieta, y él se movía dentro de mí, con la limitación de no poder hacer más que movimientos cortos de entrada y salida. Al mismo tiempo yo acariciaba mi clítoris con mi mano frenéticamente, de manera que cuando sentí que su polla comenzaba a dar sacudidas yo había tenido ya tres orgasmos antes. Se corrió dentro de mí, pero la dejé dentro hasta que me corrí yo otra vez después. Cuando tiré de mi cuerpo para afuera, su polla estaba completamente fláccida y su semen chorreaba por la parte inferior de mis muslos hacia abajo.
Fui por un cubo con agua y por jabón, y minuciosamente le lavé su polla, secándosela después con la toalla que trajo él atada antes a la cintura.
Le solté las esposas de las muñecas y volví a atarlo, pero esta vez de cara a la columna, dejando su culo a mi vista, e introduje la mesa entre la columna y su cuerpo de manera que quedaba ligeramente inclinado. Le dejé allí y subí a asearme un poco. Cuando bajé, lo hice con una polla artificial, un consolador que se coloca en el sitio donde los tíos llevan su polla mediante unas correas. Me dirigí a David con el lubricante y comencé a lubricar su culo.
Aunque hizo un gesto de resistencia, comprendió pronto que si él me había enculado a mí, yo iba a encularlo a él ahora, y sobretodo comprendió que estando esposado y tratándose de la mujer de su jefe, no tenía más solución que dejarse hacer. Me puse detrás de él, apunté la polla de plástico en su agujero y, sin piedad ninguna, sabiendo que iba a hacerle daño, se la clavé entera dentro de su culo. No gritó, pero todos los músculos de su cuerpo se encogieron de dolor. Una vez dentro, me solté las cintas que me sujetaban la polla artificial y se las até a él a su cintura, de manera que se le quedó dentro sin que pudiera sacársela aún empujando. Retiré la mesa y me puse al otro lado de la columna, delante de él. Su cara delataba el dolor que sentía, de tal manera que me apiadé y me agaché delante de él.
Cogí su polla con una mano mientras que con otra le acariciaba los huevos. Pronto estaba de nuevo erecta. Comencé a lamerla, desde la base hasta arriba, deteniéndome en su capullo. Cuando la erección fue completa, me la metí en la boca y empecé a follármela. La sacaba y la metía dentro de mi boca, procurando que cada vez entrara un poco más. Al poco tiempo, la tenía dentro por completo, de manera que cuando se corrió no tuve que preocuparme de tragarme el semen, pues lo hizo directamente en mi garganta.
Terminada la aventura, subí al piso, me duché y me vestí. Solamente cuando hube terminado bajé y le liberé el consolador de su culo y las esposas de sus muñecas. Volvimos a abrir la puerta del taller y el día transcurrió con total normalidad.
A los pocos días volvió mi marido. Todavía cuando bajo al taller David me mira con deseo, pero esta vez tiene motivo para ello.
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