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~Adiós adolescencia, adiós inocencia
Capítulo 10 - Final de un tunel. Una lasaña en Berlín Occidental. Después de su partido de básquetbol durante el cual conocí algunas compañeras suyas muy interesantes, regresamos al centro de Berlín. Entramos arrastrando su maletín a su enorme apartamento; se tendió suspirando en su lecho, me oteó risueña; sus ojos esparcían luz y dicha, se apoyó en sus codos para erguir su torso, cruzó sus piernas oyéndose el roce de sus excitantes muslos, susurró queda tomándome por la barbilla: -"ayúdame a sacarme las botas, ven"-. Me hinqué delante suyo con menos nervios que en el gimnasio en donde me había solicitado que le embadurnase las piernas con un ungüento anticalambres, ahora estábamos sin miradas fisgonas y tampoco se oían los comentarios pícaros de sus amigas; sin embargo, me ruboricé un poco, pues a mi vista se ofrecía esa panorámica majestuosa que eran sus piernas, ella las descruzó y abrió pausadamente, ante mis ojos apareció su intimidad pudiendo admirar su altivo Monte de Venus cubierto por la pantaleta ceñida en la que se enredaba su tenue vellosidad púbica, la juntura de sus labios vaginales se ceñía a la estrecha prenda transparente como si durmiese profunda para estar muy despierta más tarde y así recibir la visita de un miembro que la llenase y masajease para dicha y satisfacción de ella. Las palabras burdas del gaucho revolotearon fugaces por mi mente: <>, en mi interior sonreí al recordar sus consejos. Su atrevida osadía causaba efectos desconocidos en mí, ya que me recorría un calor agradable, mas desconocido por mí causando un leve sudor en todo mi joven cuerpo; percibí que mi miembro se desenroscaba inquieto endureciéndose, mi respiración se aceleró entrecortándose.
No le importaba nada mostrarme indirectamente la intimidad de su cuerpo, parecía hacerlo de forma premeditada y burlona para provocar en mí una excitación que se iría acumulando y que en algún momento rebasaría los diques de contención. Halé de la primera y ella posó su pie desnudo en mi hombro unos cortos segundos dejándome ver su prenda íntima que se hundía en la comisura de sus pletóricos glúteos, luego lo posó en la alfombra, después la segunda repitiendo el gesto con su travieso pie en mi hombro, sentí el calor de la planta suya y el pícaro jugueteo de sus dedos, lo dejó descender por mi pecho hasta posarlo en el piso; entonces cerró rápido sus piernas arreglándose la falda y refregándose mona sus pies entre sí como indicando tener frío o ansias de caricias, se los tomé para masajeárselos, mas ella protestó coquetona: -"no Agturro; sudé mucho, me debo duchar primero y después sí quizás entonces me los masajeas, sé que lo haces muy bien"-. Ordenó una vez más: -"pon las botas, por favor, en el estante a la entrada"-. Retorné a la sala, ya se había envuelto en su transparente levantadora dejando entrever sus orgullosos senos junto a toda su desnudez, su vellosidad púbica guiñaba en la juntura de sus muslos, simulando indiferencia me explicó el plan a seguir esa tarde en su acogedora morada en el centro berlinés: -"Agturro, después de que me haya aseado y duchado preparamos la lasaña; mientras tanto diviértete mirando tu fútbol, ya vengo, uhmuah"-. Besó mi mejilla y se perdió hacia el baño, su ranura anal parecía una tenue rayita entre sus altivos y firmes glúteos. Me apoltroné en su sofá para ver el resumen sabatino de la liga de fútbol en Alemania Occidental. Desde mi sitio se oía el murmullo de la lluvia en la ducha que la acariciaba y cambiaba el aroma a su trigueña piel, dándole resplandor. Qué envidia.
-"Agtuurro, ven, ayúdame; ven pronto"-. Coño ´e la madre, ¿ahora qué coños quería esta caraja? Apagué el televisor, aún no tenía un mando a distancia. Me dirigí al baño, abrí la puerta, del interior emanó una densa húmeda nube pegajosa; un espectáculo muy excitante se me presentó a mis ojos heridos por el neblinoso vapor... Ella se sentaba totalmente desnuda en el borde de la bañera; por su espalda, brazos, talle y glúteos perleaban zigzagueantes gotas mil de diferentes tamaños y colores, un último chorro grueso descendía raudo por el valle de su espalda esparciéndose por sus caderas, su cañada anal se cortaba de pronto al encontrarse con la bañera, el chorro continuaba raudo hacia el piso del baño; un perfumado olor mezcla de jabón, champú y crema facial inundaba el baño e invadía mi olfato drogándome de fiera lujuria masculina; ella se agachaba exprimiendo su cabello, la volcanidad de sus senos se expresaba segura, sus guinditas estaban repletas deseando ser cosechadas y mimadas.
Yo no podía recuperarme de esta nueva sorpresa suya, contemplaba aquel espectáculo enmudecido al ver tanta belleza natural al alcance de mis manos sintiéndome incitado a posarlas sobre su cuerpo y recorrérselo para disfrutar de esas tentadoras frutas suyas, pero no se atrevían a hacerlo a pesar de haberla tenido ya entre mis brazos durante las varias noches que habíamos compartido juntos en mi covacha, así como la anterior en su nido, yo sentía todavía demasiado respeto por ella; me observaba entre burlona con su retadora mirada fija, y seductora con sus labios entreabiertos como capullo que retoña al contacto con el viento, su cabello descendía mojado por su cuello; allí reaccionó indicándome segura: -"Agturro, en el tocador hay un peine, sácalo"-; obedecí su orden. Con él en la mano volví a ella; ahora ya estaba erguida dejando que su cabello cayese en tiras sobre su espalda mostrándome su desnudez como si fuese lo más natural en esta vida y en este mundo; sus orgullosos senos se alzaban volcánicos, firmes y coronados por esas lindas guinditas suyas; el bikini había estampado en sus caderas las huellas del verano haciendo que su altivo trasero se presentase como un verdadero manjar. Una tenue palidez se destacaba en su bajo vientre y caderas provocando en mí una avidez mayor de solazarme en esas carnes con mi arma bucal llamada lengua. Qué tentación.
Echó su cabeza hacia atrás, ordenó segura: -"alísame el cabello con el peine"-. Yo no sabía hacia adónde ojear; si hacia su retinto cabello brillante por la humedad, o sus volcánicos senos coronados por esas rosadas guindas repletas y escabrosas, la comisura de sus muslos escondiendo su historia vaginal aún desconocida para mí, o sus glúteos carnosos y apretados que se me presentaban sugestionadores e invitadores. Qué rollo y desbarajuste mental el mío... Su voz me retornó a la realidad: -"¿a qué esperas?"-. Fui hundiendo poco a poco el peine en sus cabellos con mucho cuidado para no causarle daño, el peine resbaló por su pelo desenredando sus nudos. Ella murmuraba infinito placer al sentir que los colmillos de carey se hendían suaves en su retinta cascada: -"ahh, sí, así, lo haces muy bien"-. Una mano suya se deslizaba tras el peine. Logré alisarle sus cabellos mientras no me cansaba de admirar su hermoso traje de Eva vestido sólo con el marcado bikini ausente. Mis dedos le acariciaban ensoñados su pelambre azabache; mi mente divagaba sobre álgebra y alemán técnico para distraerme y no meter la pata.
-"Ya está bien así"-. El peine cayó en la bañera repleta con el extracto de su baño; ella se carcajeó ante tal hecho y se levantó sin darle importancia, todo su cuerpo, enteramente desnudo, se presentó ante mí; su historia se perdió ahora entre sus muslos pletóricos de firmeza, sólo su rala vellosidad púbica insinuaba que abajito se hallaba ese estuche suyo el cual me era aún extraño, pues nunca antes me había solazado probando de tal manjar paradisiaco. Una vez más me despertó de mi éxtasis mental ordenándome firmemente: -"dame mi bata, por favor"-; la descolgué entregándosela molesto por la bochornosa y pegajosa humedad reinante en el baño; yo sudaba montones de incontrolables gotas; ella me extraía toda la energía mental. Salió de su privacidad; me quedé allí lucubrando ensimismado sobre si lo que acababa de ver había sido cierto, o solo un espejismo producto de la embriaguez mental.
Volví a la habitación para encargarme de la elaboración de la lasaña. Ella ya había sacado todos los ingredientes, así como las herramientas y utensilios necesarios para empezar la preparación de la misma. Todo estaba dispuesto para iniciar la batalla con las verduras, sartenes, cuchillos y el horno. Saltó ágil sentándose en la mesa de la cocina a mi izquierda, con sus manos extendió la falda para que le cubriese sus piernas mientras me miraba picarona pero en silencio, su expresión era alegre en ese momento, yo me sentía inseguro a pesar de la confianza y cariño con la cual ella me trataba; sin embargo, me daba la impresión de que se divertía con mi incertidumbre; carraspeando sonriente argumentó claramente su razón para sentarse a espiar mi labor de cocinero: -"él* me contó muchas veces sobre tu facilidad y rapidez para cocinar, ahora quiero ver si eran sólo exageraciones suyas, o era verdad; me dices qué hace falta y yo te lo busco"-. *Se refería a Amigo, su ex amigo, ex novio.
Plong, plong, plong. Sus zapatos cayeron al piso dejando al descubierto la lozanía de sus pies y el brillo del neutral nacarado de sus uñas, sonrió monamente coqueta al tiempo que entrecruzaba sus piernas discretamente escuchándose el roce lujurioso de sus muslos que se escondían bajo el trapo de dacrón; sus manos extendieron su falda para que le cubriese las piernas al máximo. Era una falda azul oscuro que le llegaba hasta casi las rodillas, no era una mini, qué lástima me dije; llevaba una blusa de popelina celeste de manga corta y cuello en V que le dejaba ver claramente la estrecha vertiente de sus senos; su reciente ducha se percibía, ya que esparcía por rededor la cópula de sus aromas. La observé nuevamente y recordé a las traviesas colegialas quinceañeras de mi país, mas no le dije nada y silencié para no herirle su amor propio, aun cuando no se molestaba por las filosas observaciones del joven inexperto; al contrario, le divertían. Se bajó de un salto ágil y corrió hasta el tocadiscos para ponerle musicalidad a aquella húmeda y triste tarde otoñal. Las guitarras de los Tabayaras emanaron del elepé tal como ahora en este instante lo hacen de mi CD. Retornó volviendo a su sitio de espectadora demostrándome su agilidad para sentarse a mi lado y tratando de que no le pudiese ver nada de su intimidad al saltar, pues se ufanaba para que su falda le cubriese sus hermosas piernas; coquetona era ella, minutos antes me había ofrecido su desnudez de Eva, ahora trataba de que no le viese nada de su seductora y fiel personalidad íntima. Fui preparando el relleno para la lasaña bajo la persecución de sus curiosos e investigativos ojos; el panorama cercano de sus gemelas rodillas me distraía por momentos, así como con el jugueteo provocativo de sus pies colgantes en el vacío, sin apoyo alguno. Especial atención le llamó al verme cortar las cebollas, sobre todo la rapidez sin herirme los dedos. Un muah muy sonoro y espontáneo fue su premio a esta acción mientras me proponía alegre: -"Agturro, seguro tienes sed, ¿una cerveza?, pues ya estás sudando con tanto trabajo; y luego acompañamos la cena con el vino, ¿estás de acuerdo?, ¿sí?"-.
Sin moverse de su sitio me indicó la nevera y saqué una botella, se la entregué para que la destapara, la vació en dos vasos, los chocamos al compás de un unísono salud. Sus pies colgaban en el aire y sus dedos jugueteaban silenciosos como simulando presionar las teclas de un piano invisible. ¡Qué tentación!; sus rodillas, sus piernas, sus tobillos, sus pies, su piel trigueña. Ahora vestida era aún más embrujadora que en su goteante desnudez anterior en la ducha. ¡Qué hermosura! Seguí picando cebolla terminando por fin de preparar el relleno bajo la persecución de su mirada; los Indios Tabayaras esparcían las bellas melodías de aquellos años; los dedos de sus pies se paseaban mudos sobre el piano invisible acompañando las notas musicales que emanaban tranquilizantes de su equipo de sonido; me oteaba pícara tras su pelo negro dándome la sensación de espiarme, alzó su vaso con cerveza y propuso melosa: -"toma, debes tener mucha sed con tanto trabajo, bebe... ¡Salud!"-.
Bebí con ella e introduje la sartén con la lasaña cubierta de queso Gouda en el horno; me deshice del delantal y tomé asiento en el sofá. Ella saltó al piso y se dirigió descalza al tocadiscos para cambiar el LP, tomó uno de un cantante francés muy famoso en esos años y en esas décadas, su nombre era Gilbert Becaud. Lo colocó en su equipo de sonido; entonces retumbó la voz del franchute con el éxito musical más grandioso que produjo en toda su carrera artística:
Nathalie
La Place Rouge était vide,
devant moi marchait Nathalie,
Il avait un joli nom, mon guide:
Nathalie...
La place Rouge était blanche,
la neige faisait un tapis,
et je suivais par ce froid dimanche,
Nathalie...
Elle parlait en phrases sobres,
de la Révolution d Octobre,
je pensais déjà,
qu"après le tombeau de Lénine,
on irait au café Pouchkine,
boire un chocolat...
La place Rouge était vide,
je lui pris son bras, elle a souri,
Il avait des cheveux blonds, mon guide,
Nathalie... Nathalie
Dans sa chambre à l"université,
une bande d"étudiants,
l"attendait impatiemment,
on a ri, on a beaucoup parlé,
ils voulaient tout savoir, Nathalie traduisait.
Moscou, les plaines d"Ukraine,
et les Champs-Élysées
on a tout mélangé et on a chanté
Et puis ils ont débouché
en riant à l"avance
du champagne de France
et on a dansé... La, la la...
Et quand la chambre fut vide,
tous les amis étaient partis,
je suis resté seul avec mon guide,
Nathalie...
Plus question de phrases sobres,
ni de Révolution d"Octobre,
on n"en était plus là,
fini le tombeau de Lénine,
le chocolat de chez Pouchkine,
ce, c"était loin déjà...
Que ma vie me semble vide,
mais je sais qu"un jour à Paris,
c"est moi qui lui servirai de guide,
Nathalie... Nathalie
Se plantó descalza en el centro de su reino y empezó a danzar lenta al compás de la voz del franchute admirado en Europa por aquellos años; sus pies resbalaban silbantes sobre la madera del piso; giró rápida al compás de la retronante voz de Becaud, su falda se convirtió en un abanico de 360 grados que se elevaba sin ayuda de viento alguno que soplara desde abajo, un violento corrientazo sacudió mi cuerpo ante ese espectáculo inédito suyo, otra vez se me ofrecían esos lindos y hermosos muslos suyos, así como la incógnita de su historia escondida detrás de la transparente prenda, tras la cual se veían sus ranuritas desconocidas aún para mí, y las cuales deberían estar bien fresquitas así como perfumadas porque recién había salido de la bañera; se paró invitándome entre desafiante y burlona: -"Agturro, ven, bailemos; tenemos un rato mientras la lasaña se hornea; ven"-. Se contoneaba cadenciosa al ritmo de Nathalie, Gilbert invadía el ambiente con su sonora voz. La miré sorprendido y hasta espantado, mis dientes castañeaban casi arrancándome las uñas, era tanto el nerviosismo que ya casi me las tragaba.
Yo, proveniente del Caribe, yo no sabía bailar. Ella lo desconocía, y mucho menos se lo podía imaginar. ¿Cómo poder explicarle o contarle que no sabía bailar? Yo, un ser caribeño, un ser de allí
que no sabe contonearse al ritmo de las notas melódicas de una canción. Se plantó ante mí, se inclinó casi arrodillándose, rozó su nariz sobre la mía susurrando melosa y comprensiva: -"ven, sólo tienes que acompañarme"-. Su cabello azabache, sus dos esmeraldas intensas, su carnosa boca incitadora, su aroma fresco seductor; todo ello me convenció, me sacudí mi aturdimiento. Ella me haló hasta que nuestros cuerpos se estrecharon; mejor dicho, ella me atrajo hasta que el aroma de su ducha anterior fue introduciéndose pausadamente en mis fosas nasales. Toda la frescura de su reciente higiene fue inundando mi ser; dejé que mi cuerpo se acercase al suyo; protestó segura, como siempre: -"Agturro, quítate los zapatos, o de lo contrario me vas a romper la piel de mis pies con ellos"-. Entornó su mirada tal como la supuesta prometida de Zorba en la película del mismo nombre... Ya lo mencioné en capítulos y líneas anteriores que su mimetismo femenino era inigualable. De seria a melosa, y viceversa. -"Soló tienes que moverte conmigo; para ello me tienes que abrazar y estrechar"-. Me dejé llevar por sus deseos y manos; mis rodillas no respondían a mis ordenes mentales, pues mi cerebro estaba congestionado de rubor, pudor y complejos. Yo no sabía en aquel momento qué era lo que más obstruía mi coordinación mental; si su presencia cercana, mi educación colegial, o mis complejos. No sabía nada.
Riiin, rin. El reloj del horno me salvó y sacó del apuro. -"¡La lasaña está lista!"-; grité y corrí hasta él para sacarla y ponerla en la mesa. Así me salvé de esa crisis momentánea. Saqué la lasaña y la dividí en cuartos con el cuchillo de madera para no desperdigarla al repartirla. Ella me seguía con su mirada riendo divertida. Sabía muy bien que me tenía descontrolado pero bajo su control. La cena transcurrió en medio de una conversación muy amena; bebimos del vino tinto italiano para acompañar debidamente la lasaña, la cual ella no cesaba ni se cansaba de elogiar: -"está deliciosa, exquisita; está muy bien que sepas cocinar, pocos hombres se atreven; él, por ej., sólo se dedica a untar panes y destapar latas"-. Yo la devoraba con mis ojos, pues tenía el pelo suelto cayéndole brillantemente, ella se percató de mi codicia visual y esquivó mi vista, coquetona me indicó que le sirviese más zumo de Baco: -"por favor, sírveme otro vino, me cae muy bien; las rosquillas estaban estupendas, tu futura chica tendrá mucha suerte contigo; anda, pon una cara más alegre, hoy ya estudiaste mucho y seguro que aprendiste bastante"-. Alargó su mano y arrulló cariñosa mi mejilla más cercana, solté una sonrisa forzada. Sinceramente, me achicopalaba tanta bondad suya, tanta comprensión para conmigo, por ello la respetaba tanto, y también por ello la admiraba in extremis secretamente. Una vez terminada la cena volvió con su tema del baile, la voz del franchute inundó a bajo volumen su reino. Se fue inclinando hasta posar sus manos sobre las mías para envolverlas y hacerme levantar del sofá-cama suyo; me atreví a confesarle la verdad sobre mi renuencia para acompañarla: -"yo, yo no sé bailar, no sé, no sé... eso es, eso es"-.
Me miró un instante y sin perder el control de su expresión me animó comprensiva: -"no importa, entonces aprendes; solamente te tienes que balancear conmigo, es una música lenta y suave, no son ritmos caribeños; ven, abrázame"-. Y colocó sus brazos sobre mis hombros aprovechándose de su mayor estatura, entrelazó sus manos por detrás de mi nuca; los míos colgaban como lianas, no sabía qué hacer. Qué lío, me dije y pensé. Coño e´ la madre. Ella comenzó un acompasado balanceo, sus movimientos me fueron envolviendo y poco a poco inicié yo también algo así parecido a un penduleo corporal; ella me fue atrayendo pacientemente. De repente mis brazos la enlazaron sin violencia. Paró su danzar, pues el disco del franchute había llegado a su final; hizo un ademán de querer separarse de nuestro abrazo, entonces yo la contuve sin forzarla y empecé a tararear la aguardentosa canción mejicana: <>
Sus ojos se paralizaron un instante refulgiendo desconcertados; me estrechó susurrándome enternecida: -"pon tu música Agturro, ponla por favor, y no me digas más paloma qüerrida, no soporto esa frase, no soy una paloma, y mucho menos una paloma qüerrida; eso ya quedó muy atrás, y el resto no lo entiendo y no sé qué quiere decir, sólo sé que es muy romántico y triste el texto"-. Repetí el elepé de los Indios Tabayaras porque era una música romántica y quería cambiar totalmente el tono para llevarla a sus medios, como el matador que saca al astado de las tablas para asestarle la estocada final y definitiva; se alegró por mi elección: -"sí, los Indios Tabayaras, sí, uhmuah, me gusta esa música tuya, uhmuah"-. Debo confesar que en eso sí nos parecíamos mucho, en el gusto por la música; bueno, era la época, la moda y la generación musical. Las guitarras de los brasileros esparcieron sus melodiosas notas mientras nos mirábamos intensamente silenciando. Sssshhh.
La abracé, me mordió un lóbulo susurrándome segura y ardiente: -"hagamos el amor; ven, ámame"-. Alzó sus brazos mostrándose casi indefensa, no entendí su gesto de entrega por lo que se vio obligada a auparme: -"hermanito, ayúdame a desnudarme, sácame la blusa y el brasier... Quítame la falda y luego la pantaleta; desnúdame para que nos amemos... No esperes más"-. Le desabotoné la blusa y ella la lanzó al sofá inflable; con mucho enredo logré quitarle el sostén permitiendo que sus volcánicos senos saltaran pletóricos y orgullosos ante mi vista, también aterrizó en el sofá ya mencionado. Mis temblorosas manos buscaron el broche y cierre de su falda; no sé cómo coños pude desabrocharle todo ese rollo. La falda se abrió como un paraguas cayendo al piso; ya sólo quedaba vestida con su pantaleta de seda blanca la cual me permitía ver la rala vellosidad de su altivo Monte de Venus; ella comprendió de inmediato todo mi ensimismamiento: -"sí hermanito, quítame la pantaleta, continúa por favor"-.
Mi cuerpo tambaleaba ante tal desafío; entonces ella tomó la iniciativa y se adueñó de mis manos para colocarlas en el inicio de la máscara que cubre ese supuestamente <> sitio de la mujer, pero por el cual reyezuelos, magos, dictadores, príncipes y hasta reyes han entregado sus vidas. Mis nerviosos dedos se incrustaron entre piel y trapo empujándolo hacia abajo... El trofeo de seda cayó al piso; yo vestido le oteaba su hermoso cuerpo curvilíneo enteramente desnudo ante mí, de entre la comisura de sus muslos me guiñaba su alcancía vaginal a cada leve movimiento de sus piernas las cuales esparcían su aroma debido a la anterior higiene suya; sólo frescura incitante aspiraba yo la cual me excitaba in extremis. <>, me había dicho ella la noche anterior; ahora sí le comprendía su idea.
-"Agturro, desnúdate; ¿o acaso me quieres amar vestido?"-, susurró ella enardecida y fiera colocando una mano suya en mi hombro al tiempo que me sacudía cariñosamente para sacarme de mi aturdimiento. Coño´e la madre, seguía metiendo la pata, y bien honda. Se adueñó de la situación, haló de mi correa para abrirla, desabrochó el pantalón que cayó a mis pies; no sé cómo lo hice, pero me saqué la camisa y quedé únicamente con el calzoncillo; a pesar de los nervios, se notaba mi excitación porque tenía un bulto armado producto de la erección; ella se me acercó libidinosa para abrazarme con un brazo mientras que la otra mano halaba mi prenda hacia abajo la cual fue descendiendo hasta caer al piso. Me apretujó más aún propinándome un beso asfixiante, una mano suya, no sé cuál, tomó el miembro y corrió el prepucio hacia atrás hasta que apareció el glande brillante por la humedad del semen que emanaba goteante del canal uretral; lo llevó hasta la entrada a su historia paradisiaca refregándolo sobre su vellosidad púbica, así como entre la carnosidad salada y perfumada de sus labios vaginales, mas no lo dejaba entrar aún a su historia, un lindo cosquilleo se produjo con ese contacto en toda mi humanidad; su respiración era muy entrecortada al igual que la mía... Ambos disfrutábamos del momento y de las caricias.
Mis manos se aferraban como ventosas a sus glúteos; un reflejo natural masculino me ordenaba que la babease de arriba hacia abajo a pesar de mi inexperiencia total, pero mi entusiasmo e instinto me instigaban a continuar, las alegóricas frases del gaucho retumbaban en mi mente: <>. Ella seguía asiendo mi pene y testículos con hambre feroz, voraz, tenaz... Empecé a descender con mi boca y lengua por sus senos adueñándome de sus guindas repletas de brotado ardor, una a una las fui aprisionando entre mis labios y refregando con la lengua provocando en ella un murmulleante placer: -"sí, sí hermanito, lo haces bien."- Ello me dio ánimo para proseguir. Me fui agachando para lamerle lentamente su ombligo, hundí la punta de mi lengua en ese lindo huequito suyo, se lo inundé con saliva espumosa hasta que se desbordó esparciéndose por los alrededores de su plano vientre; sus diez dedos se incrustaban en mi cabello presionando mi rostro contra su piel ardiente, mis manos subían y bajaban por sus firmes muslos hundiéndole las puntas de mis dedos en ellos para palpar su firmeza; de vez en cuando dejaba que un dedo siguiese el curso de su cañada anal y luego subiese por la juntura de su alcancía vaginal rozándole sus ralos vellos púbicos, qué tentación, mi pene se llenaba más y más de firmeza erecta adquiriendo un color rojo intenso, pues ella lo seguía acariciando sin cesar asiéndolo segura.
Poco a poco mi boca se fue acercando a su zona púbica, mi respiración se entrecortaba más a medida que me acercaba a la vellosidad de su Monte de Venus, me sentía como una fiera en cacería; ella me presionaba con sus manos hacia su ardiente piel trigueña; fui bajando por una ingle babeándola todita, luego por la otra, hasta que me decidí a lamerle su tersa alcancía vaginal, ella suspiró entusiasmada: -"ah Agturro, qué lindo me haces, más, pero muy despacio"-. Me hinqué e introduje suavemente la punta de mi lengua en la ranura de su historia que estaba ya muy enlagunada, de allí emanaba un vapor húmedo que invadía mi olfato, su vellosidad electrizaba las papilas de mi lengua y la piel de mi mejilla que rozaba su pubis; tomé cuidadosamente un labio vaginal suyo entre mis labios bucales para disfrutarlo y no causarle daño a esa delgada piel rosada y fina, luego el otro, qué tersura, como si fuesen de terciopelo; mi respiración era casi bufante, resollante porque mi nariz se posaba sobre su Monte de Venus; luego hundí mi lengua más en esa alcancía hasta hallar su perlita mágica, muy solícito la envolví en mis labios al tiempo que se la refregaba con mi chasqueante lengua parsimoniosamente; todo su cuerpo fue recorrido por un ligero temblor cimbroneante, sus manos me presionaron más haciéndola reaccionar ansiosa: -"ven, ven a mí hermanito; vamos a la cama, ven; eres muy querido, muah, no esperemos más; esto así es insoportable, sí, es insoportable"-. En mi memoria relampagueó la frase de aquella noche en mi lecho, ahora entendía por qué había sido <> esa situación. A pesar de su dolor en su vagina ella había deseado haber sido penetrada y poseída en ese momento; mas no se podía debido a esa irritación, la cual había sido también la causa para el lío con su ex y su aparición por mi reino.
Haló cariñosamente de mi pelo para que me levantase, entonces me besó con desenfrenada pasión: -"uhmuah, grr, uhmuah"-, y luego me llevó hasta su lecho tirándome de mi mano: -"ahora sí, acostémonos para que nos amemos, ven..."- Se tendió boca arriba abriendo sus piernas mientras me miraba con ojos preñados de lujuria, su mano derecha se paseaba sigilosa por sus delicados labios vaginales como preparándolos para una invasión muy próxima, su dedo corazón se hundía entre ellos tasando la humedad de su interior para que mi pene resbalase sin problemas y ella no sentir ardor o dolor alguno, el vértice de esos labios terminaban en una campanilla coqueta que cubría esa perlita suya que al ser tocada la convertiría en una ola gigantesca de lujuria incontenible; yo a su lado no sabía cómo hacerle, ya que no deseaba meter la pata y decepcionarla, sobre todo ahora que estaba totalmente excitada; ella no perdió el control de la situación, echó sus piernas hacia su pecho de manera que su vulva se me ofrecía en capullo brillante debido a la cantidad de líquido suyo emanante de esa fuente de la dicha para todo ser masculino normal; sus labios rosados y rodeados de una tenue vellosidad castaña clara me invitaban a complacerla; allí comprendí que era el momento de iniciar el asalto y tomar a esa <> como había dicho el gaucho. Me arrodillé enfrente suyo siempre bajo su mirada plena de apasionado ardor, estiró una mano para asir el miembro y enrumbarlo hacia su dichosa historia, lo refregó en sus labios para que se fuese introduciendo y sumergiendo entre sus rosáceas carnes, el roce de la sensible piel del glande sobre su vellosidad y sus ninfas hizo que yo fuese embargado por un hormigueo chispeante; mi corazón palpitaba queriéndoseme escapar de mi pecho, ella me atrajo con la otra mano hacia sí y susurró: -"ahora sí Agturro, ahora sí, dame tu hombría para placer mío, muah; dámela poco a poco para disfrutar más, no te apures, tenemos mucho tiempo... Ahh, sí, así, así, penétrame con mucha calma, hundémelo poco a poco, quiero gozar al máximo, tengo mucho tiempo sin hacer el amor y quiero que hacerlo con mucha pasión; sí, más, más, dame más de tu carne rígida y dura, así, así, poquito a poco, continúa, entra más en mí, húndelo, húndelo, húndelo todo, lo quiero todo…. Ahhhh, sí, ahora dame tu tengua, dámela"-.
Dominada por su desenfrenada lujuria se fue apoderando de mi lengua para masajeármela con su boca loca, mientras que mi pene se sumergía e incrustaba lentamente entre sus apretadas y jugosas carnes vaginales para placer de ambos, sólo se oía el chasquido a causa de la carne rígida invadiendo su almeja que se abría ante el indetenible avance del ávido invasor; sentí que mi pubis se refregaba sobre el vello ralo y rubio de su Monte de Venus y mis testículos rozaban su estrecha cañada anal bañada por los jugos de ambos; ello me indicaba que mi virilidad ya estaba totalmente hundida en su precioso y terso estuche; pensé en una única frase: <>, mi miembro estaba íntegramente sumergido en su vulva lo cual la excitaba; aparté mi rostro para otear su expresión y saber si le causaba placer el coitar conmigo, reaccionó excitada y plena de morbo sexual: -"ah hermanito, sí, así me gusta. Dame tu lengua, dámela"-; se apoderó de mi boca tomando mi lengua para morderla voraz con sus dientes causándome un leve ardor; su altivo Monte de Venus topeteaba ardiente mi bajo vientre, yo le correspondía con ansiosas cargas púbicas para que no se fuese a salir un solo milímetro de mi hombría de su prieta alcancía; mis brazos la envolvían atenazándola, ella se aferraba a mis glúteos con sus manos al tiempo que sus uñas se enterraban feroces en esas carnes mías... Mi cuerpo empezó a cascabelear y mi voz a emitir leves sonidos de placer lo cual era señal de que pronto la irrigaría; ella se apoderó de mi boca para hacerme silenciar y nos confundimos en un largo beso mientras nuestras pelvis se torpedeaban incesantemente; sentí una especie de calambre agradable que se extendía desde el glande hasta el perineo al tiempo que mi savia brotaba y emanaba a borbotones generosos bañándole y llenándole su vagina con mi lechoso flujo seminal; las diez uñas de sus dedos se clavaron fieras en mi espalda y sus talones presionaban mi cadera para que no me apartase nada de ella: -"grrrr, más, grrrr, más, más, uhmuah, grr, sí, así, más, uhmuah, muah, dame todo, todo y no lo saques, dame más, uhmmuah, ahhh qué lindo me haces, no pares, dámela toda, toda, lindo hermanito, muy lindo, uhmuah"-. Mi hombría cesó poco a poco de irrigarla pero se mantenía aún erguida y soberbia entre su carnoso estuche. Qué dicha.
Ambos respiramos y suspiramos profundamente; mi cuerpo descansa sobre el letárgico suyo, somos dos madejas humanas satisfechas; ella me mordelonea un lóbulo murmulleando: -"quédate ahí, todavía estás excitado y quiero sentir cuando se vaya saliendo poco a poco, es como una caricia con la boca... Ah, muah, hermanito, muah"-. Su mirada es condescendiente, tierna, sincera, sus sensuales labios se entreabren solicitando cariñitos, se los mordisqueo con harto cuidado; yo la observo como si estuviese plantada sobre un pedestal y la admiro, pero sin comprender bien aún lo sucedido. Un suave chasquido húmedo señala que el miembro se ha retirado de su vulva y cuelga adormecido sobre su ranura anal también cubierta de humedad seminal suya y mía. Me abraza y gira lentamente para quedar ahora de medio lado y frente a frente de modo que nos miramos embelesados, una pierna suya se apodera de las mías enganchándome hacia ella, su talón se pasea incesante por mis pantorrillas, su respiración es jadeante y cargada de lujuria, la beso tiernamente en la comisura de su boca, ella reconoce mi ternura con voz entrecortada: -"eres muy cariñoso y me hiciste lindo; sí, muy lindo me lo hiciste con tu lengua en mi vulva, uhmuah, más tarde me acaricias toda esa parte otra vez, toda; quiero sentir tu lengua embadurnándome allá abajo toda esa parte, hasta en mi anito, pues allí es muy sensible esa zona y el placer es infinito; fuiste muy tierno, gracias uhmuah... Tu chica será feliz contigo, muah"-.
La palpo sin quererlo ni saberlo, mis manos se pasean por su piel trigueña expuesta totalmente al aire libre, lo mismo hace ella conmigo; estamos vestidos solamente con los trajes de la desnudez paradisiaca, ella sostiene el semidormido pene masajeándolo distraída con una mano suya, nos miramos largos segundos sin articular sonido alguno, solamente nuestras respiraciones, todavía alteradas, se pasean por el ambiente; la beso tiernamente y con los ojos abiertos, sostenemos las vistas y suspiramos hondamente al tiempo que nos estrechamos plenos de dicha corporal, mi pene empieza a endurecerse otra vez debido a su directo masaje con su mano que no para de acariciarlo como si me quisiese masturbar, de vez en cuando me araña ansiosa los testículos para luego proseguir con el miembro sin soltarlo un instante. No entiendo nada todavía sobre lo que había sucedido minutos antes entre nosotros; nuestros cuerpos habían sido únicamente uno por largos y eternos momentos, mi semilla masculina se había depositado en sus entrañas con su avenencia; nuestros cuerpos se habían estremecido mientras que de nuestros labios habían escapado sinceros murmullos y gorjeos expresando satisfacción por el placer experimentado. Un placer totalmente desconocido y nuevo para mí, pero muy gratificante e inconmensurable.
Una mano suya toma mi barbilla para que la mire directa, indaga tierna pero segura: -"¿es la primera vez?, dímelo, ¿sí?, ¿es tu primera vez con una mujer en un lecho?"-. Escondí mi cabezota bajo su rostro y negué silencioso; ella me estrechó y murmuró adivinando e intuyendo mi mentira: -"no te pongas así, nunca es tarde para empezar"-. Se percató de mi inexperiencia, ya que había tenido que corregirme mi torpe comportamiento durante toda la operación. Mi respuesta fue un desordenado abrazo feroz, voraz, pleno de deseos para continuar. Ella tomó la batuta de la larga noche que nos esperaba: -"cálmate Agturro, por favor, pon otra vez tu música y trae la mesita con el vino y las copas"-. Todo tembloroso y trastabillante, debido a la emoción y tensión del momento crucial de mi vida, me levanté del lecho para obedecer, como siempre, sus concretas insinuaciones que en el fondo eran arropadas órdenes.
Retorné con las bebidas, las coloqué en la mesa de noche; ella seguía tendida sin prenda alguna que la cubriese tal como la maja desnuda de Goya, yo la oteaba hambriento tratando de tenerla allí con la mirada para que no se me fuese a escapar, y mucho más ahora que ya había probado de su deliciosa historia paradisiaca, la quería devorar desde la coronilla hasta la punta de sus pies con mis ojos primero y luego con mi cuerpo poseerla hasta sentir total satisfacción mutua, hasta que ambos quedásemos exhaustos de tanto amor verbal, caricias corporales y embates de nuestras genitalidades poseyéndose y ella permitiéndome que la penetrara y gozara. A mi mente vinieron las burdas y divertidas frases del gaucho: <>.
Me arrodillé a su lado mirándola con sevicia sexual, tal como en aquella noche en que la había espiado furtivamente mientras ella dormía; ella me observaba en silencio con ojos cargados de lujuria, de sus labios salieron frases que me sacudieron confirmando entonces mis sospechas: -"aquella noche me respetaste y no te atreviste a tocarme, aunque lo deseabas intensamente"-... Entonces, entonces ese brillo que yo vi era el de sus ojos espiándome, me quedé perplejo ante sus palabras al sentirme descubierto; se levantó para darme un cariño al mordelonearme mis labios susurrando casi quejumbrosa: -"te portaste como un caballero; ahora ven"-. A pesar de su elocuente agradecimiento me sentía algo mal por haberme hallado in fraganti en mi voyeurismo. Posó su mano sobre mi nuca para atraerme; allí ya no pude resistir ni rechazar sus deseos; fui dejando caer mi rostro hacia su cuerpo para iniciar un recorrido con mi boca y lengua por todo ese paraíso femenino que se me ofrecía sin su rechazo y con su anuencia. Mis labios se posaron en una de sus guindas envolviéndola, escuché su firme voz: -"sí, sí, muérdemelas pero con mucho cuidado y despacio, refriégamelas con tu lengua pero no tengas prisa, pues ahora tenemos mucho tiempo... Tómalas, son tuyas... Sí, ahí, ahí, sí, así, así, qué lindo"-. Envolví la primera entre mi boca succionando de ella como un bebé ansioso y hambriento, luego con la otra lo mismo, así fui intercambiando para beneplácito suyo; ella tomó mi mano derecha y la fue dirigiendo hasta la entrada de su historia, mis torpes dedos nerviosos le masajeaban su pubis y un par de ellos se hundían entre sus rosados labios vaginales; la Hermosura murmulleó: -"más arriba, más arriba"-. Y su mano condujo mi dedo corazón hasta su <>. La yema de mi dedo encontró ese punto de la mujer que la hace delirar cuando le es acariciado, suspiró profundo: -"Agturro, con la boca por favor, con tus carnosos labios... ¿Sí?"-.
Con la otra mano fue empujando mi cabezota redonda hacia su paraíso, mi lengua surcaba su vientre dejando una invisible estela a su paso hasta llegar a su vellosidad púbica, aspiré profundo para absorber el etéreo aroma de su champú rosáceo; una vez más me aupó para que prosiguiera: -"sí hermanito, ahí vas bien... qué dicha Agturro"-. Y mi boca siguió buscando esa meta a la cual mi dedo ya había llegado, abrió más sus piernas para darme espacio, pues ya estaba engulléndome cada uno de sus labios vaginales que me sabían a almeja recién pescada, tomé uno primero para literalmente absorber sus extractos y sus cortos vellos, luego hice lo mismo con el otro; qué carne tan suave; hundí mi boca entre ellos con la lengua buscando ese <>... -"Sí, sí, sí, ahí, ahí... Qué bien"-. Había llegado a la meta buscada, le fui lambeteando suavemente su botoncito rosado y casquivano, luego lo envolví tiernamente entre mis labios para refregárselo cuidadosamente con la punta de mi lengua. Sus suspiros no cesaban; mis manos se aferraban a sus glúteos para atraer más su pelvis; mis lengüetazos se extendieron hasta su perineo, e incluso a su ranura anal, pues su piel allí era en extremo sedosa debida a esa tenue vellosidad rubia que la cubría como un trigal en retoño; mis lamidas la acariciaban humedeciéndole esa intimidad suya con la cual yo había soñado indirectamente ya no sé cuántas horas y noches de solitaria lucubración; cada vez que le lambeteaba su <> se extremecía lanzando hondos quejidos de lujurioso placer: -"quééé lindo me haces... Sí, más, más, uhm, lindo es todo esto"-. Me dejé llevar por la dicha que me dominaba e introduje la punta de mi lengua entre su rosetica al tiempo que la mordisqueaba allí y le halaba sus vellos cortísimos, llegué hasta su anillo dedicándome a ensalivárselo concienzudamente, ello provocó un espasmo de su cuerpo y una contracción espontánea de sus glúteos, suspiró casi silenciosa: -"ah, qué bello y delicado me acaricias, más"-. Mis dientes mordisqueaban esa zona profunda suya solazándome tambien con sus vellitos; todo me sabía a su perfume y champú. Sabroso.
De repente una mano suya se apodera totalmente de mi genitalidad, la estruja voraz y ávida al tiempo que empuja mis piernas hacia los lados para que las abra y le haga espacio... Siento su respiración agitada quemándome mis muslos, su lengua rastreando entre ellos, una mano suya que aprisiona el miembro, y luego... Y luego su boca tomando el glande encerrándolo entre su boca, su lengua refriega furiosa esa sensible piel al tiempo que sus labios envuelven ansiosos mi masculinidad que se pone más dura hasta tornarse enhiesta, como si quisiese explotar o estallar, su respiración ardiente y entrecortada me quema el pubis, a mis oídos llegan los chasquidos de su goloso lengüeteo recorriendo la longitud de mi miembro y chupándome el glande haciendo que mi cuerpo sea invadido por un hirviente cosquilleo; su voz plena de lujurioso ardor me ordena cesar con mis caricias en su profunda y remota intimidad corporal: -"ya está bien Agturro... Ahora quiero sentirte otra vez en mí, ven a mí y dame tu pene, todo, lo quiero todo en mí"-. No se puede contener y me hala para que me coloque encima suyo; sus piernas las echa hacia sus senos para que su gloriosa dicha paradisiaca se me ofrezca toda plena; otra vez toma el miembro firmemente colocándolo en la entrada y hundiendo el glande entre la húmeda carnosidad de sus labios vaginales para que inicie su entrada a sus profundidades íntimas, empujé firme pero lento y con mucho cuidado de no hacerle daño, me animaba ardiente rugiendo excitada en voz bajísima solicitándome que la poseyera para sentir satisfacción y placer: -"ven, ven, no esperes; dámelo todo, todo... Sí, sí, qué lindo, qué lindo, uhmmmuaaahhh"-.
Mi virilidad se sumerge fácil gracias a la generosa humedad en su ardiente vagina, el miembro se apodera de esa tersa cueva suya y está insertado todo entre sus rosáceas carnes excitadas; sus talones presionan sobre mis glúteos para impedir que un único milímetro de mi virilidad se salga de su deliciosa cuevita. Otra vez siento ese calambre interno que señala la pronta irrigación; nuestras pelvis batallan ardientemente mientras nos besamos sin final, nuestras lenguas se atan entre sí oyéndose sólo el chasqueo de nuestras bocas salvajes y el mudo rechinar del colchón que soporta los embates de la pareja enardecida y dominada por la lujuria del acto amoroso. Unos largos minutos permanezco tendido sobre ella envuelto tanto por sus brazos como sus piernas, me siento como si estuviese abrazado por la trinidad bramánica con sus cuatro brazos llamada Visnú; me lame todos sus jugos y extractos que bañan mi rostro: -"qué bello... Eres delicado y tierno, pero muy ardiente, muaahh, me hiciste lindo, muaahh"-, suspira al tiempo que me envuelve entre sus brazos. Afuera, en la calle, el borrascoso viento otoñal lanzaba los objetos libres contra todo lo que se encontraba a su paso. <>
Así finalizó una etapa de mi vida en aquella ya lejana noche del Berlín Occidental de mis amores y dolores en medio del húmedo frío y la molesta ventisca que lo acompaña. Allí recordé los vanos intentos con las chicas del pueblo en el centro de Alemania Occidental. Aquellas veces me había hecho constantemente la pregunta hasta cuándo; o cuándo pondría fin a esa fase, quería deshacerme de esa falta de experiencia, pero, por ahí dicen que <> También recordé a mis <> compañeros de colegio cuando narraban sus sandeces machistas vanagloriándose de haber fornicado con fulana, sutana o merengana. En realidad había sido sólo una experiencia suya con la muchacha del servicio de su casa a la que prácticamente violaban bajo la amenaza de hacerla botar <>, o habían estado con alguna prostituta barata de alguno de los arrabaleros bares de nuestra ciudad por esa época. Me dije en silencio: <>. Sí; más vale tarde que nunca.
A mi memoria saltó el texto de un tango antiquísimo de Carlos Gardel, <> Aunque yo sabía que la relación con ella no tenía ni tendría futuro; sin embargo, esa noche dejé que la letra de esa melodía revoloteara por mi mente. Ella estaba a mi lado tendida y sosteniendo la copa con el zumo de Baco, yo, sentado en el borde de su lecho la oteaba aturdido por su aspecto sensual y seductor, así como por la sorpresiva avalancha de hechos hermosos que acababan de suceder. Hechos insólitos que se agolpaban desbocados por mi cabeza, pues nunca había pensado que mi primera relación sexual sería con ella, con la Hermosura, ya que las circunstancias no se habían presentado nada positivas, porque yo la había borrado de mi mente luego de la discusión con Amigo. Mas sí, sí había sido con ella; sí, con una mujer mucho más madura en todos los aspectos, pues tenía ya alrededor de 26 ó 27 años y llevaba harto tiempo viviendo lejos de su familia que habitaba en la ciudad de Colonia. Esta relación había llegado en un momento nada esperado o planeado porque, a pesar de haber compartido ya el mismo lecho, nunca pasó por mi mente la imagen o pensamiento de que ella sería la encargada de convertirme sexualmente en un hombre. Mi respeto por ella era infinito e indefinido. Por esa razón, seguramente, ella había tomado las riendas de la acción, pues rápidamente captó toda mi ignorancia, torpeza, ineptitud e inexperiencia en ese campo de la vida.
-"Hermanito, ven a dormir; no lucubres más"-. Nuestros ojos dialogaban intensos sin expresarse; quería decirle muchas cosas agradables en reconocimiento a su gesto comprensivo. En ningún caso o momento pensaba en lanzarle un vacío <>. Yo sabía que a ella no le gustaba esa frase, incluso creo que la odiaba, con ello probablemente se habría acabado el encantador sortilegio reinante allí. Armándome del valor que ella me acababa de insuflar con su comportamiento tan sincero, fui construyendo una frase en mi mente para confesársela. Esta frase debía pronunciarla sin causarle herida alguna; estaba tan hermosa y seductora que yo no podía decirle palabras huecas, mucho menos ofensivas. Mi mano derecha la tomó de la barbilla para que me mirase directamente, ella adivino mi intención: -"¿qué pasa?, ¿me quieres decir algo?, ¿sí?, entonces dímelo"-. Dominé mi tartajeo de los meses anteriores y ordené las palabras correctamente para no meter la pata, mucho menos los tobillos y las rodillas. Le besé tiernamente la comisura de su ardiente boca y dejé que mis labios llegasen hasta su oído, le mordí su lóbulo y le solté la breve andanada verbal esperando no ofenderla. -"eres una mujer muy, muy, pero muy ardiente; sí, eres muy ardiente, mucho"-. Largos segundos de silencio siguieron. Su primera reacción fue un abrazo espontáneo, luego se separó de mí para murmurar algunas palabras en medio de sorpresa, simulando ingenuidad y candidez al tiempo que entornaba sus ojos casquivanamente: -"nunca me habían dicho esas palabras... ¿Es muy malo ser una mujer ardiente?, ¿uhm?, ¿sí?"-. Reaccioné muy pronto: -"no; es muy bonito que seas así, me gusta que seas así"-. Un abrazo suyo apechugante siguió a estas últimas palabras mías, un beso absorbedor demostrándome su ardor culminó su gesto sincero. NO HABÍA METIDO LA PATA. Menos mal, menos mal dios mío que no la había cagado. Qué alegría y dicha sentí. Uuufff.
Con el transcurrir de los meses, ya en Dortmund, llegué a la conclusión de que ella había tenido o sentido una cierta inclinación hacia mí, a pesar de todas las barreras y diferencias que nos separaban. Muy especialmente la edad, yo tenía apenas 20 años, y ella me llevaba mínimo 5, 6 ó 7 años, nunca supe su edad con exactitud. Tano había tenido razón con su jerigonza <>. Pero retornemos otra vez y nuevamente al sitio de los acontecimientos en aquella húmeda noche del otoño berlinés de 1969.
Muy tarde en la avanzada noche decidimos que lo mejor era dormir para recuperarnos de aquella placentera actividad. Llevamos todos los trastos a la cocina, retornamos al lecho suyo para conciliar el sueño. Entre cuchicheos y gorjeos propios de las parejas que se están amando fuimos dejándonos envolver por las tinieblas oníricas. Qué delicia era sentir su hirviente cuerpo junto al mío y saber que ahora yo podría disfrutar de aquella mujer corporalmente todas las veces que quisiera mientras yo estuviese allí en Berlín. <> Se durmió pronto. Yo no podía cerrar los ojos, pues quería repasar todos los hechos que me habían ocurrido minutos y horas antes. La contemplaba en medio de la semipenumbra -nunca apagaba la lámpara del recibo-; oía su tranquila respiración; no me atrevía a tocarla para no despertarla, pero deseos no me faltaban. No puede ser, no puede ser, me decía yo muy silencioso. Ella, la secretamente ambicionada por los habitantes masculinos del piso que la conocían, descansaba a mi lado. Y, ella, la por mí muy respetada y hasta venerada por su seria personalidad, había hecho que mis fallidos intentos de seducir con éxito a una chica hubiesen llegado a su fin. ¿Cómo la había seducido?, ¿qué le había gustado de mí?, no lo supe ni lo sabré jamás; una vez más recordé de las frases de Tano: <>.
Pensándolo bien, fue ella la seductora gracias a esa casualidad de haberse aparecido por mi covacha en un momento en que yo ya la había olvidado; quizás esa casualidad fue intención suya porque sabía que hasta allí no iría Amigo a buscarla, y luego su presencia embrujadora se encargó de despertar en mí el acuciante deseo de poseer a una hembra para iniciar mi vida por la senda del acto carnal entre hombre y mujer. Quise encender un cigarrillo mientras miraba sus párpados cerrados, sus pestañas alargadas y tupidas, sus enrojecidos carnosos labios por la refriega bucal que habíamos sostenido largo rato minutos antes, su cuerpo yacía impasible bajo la frazada al tiempo que su respiración era larga y profunda, para mí era ello un símbolo suyo de satisfacción. Me abstuve, pues en todo el tiempo que llevaba en su apartamento no había fumado por respeto a ella precisamente. Comencé a contar sus cabellos y de esa agradable manera me despedí de aquellos hermosos momentos.
Nos despertamos a media mañana debido que a ambos se nos había olvidado colocar el despertador. Durante el desayuno yo la perseguía con mis ojos deseando grabarme todos sus movimientos. Ella estaba nerviosa, creía yo, pero ello no fue impedimento para que la envolviera en mis brazos. Ahora yo tomaba la inciativa; coño, estaba progresando. Aceptó mis arrumacos, pero me acordó de mis obligaciones: -"ejem, acuérdate que viniste a mi apartamento a prepararte para el examen"-. Su disciplina germana y de estudiante se presentaba clara. Sus ojos brillaron coquetos y continuó: -"temprano en la tarde te llevo a casa, tengo que recuperar algo del tiempo de anoche"-. Sonrió algo burlona al tiempo que masticaba plácida el pan untado de queso blanco... El resto de la mañana de ese domingo estuvimos estudiando cada uno sus temas, y muy disciplinados; aunque usted no lo crea. Sólo miradas y guiños adornados de sonrisas.
Pasado ya un poco el mediodía se acordó de la lasaña que quedaba en el horno: -"Agturro, todavía tenemos comida de anoche; la calentamos para almorzar, y después hacemos la siesta, ¿te parece?... Ustedes allá en el Caribe hacen la siesta luego de almorzar, ¿verdad?"-. Asentí con mi cabezota redonda cubierta de cabello casi azulado, ello le causó cierta risa, pues entendió que a pesar de la confianza personal que se acababa de crear entre ambos, aún la seguía respetando; saltó hasta mí sentándose en mi regazo, mi vista se incrustó en sus trigueños muslos debido a su minifalda que a duras penas le cubría los inicios de los mismos, su pubis escondido tras la pantaleta de seda guiñaba pícaro entre ellos y su faldita; me besó ansiosa expresándome un reconocimiento: -"uhm, hoy no te saben los labios a nicotina, no has fumado en todo el tiempo que llevas conmigo; gracias, eres un jovenzuelo respetuoso, querido, y hasta muy bien parecido"-. Ufff, qué flores.
Le acerqué mis labios a uno de sus oídos para pedirle un favor, le susurré mi frase y se apartó riendo divertida por la misma: -"ja, ja, ja, Agturro, si eres ocurrente... ¿Tanto te gustó acariciarme la vagina y el clítoris con tu lengua y labios?"-. Asentí mudo, como era mi costumbre ante ella, le musité otra frasecita a su oído, ella rió otra vez: -"ja, ja, ja, ¿te pareció deliciosa y por ello me la quieres llenar de caricias con tu boca tan traviesa?; eres algo loquito"-; mas prosiguió con sus indicaciones eludiendo de momento mi deseo: -"sabes, almorzamos y hacemos la siesta; entonces sí me puedes acariciar toda y en todos los sitios que tú quieras y te imagines, ahora tendría que desnudarme para complacerte; además, pues no estoy entonada, no tengo nada en contra, entiéndeme, pero ahora tengo la cabeza repleta de nombres en latín y cosas parecidas, no me causaría placer; luego, toma un besito, uhmmmuaahh... Ayúdame, ven"-. Mi boca se inundó con el sabor de la suya.
La lasaña fue un verdadero intercambio de caricias, cuchicheos y seducciones suyas debido a que se sentó en una de mis piernas, comíamos del mismo plato, bebíamos del mismo vaso; ella me daba los trozos en la boca, estaba convertida en una hermana que le da de comer a su hermanito; yo disfrutaba al máximo de la situación y aprovechaba para palpar todas sus redondeces cercanas a mis manos, en especial le recorría la cañada de sus muslos con una mano, luego la introducía por debajo de su suéter hasta llegar a sus senos libres de sostén y le aprisionaba sus dos guinditas, ella me miraba de reojo estremeciéndose y acomodándose en mi pierna; con la otra trataba de sostenerla bien cerca para percibir su calor y perfume; me ojeaba desde arriba picarona mas sin rechazar mis continuas y suaves caricias; de vez en cuando un cariñoso besito suyo con sabor a salsa de tomate o vino tinto le daba más diversión al almuerzo. Terminamos pronto y recogimos los enseres; nos enjuagamos nuestras bocas, bebimos algo del vino, allí ella, ya más distendida y relajada, me tomó de la mano para indicarme qué haríamos: -"ven Agturro, hagamos la siesta para descansar de la noche larga... Ven, ahora sí puedes arrullarme con tus labios todo y cuánto tú lo quieras... Desnudémonos y así no hay obstáculos para tu idea... Y yo también deseo solazarme contigo... Y después seremos uno otra vez, tú en mí... Pon esa música de guitarras que trajiste, esos instrumentales tan románticos, no quiero escuchar a Gilbert Becaud"-. Fui hasta su equipo para colocar el elepé de los famosos Indios Tabayaras para placer nuestro. El ambiente musical estaba listo. Volví al lecho.
Sus palabras me excitaban tanto que temblaba al tratar de quitarme la molesta ropa, hasta un botón de la camisa saltó por los aires debido a mi torpe impaciencia; ella quedó pronto en traje de Eva, se deshizo de su estrecho suéter que aterrizó en el sofá, su falda cayó, ya sólo su pantaleta de seda cubría su cadera; me ayudó a sacarme el pantalón y de un tirón haló el calzoncillo hacia abajo haciendo que el miembro saltara brioso, subió al lecho halándome tras ella, caímos envueltos en un espasmo de lujuria, entonces me susurró: -"ahora sí me puedes acariciar todo lo que tú quieras... Sí, mi vagina, tómala, es tuya, ensalívala bien con tu boca y lengua para que después resbale todo tu hermanito hasta lo más profundo de ella y me la llenes... Uhm, sí, así Agturro, uhm, ahhh, qué lindo me la acaricias... Uhmmuah, grrrr; ahora ven a mí, dame ya tu virilidad... Sí, más, más, grrr... Ahh, muah"-. La complací al babearle todo su bajo vientre, lamerle y chuparle su rosado botoncito mágico, y mordisquearle sus glúteos; entonces ella me envolvió en sus brazos para hacer que quedase boca arriba, golosa tomó mi pene con una de sus manos mientras que con la otra me presionaba contra el lecho.
Ella estaba hincada a mi lado mientras me miraba fija pero ansiosa al tiempo que recorría con una mano mi pecho y con la otra estrujaba mi genitalidad, no se cansaba de tasarla; alzó una de sus piernas por encima de mi yaciente cuerpo y se sentó sobre mi vientre, sentí el calor y humedad de su feminidad esparciéndose por mi piel, se arrastró sobre mí hasta que su trasero rozó mi pene refregándose sobre él con todo el peso de su cuerpo dándole rienda suelta a su lujuria, su mano segura lo asió para llevarlo hasta la entrada de su tesoro escondido, lo refregó por toda la juntura de su vagina hasta su huequito anal, lo volvió a llevar hasta su delicioso estuche mágico y se dejó caer para que éste se hundiera en su vagina y se llenara con carne erecta y rígida, murmulleó ardiente embargada de lujuria: -"qué bonito es esto, muy lindo, lo quiero todo en mí"-. Y empezó a refregar ardorosa su pubis sobre el mío mientras que toda mi hombría navegaba buceando en lo más profundo de sus carnes vaginales, sólo se veían nuestras vellosidades rozándose, la suya rubia y la negra mía, que contraste; de vez en cuando balanceaba su cuerpo en un sube y baja rítmico para aumentar el roce y placer en las paredes internas de su estuche, sus esmeraldas se iluminaban más al susurrar golosa: -"sí, sí, muy lindo es esto, uhmuah"-, y se agachaba para mordelonearme ansiosa mis labios; yo me apoyaba sobre mis codos para estar más cerca de su bello tórax adornado por sus volcánicos senos, así podía lamérselos para dicha suya y mía; estiró su mano derecha por detrás de su espalda hasta hallar los testículos, los arañó y estrujo suavemente murmulleando segura: -"hagamos una pausita"-. Alzó su pierna para descabalgarse quedando a la luz mi erecto pene brillante por el líquido suyo, comentó piropeándome sin yo entenderlo en ese momento: -"tus condiciones juveniles, sí, sí. Te das cuenta, así se prolonga más el coito, muah"-.
Estábamos frente a frente y de medio lado, ella no soltaba mi hombría mientras me contemplaba observando mi reacción, el pene estaba totalmente erguido, duro, presto para continuar la labor de solazamiento; su boca entreabierta expresaba, pasión, ardor, vehemencia; soltó el miembro para atraerme y besarme susurrando ardiente y fiera: -"ven, ven, sigamos, dámelo todo"-. Se colocó boca arriba echando sus piernas hacia su pecho, quería ser poseída e irrigada, y pronto; qué paisaje, esa sedosa alcancía carnosa ante mis ojos, mi instinto me ordenó adueñarme de ella, coloqué mi miembro entre los labios de su brillante carnosidad y la penetré suavemente para disfrute suyo haciendo que ella me estrujara entre sus brazos y piernas casi ahogándome con sus rabiosos besos. Era tanta la excitación de ambos, que pronto llegamos a un loco orgasmo pletórico de mutuas caricias salvajes y sordos sonidos guturales dándole escape a nuestra lujuria demostrándonos así que ambos sentíamos un cierto cariño y hasta afecto mutuos; no era sólo el carnal placer de fornicar y coitar sin piedad, sino la forma de tratarnos. Luego de ese coito pleno de desenfrenada concupiscencia dormitamos un rato entrelazados nuestros cuerpos mientras nos decíamos murmullos a los oídos acompañados de cariñosos y largos besos oyéndose el chasquido de los labios al unirse y separarse, así como estrujantes abrazos espasmódicos producto del orgasmo que aún recorría nuestras desnudas humanidades; yo sentía el ardor de su piel.
Entre besitos, abrazos y miradas apasionadas me indagó con voz queda por mi ardiente comportamiento: -"dime una cosa, ¿por qué me acaricias con tanto ardor mi vagina y mi ano con tus carnosos labios y húmeda lengua?; lo haces con tanta pasión y cariño que me da la impresión de que te las quisieras comer, y hasta engullir, dime por qué lo haces, ¿te lo aconsejaron?"-. Estaba sorprendida de mi entusiasmo referente a mis caricias bucales en su más escondida intimidad. Siguió con su meloso interrogatorio al tiempo que me arrullaba con sus fieras manos: -"¿tus amigos te lo dijeron?, dímelo, ¿sí?, ¿quién de ellos?; ¿o acaso se te ocurrió a ti?, no todos los hombres lo hacen; muchos hombres alemanes dicen que es una marranada... Dime, ¿quién te lo dijo?... Lo haces con mucho cuidado y ternura, mi vulva y labios te agradecen que no me los hayas mordido ni maltratado, y mi anillito está mojadito... Muahh, qué lindo eres, pero dime cómo se te ocurrió eso"-.
Me bombardeaba con sus melosos piropos para saber por qué le lamía y arrullaba cariñosamente toda esa espesura íntima suya... Le susurré quiénes habían sido; entonces exclamó muy segura de sí: -"¿Tano y tus amigos argentinos?, me lo imaginaba, sobre todo Tano... No importa, lo haces bien, bueno y me complaciste, aún siento tu lengua rondando por toda mi sexualidad, uhmmuah... Y bueno, me puedes acariciar mis nalgas, mi vulva, mis labios, mi clítoris con tu boca siempre, pues lo haces delicadamente y causa mucho placer, sobre todo en mi anito me hiciste vibrar, nunca me lo habían embadurnado ni lamido como lo haces tú, aprendes rápido y tienes talento para las relaciones sexuales... Ven, hazme más para excitarnos y coitar más"-. Una vez más me abrazó hasta casi asfixiarme, era mucho el placer que le causaba mi presencia y mis caricias; tan mal no lo hago, me dije. Yo aproveché, tal como me había aconsejado Tano, para acariciarle tiernamente su delicada feminidad y volver a estar conjugado con ella mientras se la bañaba generosamente. Qué siesta tan lujuriosa. Luego hube de ducharme para retirar de mi cuerpo el sabor de todos sus zumos repartidos por mi rostro y pecho, aunque debo confesar que si hubiésemos estado en mi covacha, los habría retenido durante largo rato; mi <>.
Muy temprano en la tarde gris me transportó hasta Wedding. Durante el camino le acariciaba su muslo derecho, pues llevaba una falda que me permitía el acceso a sus carnes trigueñas, no protestaba, sólo me miraba de reojo cuando estábamos frente a un semáforo esperando el cambio de luz, sonreía picarona y me propinaba un tierno pellizco en mi traviesa mano que no se cansaba de rondear por entre sus muslos, e incluso oprimirle su orgulloso Monte de Venus provocando en ella algunos saltitos y murmullos quejumbrosos. Llegamos a las cercanías de la residencia y paró para que descendiese de su escarabajo; nos abrazamos estrechamente y nos besamos delicadamente, sin ninguna exageración de pareja enamorada, luego me indagó por mi plan de preparación: -"¿tienes mucho que aprender todavía?"-; afirmé cabeceando silencioso. -"Entonces ven el próximo viernes a mi apartamento; ¿te diste cuenta?, es más tranquilo y aprendiste mucho, ¿no es cierto?"-. Sí, sí, murmuré todo atolondrado por su mirada que me desarmaba, agregó coquetona: -"y la próxima semana tendrás que ayudarme, necesito escribirle una carta a mi amiga en Sevilla, ¿te parece?"-. Sí, sí, sí coño, todo lo que tú quieras y cuándo lo quieras, pensé yo ofuscado por su presencia, ya que el ceñido suéter le destacaba todas las sinuosidades insinuantes de su torso, en especial esos senos volcánicos e incitadores... Nos besamos muy efusivamente, me bajé del escarabajo, ella retrocedió y se perdió en la siguiente calle. Qué sueño... Y tan real.
Final del tunel
I
La veo, la admiro, la respeto;
estoy todo circunspecto;
su apariencia es una propia fruta;
¡vaya dicha para quien la disfruta!
II
Sus piernas bailotean ágiles y gráciles;
su falda revuela ondas fáciles;
su carnosidad es encantadora;
y es como una diosa seductora.
III
Me envuelve en sus tersos brazos;
susurra sorda: ven ya a mí;
mi cuerpo está ya en sí;
soy presa de sus abrazos.
IV
Somos uno; ella conmigo; y yo en ella;
¡que cosa tan bella!, susurra ella.
Mi sueño se realiza; es ella;
y será per sempiternum la cosa más bella.
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