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Al filo de la media noche

AL FILO DE LA MEDIA NOCHE…

La habitación se encontraba en penumbras; la poca luz que había era el leve resplandor de las lámparas que iluminaban la calle y que se escabullía por las fisuras que se encontraban en las ventanas.

Era casi el filo de la media noche y la casa estaba completamente en silencio; en una de las habitaciones contiguas, la de la izquierda, dormía la madre y una hermana de mi amada; la hermana, mas que hermana, parecía una tía ya que la diferencia de edades es pronunciada; en la otra habitación, la de la derecha dormían un sobrino de mi novia con su esposa y una sobrina menor de edad…
Así y todo, nos encontrábamos completamente solos en la habitación del medio, como custodiados y sitiados por todos los flancos; cualquier intento de tener sexo con mi noviecita adorada era avezado y con muy pocas probabilidades de éxito.

Ambos nos moríamos de ganas y de deseos de cohabitar, de devorarnos, de hacer el amor, ya que hacía varios días que nada de nada ocurría entre nosotros por la lejanía de nuestros domicilios; yo desfallecía por adentrarme en sus entrañas y ella estaba ávida de ser penetrada por mi, para juntos vibrar de pasión. Pero estábamos atrapados solos en una estancia y custodiados por todos los lados y eso que no he dicho que la puerta de la habitación debía permanecer abierta.

Por mi mente calenturienta, en esos instantes, pasaba, como en cámara lenta, el recuerdo de esos senos maravillosos, grandes, apetitosos, turgentes, desafiantes que había devorado en días anteriores en la habitación de un hotel de la capital colombiana. Y es que recuerdo que un mes atrás me había deleitado saboreando a mi novia desde la punta de los pies hasta sus cabellos; me había escabullido por su boca y había succionado su ardiente lengua; me había reflejado en sus ojazos maravillosos; me había entretenido pasando mis dedos, como peine, por entre sus cabellos y me había adentrado furibundamente, como un loco, por sus pliegues de seda hasta encontrar ese punto G maravilloso que la hizo y me hizo delirar de pasión…

Y esta noche parecía que sería imposible volver a repetir…
Los moros en la costa estaban con ojos avizores, como catalejos, como de gato en la oscuridad; oídos acuciosos ante cualquier ruido sospechoso, cualquier gemido entrecortado o cualquier leve sospecha de ajetreo…
Mi mente trabajaba a toda prisa y mis cinco sentidos estaban completamente despiertos, lo mismo ocurría con mi mujercita; ambos estábamos deseosos de estar juntitos formando un solo cuerpo; mis ojos no se despegaban de la puerta que en penumbras dejaba traslucir alguna luz que avisaría si alguien estaba en el dintel.

Pero valía la pena intentarlo, así muriéramos en la gestión…
Poco a poco nos fuimos despojando lentamente de las ropas; los corazones estaban a mil por segundo… lentamente su blusa y mi camiseta rodaron por el piso; pude, entonces, ansioso tomar sus senos entre mis manos y amasarlos lentamente hasta que sus pezones se pusieron duros como una roca milenaria, luego me incliné un poco y comencé a besarlos, a lamerlos, a comer de ellos. Nuestros cuerpos sudaban de pasión y un ritmo endemoniado se iba apoderando de nuestras pieles.

Mientras que ella se despojaba de su corta faldita, yo me aprestaba a quedar en bóxer haciendo de lado mi jean… ¡Cómo hubiera querido despojarla de sus ropas! Pero las circunstancias obligaban a abortar algunas tareas. Por último me liberé del bóxer que aprisionaba mis viandas.

Concluida esta labor la tomé lentamente entre mis brazos y comenzamos a besarnos, primero lentamente y luego mas rápidamente; nuestras lenguas se abrazaban, jugueteaban en el interior de cada una de las bocas, primero en la de ella y luego en la mía, en círculos, de arriba abajo, de izquierda a derecha, lentamente, rápidamente…

Entretanto mis manos jugueteaban con su abdomen y con sus senos de miel; esos senos parecían dos monumentos fálicos de adoración a la diosa de la tierra; parecían dos altas montañas que en vez de tener su cima cubierta de nieve, de sus faldas manaba profusamente leche y miel…

No podíamos hablar, no podíamos gemir, no podíamos suspirar ya que el menor ruido nos delataría y los enemigos entrarían a impedir la consumación de nuestro acto más puro de amor.

Mis dedos comenzaron a horadar, como topo, como minero, en su interior; su vientre estaba más húmedo que un páramo y producía mas agua que un frailejón en plena cordillera central; mis dedos salían empapados de su savia celestial… mis falanges ingresaban y emergían de su interior, manipulaban su montículo interior justo debajo del ardiente clítoris; mi boca no se despegaba de su boca por dos motivos fundamentales, primero porque no quería despegarme de ella y segundo para evitar sus gemidos ardientes.

Ella, mientras tanto, se entretenía en pajearme el vástago que estaba completamente erguido y empinado, como zanca de elefante y lubricado por mis propios jugos. “Me encantan esas goteritas en tu pene” logró ella balbucear en un respiro. “Quiero que me lo metas todo” volvió a decir en un nuevo lapso de respiración…

Entonces la puse de espaldas a mí y de cara a la puerta para poder vigilar la entrada; la incliné un poco, pasé mis manos por su húmeda rajita, mis dedos quedaron nuevamente empapados, era tal su caudal que su lubricación discurría por sus suculentas piernas, su agua apasionada desplegaba un olor delicioso que atrapaba mi mente y hacía poner mas duro mi miembro.

Mis dedos comenzaron a manipular su clítoris que estaba tan duro como mi cuerno; lo sentía como un pequeño retoño coronado por una cabecita redondita, cálida y deliciosa; la boca se me hacía agua y no resistí la tentación y me hinqué en el frio suelo, la volteé hacia mi y comencé a lamerle su clítoris, mismo que con cada lamida, con cada chupada parecía como si vibrase, como si cimbrase como cuerda de guitarra, como si despertase mas y mas; en mi boca sentía su abundante humedad y por mi nariz ascendían sus efluvios maravillosos llevando sus feromonas a mi cerebro alborotando mucho mas mis ganas de comerme tan delicioso manjar; recuerdo que durante la comida ella me había manifestado que quería ser mi postre de las tres leches, la de ella, la mía y la mezcla de las dos…

No había tiempo, por aquello de los que nos vigilaban, para entretenerme más en la lamida de su riquísimo vientre; me puse de pie nuevamente; me pasé la mano derecha por el pene, descorriendo el prepucio y mentalmente le dije: “Tómala, esta mujer es tuya, disfrútala”. No había necesidad de lubricar nuestros santuarios ya que ambos estábamos completamente empapados…

Coloqué la punta de mi mejor amigo en la entrada del orificio vaginal y lentamente, sin hacer ningún ruido, comencé a penetrarla lentamente; la bombeaba con un apetito voraz, esa cuevita estaba deliciosa, sentía como con sus labios menores atrapaba mi pene y lo succionaba hacia dentro para que no se le saliese mientras que con los labios mayores lo besaba de arriba hacia abajo conforme entraba y salía. Era como si sus labios sureños tuviesen movimiento propio, voluntad propia.

Esa ranurita se me antojaba una hermosa y voluptuosa boca que mas que besar mi pene lo estrangulaba apasionadamente… ¡Que mujer!, decía para mis adentros, toda vez que hacia afuera no podía ni siquiera lanzar una exclamación de placer por aquello de los cazadores nocturnos que estaban sigilosos y apostados en las habitaciones contiguas acechando la presa.

De cuando en vez, ella volteaba su cara y me miraba con su cara en un rictus de placer desenfrenado y mudamente con sus labios me insinuaba un “no pares”. Yo aceleraba mi ritmo y le mandaba mi afiebrado pene hasta el fondo, hasta lo más profundo de sus entrañas mientras ella, en movimientos circulares, lo recibía con todas las ganas de que fuera capaz.

Acerqué mis labios a sus oídos y le murmuré “te amo”, le di unos mordisquitos suaves y eso alborotó más sus hormonas; su piel temblaba, se ponía como rizada, sus vellitos se colocaban tan firmes como mi falo y más se acrecentaba el ritmo de sus caderas.

Mientras feliz la impelía y le daba bombo, arduamente le acariciaba sus voluminosos senos; sus pezones erectos, como picos de montaña, daban fe de la pasión y el desenfreno que la embargaba en esos momentos. Llevé uno de mis dedos a su boca y comenzó a succionarlo desesperadamente, con hambre, como si muriera de inanición, como un bebé deseoso de pecho…

Miré hacia la puerta ya que sentí como una presencia que nos observaba; mermamos el ritmo y nos quedamos completamente inmóviles; pasaron los segundos y los minutos y nada, ni una sombra aparecía en el dintel.

Como no podíamos acostarnos en la cama para estar mas cómodos, ya que era un catre tubular mas desajustado que un Renault 4 de los años 60´s y que hacia mas ruido que una puerta de golpe sin aceitar, decidimos continuar pero esta vez la coloqué en cuatro contra la cama…

Su cuevita quedaba completamente frente a mi hambriento y deseoso pene; le introduje nuevamente mis dedos por su crica que no paraba de manar licor y le acariciaba los pechos que no cejaban de su dureza; ella estaba tan famélica y hambreada de sexo como yo. Le metí con todas mis ganas el pene y sin parar me di a la tarea de entrar y salir a ritmo de reguetonero, perreando en su vientre mientras ella respondía al mismo ritmo, meneabas sus caderas de una forma fenomenal, champetera; al cabo de unos minutos sentí que ella soltaba un chorro de liquido que me inundó las piernas, mojó las suyas y el río de placer resbaló hasta el piso; su orgasmo fue tan violento que tuve que taparle la boca con mis manos para que no gritase y fuéramos descubiertos por los detectives familiares; fue tan fuerte que no resistió y mordió mis manos dejando marcada su mandíbula en el lomo de mis dedos…

Ante tal ímpetu orgásmico, mi vesícula seminal comenzó a preparar la expulsión del caldo lácteo que se acumulaba en mi interior; ella se dio cuenta de tal situación y con un hilo de voz volteó y me dijo: “Amor, lo quiero en mi boca”. Ante tal comentario, extraje mi arma de su vientre, ella se sentó en el borde de la cama, tomó el pene con sus manos y se lo llevó a la boca y comenzó a succionarlo lentamente aumentando el ritmo por momentos; yo no resistí y descargué toda mi leche en su garganta; era tal la cantidad que ella se sentía ahogada pero aun así no lo sacaba de la boca y comenzaba a tragar bocanadas de semen…

“Casi me ahogas, que borrasca de leche mi amor”, dijo suavemente mientras se relamía los labios. Yo estaba como entumecido y no podía moverme como consecuencia de mi erupción. ¡¡Que mamada!!, pensaba…

Comenzamos a relajarnos lentamente, suavemente le acariciaba los lacios cabellos; poco a poco volvió la calma y el recorrido de nuestra sangre mermaba el paso por nuestras venas. Nos colocamos el pijama sin hacer ruido y luego nos recostamos en la cama y nos abrazamos y sellamos la noche con un beso amoroso… Ella era mi mujer y yo la amaba con todas las fuerzas de mi alma y me sentía amado por ella también. Un amor imposible de destruir.

Amo tanto a esa mujer que me atrevería a decir, así me tacharan de anatema y me excomulgaran de la religión a la que pertenezco, que si el amor tuviera un rostro para aparecer ante los hombres, tendría el rostro de mi amada mujercita… Nunca había sentido latir mi corazón con tal fuerza, con tal ímpetu, con tal ardentía… Solo verla me genera taquicardia.

Momentos después estábamos dormidos, vencidos por el cansancio y soñando con los angelitos… Habíamos sobrevivido a sus familiares y la vida se nos antojaba hermosa, promisoria y repleta de felicidad…
Datos del Relato
  • Categoría: Hetero
  • Media: 4.87
  • Votos: 15
  • Envios: 1
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1 comentarios. Página 1 de 1
Adictarelatos
invitado-Adictarelatos 22-04-2013 00:00:00

Me has dejado cachondísima despues de leer este relato, me encantan los relatos eróticos poco explísitos, me ayudan a tocarme. Hace poco compré un vibrador en sexshop21, como necesito algo que me encienda mientras lo uso y no me gusta ver porno, busco relatos y darle rienda a mi imaginacion.

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