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AL DIABLO LA DECENCIA...

Desde hace trece años estoy casada. Mi esposo trabaja en una companía de exploración de hidrocarburos, así que está afuera 20 días y descansaba 10 días. Aunque cumple con las obligaciones y adora nuestros hijos, siempre tiene una excusa, parece sin interés, no hay chispa. Me hace sentir fastidiosa cuando intento mejorar nuestra intimidad. Parecemos compañeros en un hogar.

Aburrida, conseguí un trabajo que me ocupara, para no matarme la cabeza ni depender tanto de él. Y ocasionalmente debo salir de la ciudad.

Una vez, en una capacitación que duró cinco días, conocí gente agradable. Descubrí lo helada y vacía que era mi relación de pareja. En las dinámicas de grupo todos eran alegres, manifestaban gozar de vidas satisfactorias, transmitían buena energía, con una onda muy divertida...

Allí me encontré a un conocido. El compañero de escuela de mi hermano mayor. El tiempo es implacable... naturalmente, ya no era tan guapo, ni yo tenía aquel cuerpo de tiempo atrás, pero nos saludamos cortesmente y con cierta sonrisa maliciosa, pues de chicos nos coqueteamos bastante, aunque nunca pasó nada.

Conversamos delicioso. No me dejó distraer ni un segundo, pues capturó toda mi atención. Me contó que comercializaba servicios de fibra óptica, me habló de sus vacaciones con su esposa e hijos en la Florida... Estaba muy enfocado en esas dos cosas. Y yo, yo no sabía ni qué decir.

De pronto, trajó unas cervezas. Yo las rechacé, pues no bebo, por convicción.

Quizás me confié. El tuvo que notar mi admiración cuando hablaba orgulloso de su esposa y lo feliz que eran. Sentí cierta envidia y amarga frustración. Evidentemente debía tener una gran relación. Entonces cambié el tema. Le pregunté si podía relacionarme con su compañía, a lo que respondió no solo que sí, sino que me compartiría un portafolio con información suficiente del negocio. Entusiasmada le reclamé aquel portafolio prometido, pero me propuso traerlo si le aceptaba la cerveza...

Ahí comenzó todo.

Después de tres cervezas dijo que tenía que irse. Me preguntó si quería que pasara en la noche a dejar los documentos, pero yo le propuse que diéramos una pasadita por su habitación para recogerlos en la marcha.

La verdad estaba entusiasmada con el negocio. Así que subí con él a su habitación por los documentos. Ya allí, él estuvo buscando entre su equipaje.

Yo vestía algo formal, aunque un poco ajustada, y él de vez en vez se fijaba en mi busto. A lo mejor creyó que podía disimular sin que yo lo notara. Eso me hizo sentir atractiva, con poder sobre un hombre. Hace tiempo no me sentía tan vanidadosa y segura... y claro, deseada.

Quisiera pensar que fue la cerveza lo que me llevó a actuar un poco osada, risueña y traviesa. Pero no, sé perfectamente qué me empujó a soltarme así. Al recibir el portafolio me senté a chequear. Le pregunté si había más cerveza, como quien no quiere irse. Él de inmediato revisó el minibar y solo encontró vino. Convenimos en servirlo. Él usó unos vasos plásticos porque no había más y con estos brindé por el proyecto y el reencuentro. Antes de dar el primer sorbo se acercó para decirme algo: no quiero incomodarte, pero creo que estás muy guapa, nunca, ni cuando estábamos jóvenes, te sentí tan atractiva.

¿Será la actitud? Dicen que una buena actitud puede ser mucho más sexy que un escote o una linda figura. Me sentí seducida, sin saber qué decir. Le hablé con mis ojos. Entonces, levanté el vaso y bebimos. No supe en qué momento quedó tan cerca de mí, tan cerca que con un extraño magnetismo... nos besamos.

Nos besamos sin parar.

Fue un beeeso tan apasionado, como hace mucho no besaba. Luego me sujetó fuerte por la cintura. Su respiración estaba agitadísima.

Todo fluyó. No me resistí. Caramba, me besaba con ganas, suave y duro, luego me recorrió el cuello y ya sentía mi entrepierna humedeciéndose..

Al abrir mi blusa me cuestioné. Este paso sería definitivo. En mi mente luchaba con la mujer decente que siempre fui. Y esa otra mujer triste, insatisfecha y marchita le reprochó a mi otro yo la vida sin gracia que traía: ¡para qué tanta entrega y abnegación! Por ninguno de mis méritos nada ni nadie me ofrecía algo que me hiciera sentir al menos valorada. Así que dejé que aumentara el ardor en mi sangre y pronto su rostro se puso en mis tetas, las que lamía y chupaba como un becerro hambriento. Me sentí muy hembra, diva, colmada de ansiedad. Mi entrepierna estaba muy tensa.

Me dije a sí misma: pues lo voy a hacer; haré que valga la pena.

Algunas veces había fantaseado con hacerle sexo oral a un hombre guapo y desconocido. Ser objeto del deseo de un hombre, tanto que lo desesperara, y disfrutar de un pene grandote, duro, parado por y para mí. Quería probarme como mujer. Así que recostada en el sofá me escurrí hasta su entrepierna y me dispuse a conocer cómo lo tenía.

Al desabrocharle su pantalón descubrí un penesote. Una vergota. Muy muy paradota, como el mástil de un barco. Era más que todo gruesita, dura como lo más. Se veía rosadita, limpia. La cabeza era como una fruta deseada, de un color uniforme y brillante. Por supuesto, sentí intensa necesidad de besarlo... ¡muchas ganas! Y se la besé. La chupe como extasiada, como si le rindiera culto.

Sus muslos se tensaban. Lo estremecía con cada caricia ansiosa de mis labios y mi lengua. Eso me estimulaba a hacerlo más y más.

Me excité tanto que no me había fijado que me sujetaba por el pelo con fuerza. Quiero metértela ya, me decía con la voz entrecortada.

Deseé hacerlo venir. Chuparlo hasta ver cómo se templaba con pulsaciones y expulsaba su semen. Me enloquecía por ver su cara de extasis, pero insistía en meterlo y me vencieron las ganas de comérmelo todo con mi vagina

Me puse con las piernas abiertas. Sentí vergüenza porque no me había rasurado. ¡No estaba en mis planes! Pero él, sin reparo en eso, en vez de penetrarme se metió de cabeza entre mis muslos y comenzó a lamer mis labios vaginales como un desesperado.

Santos cielos, parecía como si no hubiese estado con una mujer por años. Con sus dedos abrió los labios y lambió todo adentro, redondeando en aquel botoncito que estaba grande y durito. ¡¡Juep&$@!! Yo me sentía perversamente excitada, de modo que le sujeté su cabeza detrás del cuello y la empujé hacía mi coño. Él se la restregaba en su cara como desesperado, queriendo untarse de ella.

Me provocaba mucho morbo verle restregárse mi vulva en su cara... Maldita sea, me sentía increíble, emocionantemente p#&@.

De golpe se puso en posición y llevó la cabeza de su penesote hasta mi rajita empapada. Me erguí un poco para ver cómo penetraba. Su cabeza rosada estaba entre mis labios inferiores y lentamente fue hundiéndose. En cierto punto se atoró un poquito, por lo gruesita, pero la echo atrás, sacándola toda, y lo intentó otra vez. ¡Uffffffff¡... ¡eso es! Todo adentro, lo sentí hasta el fondo, juepu... me lo comí todo.

Era ríquisimo sentirme penetrada por esa verga y un hombre tan arrecho. Enseguida me cogió como le dio su gana, su pelvis golpeaba contra mí. Mis ojos blanqueban. A veces sentía que esa p#$@ verga me punzaba adentro, un dolor que me asustaba un poco pero a la vez me hacía sentir muy poseída, muy accedida. Me complacía bastante.

Sin preguntarme ni advertirlo me estrujaba o me movía, acomodándome de modo que mis rodillas tocaban mis tetas, o abriéndome tanto como una antena de televisor. Yo cerré mis ojos imaginando esa vergotota venosa entrando en mí y sus bolas golpeteando en mi colita.

Me cogió de todas las formas, de lado, arriba, bocaabajo. Sus manos eran como garras que me sujetaban con fuerza mientras me la empujaba adentro.

Estando bocaabajo yo creí que ya se iba a descargar. Sentía la presión en mis nalgas y se movía con más compulsión. De un tirón me puso de perrito, en cuatro, y fue ahí cuando empecé a sentir que me estrellaba las nalgas a empujones.

Mis tetas se sacudían caoticamente, pero mi cabeza estaba echada hacia atrás, pues él enrolló mi pelo en su mano y lo halaba firmemente. Se oía como una pantufla al caminar rápido. El duro golpeteo y el chasquido de mi cuquita húmeda eran más fuertes que nuestra respiración.

Estaba en mi punto más alto, agarrada, sacudida, con su verga ensartada. Él hacía sonar como pedos en mi vagina. Y lo celebraba. Con su voz alterada dijo que le gustaba como sonaba y me daba más duro, cada vez más rápido, hasta que una especie de cosquillas fue concentrándose en mi entrepierna, extendiéndose por mi abdomen, que se puso rígido, y solté una especie de gemido agonizante con el que esa tensión se intensificó, arqueando mi espalda, cerrando mis ojos y viendo hacia no se qué lugar detrás de mis párpados... ¡juepu...! Me viiiiine... muy muy delicioso, tan fuerte que sentí que se desató placenteramente un apretado nudo dentro de mí... No recordaba sentir algo así. Santos cielos...

Pero él me seguía dando, con esa verga dura, poderosa. Así que respingué más el trasero para que pudiera morbosear mis orificios y lo estimulara más. En efecto, fue dándome cada vez más rápido, aunque sin sujetarme muy fuerte, como ido, jadeando, penetrando corto, muy rápido... y sentí su salvia tibia escurriendo por mi vagina... ¡se vino!

De suerte salió aguantador y repetimos mas faena. Duramos hasta las 6 de la tarde. Recuerdo que terminé acariciándome mientras él chupaba mis tetas y se masturbaba, con la intención de venirse sobre mis nalgas, que seguro le gustaron a pesar de mi celulitis. Fue tan morboso, pero a la vez tan lindo sentirme así, saber que pude sentir tanta lujuria y saciar mis deseos después de tantos años de sentirme una nada.

Al final me levanté temblando y me bañé para llegar a la presentación de la noche. Y, oh, susto, mi cuello tenía chupones y mordiscos. Y mis senos ni se diga, bien chupados pero con los arcos de sus mordidas. Salí a mi habitación a buscar una blusa más tapada. Moría de vergüenza. No habia manera de que no se notara, así que al terminar la presentación me encerré en la habitación. Y allí, recordando todo volví a excitarme... y me masturbé, pero no como todas esas noches de desconsuelo e insatisfacción, sino con el vívido recuerdo de esa tarde, con la vulva algo sensible y las marcas de su boca en mi cuerpo. Amé todo eso.

Hoy recuerdo esto como una de las mejores experiencias. Y mi esposo ni se inmutó. Todo le importa nada, y seguramente porque, según parece, nunca ha estado verdaderamente solo. No soy tan única como lo idealicé. Así que valió la pena... ya veremos qué nos depara el destino.

Datos del Relato
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