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Pueden ocurrir muchas cosas cuando escoges ir a la montaña de vacaciones y te desnudas en la orilla de un río. Pero solo a Brenda B. Lennox le suceden estas…
Semana de vacaciones. ¿Playa o montaña? Gente apiñada en la arena, chiringuitos oliendo a fritanga, orquestas de tercera… No, gracias. Parajes solitarios, comida casera, canto de los grillos… Sí, quiero.
El hotel rural se parecía a las fotos de la web como una hamburguesa a las del Burguer King. Rústico era, ¡para qué negarlo! Y cutre, y sucio, y decorado con un estilo ecléctico que haría palidecer a la casa de Alaska y Mario. «Sé agua, Brenda», repetía como un mantra mientras deshacía la maleta.
Decidí dar un paseo. Ejercicio tonificante, aire puro, naturaleza salvaje. Y tan salvaje…. Media hora después tenía los muslos crucificados de picaduras de mosquitos y arañazos de zarzas silvestres. «Sé agua, Brenda. Agua».
Seguí las instrucciones del mapita que me dieron en el hotel y llegué al río. No había ni un alma, así que me tumbé en top-less para disfrutar de los rayos de sol. Fundido en negro. Una voz me sacó de los brazos de Morfeo.
—Señora, está prohibido tomar el sol desnuda —¡Uy, “señora”! Uy, “prohibido”! Mal asunto. Abrí los ojos, dos miembros de la Guardia Civil me observaban con cara de pocos amigos. Me dieron ganas de decirles «Agentes: ¿Hay algo que pueda hacer para librarme del castigo?», pero noté que no estaban para bromas, así que me tapé con una toalla y cogí la multa sin rechistar.
La orilla se había llenado de gente. Per-fec-to. Me puse la parte de arriba del bikini y mis pechos aullaron. Los tenía rojos como tomates. «Sé agua, Brenda. Agua». Agua, ¡por Dios, sí! Urgía un chapuzón, pero no quería bañarme al lado de las familias que me miraban como si fuera Is-Dahut reencarnada, así que me alejé. Entré resuelta en un rincón apartado, resbalé con el limo y me di un costalazo contra las rocas. Intenté levantarme con toda la dignidad del mundo, pero no pude. ¡Ay!, me había torcido el tobillo.
Y ahí estaba yo, con el agua hasta el cuello, cuando un ángel de ojos azules, cabello rubio encrespado y cuerpo perfecto me alzó en volandas para llevarme al paraíso del Señor. Me había matado, estaba claro. Al final resultó que era un miembro de la Cruz Roja de vacaciones, que me depositó con mimo sobre la toalla, mientras insistía, preocupado, en examinar la lesión.
—Te va a doler —Asentí y aguanté.
Dolía, sí, pero sus manos eran suaves y, poco a poco, el dolor se fundió con el placer. Me excité. Deseé que apretara, que acariciara, que apretara de nuevo arrancándome una súplica, una orden, un gemido. Que una de sus manos, (suave, sí) se deslizara por mis piernas hasta las ingles, que sus dedos se hundieran en mi interior, que me follaran despacio mientras los dedos de la otra apretaban el tobillo. Placer, dolor, placer, dolor, placer…
Mi sexo estaba húmedo; mis pezones, enhiestos; mis labios, entreabiertos. Exudaba deseo. Él no. Me miró con ojos azules como el hielo y me dijo, serio, que tenía que llevarme al hospital para que me curaran. Tonta, tonta, tonta. No eres agua, sino lodo. Tonta, tonta, tonta…
Diagnóstico: Esguince. Tratamiento: Vendaje y reposo obligado. Maravilloso. Tumbada boca arriba, dopada con calmantes, observaba el techo de aquella habitación infame maldiciendo mi idea de veraneo alternativo. Unos golpes resonaron en la puerta. Me acerqué cojeando y abrí. El ángel sonreía en el umbral.
—¿Te encuentras mejor?
—De vicio.
—Estamos de mal humor, ¿eh?
—Perdona. Gracias por venir. Pasa —Él no tenía la culpa de que me sintiera estúpida—. Te ofrecería algo de beber, pero no queda nada en el mueble-bar —dije, señalando al vacío. Sonreí. Sonrió.
—Déjame mirar ese tobillo.
Me senté en la cama y él se arrodilló. Sus manos examinaron el vendaje con delicadeza. Volví a excitarme y separé las piernas. Me miró, con ojos azules como el cielo, y deslizó los dedos hasta los muslos acariciando los moratones, las picaduras, los arañazos. Sus labios siguieron su estela, separaron el tanga y se hundieron en mi sexo. Lamió, chupó, mordió, lamió, chupó… y yo cabalgué, aferrada a su pelo.
—Apriétalo —Apretó el tobillo. De nuevo, el dolor se fundió con el placer. Y fui agua, en su boca.
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