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Al otro lado del teléfono

La historia que os voy a relatar es real. Todo comenzó, y sucedió una noche. Pero para comprender mejor este relato debería contar como fue mi inicio en Internet, más concretamente en los chats. Yo tenía dieciséis años cuando me instale Internet. Al principio alucinaba con la idea de escribir algo en mi pc y que un fulano de Albacete pudiera leerlo (en aquella época era muy poco viajado y para mi, Albacete, estaba en las antípodas de Madrid).

Al principio todo lo que escribía era de coña o para reírme de otros internautas. Sé que no es algo para vanagloriarme, pero, como he dicho, tenia dieciséis años y tampoco estaba matando a nadie, aunque si me reía de cómo la gente simpatizaba entre sí. Todo aquel rollo de cibernovios y tonterías de esas, cibersexo, en fin, todo lo qué fueran relaciones a través de los chats de Internet, me parecía ridículo. Es decir, entendía dos opciones, o que aquella gente fuera sincera declarando sus amores y pasiones o que se engañasen los unos a los otros. La primera opción era muy triste, ya que me parecían personas incapaces de mantener cualquier contacto con el sexo opuesto y tenían que valerse del anonimato del chat. La segunda también me parecía patética, ya que era gente sin nada mejor que hacer que escribir cualquier tontería. Me parecían pobres personas de las que poder reírme siguiendo su juego. Como ya he dicho, no me enorgullezco de aquello, pero creo que es comprensible.

Aquello ocupaba una pequeña porción de mi vida, una manera como otra cualquiera de entretenerme. Por aquel entonces ya fumaba, bebía, consumía ciertas cosas que termine por aborrecer y coqueteaba con chicas. En fin, lo normal para alguien de esta edad. Hoy creo que en la adolescencia se hacen cosas que terminamos todos por aborrecer. No haré apología de nada de eso, creo que la vida es para vivirla pero si tengo recuerdos de algunas experiencias que no me aportaron nada. En la adolescencia todo es apariencia, lo que importa es mostrar una pose, da igual que no seas así. Ese era mi caso. Con mis amigos, mi familia y por ende, con todo mi entorno, me mostraba como un tipo seguro, arrogante y que lo sabía todo, era el típico "malote" de instituto. Aún no había salido con ninguna chica pero, por supuesto, yo decía todo lo contrario.

Hacia la mitad de curso llegó una nueva compañera a clase, Sonia. Era alta, de cierto atractivo y también tenía una pose que casaba con la mía. Como era normal, empezamos a salir. Al principio guardaba las apariencias, intentaba demostrar que no sentía nada y que yo estaba por encima de ella, que iba a lo que iba. No era cierto, pero no podía reconocerlo. Sonia tampoco nada, si lo sentía nunca lo supe.

La relación se fue desarrollando por los cauces corrientes. Como ya habéis notado, en el fondo, soy un tío como otro cualquier, con sentimientos, miedos y deseos que no quiero mostrar. Supongo que me reía de esa gente que vendía sus sentimientos al monitor.

A los tres meses de iniciar nuestra relación, me decante por decirle a Sonia todo lo que sentía. Quería volcar en alguien querido, ¿quien mejor que ella? Todo lo que llevaba dentro. Craso error. Fue contar aquello y dejarme tirado. No pude ser ya el mismo en mi ambiente, después de aquello quede muy mal. Los amigos de la adolescencia son muy volubles, es la enseñanza que saque de aquello. Quizás fue una paranoia mía o, de verdad, la gente no me miraba igual, no había respeto ni ningún sentimiento positivo hacia mí. Pase de ser muy popular a un paria. Hoy en día, muchos años después de aquello, me parece todo ridículo, infantil, en aquel momento fue un drama. De la noche a la mañana todo había cambiado, o eso me parecía a mi, el caso da igual ya que el resultado es el mismo.

No podía refugiarme en mi familia. Todo aquello era muy difícil de contar para mí. Tampoco podía en mis amigos, sentí que nuestra relación, como ya he dicho, había cambiado.

Fue entonces cuando me refugie en los chats de Internet. Ahí nadie sabía que, otrora, me había reído de eso que yo iba a cometer. Os sonara a coña, a tontería, pero intentaba encontrar consuelo en el único lugar en que no me sentía pequeño, humillado, lastrado por mi declaración.

Con el tiempo fui simpatizando con algunas personas, hice amistad con un muchacho que vivía al otro lado de España, nos contábamos cosas. Había entrado en la rueda de las intimidades por Internet. Encontré una mano amiga, en otra ciudad, quizás de manera virtual pero el caso es que después de mucho tiempo me volvía a sentir conforme conmigo mismo. En ese mismo chat hablaba con varias personas más y un día decidimos hacer una "quedada". La eran de Barcelona así que, por la comodidad de casi todos se decidió quedar en la ciudad condal.

No fue complicado convencer a mi familia para que me dejasen ir, ya que sabían que desde lo de Sonia no estaba muy animado. Pensaban, con razón, que necesitaba salir y divertirme y que últimamente no lo estaba haciendo.

En Barcelona fue donde conocí, en persona, a Julia, era morena, con el pelo corto, flequillo, muy negro, me encantó. Tenía unos grandes ojos de color negro, al mirar casi hacían daño. Ella me gustaba pero me negaba el ilusionarme y, quizás, el terminar sufriendo. Tampoco quería ser otro patético personaje que solo sabe relacionarse con un pc. Lo primero que pense al ver sus ojos es que no debería cerrarlos nunca. Era hermosa y su cuerpo era, a la vez, delicado y rompedor, una figura impresionante, sin un cm de más o de menos. Al abrazarla me sentí estremecer y tuve la sensación de haber cambiado, de ser alguien totalmente opuesto (mejor) al que había salido de su ciudad natal horas antes.

Salimos de copas por la ciudad todos los del chat y hubo algunos que tuvieron, por así decirlo, "acercamientos" entre sí. No paso eso ni conmigo ni con Julia, nos manteníamos al margen, el nuestro era un mundo aparte. Fue un día y medio maravilloso. Descubrí que era el amor, el saber lo que sientes y lo que siente la otra persona sin necesidad de decirlo.

La vuelta a casa fue dura, volví sin poder pensar en otra cosa que en su sonrisa. No podía, ni quería, quitarla de mi pensamiento. El separarnos fue duro y al llegar a casa no sabía que hacer, llamarla, mandarla un sms, mirar si estaba conectada...nada me parecía lo suficientemente indicada lo más correcto. Supongo que me gustaba pensar que a ella le pasaba lo mismo, que estaría en su casa pensando en mi, echándome de menos. Así resulto ser, yo no lo sabia pero aquel sentimiento no era mío, era nuestro.

Comenzamos una especie de tonteo, lo típico, más mensajes, mas llamadas viendo como nos iban las cosas, etc. Un buen día me confeso que, al igual que yo, era virgen, me dijo que se imagino que en aquel momento yo me estaría partiendo de risa a su costa, me sinceré y le conté que yo también lo era. Me dijo que era tarde, que mañana tenia clase y que debía irse a dormir. Me entristeció, al igual que siempre que dejábamos de hablar me quedaba alicaído, pero ahora más. Pense que había mentido la pata y que la imagen que tenia que transmitirle, de un tipo solvente y vivido, se había resquebrajado al confesarle mi estado. Me tumbe en la cama sin ganas de nada, solo quería llorar y sentirme mal, mal tratado y no entendido por Sonia en su momento y ahora por Julia. Pense que el mundo era una mierda y las mujeres mentirosas, pense que tanto Sonia como ahora Julia se habían reído de mi, me habían hecho bajar la guardia, enternecerme y luego darme de lado cuando más las necesitaba. Yo solo era un crío y necesitaba compresión, cariño, amor. No creo que fuera pedir tanto pero...cuando peor estaba sonó el teléfono. Era Julia. Recupere la compostura lo más rápido que pude y tuvimos la siguiente charla...

¿Sí?

No digas nada cielo, sólo dime como estas.

No entiendo bien a que te refieres.

¿Que llevas puesto? Quiero que te tumbes en la cama.

Estoy ya en la cama. Llevo unos vaqueros y una camiseta.

Esta bien, no digas nada más, sólo quiero que me escuches y que hagas lo que yo te diga. ¿Vale? Los dos somos vírgenes y demasiado tímidos como para pasar a mayores en una quedada futura tal y como están las cosas. Yo quiero que lo hagamos, y lo vamos a hacer, ahora, por aquí. Y no digas nada.

Lo primero es que quiero que sepas que solo llevo puesta una minifalda y una camiseta de tirantes. Con la mano que me queda libre me estoy acariciando, por encima de la ropa los pezones, no dejo de pensar en ti. En tus labios y en el deseo de que mordisquees mis pechos y en que pases tus labios y, en especial, la punta de tu lengua por mi cuerpo. Por encima de mi camiseta, luego bajando desde mis pechos hasta mi vientre, besándome y acariciando mi cuerpo con tus fuertes y grandes manos. Estoy convencido de que con unas manos así, lo otro, lo tendrás enorme. Me excita pensar en tus labios sobre mi falda, frotando mis muslos con una de tus manos y con la otra frotando mis pechos. ¿Sabes que puedo sentir ese dedo tuyo que sube por mis muslos hasta mi sexo? ¿te he dicho ya que no llevo bragas? Seguro que sí, pero que no te he comentado lo mojada que estoy.

Seguro que tienes tu pene enorme ahora mismo, de deseo por mí, me gustaría tenerlo en mi boca, ¿sabes que tampoco me he comido nunca una polla? Es curioso, dicho así suena grosero, pensando en tu miembro y en lo que haríamos no seria grosero, no seria zafio, seria tierno, pasional, romántico, salvaje, pero no tendría ninguna connotación negativa o asquerosa. Pienso en tu leche y en las primeras gotas que saldrían al contacto de mi boca, siento tus fluidos y tu potente masculinidad. Pero no quiero distraerme, no sé que estarás haciendo tu, yo tengo mi dedo bien mojado, por mis jugos, y jugando con mi clítoris. Pienso que ese dedo es tuyo, pienso que tu boca marca mis pechos con sus mordiscos, y pienso en el momento en que tu pene entre en mi boca, en saborear cada centímetro de tu piel, en echar para atrás tu prepucio y liberar tu glande para mi paladar..

Quiero que te bajes la cremallera y que dejes tus pantalones a la altura de los tobillos, quiero que poco a poco te frotes por encima del slip y piensas en mis manos jugando con tu enorme polla y en mi boca, abriéndose lo máximo posible para tragarte entero. Quiero que te masturbes con furia, ya que es así como espero que me hagas el amor el día en que vuelvas a Barcelona. Aunque me duela, quiero que me folles muy fuerte, quiero tenerte dentro, ¿sabes? Me gusta oírte gemir. Arggggggh, acabo de meter mis dedos dentro de mí, mi sangre se mezcla pero me gusta pensar que ha sido tu polla la que ha roto mi himen. Estoy empezando a follarme con dos dedos pensando en ti, ¿cómo? ¿Que quieres que meta más? Esto me dolerá pero me gusta.

Al cabo de un rato, de gritos y jadeos, solo quedaba el silencio, semen en mis manos y en las suyas (no lo imagino, lo sé, por fin tuve una certeza en la vida) restos del placer y de lo que nos esperaría en persona.

Datos del Relato
  • Categoría: Masturbación
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